Hubo sin duda una cultura y una literatura que precedieron a los movimientos de emancipación de los diversos países hispanoamericanos, organizadas casi siempre bajo el prisma de un título: "Período colonial". Sin embargo, su abordaje despierta de inmediato inquietudes. ¿Cómo discriminar entre literatura española y literatura hispanoamericana durante los siglos XVI, XVII y XVIII? ¿Con qué argumentos recortar determinados textos y asumirlos en el interior de una literatura nacional cuando la nación no existía como tal y no hay criterios estables para ordenar un corpus? Las fronteras geográficas, la nacionalidad de los autores, la lengua misma no permiten el trazado de límites precisos y estables; incluso la categoría de "literatura" se torna vacilante ante el heterogéneo conjunto de crónicas, poemas, relaciones, cartas y memorias que constituyen la bibliografía colonial.
Oficialmente, estas regiones -que configuran el mapa actual de Argentina y otros países vecinos- fueron descubiertas en el año 1516, cuando Juan Díaz de Solís llegó a Paraná Guazú. En 1526 Sebastián Gaboto empezó la exploración de la zona y diez años más tarde se fundó por primera vez la ciudad de Buenos Aires. El territorio argentino integró el virreinato del Perú hasta 1776, año en que se estableció el virreinato del Río de la Plata con la ciudad de Buenos Aires como sede de las autoridades. Tierras por mucho tiempo doblemente remotas (respecto a la metrópoli y a las principales ciudades virreinales, México y Lima), tierras sin oro ni plata que sedujeran a los conquistadores. La colonización fue lenta, así como la creación de una vida literaria.
El primer gran historiador de la literatura argentina, Ricardo Rojas, mientras dedica dos tomos a la "Literatura colonial" en su fundacional Historia de la literatura argentina, admite que su existencia resulta -casi- una "ilusión retrospectiva": crónicas originariamente escritas en inglés o alemán; libros didácticos en latín; "una" elegía sobre la fundación de Buenos Aires; relaciones de autoría dudosa encargadas por los conquistadores; infinidad de textos producidos con el objeto de desarrollar "la conquista espiritual"; a veces, pocas páginas dedicadas a esta zona de América del Sur, en referencias fugaces de obras donde la fascinación se posa con mayor detenimiento sobre los grandes imperios de los indios aztecas (México) e incas (Perú). En gran parte, la literatura colonial argentina se establece sobre textos que asumen como objeto de relato la conquista, evangelización y fundación de ciudades en el territorio argentino, más allá de la lengua en que fueran escritos, la nacionalidad o la intención original de sus autores al redactarlos.
Parte de esta "precariedad" puede asociarse a la instalación del Santo Oficio en América y a las Leyes de Indias, mediante las cuales España controló la circulación de libros en sus colonias. Fueron prohibidos, durante siglos, textos religiosos que no encuadraban con la ortodoxia de la religión católica, gran parte de la producción de los enciclopedistas del siglo XVIII, los libros de imaginación -considerados malsanos- y también aquellos que se referían a América. Si la circulación de obras fue accidentada, y en gran medida clandestina, también su adquisición era costosa, en parte porque la impresión (aun de libros americanos) se realizaba en España, lo que los encarecía todavía más; los manuscritos mismos se perdían con frecuencia en largos y arriesgados viajes o quedaban olvidados en lejanas oficinas tras largas tramitaciones de licencias. Sin embargo, las regulaciones de la metrópoli no impidieron que surgiera una literatura muy vasta en otras zonas de América, especialmente en México y Perú, ciudades de mayor actividad administrativa, económica y cultural desde la entrada misma del conquistador español en América, con sus cronistas oficiales tanto religiosos como de la corona.
Con frecuencia, la crítica literaria argentina, al referirse a la literatura colonial, despliega relatos de pérdidas, minusvalías y carencias: autorías orales de textos nunca hallados, manuscritos perdidos, quejas por la escasez de obras y desanimados comentarios sobre el valor estético de las que sí se han publicado o recopilado. Este universo de textos, sin embargo, resulta apasionante y ha sido poco explorado por la crítica literaria moderna.
La fundación de la primera universidad en territorio argentino en la ciudad de Córdoba (1613), la instalación de dos colegios preparatorios universitarios (el de Monserrat en Córdoba -1659- y el San Carlos en Buenos Aires -1773-), la introducción de la imprenta por la Compañía de Jesús (1765), la creación del virreinato del Río de la Plata (1776), la organización en 1780 en Buenos Aires de la Imprenta de los niños expósitos, dieron los impulsos decisivos a la producción cultural. La educación colonial se realizó en los conventos de franciscanos, dominicos o mercedarios, donde se dictaban las primeras letras y en los colegios universitarios y universidades que funcionaban como seminarios. El teatro fue escaso, reducido en gran parte a representaciones litúrgicas hasta que, bajo el virreinato de Vértiz, se funda el primer teatro estable en Buenos Aires . Hasta 1800, sin embargo, no hubo en el Plata periódicos ni asociaciones literarias. Breves referencias a esta zona de América del Sur pueden hallarse en las historias producidas por los "cronistas oficiales" de la Corona: en la Historia natural y general de las Indias, islas y tierra firme del mar océano (1535) de Gonzalo Fernández de Oviedo, en la Historia general de las Indias Occidentales (1601) de Antonio de Herrera y en la historia de las iglesias americanas de Gil González Dávila encargada por el rey. Si conquistadores y encomenderos se transforman en la figura central de la historia de la conquista militar del territorio, la figura del evangelizador se recorta en la abundante documentación a través de la cual las órdenes religiosas -fundamentalmente, aquí, jesuitas y franciscanos- registran el desarrollo de la "conquista espiritual" de estas tierras.
Una trama trágica de asesinatos, hambre, enfermedad y asedio indígena se enhebra alrededor de la primera fundación de la ciudad de Buenos Aires en 1536, realizada por la expedición del adelantado Pedro de Mendoza. Esta trama deviene en asunto privilegiado de las crónicas del Plata y es materia central del "Romance elegíaco" de Luis de Miranda, fraile español integrante de la expedición. Se considera que este romance, fechable entre 1541 y 1546, es la primera producción poética en la región: 150 versos octosílabos de pie quebrado en los que su autor recrea la imagen de las tierras del Plata como una traidora cruel, que se sustrae a la conquista y deglute, en este repudio, seis "maridos" y mil ochocientos hombres. En el poema, el hambre atormenta a los primeros pobladores. Éstos se ultrajan tras un alimento cada vez más degradante (cardos, raíces, estiércol, heces, "carne de hombre", "asadura de hermano") y, a la vez, el lenguaje mismo se corroe hasta transformarse apenas en llanto, tartamudeo o mudez de expedicionarios que se arrastran a través de las calles de una pequeña y desolada ciudad fortín.
En 1555 se publica en Valladolid un libro que reúne, junto con la reedición de los Naufragios de Álvar Núñez Cabeza de Vaca (1542), otro texto que elige como protagonista también a Álvar Núñez y se presume escrito por Pero Hernández, su secretario en el Plata: Comentarios de Álvar Núñez Cabeza de Vaca. Naufragios era un texto de tono autobiográfico, donde el funcionario real (tesorero del gobernador Pánfilo de Narváez) relataba la singular experiencia de alguien que convive con los indios y realiza un extenso periplo a pie a través de las tierras del sur de los Estados Unidos y México; los Comentarios son, en cambio, el testimonio de su actuación en las tierras del Río de la Plata, registrada por Pedro Hernández, en gran medida una probanza de servicios ante el rey y un alegato de defensa ante el Real Consejo de Indias. Después de sus aventuras en Florida, Álvar Núñez Cabeza de Vaca es designado por la corona "segundo adelantado del Río de la Plata", en reemplazo de Pedro Hernández. Sin embargo, al llegar a las tierras de Asunción, donde se habían refugiado los primeros pobladores de la destruida ciudad de Buenos Aires, la legitimidad de su gobierno es cuestionada y los soldados, encabezados por Domingo Martínez de Irala, se rebelan, lo encarcelan y lo envían a España procesado. Estos hechos dan origen a un texto presentado por Álvar Núñez Cabeza de Vaca ante sus jueces para su defensa en 1552 (Relación general), y a los Comentarios, que se publican tres años más tarde en busca de un público más amplio, donde se hace la crónica de este viaje que lo lleva a internarse en la inhóspita pero asombrosa naturaleza americana, a la vez que a registrar los episodios que rodean su encuentro con las diversas tribus de indios del litoral argentino. Los Comentarios -a la vez que se constituyen como una denuncia de la actuación de Domingo de Irala- apelan desde el comienzo a los "derechos" de Álvar Núñez Cabeza de Vaca, recreando un catálogo de las inversiones económicas y detalles de las tareas de gobierno realizadas, siempre bajo la letra del derecho: pacificación de indios y frailes, "pago" a las tribus indígenas en retribución por sus trabajos y por el alimento del que lo proveen, deslinde de responsabilidades en relación a la muerte de cristianos. La marca de una escritura administrativa se imprime sobre este texto donde, a la vez, se da cuenta de un gobierno realizado fundamentalmente a través de la palabra: apercibimientos, amonestaciones, toma de posesión de la tierra, prohibiciones, requerimientos, instrucciones. Quizás por esto, el desconocimiento de las lenguas indígenas y la necesidad de guías e intérpretes aparece para su protagonista como una zona de conflicto especialmente dramática.
En los Comentarios, así como en la crónica que escribe el soldado alemán Ulrico Schmidel, Derrotero y viaje a España y las Indias (1567), puede leerse la conflictiva relación que, ya en el siglo XVI, se establece entre las disposiciones originadas en una lejana metrópoli y los procesos autónomos que comienzan a tener lugar en América, procesos que, en gran medida, quedan fuera del control monárquico. Si el texto de Pedro Hernández se escribe desde la perspectiva de una autoridad originada en la corona, que finalmente resulta desconocida, el Derrotero de Schmidel (que toma, también, como núcleo de relato los episodios de la primitiva fundación de Buenos Aires, el incendio de la ciudad, la marcha hacia Asunción, la rebelión contra la autoridad del segundo adelantado) se produce desde la perspectiva de un soldado raso que percibe la llegada de Álvar Núñez Cabeza de Vaca casi como la usurpación de una autoridad más legítima, surgida de la elección de los mismos subalternos.
El texto -escrito originariamente en alemán, posteriormente traducido al latín y finalmente al español- recorre los veinte años que Schmidel permanece en estas tierras desde una visión original: para él también las ciudades españolas de Cádiz o Sevilla (puntos de partida) son parte del mundo desconocido. La desnudez de las mujeres charrúas, el recurso desesperado de los indios querandíes de beber sangre, el ímprobo trabajo de los pobladores de Buenos Aires -levantando muros un día para verlos desmoronarse al día siguiente-, el hambre y la desesperación que lleva a algunos españoles a comerse los caballos y a padecer por ello la horca, y a otros a comer el cuerpo de los ahorcados: infinidad de sucesos como éstos se deslizan bajo su pluma en frases escuetas. El narrador no deja de explicitar en sus páginas su asombro, subrayando que él mismo ha vivido y presenciado esos sucesos; pero también se extraña y maravilla ante la mirada de tribus que jamás habían visto antes a un cristiano o su arcabuz. Schmidel, a través de la letra, organiza un mapa textual de estas tierras, registrando las distancias y el tiempo que lleva cubrirlas, los escollos naturales, el modo de hacer la guerra de los indios; busca quizás un lector que podría seguir sus pasos, guiado por sus páginas. La escritura de este texto persigue, a través de la analogía, atrapar un mundo fugaz en su novedad que a veces aparece en la descripción proliferante de un detalle, mientras otras desaparece ante una frase lacónica que naturaliza el servicio, la tortura o el asesinato de indios. Las crónicas de Pedro Hernández y Schmidel son las más trabajadas dentro de la bibliografía colonial. Sin embargo, como una modalidad particular del género, podría leerse una copiosa literatura administrativa que, en gran parte, permanece inédita en diversos archivos de España. |
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Ricardo Rojas sistematiza esta literatura administrativa en cuatro grandes zonas:
a) actas y protocolos (retórica formular, propia de la prosa notarial, documentación donde se consigna la vida municipal de las ciudades fundadas en territorio argentino);
b) informaciones y probanzas (textos cuya escritura se desliza entre la biografía y el discurso judicial, narrando la vida de un conquistador para dar testimonio de servicios o probar acusaciones;
c) cartas y memoriales (dos variantes del género epistolar, textos donde, de un modo espontáneo, los corresponsales informan sobre episodios de la conquista, denuncian abusos, solicitan reconocimientos);
d) descripciones y relaciones (una escritura también epistolar sobre asunto geográfico o histórico, cuya escritura se origina en la solicitud del rey o sus Consejos).
La carta remitida por Isabel de Guevara en 1556 a la princesa doña Juana (hija de Carlos V y gobernadora de Castilla y los reinos de ultramar entre 1554 y 1559) es una de las más difundidas y aparece como un ejemplo de esta "literatura administrativa", sobre todo porque abre otra perspectiva alrededor de la cotidianidad de las expediciones conquistadoras.
Isabel de Guevara llega al Río de la Plata junto con la expedición de Pedro de Mendoza. En su carta solicita un repartimiento perpetuo para ella y su marido, en recompensa por los trabajos realizados. El lavado de ropa, la cura de los enfermos y la preparación de alimentos son sólo algunas de las tareas que recayeron sobre las mujeres -alega-, quienes, al mismo tiempo, hicieron también de centinelas, prepararon las ballestas durante los enfrentamientos con los indios, sargentearon, pusieron orden entre los soldados, acarrearon leña, gobernaron las naves, remaron, arengaron a los hombres, sembraron y salieron en busca de alimento. Isabel de Guevara se presenta en esta carta bajo la figura de una "conquistadora", figura singular en el drama de la conquista. Su reclamo es que, precisamente, a la hora de premiar servicios, las autoridades de Asunción no la hubieran considerado como tal. Más distante de esta prosa administrativa, puede leerse la Descripción breve del reino del Perú, Tucumán, Río de la Plata y Chile (1605), escrita por el fraile de la orden de Santo Domingo, Reginaldo de Lizárraga. Aunque el texto se origina en los viajes que, como visitador de los conventos de su orden el autor realiza a pie desde Lima hasta el Tucumán (recorriendo las comarcas y pueblos de las provincias de Salta, Santiago, Córdoba y Mendoza), su texto -casi un libro de viaje- recupera anécdotas y observaciones heterogéneas. El trato que mantiene con gobernantes y prelados, caciques y conquistadores, maestros y bandidos, le permite observar, desde diferentes perspectivas, la sociedad de esos pequeños poblados coloniales entre 1586 y 1591. Sus desplazamientos a pie lo familiarizan con el paisaje, y éste -más que en un espectáculo- se transforma en el escenario de una experiencia del espacio y la sociedad americana, a través de la escucha de anécdotas de cautivos, las dificultades para transitar a través del territorio, los asaltos de los indios a las carreteras. La escritura del texto (dedicado al conde de Lemos y Andrada, presidente del Consejo de Indias) acusa una producción a través de la yuxtaposición de fragmentos, escritos en diferentes lugares (Perú, Chile) y épocas (alrededor de 1591 una zona y de 1603 otra). La Descripción del padre Lizárraga puede asociarse con una extensa bibliografía habitualmente denominada bajo la expresión común de textos de la "conquista espiritual" (un uso del término acuñado por el jesuita Ruiz Montoya en su libro Conquista espiritual hecha por los religiosos de la Compañía de Jesús en las provincias del Paraguay, Paraná, Uruguay y Tape, 1639). Son fundamentalmente las órdenes de jesuitas y franciscanos las que llevan adelante la empresa evangelizadora en territorio argentino, y estas órdenes -como casi todas- producían una bibliografía copiosa. En conjunto, ese corpus de obras incluye: vidas de evangelizadores; estudios de diversa índole sobre el ámbito en el que se desarrolla la labor religiosa (ciencias naturales, medicina, geografía, etc., sobre las regiones en las que actúan); cartas denominadas annuas por su periodicidad, o edificantes por su influencia moral; y gramáticas o vocabularios bilingües, escritos por los mismos sacerdotes (en Argentina es particularmente importante la adopción, para la prédica, de la lengua guaraní, hablada por los indios de la región del litoral). |