Carlos Guido y Spano (1827-1916) |
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Hijo ilustre del General Guido y de doña Pilar
Spano, distinguida dama chilena, se conjugaron felizmente en don Carlos Guido y
Spano el austero talento del padre y la gracia poética de la madre. La elevación
espiritual de ese ejemplar arraigó en el hijo tanto más hondamente cuanto que
éste sentía verdadera devoción por sus padres. Pero casi enseguida debe partir hacia Montevideo siguiendo a su padre que había sido desterrado. Ya restablecida la Paz cuando el doctor Derqui ocupa la presidencia, lo nombra subsecretario del departamento de Relaciones Exteriores. Nuestro poeta renuncia al cargo en octubre de 1861 y nuevamente va a refugiarse en Montevideo. Sobreviene para él una época de mezquina lucha por la vida que pone a prueba su natural optimismo y despreocupación de las cosas materiales. Debe volver incluso a Brasil, patria de sus primeros sueños juveniles, en misión comercial. Retorna allí al grupo de sus viejas amistades, pero el artista de alma, un si es no es bohemia, no está hecho para esta clase de empresas, y helo otra vez en patria, entre sus libros y versos, en medio de penurias económicas con la sola compensación de los afectos familiares. En poco tiempo pierde a sus padres. Asola la ciudad la fiebre amarilla de 1871, y con infinita abnegación y simpatía humana Guido y Spano se alista como primer soldado en la cruzada defensiva. Pierde también a la esposa. |
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Tantos dolores acumulados parecen deprimirlo profundamente. Pero logra
recomponerse y en 1872, siendo ministro de Avellaneda, le confía la Secretaría
del Departamento Nacional de Agricultura de reciente creación. Desarrolla allí
una proficua labor de dos años y ha de dejar el puesto para correr a la defensa
del gobierno en la abortada revolución del 74´. Algún tiempo después pasa a la
dirección del Archivo General de la Provincia y desempeña también la vocalía del
Consejo Nacional de Educación. Al fin, acogido a los beneficios de la
jubilación, se retira a la vida privada. Pero se afirma cada día su fama
literaria y crece su popularidad alimentada por su natural hidalguía,
generosidad y exquisitas dotes de conservador. Murió ya muy anciano el 25 de
julio de 1916, habiendo conservado hasta los últimos tiempos toda la frescura y
juventud de su espíritu, rodeado de jóvenes y viejos que lo visitan y consultan
como al más respetado patriarca de las letras. Grandes homenajes oficiales y
populares se rinden en su tumba. |