DE COMO EL HAMBRE ME HIZO ESCRITOR
Al señor don Mariano de Vedia.
Si vous voulez bien parler et bien écrire,
n´écoutez et ne lisez que des choses bien
dites et bien écrites
BUFFON
SALÍ de la cárcel..... así como suena,
de la cárcel; no han leído ustedes mal, -- puedo declararlo bien alto y en
puridad; tanto más, cuanto que, siendo honrosos los motivos, como los míos lo
fueron, hace más bien que mal saber prácticamente que diferencia hay entre la
crujía y la celda, -- y, como Gil Blas, dueño de mi persona, y de algunos buenos
pesos, me fui al Paraná.
Digo mal, no me fui precisamente como Gil Blas,
porque éste le había hurtado algunos ducados a su tío, y la mosca que yo llevaba
habíamela dado mi queridísimo tío y padrino, Gervasio Rozas.
Pero llevaba
cierto bagaje de malicia del mundo, que le hacía equilibrio á mi buena fe
genial.
Yo me decía, estando en el calabozo: "Cuando me pongan en libertad,
-- padecía por haber defendido á mis padres, -- haré tal o cual cosa"...
La
prisión me había hecho mucho bien. ¡Cuán instructivas son las tinieblas!
El
hombre propone, Dios, ó el Otro dispone.
No hay quien no tenga su ananké,
prescindiendo de la lucha entre el bien y el mal, que será eterna, como aquellos
dos genios de lo bueno y de lo malo: Dios, ó el Otro.
Me pusieron en
libertad, -- si en libertad puede decirse ser desterrado, y todos aquellos
castillos en el aire, hechos á la sombra y en las sombras, se desplomaron,
zapados por lo inesperado de mi nueva situación.
Aquella transición fue como
pasar de lo quimérico á lo real; tiene uno que volver a hacer relación consigo
mismo, que preguntarse: ¿Quién soy? ¿Qué quiero? ¿Adónde voy? - Y no andarse con
sofismas é imposturas.
Cuando me pregunté ¿quién soy? La voz interior me
dijo: "un federal de familia". Y no digo de raza, porque mi padre fue unitario,
en cierto sentido.
Cuando me pregunté lo otro, el eco arguyó elocuentemente:
"Vas donde debes, tendrás lo que quieres".
Efectivamente, en el Paraná
gobernaba el espíritu de la Federación.
Buenos Aires estaba, por eso,
segregado.
Explico mi fenómeno, no discuto ni provoco discusión.
Llegué al
Paraná: llevaba la bolsa repleta, é hice como la cigarra.
Tuve amigos en el
acto.
Se acabó el dinero; los amigos desaparecieron, como las moscas cuando
se acaba la miel.
El mundo es así; no hay que creerlo tan malo por eso; es
mejor imputar esos chascos á la insigne pavada de la imprevisión, que es la más
imperdonable de todas las pavadas.
Mi insolvencia de dinero era mayor que la
insolvencia capilar de Roca ó la mía propia, que por ahí vamos ahora. Tout passe
avec le temps, y el pelo, con las ilusiones.
Me quedaban cinco pesos
bolivianos, y como dicen en Italia, la ben fatezza de mi persona, ó la estampa,
como dicen en Andalucía. ¡Y qué capital suele ser!
En Santa Fe se aprestaban
para una fiesta; querían, bajo los auspicios del pobre viejo don Esteban Rams y
Rubert (él construyó la casa donde está el Club del Plata), hacer navegable el
río Salado, -- é inauguraban su navegación.
Todo el mundo estaba loco en
Santa fe: todos eran argonautas: era el descubrimiento del vellocino de oro.
Cinco pesos bolivianos, lo repito, me quedaban ¡nada más!
Pues á Santa
Fe, me dije, ya que aquí no me dan nada los federales; y me largué al puerto,
haciendo cuenta así: dos reales de pasaje, con el Monito. Era éste un botero muy
acreditado, el que llevaba la correspondencia, algo como un correo de gabinete,
mulatillo de color, pero blanco como la nieve en sus acciones.
Doce reales de
hotel, en tres días... (si no me quedo), me sobra, tengo hasta las allumettes
chimiques del estudiante... adelante.
Llegué.
Al desembarcar, un federal
me reconoció, -- ya era tiempo - y me llevó a su casa: era un excelente sujeto,
listo, perspicaz, bien colorado, con su platita, con familia interesante, y
lindas hijas.
Los dioses se ponían de mi lado. - Llega usted, me dijeron, en
el mejor momento, ¡qué gusto para nosotros!
-- "Mañana estamos de fiesta, de
gran fiesta"; y me explicaron y me demostraron la navegación del Salado, que no
había quien no conociera al dedillo, lo mismo que en los placeres no hay quien
no sepa lavar un poco de arena, para extraer un grano de oro.
LA hospitalidad
me había puesto en caja. Yo no era otro, pero me sentía otro. Vean ustedes lo
que es no estar solo; ¡Y después predican tanto contra las sociedades de
socorros mutuos, como la Bolsa! Dormí bien. ¡Oh! Sed siempre hospitalarios,
hasta los que os llevan sus primeras elucubraciones. Pensad cuántos no serán los
ingenios que se esterilizan por no tener dónde ubicar.
Al día siguiente, á
las 10 de la mañana, estábamos á bordo de un vaporcito, empavesado, que era una
tortuga, que no pudo con la corriente, contra la que podía las canoas criollas -
y no se navegó el Salado; pero se navegaría...
¡Ay del que se hubiera
atrevido á negarlo! Sería como negar ahora, por ejemplo... á ver algo en lo que
todos estemos de acuerdo, para no chocar a nadie. Ya lo tengo... que hace más
frío en invierno que en verano.
La flor y la nata de ambos sexos santafesinos
estaba allí. Yo me mantenía un tanto apartado, dándome aires: tenía toda la
barba, larga la rizada melena, y usaba un gran chambergo con el ala levantada, á
guisa de don Félix de Montemar.
Mi postura, mi continente, mi esplendor
juvenil, llamaron la atención de don Juan Pablo López (á) Mascarilla (el
pelafustán, según otros), gobernador constitucional, en ese momento, y
dirigiéndose á mi huésped, le dijo:
--- ¿Quién es aquel profeta?
Romántico
o poeta, ó estrafalario, ó algo por el estilo - algo de eso, ó todo eso, quiso
implicar y no otra cosa. Tenía quizá el término, no le venía a las mientes. Veía
una figura discordante, en medio de aquel cuadro uniforme, de tipos de
habituales - la incongruencia lo chocaba sin fastidiarlo --, y expresaba su
impresión vaga, confusa, insaisissable, inagarrable, como caía, tomándola por
los cabellos, y la sintetizaba, calificándome de profeta.
¡Oh! Esta afasia de
la mente, que no suele tener con ella alguna relación, no es sólo una enfermedad
de la ignorancia supina. Cuántos que tienen cierta instrucción no emplean
términos que, para entenderlos ¡hay que interpretarlos al revés!
Era este
caudillo un curiosos personaje; hablaba con mucha locuacidad, amontonaba á
barrisco palabras y palabras, con sentido para él, pero que el interlocutor
tenía que escarmenar para sacar de ellas algo en limpio.
Fuimos amigazos
después.
Un día, queriendo significarme que él no era menos que Urquiza - su
émulo -, menos que otro, me dijo:
- "Porque, amigo, ni naides es menos nadas,
ni nadas es menos naides".
¡Qué tiempos aquéllos!
Los santafesinos no
vieron lo que esperaban, ni los santiagueños tampoco: decididamente no era
navegable el Salado, ó los ingenieros sablunares no daban en bolas. Había que
recurrir a ésos de que nos hablan algunos astrónomos, los cuales pretenden que
en planeta Marte, se habían abierto canales y operado transformaciones - que de
seguro no sospecha aquí Pirovano, con todo su elenco selecto del Departamento de
Ingenieros.
Pero, ¿qué importaban que las cosas no hubieran andado, como se
deseaba? ¡quí sería de la humanidad sin esperanza!
Era necesario contar,
difundir, divulgar lo hecho, lo intentado y lo tentado, - sobre todo, describir
la fiesta.
Resolví acostarme, después de haber pasado un día agradabilísimo,
- para los dos que lleva todo hombre dentro de sí mismo, porque observé y
comí.
Me despedí de mis huéspedes, me fui á mi cuarto, y cuando había
comenzado a despojarme, llamaron á mi puerta, preguntándome si podía
entrar.
- ¿Cómo no? Repuse.
Era el dueño de la casa.
- Amigo, vengo á
ver si le falta algo.
- ¡Nada, estoy perfectamente, gracias!
Me miró, como
quién no se atreve á atreverse, y atreviéndose, por fin, me dijo:
- Tengo que
pedirle a usted un servicio.
- Con mucho gusto, le contesté; pero estando á
un millón de leguas de sospechar que yo pudiera hacer otra cosa, que no fuera
casarme otra vez (lo que había hecho pocos meses antes), con alguna de sus
hijas. Yo era muy pánfilo a los veintitrés años, á pesar de mis largos viajes,
de mis variadas lecturas, y de las picardía que había hecho y visto
hacer.
Fue mas lento mi desarrollo moral, que mi desarrollo intelectual.
- Pues bien, necesito que usted me escriba la descripción de la navegación
del Salado, para mandarla a publicar en el diario Paraná.
- ¿Yooo?
- Sí,
pues; pero sin firmar: yo la mandaré como cosa mía.
- ¡Si yo no sé escribir,
señor!
- ¡Cómo! ¡Usted no sabe escribir y ha estado en Calcuta! ¡Y habla una
porción de lenguas! ¡No me diga, amigo!
- Le aseguro que no ´se, que no he
escrito en mi vida, sino cartas á mi mamita y á tatita, y hecho una que otra
traducción del francés.
- Ah, ve usted. ¿Y eso no es escribir?
No hubo que
hacer: yo tenía que saber escribir. Aquel hombre lo quería: me había dado
hospitalidad.
- Bueno, le dije, haré lo que pueda,.
Brilló un rayo de
felicidad en sus ojos.
- Voy a traerle todo.
Se fue y volvió trayéndolo -
nos despedimos.
Me puse a llorar en seco.
Me sentía desgraciado; ¿en
castigo de qué pecado había ido yo á Santa Fe? Era toda mi inspiración sobre la
navegación del Salado.
Mis cinco bolivianos no habían mermado, sino de dos
reales, importe del pasaje pagado al Monito. Pero, ¿qué era eso en presencia de
la fatalidad, que me sorprendía "hiriéndome como el rayo al desprevenido
labrador"?
¿qué pararrayos oponerle a mi malhadada suerte?
Me senté, me
puse á coordinar esas como ideas, que no son tales, sino nebulosas informes del
pensamiento.
Poco á poco, algo fue trazando la torpe mano: borraba más de lo
que quedaba legible. Tenía que describir lo que no había visto: la navegación de
lo innavegable, de lo que era peor, lo que había visto, lo innavegable de la
navegación - y solo me asaltaban en tropel - recuerdos de la China y de la
India, de la Arabia Pétrea y del Egipto, de Delhi, del Cairo y de
Constantinopla; no veía sino desierto en todo, pero desierto sin fantásticas
Fata Morganas siquiera, y todo al revés, dado vuelta.
Era un pêle-mêle de
impresiones en fermentación.
¡Qué noche aquella!
Como quien espanta
moscas, que perturban, las fui desechando, desenmarañando, y pude, al fin,
sentirme algo dueño de mí mismo, y haciendo pasar lo que quería del cerebro á la
punta de los dedos, escribir una quisicosa, que tomó forma y extensión.
Fue
un triunfo de la necesidad y del deber, sobre la ineptitud y la inconsciencia.
Yo no sabía escribir, pero podía escribir. ¡Ah! Eso sí, no escribiría más. No
había nacido para tales aprietos y conflictos.
Al día siguiente, mi huésped
llevóme el mate á la cama, en persona, y con la voz más seductora me preguntó,
"si ya estaba eso", echando al mismo tiempo una mirada furtiva á la picota de mi
sacrificio intelectual, donde yacía desparramada en carillas ilegibles, para
otro que no fuera yo, mi hazaña cerebral de héroe por fuerza.
- a ver - dijo
con impaciencia.
Me puse á leer, con no poca dificultad, pues yo mismo no me
entendía.
- Bien, muy bien, perfectamente - decía á cada momento, exclamando
una vez que hube concluído: ¡Ah! mi amigo, ¡qué servicio me ha hecho usted!
Yo estaba atónito.
Positivamente, como Mr. Jourdain, había escrito prosa
sin quererlo.
- ahora, me dijo, me lo va usted á dictar.
Pusimos manos a
la obra, y á las dos horas estaba todo concluido, con una atroz
ortografía.
Pero yo me decía, como el cordobés del cuento, al que le
observaron que el gallináceo que llevaba lo pringaba: "¡ para lo que es mía la
pava!
Mi huésped se fue.
Almorzamos después y el día se pasó sin ninguno
de esos incidentes, que se graban per in aeternum, en la memoria de un
joven.
Pero mis cinco bolivianos disminuían...
Y vosotros, sólo
comprenderéis mi situación, los que os hayáis hallado, habiendo nacido en la
opulencia, reducidos á tan mínima expresión monetaria.
Pensé en regresar; en
el hotel Paraná tenía crédito; escribiría además á Buenos Aires.
Estaba
escrito que me había de quedar allí.
¿Qué había pasado?
Mi huésped había
leído en pleno cenáculo oficial, como suya, mi descripción; no le habían creído,
lo habían apurado, había tenido que declarar el autor.
Entonces, el ministro
de Mascarilla, que le debía su educación á mi padre, que no se me había hecho
presente, mirándome de arriba abajo, casi con desdén, exclamó: Discípulo mío en
la escuela de Clarmont, latinista, gran talento, se llevaban todos los premios,
entre él y Benjamín Victoria (falso, falsísimo por lo qué á mí respecta). Y al
día siguiente se me presentó, para hacerme sus excusas, que yo acepté, encantado
- pues solo más tarde caí en cuenta.
Mi magnífica descripción había marchado
para el Paraná. Allí se publicaría en el Diario Oficial. En Santa Fe, no había
diario; así habló él, continuando:
- ¿Y, qué piensa usted hacer? (Ya lo sabía
por mi huésped, con el que yo había tenido mis desahogos).
Le tracé mi plan,
lo reprobó y me dijo:
- No, usted no se va de acá. Yo voy a darle imprenta,
papel, operarios, y un sueldo, y usted nos hará un diario para sostener al
gobierno.
- ¿Yo? (Aquello era conjugación).
- Sí, usted.
- Yo no soy
escritor.
- ¡Descripciones espléndidas, sublimes, admirables!
-
¡Señor!
- Nada, nada; usted se queda, reflexione. Es su porvenir.
Y se
marchó, dejándome absorto.
Caí en una especie de abatimiento
soporífero.
¡Yo, escribir para el público! Me decía. ¡Yo, periodista!
¡Yo!
Me paseaba agitado por el cuarto: iba, venía; en una de ésas, me detuve,
me miré al espejo turbio, que era todo el ajuar de tocador, que allí había, y mi
cara me pareció grotesca.
Había metido involuntariamente las manos en las
faltriqueras, sentí que mis cinco bolivianos se habían reducido á casi cero, y
aquella sensación dolorosa (¿ó no es dolorosa?) decidió mi destino futuro,
porque me incitó á pensar, y del pensamiento á la acción no hay más que un
paso.
Hice cuentas: me salían bien; ¡era la oferta tan clara!
Pero los que
no me salían bien era los cálculos sobre el tiempo que tendría que invertir en
escribir los artículos. Aquellas columnas macizas me horripilaban de antemano.
¿Sobre que escribiría? El público, sobre todo, me aterraba: tenía el más
profundo respeto por él. Ignoraba entonces, que á veces, lo mismo lee al derecho
que al revés.
Presa de esas emociones, que otro nombre no tienen, era yo,
cuando se me presentó mi huésped, y abrazándome me felicitó: el ministro había
dado por hecho, que yo me quedaba á redactar un periódico.
Al día siguiente,
tuvimos una segunda conferencia con él, y me decidí, urgido por la necesidad
¿qué digo? Por el hambre.
Una vez solo, cara á cara, con mis compromisos, -
me sentí desalentado y estuve por escribir una carta, diciendo: "Huyo, no puedo"
-, y por fugar. Me hacía á mí mismo el efecto de un delincuente. ¿O la audacia
no es un delito algunas veces? ¿Por qué había entonces en el templo de Busiris,
esta inscripción?
"Audacia", "Audacia", - y en el segundo pórtico interior:
"No mucha audacia".
"El Chaco" salió. ¡Qué extravagante título! Y sin
embargo, fue una intuición.
"El Chaco santafecino" es hoy día, sin la
navegación del Salado, lo que yo profetizaba.
Don Juan Pablo López, ¿no había
preguntado al verme: ¿Quién es aquel profeta?
¡Y después dirán que no es uno
profeta en su tierra!
Mi colega y mi hermano en la Cámara de Diputados, el
doctor Basualdo, compartió conmigo las primeras tareas de la imprenta. Era un
chiquilín; pero debe acordarse de Juan Burki, el editor responsable, pro forma ,
un pobre colono sin trabajo, que andaba casi con la pata en el suelo. La primera
vez que le pagaron, lo primero que hizo fue comprarse unas botas en la zapatería
de enfrente, - botas que fueron su martirio físico y moral. Primero, por lo que
le hacían doler; después, porque nadie reparaba en ellas, ex profeso, tanto que,
á las pocas horas de haberlas inaugurado, no pudo resistir, y reuniendo a los
tipógrafos y señalándoselas les observó, en su media lengua: "Ese botas,
lindo".
Los tipógrafos soltaron una carcajada homérica, y le enseñaron
colgadas en una aldaba, sus alpargatas sucias y rotosas de la víspera, como
diciéndoles: "Te conocemos; la mona, aunque se vista de seda, mona se
queda".
¿a qué contar mis primeras angustias, mis partos para producir?
Harían llorar y estoy harto de tristezas.
Pero no omitiré aquí, que era yo
tan pobre entonces, que yo tenía más cama que las resmas de papel: es un buen
lecho de algodón.
Querido Vedia:
Me decía usted ayer:
"¿Qué es lo
que hace usted, general, para escribir como habla?
"mientras me da la
respuesta á esa pregunta y mientras me refiere, cual me lo tiene prometido, cómo
el hambre le hizo escritor, veamos qué otra dificultad se presenta para el éxito
de la conversación escrita".
Contesto: me ha parecido más natural, más
propio, más concienzudo, pagar la deuda que voluntariamente contraje, contándole
primero cómo fue que el hambre me hizo escritor.
Ya está pagada. La otra, que
usted me imputa con su gentil curiosidad, también la acepto, la reconozco, - mas
será para después. Necesito tomarme para ello algún tiempo moral, siendo el
asunto ó tema algo más subjetivo que éste.
Hoy por hoy, concluyo, sosteniendo
que sólo los que han sido pobres merecen ser ricos. De ahí mi poca admiración
por los grandes herederos, que no tienen más títulos que sus millones, - mi
estimación, mi aprecio, mi respeto, por todo hombre que se hace á sí
mismo.