EPILOGO

(Llorando la muerte de un mártir)

 

Ahora sí que eres mía... En el sepulcro

Puedo llorarte solo mi Lucila.

Te envenenó el gusano, rico, enfermo,

Pero tu estrella para mi rutila.

 

En las joyantes noches del estío,

Cuando era tu vivir una alborada

teñida cual las plumas de un flamenco

Por una luz dulcísima y rosada;

 

Tu amor fué mi perfume, mi esperanza,

La novela de mi alma, mi alegría,

Cuando tú me decías: Mi poeta,

Me inundabas de luz y de poesía.

 

Y cuando te entregaron al gusano

Yo lloré en el altar del firmamento,

Pero si a mí me mata tu partida

¡Cómo los matará el remordimiento!

 

Yo he pedido el perdón para tus culpas

Y pido para Ti, toda delicia...

Tú eres, entre el rayo de la luna

El plateado fulgor que me acaricia.