La conspiración de Álzaga

Se había creado después de la revolución una especie de juzgado con el nombre de Ramo de bienes extraños, dependiente del tribunal de cuentas; el doctor Pedro J. Agrelo fue comisionado para proceder a la ocupación de las propiedades peninsulares existentes por consignación en poder de españoles. 



El encarcelamiento de Álzaga

Agrelo obró con energía y se hizo efectiva la contribución directa sobre las propiedades que se mandó ocupar. Martín de Alzaga tuvo que presentarse y manifestó que no estaba a cargo de bienes de españoles residentes fuera del país; expuso que los señores Luis Rivera y Juan M. Biriales le habían entregado la suma de 50.997 pesos, pero que ese dinero no les pertenecía ya.

El gobierno, por el juez especial, Agrelo, exigió la entrega de esa suma y como se negó, fue puesto en prisión y no se accedió a la solicitud de su libertad hecha por su esposa hasta que entregó 20.000 pesos como anticipo, asegurando la entrega de la suma total con cinco fiadores a satisfacción del juzgado, es una posibilidad que esa prisión haya contribuido a afirmar su voluntad de conspirar contra el gobierno constituido.

Pedro José Agrelo

Pedro José Agrelo fue miembro de la Sociedad Patriótica y actuó como Fiscal de Cámara y Juez Comisionado para Bienes Extraños y Cobro de Contribuciones. En 1812 se le designó miembro de la Comisión Extraordinaria de Justicia. Actuó como juez sumariante en la fracasada conspiración de Martín de Álzaga, proveyendo a Bernardino Rivadavia la base legal para la ejecución del español leal a la Corona Española.

La censura de Rivadavia

Rivadavia y su avasallamiento de toda manifestación opositora suscitaron un clima de oposición y protesta organizada, dirigida, con un centro público en la Sociedad patriótica y un foco secreto en la Logia Lautaro.

Rivadavia quiso poner freno al descontento y amordazarlo, como cuando se discutió en la Sociedad patriótica la disolución de la asamblea de abril; pero si pudo contener un tanto el desborde oral, no apaciguó en modo alguno a los censores, que denunciaban en su prédica encendida la tendencia de los gobiernos a tiranizar y a subyugar a los pueblos. Rivadavia emitió una serie de circulares a cabildos y autoridades militares del interior, tratando de someterlos a las disposiciones del poder central; pero el abuso del poder discrecional y medidas como la disolución de la asamblea de abril abrieron una brecha entre Buenos Aires y las provincias.

La prensa cobró también un impulso extraordinario como órgano de opinión y todos los problemas políticos fueron expuestos y agitados en ella. En sus páginas, entre otros, se difundió el ejemplo de la vida independiente de América del Norte y el contenido revolucionario de sus definiciones.

Martín de Alzaga

Martín de Álzaga fue fusilado y colgado el 6 de julio de 1812 en Buenos Aires, en la Plaza de la Victoria. Los cuerpos de los conspiradores fueron exhibidos en la plaza durante tres días, en el que fue el más sanguinario de los desgraciadamente frecuentes excesos de la revolución.

La conspiración de Álzaga

La conspiración encabezada por Martín de Álzaga provocó una ligera tregua en la acción pública de los opositores.

Los españoles europeos no querían resignarse a su desplazamiento de la dirección de la cosa pública, en parte por lealtad a la monarquía, en parte también porque habían sido lesionados sus privilegios tradicionales. Cuando se produjeron los sucesos de mayo, Álzaga se hallaba en prisión y los españoles no tuvieron un jefe prestigioso capaz de polarizar su acción y sus recursos; además Mariano Moreno había procedido con firmeza y había desbaratado tentativas de resistencia como la de Córdoba y la del Alto Perú.

El nuevo gobierno vigiló a los españoles caracterizados, registró sus domicilios, requisó sus armas; hizo recorrer la campaña por patrullas leales al nuevo rumbo político. Se castigaba a los disidentes con multas y contribuciones forzosas. Pero aun así los españoles europeos no querían darse por vencidos y se sabía que su descontento, apoyado desde afuera, sobre todo desde Montevideo, podía convertirse en un peligro real. Las medidas de rigor de 1811, paralizadas por intervención de la Sociedad patriótica, no pusieron fin a los rumores de connivencia entre los descontentos de Buenos Aires y el enemigo realista de la otra orilla del Plata.

Fuertes por su riqueza acumulada con el monopolio del comercio, estaban resentidos por el desplazamiento (que había provocado el cambio de gobierno, y el descontento tomó cuerpo cuando entró en acción Álzaga, hombre de prestigio, carácter fuerte, orgulloso e indomable; la revolución lo agravió en sus sentimientos; Agrelo lo detuvo y conoció la prisión; lo que incubó sus ansias de venganza y de reparación. 

Le acompañaban elementos fieles: el betlemita José de las Ánimas, Felipe Sentenach, Francisco Telechea y muchos otros.

La desinteligencia de Chiclana y Pueyrredón, en permanente discordia, permitió desarrollar la conjura, a pesar de que Rivadavia tenía algunas sospechas y estaba alerta. Se efectuaban reuniones en diversos lugares de la ciudad; carretilleros y servidores oficiaban de agentes de enlace; fueron combinadas señales para entenderse con los marinos realistas; una quinta del bañado de Palermo servía de centro para el encuentro de los oficiales de la armada real y los conspiradores.

Contando con el desembarco posible de los realistas, si el plan se llevaba a cabo se habría tenido una lucha sangrienta, aunque sus perspectivas eran problemáticas si no se contaba con una sorpresa absoluta.

El general portugués Diego de Souza había desobedecido hasta allí las órdenes de retirarse con sus tropas de la Banda Oriental y estaba preparado para apoyar el movimiento de Buenos Aires; hasta se realizó una suscripción entre los conjurados para costear el transporte de los portugueses cuando se produjese el movimiento.

Había llegado por entonces a Buenos Aires Juan Rademaker, enviado por la corte de Río de Janeiro para negociar un tratado de paz. Y el tratado se firmó el 26 de mayo. Rademaker tuvo información sobre la trama y no quiso pasar por cómplice; de modo indirecto hizo llegar al gobierno la noticia de la conspiración en marcha. 

La Logia Lautaro comenzó a percibir síntomas de los preparativos que se hacían; la Sociedad patriótica dio la voz de alarma y Monteagudo pronunció una de sus arengas inflamadas para pedir energía en la represión de los planes criminales. "Ciudadanos —decía—; convengamos en un principio en que la indulgencia con los europeos y con los americanos enemigos del sistema es la causa radical de nuestras desgracias".

Se suceden las denuncias; el negro Ventura comunicó a su ama una propuesta sospechosa que se le hiciera; su denuncia fue comunicada al alcalde de Barracas, Pedro José Pallavicini; éste la hizo llegar a las autoridades y Rivadavia encargó a Chiclana que hiciese las averiguaciones pertinentes. Se tuvo noticia de reuniones de los conjurados y por fin se descubrió que el jefe principal de la conspiración era Martín de Álzaga.

Pueyrredón, tan vinculado, hasta por lazos de parentesco, con las personalidades acusadas, dudó de la verdad de los hechos y culpó a Chiclana de la invención del conflicto. Pero Rivadavia había comprobado los hechos y se mantuvo firme. Se informó al Cabildo y éste dio orden de que fuesen detenidos, vivos o muertos, Martín de Álzaga y fray José de las Ánimas. Las rutas de acceso a la capital fueron vigiladas, para aplicar justicia sumaría a los complotados se constituyó un tribunal especial compuesto por Chiclana, Agrelo, Monteagudo, Vieytes y Manuel Irigoyen. 

Los alcaldes de barrio procedieron a un censo de los españoles europeos y se ordenó la entrega de las armas que se hallasen en su poder.

Así cayeron algunos de los conjurados y fueron inmediatamente ejecutados. Álzaga se refugió en el sur de la ciudad, en Santa Lucía; cambió varias veces de refugio y, como buen católico, se confesó reiteradamente.

El juez Agrelo intensificó su búsqueda y llamó a declarar a los confesores Salas y Nicolás Calvo; apremiado este último, no tuvo más remedio que decir lo que sabía y señaló el lugar donde se hallaba oculto el jefe de la conspiración. 

El teniente de dragones Floro Zamudio fue comisionado para detenerlo y lo hizo sin hallar ninguna resistencia, conduciéndolo a la prisión de la Casa Cuna.

Pueyrredón acudió al fuerte y acusó a la facción de Chiclana de lo que estaba ocurriendo; dijo a Rivadavia que tenía redactada su renuncia y que la presentaría al Cabildo, pues no quería formar parte de un gobierno que forjaba imaginarias conspiraciones para matar inocentes. 

Rivadavia desistió de su esfuerzo para persuadirlo del error en que estaba y le dijo que no saldría del Fuerte. que quedaba preso, que declararía ante el secretario y escribano de gobierno lo que acababa de decirle y que en base a esa declaración se redactaría el decreto que la gravedad del caso exigía. Pueyrredón reconoció luego su error y Rivadavia le prometió guardar entera reserva sobre lo acontecido.

El 6 de julio Álzaga fue trasladado a la capilla de la cárcel; fray José de las Ánimas y otros de sus compañeros de conspiración habían sido ejecutados ya. En su declaración, el antiguo alcalde de primer voto no comprometió a nadie, negó que tuviese amistades y dictó serenamente su testamento. Fue ejecutado en una ceremonia espectacular, conducido. al lugar de la ejecución entre una doble fila de soldados; un público curioso y numeroso asistió a la escena.

Su cadáver fue colgado de una horca varias horas. El relojero Antonini, que había sido atormentado por Álzaga años atrás, se abrazó al madero trágico y agradeció a la Providencia por haberle dado la dicha de presenciar la muerte de su torturador y en un rapto de locura comenzó a arrojar monedas a los circunstantes. 

Pero este incidente, relatado por Vicente López y Planes, parece ser inventado, pues Antonini no se habría hallado en Buenos Aires.

El vecindario porteño estaba muy vinculado por lazos de afecto y de parentesco y quedó aterrorizado por el rigor del gobierno; el Cabildo se hizo eco de los sentimientos de piedad de la población e intercedió ante el poder ejecutivo pidiendo clemencia. El gobierno acordó paralizar el rigor y aplicar en lo sucesivo el perdón, después de haber aplicado la última pena a los principales causantes de la conspiración; en una proclama anunció que cesaba el derramamiento de sangre.

Pero entonces algunos grupos exaltados interpretaron la clemencia como debilidad y comenzaron a recorrer las calles, a cometer desmanes y a injuriar a los hombres en el poder. Se hizo detener a los tumultuarios y se los incorporó al ejército del norte; uno de sus cabecillas, Juan José Rocha, fue remitido a la guardia de Melincue. En una nueva proclama anunció que volvería a proceder con energía y prohibió a los españoles tener pulperías, ordenando que todos los empleos y oficios fuesen dados a hijos del país. 

Muchos españoles adheridos al nuevo orden se apresuraron a solicitar ciudadanía, entre ellos Benito González Rivadavia, el padre de Bernardino, Francisco Mariano de Orma, Ramón y Bernabé Larrea. La tentativa frustrada de alzamiento en favor de la restauración del poder español fue la última que se produjo en el territorio que formó luego la República Argentina.