Elecciones presidenciales

La reforma del régimen electoral correspondió a la firme convicción de Roque Sáenz Peña, y los primeros ensayos fueron realizados bajo su gobierno: los comicios de 1912 Santa Fe y en la capital federal.

Los de 1913 y 1914, parcial el uno, general el otro en todo el país, fueron presididos por Victorino de la Plaza, y fue él mismo el que presidió también la primera gran elección para la renovación presidencial, de acuerdo con la nueva ley del voto secreto y obligatorio, en 1916.

Fácil le habría sido al presidente en aquellas circunstancias inclinarse a los partidos conservadores, que eran todavía fuertes en las provincias y con los cuales coincidía en su tradición desde 1860; el régimen de la lista incompleta y del voto secreto y obligatorio no había sido practicado hasta allí, y más de uno conceptuaba temerario y arriesgado el procedimiento. Los partidos conservadores confiaban en que se decidiría al fin a poner a su servicio las palancas del mando supremo; los opositores temían una injerencia contraria a sus aspiraciones. Se le tachaba por unos de reaccionario y por otros de indiferente. En mayo de 1915 definió su conducta: 

"Cuando me abstengo de mezclarme en cualquier sentido que pudiera influir en el ejercicio de la libertad individual, por otras orientaciones que las que se derivan de mis mensajes, lo hago no solo como un acatamiento a las leyes sino como un acatamiento a mi propio criterio, a mi propio deber y a los dictados de mi propio patriotismo, que me imponen hacer todo cuanto de mí dependa para levantar más el estímulo, el buen nombre y el respeto de nuestro país. Naturalmente, no debe interpretarse lo que antecede comu una manifestación de prescindencia en asunto que es para todos y particularmente para mí, por la posición que ocupo, de tan vital interés, porque ni remotamente puede suponerse que por salvar formas de imparcialidad electoral pudiera serme indiferente la suerte del país o el desastre de sus instituciones".

Entraron en lista los partidos conservadores, el partido demócrata progresista, el partido socialista, el partido radical disidente y la Unión Cívica Radical. Los conservadores esperaban que el presidente dijese la media palabra tradicional para impedir el triunfo de los radicales, cuya fuerza numérica era considerable, y que entraban en la lucha con todas sus disponibilidades después de más de veinte años de abstención. 

Para establecer su posición, dio Victorino de la Plaza un manifiesto al pueblo: 

"Es un hecho —decía en él— que con frecuencia se me han formulado reclamos y exigencias de todo género, en el sentido de orientar la opinión por medio de insinuaciones o indicaciones más o menos directas, tendientes a encaminar la dirección política hacia rumbos determinados; debo agregar que, ante mi actitud prescindente, impuesta por mi propio deber, esos reclamos y esas exigencias se convierten en cargos y protestas, atribuyéndosele la responsabilidad de lo que pueda ocurrir, si a causa de mi resistencia a intervenir resultase de la elección un presidente que no deje satisfecho al pueblo ..."
"Se anuncia también en algunos círculos políticos otra combinación, tendiente a que la elección de electores se haga sin mandato imperativo acerca de los candidatos para presidente y vicepresidente, alegando para ello falta de tiempo."
"Pienso que jamás se propuso un procedimiento más incorrecto y poco leal para la opinión pública. Me resisto a creer que él sea fruto de una combinación maliciosa; pero, por ingenuo que fuera su móvil, las consecuencias no serían menos equívocas, atentatorias y funestas."
"Compatriotas: Nuestras libertades públicas fueron conseguidas y fundadas a costa de grandes esfuerzos y sacrificios, y entre ellas se cuenta en primera línea la del sufragio, base del sistema democrático y representativo que nos gobierna. Su ejercicio es ineludible y lleno de responsabilidades, de modo que no puede ni debe ser descuidado; así lo .manda la conciencia pública y así lo establece imperiosamente la ley ..."
"Declaro que he de mantenerme en el terreno de imparcialidad en que estoy colocado; que no me considero llamado a dar políticamente otras orientaciones que las derivadas de mis precitados mensajes y de las presentes declaraciones, y, en consecuencia, os invito a solucionar con toda decisión y energía, por medio de vuestros votos libres, la elección presidencial de los próximos comicios electorales".

Las elecciones se realizaron, siguiendo esa completa prescindencia del poder ejecutivo, el 2 de abril de 1916 que fueron lo que había prometido Sáenz Peña que serían: ejemplo de libre expresión del sufragio popular. Realizado el escrutinio se obtuvo el siguiente resultado:

Los ciudadanos inscriptos en los registros electorales daban la cifra de 1.189.282; los votantes fueron 745.825, por consiguiente el 62,7 % cantidad que muestra el nuevo clima de acción política en el país, donde el grueso del electorado permaneció hasta allí indiferente u hostil a los comicios.
Los electores radicales sumaron 133, a los que se agregaron los disidentes de Santa Fe que obedecían a la influencia de Rodolfo Lehmann, alcanzando así 152 sufragios en el colegio electoral sobre 298 electores. Los conservadores, que auspiciaron la candidatura de Ángel D. Rojas, tuvieron 104 votos; los demócratas progresistas dieron 20 votos a Lisandro de la Torre; los socialistas, 14 a Juan B. Justo; Alejandro Carbó, de los demócratas progresistas, recibió 8 votos.
Pudo haber peligrado la presidencia de Yrigoyen si los radicales disidentes de Santa Fe y los demócratas progresistas hubiesen podido contar con un candidato como Guillermo Udaondo para volcar sus votos en su favor, en sustitución de la fórmula Rojas-Serú. El presidente salió altamente al paso de esas combinaciones.
El diario La Nación publicó el 11 de abril un editorial titulado La voluntad popular, en el que abogaba por el respeto a la voluntad del pueblo. 
"Es sabido que el radicalismo —decía— ha clamado, acaso con exceso, por la conculcación de sus derechos, y ha manifestado en toda hora que triunfaría no bien se le abriesen comicios libres. Si ello fue verdad en su hora, no es del caso juzgarlo, pero no cabe ninguna duda que hoy como nunca los hechos han virtualizado esa propaganda". Y afirmaba altamente: "El radicalismo ha librado su batalla en todos los campos del país, y sus numerosos triunfos parciales le dan, con sus mismos reveses, unidad y trascendencia a su acción. Desde el punto de vista de la psicología social, podrá sostenerse que hay en el fenómeno un sentido de negación destructiva; pero las consideraciones abstractas de la política, y éstas son de esa índole, no pueden apartarse, al juzgar los hechos, de las normas legales a que deben su forma y su eficiencia pública".

El colegio electoral proclamó, pues, a Hipólito Yrigoyen presidente de la República y a Pelagio B. Luna vicepresidente.
En el Congreso imperaba entonces una mayoría conservadora, pero eso no fue obstáculo para que el 12 de octubre se procediese a la transmisión del mando.
Victorino de la Plaza no conocía hasta entonces ni había cambiado jamás una palabra o un saludo con el presidente electo, Hipólito Yrigoyen.