La muerte de Juan Díaz de Solís

Solis y parte de su tripululación desembarcvando en la margen izquierda del arroyo de las Vacas, se adentraron un poco alejándose de la orilla. Los nativos estaban emboscados, esperándolos, y como una avalancha cayeron sobre ellos con boleadoras y macana, y los apalearon y despedazaron hasta matarlos a todos, con la única excepción del joven grumete Francisco del Puerto, que se salvó y quedó cautivo con los indígenas.


La muerte de Solis

Así como un genovés descubrió América (Colón) y un florentino le dio nombre al continente (Vespucio), un lombardo, Pietro Martire D'Anghiera (1457-1526), escribió la primera historia oficial del descubrimiento: De Orbe Novo Decades (Décadas, 1516).

Este insigne humanista, prelado e historiador italiano a quien los españoles llamaron Pedro Mártir de Anglería, nació en Arona (lago Mayor) y murió en Granada.

Fue preceptor y tutor de los hijos de los reyes Católicos y la reina Isabel le tenía en gran estimación y respeto. Fue miembro del Consejo de Indias, conoció a Colón, Vespucio, Solís, Magallanes y a casi todos los grandes navegantes de su tiempo, de cuyos labios oyó las impresiones directas del descubrimiento y los primeros viajes. En su segunda obra, De Rebus Oceanicus (Los Oceánicos, 1530), difundió el nombre de América al citar a Vespucio.

Muerte se Juan Diaz de Solis

La expedición penetró en el estuario por la actual costa uruguaya y en el puerto de la Candelaria tomó posesión del territorio. Solís llegó a la isla que llamó Martín García, y al desembarcar en la costa inmediata, fue muer¬to por los indios guaraníes, junto con el con¬tador Alarcón, el factor Marquina y seis hom¬bres más. Todos ellos fueron inmediatamente despedazados y comidos a la vista del resto de la tripulación.

He aquí como describió la horrenda muerte de Solís a manos de los indios del Río de Plata, en 1516:

«Los indios, como astutas zorras, parecía que les hacían señales de paz, pero en su interior lisonjeaban de un buen convite; y cuando vieron de lejos a los huéspedes comenzaron a relamerse cual rufianes. Desembarcó el desdichado Solís con tantos compañeros cuantos cabían en el bote de la nave mayor. Saltó entonces de su emboscada gran multitud de indios, y a palos los mataron a todos a la vista de sus compañeros; y apoderándose del bote en un momento lo hicieron pedazos: no escapó ninguno. Una vez muertos y cortados en trozos, en la misma playa, viendo sus compañeros el horrendo espectáculo desde el mar, los aderezaron para el festín; los demás, espantados de aquel atroz ejemplo no se atrevieron a desembarcar y pensaron en vengar a su capitán y abandonaron aquellas playas crueles». 

Sólo se salvó el grumete Francisco del Puerto, que permaneció en Martín García hasta la llegada de Caboto en 1526. El resto de la expedición, al mando del cuñado de Solís, Francisco de Torres, decidió emprender el regreso a España, sin proseguir la exploración. 

En el puerto de los Patos, frente a la isla Santa Catalina, al sur del Brasil, naufragó una carabela y quedaron en tierra 18 náufragos, algunos de los cuales fueron luego apresados por los portugueses, otros, unos cinco, conducidos por Alejo García, se lanzaron más tarde a atravesar el continente al frente de miles de indios, en busca de las ricas tierras del Perú. 

Otros dos, Enrique Montes y Melchor Ramírez, en 1526, dieron noticias de las riquezas del interior a Sebastián Caboto, induciéndolo a variar su ruta a las Molucas, para entrar en el Río de la Plata. 

Esta fue la primera expedición que volvió a atravesar el gran curso del agua y los países bañados por él. De entre estas expediciones el viaje de Solís sirvió para que España afirmara sus derechos sobre el país del Plata y abrió un nuevo camino a la empresa colonizadora.