La dictadura

El gobierno de Rosas duró diecisiete años, al final de cada período fue reelecto sin oposición, pues las minorías se mantenían alejadas de los comicios por falta de garantías.
La iniciación de un mandato tan especial se apoyó en lineamientos políticos muy fuertes, que fueron presentados como salvadores, para la conducción provincial y nacional. 


La dictadura de rosas

Rosas expresó que asumía ese «poder sin límites» por juzgarlo «absolutamente necesario para sacar a la patria del abismo de males en que la lloramos sumergida». 

Tales males los consideraba obra exclusiva de «una fracción numerosa de hombres corrompidos, impíos y deshonestos que merecían un terrible castigo», cuya ejecución no podía quedar sujeta a formalidades y que debía aplicarse rápida y expeditivamente. Concebía la marcha del país hacia su destino por las vías del orden, el respeto a las leyes y el poder absoluto. En menos de tres años, Rosas y la «Federación» que propugnaba fueron una cosa única e inseparable, ante la oposición de los unitarios, que no revisaron posiciones ni conceptos, ante los mismos partidarios federales y ante testigos nacionales y extranjeros, por lo cual se comprende que ese amplio poderío de la Confederación fuera conocido casi exclusivamente como «época de Rosas».

Desde 1835, en la conducción personalista se dieron unidos causa, partido y gobierno, fundidos con nación y patria. Así, quienes se oponían a uno se oponían a los otros, y cometían en todos los casos «delitos» de perjurio y traición que, según Rosas, merecían tremendo y ejemplar castigo.

La división se manifestaba en la misma vida diaria, con la divisa punzó y la proscripción del odiado celeste unitario, el bigote afeitado, el habla afectada y muchas otras características. Estas diferenciaciones impuestas fueron más allá de una simple injerencia policial, y derivaron a lo político y a lo social. Se establecieron privilegios y reprobaciones, se plantearon demandas y aspiraciones nuevas, se instituyeron delaciones, etcétera.

asuncion de Juan manuel de Rosas

Al día siguiente de asumir el mando, Rosas llevó a cabo una depuración del ejército, dando de baja a todo militar que fuese mínimamente sospechoso de ser opositor. Así mismo, se celebraron importantes festejos populares. Sobre estas líneas, fiestas en Buenos Aires hacia el año 1841.

El poder absoluto

Cuando Rosas asumió el mando hubo profusión de adornos, en los frentes de los edificios y en los monumentos como la Pirámide de Mayo; no escasearon los fuegos artificiales, los grupos con eufóricos «vivas» y «mueras», los ornamentos colorados por doquier y los llamativos arcos de triunfo. La carroza de Rosas fue conducida a brazo hasta la Sala de Representantes, por 25 miembros de la Sociedad Popular Restauradora, fundada en 1833, y su brazo armado, la Mazorca, cuyo presidente fue el pulpero Julián González Salomón, quien encabezaba la marcha y, como los demás, iba vestido de rojo.

Hubo misas en los templos, que conservaron el retrato de Rosas y la insignia punzó junto a la bandera, aparecieron inscripciones en prosa y en verso en los frentes de los edificios y se realizaron actos solemnes por todas partes.

La potestad de Rosas se consolidó con el poder absoluto. La supresión del Cabildo permitió disponer de la policía, de la milicia cívica y de la justicia; el cuerpo de serenos creado por Viamonte fue militarizado y pasó a ejercer una estricta vigilancia política.

 Rosas transformó el Banco Nacional, fundado por Bernardino Rivadavia con facultades para emitir papel moneda, en Casa de Moneda, aumentando cada vez más el circulante. Estableció, de forma rígida, la censura periodística e impidió toda manifestación pública a sus opositores; en cambio, recompensaba los servicios de sus partidarios con ascensos, repartos de tierras y otras dádivas.

Al día siguiente de asumir el mando, Rosas dio de baja del ejército a 11 coroneles, 20 tenientes coroneles, 18 mayores y otros oficiales de menor graduación; y el 20 de abril borró de la lista militar a 73 jefes y oficiales más. Castigó con la muerte a los opositores, cuando le pareció conveniente, y continuó haciendo lo mismo durante casi veinte años.

La dictadura personal de Juan Manuel de Rosas fue respaldada, en la ciudad y en la campaña, por una masa fanatizada. El 22 de mayo hizo revivir el decreto de 1832 que ordenaba que todas las notas oficiales debían ser encabezadas por las palabras «¡Viva la Federación!», con el agregado, en la fecha, de los años transcurridos desde la Independencia y desde el comienzo de la Confederación Argentina. Se impuso la obligatoriedad del cintillo punzó a empleados, maestros y niños en las escuelas públicas y privadas. El obispo Medrano lucía en todas las ceremonias religiosas una divisa federal primorosamente bordada que glorificaba a Rosas y pedía la muerte de los «salvajes unitarios». A Rosas le agradaba lo espectacular e imponente, así como también las demostraciones de adhesión, que servían, además, para mantener vivo el mito de su poder. Los impresos apologéticos se multiplicaron en una infinita gama de obsecuencias. La Sociedad Popular Restauradora obraba con entera libertad e imponía el terror impunemente. En ciertas ocasiones, un gran retrato de Rosas era arrastrado en un carro triunfal por magistrados y ciudadanos de prestigio. Se pintaban cuadros y se escribían obras poéticas y piezas teatrales destinados a glorificar a Rosas.