Aborígenes de la Patagonia

La Patagonia posee los registros más antiguos de la presencia humana en el territorio argentino, en la localidad de Piedra Museo, Provincia de Santa Cruz, 13000 años A. C.

aparentemente relacionada también con la posible presencia humana mucho más antigua aún detectada en el sur chileno, en el área de Monte Verde, 33000 años a. C.  Estos descubrimientos no solo han puesto en crisis la teoría del poblamiento, sino que sugieren una corriente pobladora de entrada al actual territorio argentino a través de la Patagonia y el extremo sur chileno.

Estos primeros habitantes del territorio argentino cazaban milodones (con el cuerpo parecido a un gran oso aunque con cabeza semejante a la de un camello ya que el milodón era un herbívoro ya extinguido) e hippidioneses (caballos sudamericanos que desaparecieron hace 10000 años), además de guanacos, llamas y ñandúes.

Fueguinos y patagones

Desde las playas del golfo de San Julián divisó Magallanes unos indios de gran altura, cubiertos con pieles y con el rostro pintado, y los llamó patagones. Se cree que los llamó así por el tamaño de sus pies, muy agrandados por estar envueltos con pieles de guanaco. Sin embargo, en las pinturas de la época no se les dibujaba con los pies grandes. Esto hace pensar en una novela muy famosa leída entonces, cuyo personaje principal era un gigante llamado Patagón. Se puede suponer que Magallanes pensaba en él cuando dio ese nombre a los gigantescos indios.

Entre los situados en el sur, chónki, las familias principales eran los tehuelches, teuesch y onas, mientras que los del norte, eran los púelche-guénaken. Los del sur no eran gigantes, como decían los españoles, pero sí eran más altos que sus vecinos; su economía se basaba en la caza, a pie, del guanaco y el avestruz, con arco y flecha, boleadoras o lazo, y en la recolección de productos silvestres tales como semillas, frutas y raíces. Eran nómadas y en todas las excursiones que realizaban llevaban la casa a cuestas. Empezaron a usar el caballo alrededor de 1750.

Los del norte se cobijaban bajo el toldo pampeano, hecho de cueros de guanaco cosidos y sostenidos por varios palos. Al principio, los del sur usaban un simple paraviento, pero luego adoptaron el toldo de sus vecinos, fácil de armar en cualquier lugar.

Las familias se reunían en grupos mayores, llamados parcialidades, de unas cuatrocientas personas, gobernadas por un cacique que elegían por su valor y ascendiente. El patagón, cuando quería casarse, debía comprar a su esposa; por eso los indios ricos y los caciques podían tener varias. En la familia las tareas estaban divididas de la siguiente forma: las mujeres preparaban la comida y sobaban pieles para los toldos y mantos, mientras el hombre cazaba o fabricaba arcos y flechas. Tanto las mujeres como los hombres se pintaban el rostro de diversos colores, distintos en tiempo de paz y de guerra. También se adornaban la cabeza con zarcillos y plumas.

Hace más de un siglo estas tribus se mezclaron con los indios pampas y araucanos; por eso es raro encontrar algún descendiente.

araucano

imagen de un indio araucano cuyas hazañas guerreras  fueron cantadas por Ercilla en su famoso poema La Araucana 

Los Onas

Los onas eran racial, lingüística y culturalmente parte de los chónik o patagones. La isla Grande y las islas menores de Tierra del Fuego estuvieron pobladas por aborígenes a los que se les llamó fueguinos. En la isla Grande, los onas integraban dos grupos de costumbres y dialectos distintos: los selknam y los haush o mánchek. Estos últimos tenía su hábitat en el extremo sudoriental, en la bahía Tehtys y Fathey, y se extinguieron completamente; los últimos selknam fueron los de las secciones del norte y del sur.

Los onas sumaban, aproximadamente, diez mil individuos hacia 1860; a comienzos del siglo eran mil y en 1925 su número se reducía a 285. Existe en la actualidad una pequeña reducción cerca del lago Fagnano donde sobreviven las últimas familias de este tipo racial. Los onas eran de talla alta, mientras que los haus eran algo menores; tenían la piel cobriza, los ojos pequeños y oblicuos, el pelo abundante y negro. Tanto los hombres como las mujeres se pintaban según las circunstancias: para la guerra, de rojo; para cazar, de colorado oscuro o amarillo; si buscaban novia se pintaban puntitos blancos, que eran sustituidos por puntos negros, después de haberse casado. Su vivienda era un simple cuero levantado a manera de mampara, en semicírculos, o una choza cónica de palos. Se cubrían con piel de guanaco o de otros animales, con el pelo hacia afuera; las mujeres y los niños se cubrían con un simple taparrabo triangular de cuero y calzaban una especie de sandalia, también de cuero, sobre todo en el invierno. Sus armas eran la honda y el arco y flechas, las cuales llevaban en carcaj. También usaron piedras, boleadoras y para la pesca utilizaban lanzas y arpones.

Poseían un idioma pobre, pues el número de palabras que empleaban era muy reducido, tanto en las formas dialectales de los selknam, como en las de los haus. Su alimento principal eran los guanacos, tucu-tucus y lobos marinos. Recolectaban mariscos, raíces alimenticias y hongos, y de la semilla de una crucífera, el tai, obtenían una harina con la que hacían una pasta que era parte de su nutrición. Conocieron el arte de la cestería con técnica propia; fabricaban baldes de corteza de haya y las grandes valvas marinas les servían de recipientes para beber y depositar sus alimentos. Carecían de instrumentos musicales, pero cantaban y celebraban ceremonias.

Según la tradición, hubo una época en que gobernaban las mujeres (matriarcado) y atemorizaban a los hombres con apariciones fingidas; pero cuando los varones descubrieron el secreto mataron a las mujeres mayores y desde entonces gobernaron valiéndose también del temor. 

Este secreto, que era revelado a los jóvenes al llegar a la pubertad en una ceremonia llamada kioketen, no podía ser conocido por las mujeres.

La familia, en principio era monógama, pero también existía la poligamia. No había caciques, pero se respetaba la opinión de los ancianos, sobre todo de los hechiceros: los jon. En la base de su religión, los onas reconocían la existencia de un ser supremo llamado Temaukel. Su mensajero o intérprete, llamado Kenós, era creador de las cosas del mundo, y, finalmente, se convirtió en la estrella Alfa. También figura en su mitología un héroe severo y generoso, Kuanin

Cuando un ona moría, su cuerpo era envuelto en su manto de pieles y atado con tientos; luego se le depositaba en una profunda zanja y, finalmente se quemaba y destruía todo lo que le había pertenecido.

tolderia indios patagones

Toldería de indios patagones con su característico tumulo funerario al fondo

Yamanas

Los yámanas o yaghanes eran canoeros y vivieron durante largo tiempo en los innumerables canales del archipiélago fueguino, desde el Beagle hasta el cabo de Hornos. A mediados del siglo xix todavía sumaban unos tres mil individuos; en 1866 quedaban solamente cuatrocientos y en 1914 no pasaban de cien. Su idioma presentaba cinco formas dialectales, que correspondían a los grupos, no tribus, que se dividían el territorio ocupado. Su vivienda consistía en una choza de ramas encorvadas formando una bóveda, que se cubrían de pastos y hojas secas. En invierno, las ramas se tapaban con cueros y el fuego ardía permanentemente en su interior. Eran individuos de baja estatura, de piernas encorvadas, posiblemente a causa de la posición en cuclillas, de la que se valían, permanentemente, en las canoas. Tenían la cara redonda, la nariz chata, los ojos pequeños y oblicuos, y los pómulos salientes.

Generalmente iban desnudos, aunque algunas veces se cubrían con un manto rectangular de pieles de lobo marino. Los núcleos orientales usaban manto de guanaco y las mujeres, la tanga o cubresexo triangular de cuero. Calzaban mocasines, como los onas; se 

adornaban con collares de conchillas y rodajas de fémures de aves, y se pintaban el rostro de rojo, negro y blanco. Utilizaban la honda y los cuchillos formados con las valvas de ciertos moluscos; también eran comunes el arco y la flecha, siendo el arco más corto que el de los onas, y fabricaban lanzas y arpones para la pesca. Su idioma era rico en voces y expresiones, de sonidos suaves. La alimentación era exclusivamente marina. En grupos de dos o tres familias recorrían los canales con sus canoas.

Puede decirse que la canoa era su verdadero hogar: tenían un tamaño de tres a cuatro metros de largo, por ochenta centímetros de ancho, y estaban hechas con cortezas de hayas, cosidas con barbas de ballenas. La pesca y la recolección de moluscos era tarea de las mujeres; la caza de lobos marinos y de aves estaba a cargo de los hombres. Recolectaban también los hongos y las semillas de calafate para su alimentación. Con corteza de haya construían baldes parecidos a los de los ovas; sin embargo, disponían de una técnica propia para la fabricación de los cestos.

No se les conocen instrumentos musicales, pero realizaban danzas y entonaban cantos, y para sus ceremonias se pintaban con rayas rítmicas, puntos, círculos y cruces. La familia era monógama, si bien existió también la poligamia; en el matrimonio, el hombre ejercía la máxima autoridad. Los recién nacidos defectuosos eran eliminados. No tenían caciques, pero se escuchaba la opinión de los ancianos y de los hechiceros llamados vóccmusch. Creían en un ser supremo invisible, Watauinewa, dueño de todo lo creado y rector de la vida de los yámanas. Figuran en su mitología numerosos espíritus. Entre ellos, uno de los más importantes es Tánowa, ente femenino, habitante del interior de la Tierra. Practicaban ceremonias de iniciación para ambos sexos; la de los hombres se llamaba Kina.

Cuevas de las manos

La cueva de las Manos es un sitio arqueológico y de pinturas rupestres que se encuentra en el profundo cañadón del río Pinturas, en el departamento Lago Buenos Aires, al oeste de la Provincia de Santa Cruz, en Argentina. Su interés radica en la belleza de las pinturas rupestres, así como en su gran antigüedad: hasta el momento, las inscripciones más antiguas están fechadas el año 7350 a. C. Se trata de una de las expresiones artísticas más antiguas de los pueblos sudamericanos y ha sido declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco.

Los alakalufes

Al igual que los yámanas, los alakalufes eran también canoeros de los estrechos fueguinos. Formaban dos grupos distintos, el septentrional y el meridional. Vivían en estado nómada y poseían un aspecto físico similar al de los yámanas, pero de estatura algo mayor. En tiempos lejanos habían ocupado toda la Patagonia occidental o chilena y las islas situadas entre el golfo de las Penas, en el norte, y la península de Brencknock, al sur; también el estrecho de Magallanes, llegando incluso al archipiélago de Chiloé. Llegaron a la región entre los años 2000 y 1500 a.C. y, adaptados al clima por su larga permanencia, llevaban la vida de los antepasados mesolíticos. Los elementos incorporados a lo largo de su existencia eran muy escasos. Vivían en el mar; no conocían la cerámica y usaban como recipientes valvas de moluscos, o los confeccionaban con corteza de haya o cuero. Con la llegada de los blancos, comenzó su extinción.


Familia Ona

Una familia onas, una de las etnias casi completamente exterminados por el proceso colonizador iniciado en el siglo XVI.

LOS INDIOS FUEGUINOS EMBARCADOS POR FITZ-ROY

En los años 1826-1830 el capitán de la marina real inglesa Robert Fitz-Roy (1805-1865), en un viaje alre­dedor del mundo, pasó por las costas de la Patagonia y el estrecho de Magallanes, al comando de la nave Beagle. Recogió entonces y llevó a Inglaterra a cuatro indios fueguinos: dos hombres mayores, un joven y una muchacha. Uno de ellos murió en Inglaterra. Los otros fueguinos, al parecer, se fueron adaptando bastante a la vida civilizada. Al cambiar de costumbres adquirieron nuevos nombres: uno se llamó York Minster; la muchacha Fuegía Basket y el muchacho que había sido comprado a sus parientes por un botón, adoptó un nombre alusivo: Jemmy Button. A pesar de que, según los naturalistas, las tribus fueguinas eran las más atrasadas entre todas las tribus salvajes, estos tres indígenas no hicieron mal papel en la culta Europa.

Aunque colérico y perezoso York Minster mostró una inteligencia bastante desarrollada. La muchacha, modesta y de facciones regulares, demostró una curiosa facilidad para los idiomas, hasta el punto de que llegó a expresarse bien en inglés y un poco en español y portugués. Jemmy Button, aunque también colérico, tenía frecuen­tes accesos de alegría. Parece que el capitán Fitz-Roy se arrepintió de haber arrancado de su ambiente a los tres presuntos salvajes, y en su segundo viaje en el Beagle, en 1832, los embarcó con la intención de reintegrarlos a su tribu. En este viaje de vuelta los acompañaba el naturalista Charles Darwin, quien nos ofrece datos referentes a los tres fueguinos: «Jemmy —dice Darwin— era pequeño, fuerte y grueso, muy presumido: llevaba siempre guantes, se hacía cortar el pelo y sufría un gran disgusto cuando se le manchaban las botas, siempre muy bien lustradas. Le gustaba mucho mirarse al espejo...». Por enero de 1833, Jemmy Button se encontró con sus parientes y se reinte­gró a su tribu. Fluctuante entre la civilización y el salvajismo, le costó mucho entenderse con sus antiguos amigos. Les hablaba en inglés y luego afirmaba, muy contrariado: «No saben nada». Los marinos del Beagle siguieron via­je. dejándolo entre los suyos.

Años después, Fitz-Roy regresó a Tierra del Fuego. Vio acercarse una canoa con un indio desnudo que tra­taba, apurado, de lavarse la cara para quitarse las huellas de pintura. El salvaje era Jemmy. Dijo que no sentía frío, que tenía bastante de comer y que se había casado. No quería volver a Inglaterra. Una vez a bordo se vistió para comer con el capitán, y lo hizo muy correctamente. Se despidió y, mientras el Beagle se alejaba, encendió fuego en la costa, como si de esa forma diera su adiós a los británicos.