De Birmingham a Buenos Aires La
provincia de Buenos Aires consideró en 1814 la primera iniciativa para
establecer una ceca en esta ciudad, y al año siguiente estudió la
conveniencia de acuñar monedas de cobre, con dictamen favorable de Damián
Castro, justo Lynch y Mariano Tagle, quienes aconsejaron dar a las nuevas
piezas el nombre de "argentinos". Durante
el gobierno provincial de Martín Rodríguez, su ministro Bernardino
Rivadavia obtuvo la anuencia de la junta de Representantes para hacer
fabricar en el extranjero piezas de cobre, con el fin de suplir el medio
circulante del país, "que es insuficiente en el día". Entonces,
octubre de 1821, se instruyó a la casa londinense Hullett Hermanos para que
mandasen acuñar 50.000 pesos de la nueva monedas.
Al mismo tiempo envió muestras de la moneda de medio penique que se batía en sus talleres para circular en la isla de Santa Elena, sugiriendo Hullett un diseño similar para los cobres argentinos. Esta
moneda, con las variaciones correspondientes del escudo de Buenos Aires, se
tomó como modelo. Así fue como en marzo de 1823 se embarcaron 177 barriles
conteniendo cuatro millones de piezas de un décimo de real, que entraron en
circulación por decreto del 23 de julio de ese año. Una segunda partida de
décimos fue labrada por Boulton en 1823, pero el gobierno suspendió su envío,
por la necesidad de "poner lentamente en circulación la nueva
moneda". Estos
últimos décimos, que llevan fecha de 1823, fueron embarcados en Londres
en diciembre de 1824. Llegaron
al país en 1825, en tres remesas que sumaban otros cuatro millones de
piezas. Los cobres porteños
de Birmingham muestran en su anverso el escudo de Buenos Aires y son de
excelente factura. Fueron
retirados del mercado por decreto del 20 de abril de 1827. La
circulación de los décimos de Birmingham había dejado una buena
diferencia al gobierno provincial, que al solicitar a Boulton en 1823 un
nuevo presupuesto para la acuñación de oro, recibió del fabricante la
sugerencia de instalar una casa de moneda en Buenos Aires, como negocio
muy conveniente para el país. El
industrial acompañaba un cálculo aproximado del costo, y proponía
instalar dicho establecimiento con maquinarias provistas por él,
asumiendo el gobierno el acondicionamiento de un edificio para tal fin. Con
ese motivo se comisionó al ingeniero Santiago Bevans, quien poco tiempo
después ofreció tres lugares diferentes como futura sede de la ceca.
Así fue como el gobierno, deseoso de llevar adelante el proyecto,
consiguió la sanción de un decreto, el 15 de noviembre de 1824, por el
que se lo autorizaba a invertir hasta 80.000 pesos en la compra de
maquinarias y útiles para la troquelación de moneda.
Miers recibiría la suma de 60.000 pesos en tres cuotas, la primera de 12.000 a la firma del contrato, 25.000 al recibo de las maquinarias y el resto al dejar la casa en funcionamiento. Si
bien la ceca iba a ser instalada por cuenta del gobierno porteño, ínterin
(28 de enero de 1826) se había fundado el Banco Nacional de las
Provincias Unidas del Río de la Plata, cuyos estatutos lo dotaban de la
facultad de acuñar moneda. Por esta razón las autoridades le endosaron
la delicada tarea de abrir y operar el troquel. En noviembre de 1826, se
ensayó la maquinaria en presencia de Miers y del Directorio del Banco. A
partir de 1827, se comenzaron a emitir las primeras monedas de cobre en
los valores de 20, 10 y 5 décimos, más una pequeña de 1/4 de real. Las dos piezas más grandes llevaban un ave fénix entre
llamas, con la leyenda circular ARDESCIT ET VIRESCIT.
Para la acuñación
de los 5 décimos (medio real) se utilizaron como cospeles los décimos de
1822 y 1823, que habían sido desmonetizados, lo que puede observarse por
los rastros que aparecen en estas piezas. En
1827, Miers hizo un segundo viaje a Inglaterra para traer herramientas y
útiles y también una nueva máquina, pues la encargada en 1825 había
quedado en Río de Janeiro, bloqueada por la guerra argentino-brasileña.
Tras su partida, las acuñaciones de la casa continuaron regularmente,
pero en 1828 surgieron problemas y el Banco suspendió el trabajo en
septiembre, dejando cesante al personal: por esa razón tampoco se
hicieron emisiones de cobres en 1829. En agosto de ese año, Miers llegaba
con las nuevas maquinarias; las tareas de acuñación se reanudaron en
1830, prosiguiendo en 1831, cuando Miers abandonó el país
definitivamente. Pequeñas
partidas de 5 décimos siguieron fabricándose hasta 1835, con cuños
anteriores. En esa fecha cesaron todas las operaciones, habiéndose acuñado
monedas por un valor total de 448.000 pesos; el edificio quedó a cargo
del grabador Pedro Miranda. El Banco Nacional fue disuelto en 1836 y
reemplazado por una institución similar llamada Casa de Moneda. Es
interesante señalar que una buena parte de aquellas emisiones pasó a la
Banda Oriental, especulación que dejaba sólidas ganancias a los
traficantes, lo que movió al gobierno a prohibir la exportación de
cobres en 1838.
Los troqueles fueron
abiertos por el grabador José Rousseau. La acuñación con fecha 1840
continuó el año siguiente, suspendiéndose hasta 1844, en que
reaparecieron los cobres, pero únicamente en el valor de 2 reales,
batidos sobre delgadas láminas de metal.
En 1854 se batió por única vez una pieza de 1 real, hoy bastante escasa. En ese lapso se troquelaron monedas por casi 700.000 pesos, resolviendo el Directorio que, por ser suficiente tal suma para la circulación, se paralizaran las acusaciones. En 1860, fue reabierta la ceca, emitiéndose unidades de 2 reales con fecha 1860 y 1861. Los cuños, cuya confección se atribuye al artista Pablo Cataldi, serían los últimos utilizados en el establecimiento. Las maquinarias quedaron inactivas en la sede del Banco de la Provincia de Buenos Aires -título del Banco y Casa de Moneda desde 1863-, que en 1867 -al iniciar la construcción de un nuevo edificio- las mandó a los talleres del Ferrocarril del Oeste, donde el material fue depositado a la intemperie, para luego ser vendido como metal en público remate. Así terminó la primera ceca de Buenos Aires. |