Explorador y conquistador español, nacido
en Vergara (Guipúzcoa), en 1509 y muerto en Asunción (capital
de Paraguay), en 1557, víctima de unas repentinas calenturas.
Ejerció el cargo de gobernador del Río de La Plata.
Está
considerado como una de las personalidades más notables de los
primeros conquistadores españoles de América y el padre
fundador del actual Paraguay. Gracias a su tesón y esfuerzo,
fue capaz de abrirse paso y superar a otros caudillos
conquistadores más poderosos y mejor preparados que
él.
Miembro de una familia acomodada, en 1534 se trasladó a
América junto con el adelantado Pedro de Mendoza en su
expedición al Río de La Plata, en 1536, y participó en la
primera fundación de la ciudad de Buenos Aires. Su figura
comenzó a despuntar ese mismo año tras ser nombrado capitán de
una de las tres naves que partieron, el 14 de octubre, de
Buena Esperanza para remontar el río Paraná, al mando de Juan de Ayolas, cuya misión
era descubrir la Sierra de La Plata. La expedición remontó el
curso entero del Paraná hasta el lugar en el que Ayolas
decidió fundar la ciudad de La Candelaria, el 2 de febrero de
1537, cuyo gobierno encomendó a Irala mientras que la
expedición prosiguió el camino hacia el oeste, y se adentró en
El Chaco en busca de los fabulosos tesoros que, según todas
las noticias, encontrarían en aquellos parajes. A pesar de las
órdenes recibidas por Ayolas de permanecer en La Candelaria a
la espera del regreso de esta expedición, Irala no pudo
resistir tanta pasividad y llevó a cabo una serie de pequeñas
incursiones por el río hasta que, en febrero de 1538, al mando
de 33 hombres, se dirigió a Asunción, ciudad recién fundada
por Juan Salazar. Cuando Ayolas,
cargado de riquezas y de noticias, regresó a La Candelaria se
encontró sin el apoyo esperado de Irala. Toda la expedición de
Ayolas fue exterminada por los indios payaguaes. Irala se
defendió de las acusaciones de traición vertidas por Ruíz
Galán, por lo que adujo la necesidad de abandonar La
Candelaria ante la falta de víveres. Pero, lo cierto es que,
una vez que llegó a Asunción, el veedor real Alonso de
Cabrera, en 1539, legalizó la sucesión que en su día realizara
el propio Ayolas en la persona de Irala, cuyo trágico destino
aún no se conocía, al que convirtió en gobernador transitorio
del Río de La Plata. En su nuevo cargo, Irala emprendió una
expedición de castigo contra los indios agaces, al mismo
tiempo que Gonzalo de Mendoza hacía lo propio contra los
indios carios. A finales de 1539, Irala dio comienzo a una
expedición cuyo objetivo principal era recabar información
sobre el paradero de Ayolas, para lo cual se internó por El
Chaco. Cuando por fin tuvieron noticias del triste final de
Ayolas y sus hombres, Irala decidió abandonar Buenos Aires y
concentrar a todos sus hombres leales en Asunción, zona mucho
más fértil y apropiada para desarrollar una ciudad de nuevo
cuño como era ésta. Además, en este lugar Irala encontró la
colaboración de los indígenas y el lugar indicado para ejercer
sin ninguna clase de trabas su autoridad. Tras una serie de
ataques sin cuartel a los indígenas más díscolos, Irala
pacificó toda la región y la sometió a un rígido gobierno en
base a una política colonizadora. Irala mandó a todos los
colonos de Buenos Aires abandonar la ciudad y trasladarse a
Asunción, no sin cierta oposición por parte de
éstos.
En 1542, la Corona española nombró nuevo gobernador del Río
de La Plata en la persona de Álvar Núñez Cabeza de Vaca,
famoso ya por entonces merced a sus aventuras y expediciones
corridas por buena parte de los actuales Estados Unidos de
América. El nombramiento de Vaca disgustó sobremanera a Irala
por cuanto que barría de un plumazo la enorme autoridad que
venía ejerciendo en toda la región y porque retrasaba la
expedición al Perú que Irala llevaba preparando desde hacia
bastante tiempo. Cabeza de Vaca nombró a Irala maestre de
campo, cargo que para nada aplacó las ansias de poder de éste
ni mucho menos su rencor hacia el que, según él, le había
robado un cargo que le pertenecía por derecho. Irala y un
puñado de sus hombres más fieles tramaron una conspiración
para desacreditar a Cabeza de Vaca en la Corte española. Para
tal fin, mandaron a unos frailes al Brasil para que, desde
allí, embarcaran rumbo a España y así dar noticias de las
supuestas arbitrariedades y del mal gobierno de Cabeza de
Vaca. Pero, los conjurados fueron descubiertos a tiempo. Todos
los implicados fueron condenados a la máxima pena, excepto
Irala, el más culpable de todos, al que Cabeza de Vaca perdonó
por necesitar sus servicios en una empresa de conquista que el
gobernado tenía en mente: explorar todo el río Paraguay hasta la frontera
con el Perú, en busca de unas tierras donde se suponía que
había ingentes cantidades de oro y plata, auténtica obsesión
de todos los conquistadores.
En septiembre del 1543, Irala partió de Puerto de los
Reyes, ciudad que antes había fundado él mismo, rumbo al Perú.
En la expedición, que alcanzó las cincuenta leguas rió arriba,
Irala venció a los indios guaicurnes que encontró en su
camino. Pero, secundado por el contador real Felipe de
Cáceres, Irala determinó desprenderse de las normas y
objetivos diseñados por Cabeza de Vaca y llevar a cabo la
expedición según sus propios dictados, sin nadie que frenase
su crueldad para con los nativos ni las costumbres licenciosas
y brutales de sus hombres, a los que prácticamente permitió
que cometiese cuanto abusos les apetecieran. En marzo de 1544,
Irala fue obligado a regresar a Asunción por el presidente de
la Audiencia del Perú, Pedro de La Gasca, que había decretado
el derecho exclusivo de la exploración y conquista de esas
tierras a los españoles dependientes de LIma. Una vez de
regreso a Asunción, Irala aprovechó la oportunidad y su
posición en la ciudad para promover, el 25 de abril, el "motín
de los comuneros". Cabeza de Vaca fue procesado y enviado a
España bajo la custodia directa del veedor Cabrera, en marzo
de 1545, al que de inmediato se le sumó Juan de Salazar,
acusado éste de intentar proclamarse gobernador en virtud de
una supuesta designación secreta de Cabeza de Vaca.
A partir de ese momento, la autoridad de Irala sobre la
zona sería omnímoda e indiscutible, tras lo cual se proclamó
teniente de gobernador. Junto con Nufrio de Chaves, Juan
Gabriel de Lezcano, Felipe de Cáceres y Francisco de Mendoza,
sus cuatro colaboradores más fieles, Irala se dedicó a
gobernar despóticamente toda la región. Irala cometió abuso
tras abuso y tropelías con los indígenas, a los que
prácticamente redujo a la condición de esclavos. En 1547,
Irala prosiguió en su empeño de llegar a la fabulosa Sierra de
La Plata, lugar, por otra parte, que sólo era producto de la
imaginación de los conquistadores, alimentada por las propias
ansias de riquezas de los conquistadores y por las leyendas
que iban pasando de boca en boca. La expedición partió del
puerto de San Fernando en dirección al interior de El Chaco,
donde se aplicó una marcha forzada y se abrió paso a sangre y
fuego contra los indios mayas. Cuando por fin se dieron cuenta
de que habían llegado sin darse cuenta al Perú, la expedición
regresó a Asunción desencantada, en un trayecto de vuelta
todavía mucho más brutal y salvaje que la ida. Irala fue
depuesto del mando por los que anteriormente le habían
apoyado; en su puesto nombró a Gonzalo de Mendoza.
Una vez en Asunción, la suerte se volvió a aliar con Irala.
Los partidarios de Cabeza de Vaca destituyeron a Francisco
Mendoza, que había sido puesto al mando transitorio de la
ciudad mientras que durase la expedición, y le decapitaron
poniendo en su puesto a un enemigo acérrimo de Irala, Diego de
Abreu. Ante el cariz que había tomado la situación en
Asunción, Irala fue repuesto en el mando por sus antiguos
partidarios y logró expulsar, por dos veces de la ciudad, a
Diego de Abreu, que acabó refugiándose en la selva. Después de
una serie de intentos por atraérselo a su causa, Irala mandó a
Felipe de Cáceres en su búsqueda hasta que lo encontró y lo
ejecutó allí mismo, en 1553.
De nuevo en el poder y sin enemigos aparentes a la vista,
Irala se dedicó a desarrollar con entera libertad y
tranquilidad su política conquistadora, mucho más pausada y
suavizada que la anterior. Irala llevó a cabo fundaciones de
nuevos poblamientos y labores de infraestructura necesarias en
la región. Por fin, ante la falta de candidatos capaces de
hacerse cargo del gobierno de la región, la Corona dio por
buena la autoridad de Irala y ratificó, el 4 de noviembre de
1552, su nombramiento como gobernador. En ese mismo acto se
nombró como primer obispo efectivo del Paraguay a fray Pedro
Fernández de la Torre, al mismo tiempo que el emperador Carlos
V prohibía taxativamente a Irala la práctica de nuevas
conquistas o expediciones militares.
Dueño y señor de todo el Paraguay, Irala hizo caso omiso de
las advertencias reales y encabezó, a comienzos de 1553, una
nueva expedición con destino a su gran obsesión: conseguir
todo el oro posible. Para ello se dirigió hacia el norte, en
dirección de la también mítica tierra de El Dorado, por lo que
fracasó de nuevo en el empeño. Para que la noticia no fuera
conocida en la Corte, mandó cerrar prácticamente los accesos
naturales a la región, de tal modo que no dejó salir a nadie
del país sin su consentimiento. También llevó a cabo un nuevo
repartimiento de indios que no gustó a nadie, ya que el número
de indígenas era exiguo en comparación con los encomendadores
españoles. En una interpretación muy sui generis de la orden
para no seguir avanzando más, Irala interpretó que ésta no iba
en contra del acto de poblar o repoblar ciudades, por lo que,
en una nueva muestra de osadía, fundó un gran número de
ciudades en Xarages, al norte de El Chaco, y en la región de
Guairá, al este, donde ya había fundado, en 1554, la ciudad de
Ontiveros.
Domingo Martínez de Irala murió en 1556, en Asunción,
víctima de unas fiebres repentinas cuando apenas había
iniciado un programa colonizador consistente en fundar
ciudades nuevas a las que iba repoblando con elementos
españoles y mestizos, fruto de las continuas mezclas sexuales
que eran permitidas y fomentadas por el propio Irala entre los
colonizadores y los indígenas.
Bibliografía
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(Madrid: Ed. Mapfre, 1992).
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