1 - EL ALMA DEL
PAYADOR
Cuando la tarde se inclina
sollozando al
occidente,
corre una sombra doliente
sobre la pampa argentina.
Y cuando
el sol ilumina
con luz brillante y serena
del ancho campo la escena,
la
melancólica sombra
huye besando su alfombra
con el afán de la
pena.
Cuentan los criollos del suelo
que, en tibia noche de
luna,
en solitaria laguna
para la sombra su vuelo;
que allí se
ensancha, y un velo
va sobre el agua formando,
mientras se goza
escuchando
por singular beneficio
el incesante bullicio
que hacen las
olas rodando.
Dicen que, en noche nublada,
si su guitarra algún
mozo
en el crucero del pozo
deja de intento colgada,
llega la sombra
callada
y, al envolverla en su manto,
suena el preludio de un
canto
entre las cuerdas dormidas,
cuerdas que vibran heridas
como por
gotas de llanto.
Cuentan que en noche de aquellas
en que la Pampa se
abisma
en la extensión de sí misma
sin su corona de estrellas,
sobre
las lomas más bellas,
donde hay más trébol risueño,
luce una antorcha sin
dueño
entre una niebla indecisa,
para que temple la brisa
las blandas
alas del sueño.
Mas si trocado el desmayo
en tempestad de su
seno,
estalla el cóncavo trueno
que es la palabra del rayo,
hiere al
ombú de soslayo
rojiza sierpe de llamas,
que, calcinando sus
ramas,
serpea, corre y asciende,
y en la alta copa desprende
brillante
lluvia de escamas.
Cuando, en las siestas de estío,
las brillazones
remedan
vastos oleajes que ruedan
sobre fantástico río,
mudo, abismado
y sombrío,
baja un jinete la falda,
tinta de bella esmeralda,
llega a
las márgenes sola...
¡y hunde su potro en las olas,
con la guitarra a la
espalda!
Si entonces cruza a lo lejos,
galopando sobre el
llano
solitario, algún paisano,
viendo al otro en los reflejos
de aquel
abismo de espejos,
siente indecibles quebrantos,
y, alzando en vez de sus
cantos
una oración de ternura,
al persignarse murmura:
¡El alma del
viejo Santos!
Yo, que en la tierra he nacido
donde ese genio ha
cantado,
y el pampero he respirado
que al payador ha nutrido,
beso este
suelo querido
que a mis caricias se entrega,
mientras de orgullo me
anega
la convicción de que es mía
¡la patria de Echeverría,
la tierra
de Santos Vega!.