3 - EL HIMNO DEL PAYADOR
En pos del
alba azulada,
ya por los campos rutila
del sol la grande, tranquila
y
victoriosa mirada.
Sobre la curva lomada
que asalta el cardo bravío,
y
allá en el bajo sombrío
donde el arroyo serpea,
de cada hierba gotea
la
viva luz del rocío.
De los opuestos confines
de la Pampa, uno tras
otro,
sobre el indómito potro
que vuelca y bate las crines,
abandonando
fortines,
estancias, ranchos, mujer,
vienen mil gauchos a ver
si en
otro pago distante,
hay quien se ponga delante
cuando se grita: ¡A
vencer!.
Sobre el inmenso escenario
vanse formando en dos alas,
y
el sol reluce en las galas
de cada bando contrario;
puéblase el aire del
vario
rumor que en torno desata
la brillante cabalgata
que hace sonar,
de luz llenas,
las espuelas nazarenas
y las virolas de plata.
De
entre ellos el más anciano
divide el campo después,
señalando de
través
larga huella por el llano;
y alzando luego en su mano
una pelota
de cuero
con dos manijas certero
la arroja al aire gritando:
"¡Vuela el
pato!-¡Va buscando
un valiente verdadero!".
Y cada bando a
correr
suelta el potro vigoroso,
y aquél sale victorioso
que logra
asirlo al caer.
Puesto el que supo vencer
en medio, la turba calla,
y a
ambos lados de la valla
de nuevo parten el llano,
esperando del
anciano
la alta señal de batalla.
Dala al fin. Hondo clamor
ronco
truena en el circuito,
y el caballo salta al grito
de su impávido
señor;
y vencido y vencedor,
del noble triunfo sedientos,
se atropellan
turbulentos
en largas filas cerradas,
cual dos olas encrespadas
que
azotan contrarios vientos.
Alza en alto la presea
su feliz
conquistador,
y su bando en derredor
le defiende y clamorea.
Uno y otro
aguijonea
el ágil bruto, y chocando
entre sí, corren dejando
por los
inciertos caminos
polvorosos remolinos
sobre las pampas
rodando.
Vuela el símbolo del juego
por el campo arrebatado,
de los
unos conquistado
de los otros presa luego;
vense, entre hálitos de
fuego,
varios jinetes rodar,
otros súbito avanzar
pisoteando los
caídos;
y en el aire sacudidos,
rojos ponchos ondear.
Huyen en
tanto, azoradas
de las lagunas vecinas,
como vivientes
neblinas,
estrepitosas bandadas;
las grandes plumas cansadas
tiende el
chajá corpulento;
y con veloz movimiento
y con silbidos de balas,
bate
el carancho las alas
hiriendo a hachazos el viento.
Con fuerte brazo
les quita
robusto joven la prenda,
y tendido, a toda rienda:
"¡Yo solo
me basto!" grita.
En pos de él se precipita,
y tierra y cielos
asorda
tras el audaz desafío,
con la pujanza de un río
que anchuroso se
desborda.
Y allá van, todos unidos,
y él los azuza y
provoca,
golpeándose la boca,
con salvajes alaridos.
Danle caza, y
confundidos,
todos el cuerpo inclinado
sobre el arzón del recado,
temen
que el triunfo les roben,
cuando, volviéndose, el joven
echa al tropel su
tostado...
El sol ya la hermosa frente
abatía, y silencioso,
su
abanico luminoso
desplegaba en occidente,
cuando un grito de
repente
llenó el campo y, al clamor
cesó la lucha, en honor
de un solo
nombre bendito,
que aquel grito era este grito:
¡Santos Vega, el
payador!
Mudos ante él se volvieron,
y, ya la rienda sujeta,
en
derredor del poeta
un vasto círculo hicieron.
Todos el alma pusieron
en
los atentos oídos,
porque los labios queridos
de Santos Vega cantaban
y
en su guitarra zumbaban
estos vibrantes sonidos:
"¡Los que tengan
corazón,
los que el alma libre tengan,
los valientes, ésos vengan
a
escuchar esta canción!
Nuestro dueño es la nación
que en el mar vence la
ola
que en los montones reina sola,
que en los campos nos domina,
y que
en la tierra argentina
clavo la enseña española.
"Hoy mi guitarra, en
los llanos,
cuerda por cuerda, así vibre:
¡hasta el chimango es más
libre
en nuestra tierra, paisanos!
Mujeres, niños, ancianos,
el rancho
aquél que primero
llenó con sólo un ¡te quiero!
la dulce prenda
querida,
¡todo! ¡el amor y la vida,
es de un monarca
extranjero!
"Ya Buenos Aires, que encierra
como las nubes, el
rayo,
el Veinticinco de Mayo
clamó de súbito: "¡Guerra!"
¡Hijos del
llano y la sierra,
pueblo argentino! ¿Qué haremos?
¿Menos valientes
seremos
que los que libres se aclaman?
¡De Buenos Aires nos llaman,
a
Buenos Aires volemos!
"¡Ah! ¡Si es mi voz impotente
para arrojar, con
vosotros,
nuestra lanza y nuestros potros
por el vasto continente;
si
jamás independiente
veo el suelo en que he cantado,
no me entierren en
sagrado
donde una cruz me recuerde
entiérrenme en campo verde,
dónde me
pise el ganado!"
Cuando cesó esta armonía,
que los conmueve y
asombra
era ya Vega una sombra
que allá en la noche se
hundía...
¡Patria! a sus almas decía
el cielo, de astros
cubierto,
¡Patria! el sonoro concierto
de las lagunas de
plata,
¡Patria! la trémula mata
del pajonal del desierto.
Y a
Buenos Aires volaron,
y el himno audaz repitieron,
cuando a Belgrano
siguieron,
cuando con Güemes lucharon,
cuando por fin se lanzaron
tras
el Ande colosal,
hasta aquel día inmortal
en que un grande
americano
batió el sol ecuatoriano
nuestra enseña
nacional.