II
423 Triste suena mi guitarra y el sunto lo
requiere; ninguno alegrías espere sino sentidos lamentos de aquel
que en duros tormentos nace, crece, vive y muere.
424 Es triste dejar sus pagos y largarse a tierra
ajena llevándose la alma llena de tormentos y dolores; mas nos
llevan los rigores como el pampero a la arena.
425 Irse a cruzar el desierto lo mesmo que un
forajido, dejando aquí en el olvido, como dejamos nosotros, su
mujer en brazos de otro y sus hijitos perdidos.
426 ¡Cuantas veces al cruzar en esa inmensa llanura, al
verse en tal desventura y tan lejos de los suyos, se tira uno entre
los yuyos a llorar con amargura!
427 En la orilla de un arroyo solitario lo pasaba, en
mil cosas cavilaba y, a una güelta repentina, se me hacía ver a mi
china o escuchar que me llamaba.
428 Y las aguas serenitas bebe el pingo trago a
trago, mientras sin ningún halago pasa uno hasta sin comer, por
pensar en su mujer, en sus hijos y en su pago.
429 Recordarán que con Cruz para el desierto tiramos en
la pampa nos entramos, cayendo, por fin del viaje, a unos toldos de
salvajes, los primeros que encontramos.
430 La desgracia nos seguía: llegamos en mal
momento; estaban de parlamento tratando de una invasión y el
indio en tal ocasión recela hasta de su aliento.
431 Se armó un tremendo alboroto cuando nos vieron
llegar; no podiamos aplacar tan peligroso hervidero; nos tomaron
por bomberos y nos quisieron lanciar.
432 Nos quitaron los caballos a los muy pocos
minutos; estaban irresolutos; ¡quién sabe qué pretendían! Por los
ojos nos metían las lanzas aquellos brutos.
433 Y déle en su lengüeteo hacer gestos y
cabriolas; uno desató las bolas y se nos vino enseguida; ya no
créiamos con vida salvar ni por carambola.
434 Alla no hay misericordia ni esperanza que tener; el
indio es de parecer que siempre matar se debe, pues la sangre que no
bebe le gusta verla correr. |
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435 Cruz se dispuso a morir peliando y me
convidó. "Aguantemos", dije yo, "El fuego hasta que nos
queme". Menos los peligros teme quien más veces lo venció.
436 Se debe ser mas prudente cuando el peligro es
mayor; siempre se salva mejor andando con alvertencia porque no
está la prudencia reñida con el valor.
437 Vino al fin el lenguaraz como a trairnos el
perdón; nos dijo:"La salvación se la deben a un cacique; me manda
que les esplique que se trata de un malón.
438 "Les ha dicho a los demás que ustedes quedan
cautivos por si cain algunos vivos en poder de los
cristianos, rescatar a sus hermanos con estos dos
fugitivos."
439 Volvieron al parlamento a tratar de sus alianzas, o
tal vez de las matanzas, y, conforme les detallo, hicieron cerco a
caballo recostándose en las lanzas.
440 Dentra al centro un indio viejo y alli a lengüetiar se
larga; ¡quién sabe qué les encarga! Pero toda la riunión lo
escuchó con atención lo menos tres horas largas.
441 Pegó al fin tres alaridos y ya principiaba otra
danza; para mostrar su pujanza y dar pruebas de jinete, dió
riendas rayando el flete y revoliando la lanza.
442 Recorre luego la fila, frente a cada indio se
para, lo amenaza cara a cara y, en su juria, aquel
maldito acompaña con su grito el cimbrar de la
tacuara. |
443 Se vuelve aquello un incendio mas feo que la mesma
guerra: entre una nube de tierra se hizo allí una mezcolanza de
potros, indios y lanzas, con alaridos que aterran.
444 Parece un baile de fieras sigún yo me lo
imagino; era inmenso el remolino, las voces aterradoras; hasta
que al fin de dos horas se aplacó aquel torbellino.
445 De noche formaban cerco y en el centro nos
ponían; para mostrar que querían quitarnos toda esperanza, ocho o
diez filas de lanzas alrrededor nos hacían.
446 Allí estaban vigilante cuidandonos a porfía; cuando
roncar parecían "Huincá", gritaba cualquiera, y toda la fila
entera "Huincá", "Huincá", repetía.
447 Pero el indio es dormilón y tiene un sueño
projundo; es roncador sin segundo y en tal confianza es su
vida, que ronca a pata tendida aunque se de güelta el mundo.
448 Nos aviriguaban todo como aquel que se
previene, porque siempre les conviene saber las juerzas que
andan, donde estan, quienes las mandan, que caballos y armas
tienen.
449 A cada respuesta nuestra uno hace una
esclamación, y luego en continuación aquellos indios
feroces, cientos y cientos de voces repiten al mesmo son.
450 Y aquella voz de un solo, que empieza por un
gruñido, lega hasta ser alarido de toda la muchedumbre, y ansí
adquieren la costumbre de pegar esos
bramidos. |