IX

 

582
de ella fueron los lamentos
que en mi soledá escuché:
en cuanto al punto llegué,
quedé enterado de todo:
al mirarla de aquel modo
ni un instante tutubié.

583
Toda cubierta de sangre
aquella infeliz cautiva,
tenia dende abajo arriba
las marcas de los lazazos:
sus trapos echos pedazos
mostraban la carne viva.

584
Alzó los ojos al cielo
en sus lágrimas bañada;
tenía las manos atadas;
su tormento estaba claro;
y me clavó una mirada
como pidiéndome amparo.

585
Yo no sé lo que pasó
en mi pecho en ese instante;
estaba el indio arrognte
con una cara feroz:
para entendernos los dos
la mirada fué bastante.

586
Pegó un brinco como gato
y me ganó la distancia,
aprovechó esa distancia
como fiera cazadora:
desató las boliadoras
y aguardó con vigilancia.

587
Aunque yo iba de curioso
y no por buscar contienda,
al pingo le até la rienda,
eché mano dende luego
a éste que no yerra juego,
y ya se armó la tremenda.

588
El peligro en que me hallaba
al momento conocí;
nos mantuvimos ansí,
me miraba y lo miraba:
yo al indio le desconfiaba,
y él me descofiaba a mí.

589
Se debe ser precavido
cuando el indio se agazape:
en esa postura el tape
vale por cuatro o por cinco;
como el tigre es para el brinco
y fácil que a uno lo atrape.

590
Peligro era atropellar
y era peligro el juir,
y más peligro seguir
esperando de ese modo,
pues otros podían venir
y carniarme allí entre todos.

591
A juerza de precaución
muchas veces he salvado,
pues es un trance apurado
es mortal cualquier descuido;
si Cruz hubiera vivido
no habría tenido cuidado.

592
Un hombre junto con otro
en valor y en juerza crece;
el temor desaparece;
escapa de cualquier trampa;
entre dos, no digo a un pampa,
a la tribu, si se ofrece.

593
En tamaña incertidumbre,
en trance tan apurado,
no podía por de contado
escarparme de otra suerte,
sino dando al indio muerte
o quedando alli estirado.

594
Y como el tiempo pasaba
y aquel asunto me urgía,
viendo que él no se movía
me juí medio de soslayo
como a agarrarle el caballo,
a ver si se me venía.

595
Ansí jué, no aguardó más
y me atropelló el salvaje;
es preciso que se ataje
quien con el indio pelee;
el miedo de verse a pie
aumentaba su coraje.

596
En la dentrada no más
me largó un par de bolazos;
uno me tocó en un brazo;
si me da bien, me lo quiebra,
pues las bolas son de piedra
y vienen como balazo.

597
A la primer puñalada
el pampa se hizo un ovillo;
era el salvaje mas pillo
que he visto en mis correrías,
y, a más de las picardías,
arisco para el cuchillo.

598
Las bolas las manejaba
aquel bruto con destreza;
las recogía con presteza
y me las volvía a largar,
haciéndomelas silbar
arriba de la cabeza.

599
Aquel indio, como todos,
era cauteloso... ¡Ahijuna!
Ahí me valió la fortuna
de que peliando se apotra
me amenazaba con una
y me largaba con otra.

600
Me sucedió una desgracia
en aquel percance amargo;
en momento que lo cargo
y que él reculando va,
me enredé en el chiripá
y caí tirao largo a largo.

601
Ni pa enconmendarme a Dios
tiempo el salvaje me dió;
cuanto en el suelo me vió
me saltó con ligereza:
juntito de la cabeza
el bolazo retumbó.

602
Ni por respeto al cuchillo
dejó el indio de apretarme;
allí pretende ultimarme
sin dejarme levantar,
y no me daba lugar
ni siquiera a enderezarme.

603
De balde quiero moverme:
aquel indio no me suelta.

Como persona resuelta
toda mi juerza ejecuto,
pero abajo de aquel bruto
no podía ni darme güelta.
....................

604
¡Bendito, Dios poderoso,
quien te puede comprender!
Cuando a una débil mujer
le diste en esa ocación
la juerza que en un varón
tal vez no pudiera haber.

605
Esa infeliz tan llorosa,
viendo el peligro se anima;
como una flecha se arrima
y olvidando su aflición,
le pegó al indio un tirón
que me lo sacó de encima.

606
Ausilio tan generoso
me libertó del apuro;
si no es ella, de siguro
que el indio me sacrifica;
y mi valor se duplica
con un ejemplo tan puro.

607
En cuanto me enderecé
nos volvimos a topar,
no se podía descansar
y me chorriaba el sudor:
en un apuro mayor
jamás me he vuelto a encontrar.

608
Tampoco yo le daba alce
como deben suponer;
se había aumentao mi quehacer
para impedir que el brutazo
le pegar algún bolazo
de rabia a aquella mujer.

609
La bola en manos del indio
es terrible y muy ligera;
hace de ella lo que quiera
saltando como una cabra.
Mudos, sin decir palabra,
peliábamos comos fieras.

610
Aquel duelo en el desierto
nunca jamás se me olvida;
iba jugando la vida
con tan terrible enemigo,
teniendo allí de testigo
a una mujer afligida.

611
Cuanto él más se enfurecía
yo más me empiezo a calmar;
mientras no logra matar
el indio no se desfoga;
al fin le corté una soga
y lo empecé a aventajar.

612
Me hizo sonar las costillas
de un bolazo aquel maldito;
y al tiempo que le di un grito
y le dentro como bala,
pisa el indio, y se refala
en el cuerpo del chiquito.

613
Para explicar el misterio
es muy escasa mi cencia:
lo castigó, en mi conciencia,
su divina majestá;
donde no hay casualidá
suele estar la providencia.

 

614
En cuanto trastabilló
más de firme lo cargué,
y aunque de nuevo hizo pie
lo perdió aquella pisada;
pues en esa atropellada
en dos partes lo corté.

615
Al sentirse lastimao
se puso medio afligido,
pero era indio decidido,
su valor no se aquebranta;
le salían de la garganta
como una especie de aullidos.

616
Lastimao en la cabeza,
la sangre lo enceguecía;
de otra herida le salía
haciendo un charco ande estaba,
con los pies chapaliaba
sin aflojar todavía.

617
Tres figuras imponentes
formábamos aquel terno:
ella en su dolor materno,
yo con la lengua dejuera,
y el salvaje como fiera
disparada del infierno.

618
Iba conociendo el indio
que tocaban a degüello:
se le erizaba el cabello
y los ojos revolvía;
los labios se le perdían
cuando iba a tomar resuello.

619
En una nueva dentrada
le pegué un golpe sentido,
y al verse ya malherido,
aquel indio furibundo
lanzó un terrible alrido
que retumbó como un ruido
si se sacudiera el mundo.

620
Al fin de tanto lidiar,
en el cuchillo lo alcé,
en peso lo levanté
aquel hijo del desierto;
ensartado lo llevé,
y allá recién lo largué
cuando ya lo sentí muerto.

621
Me persiné dando gracias
de haber salvado la vida;
aquella pobre afligida,
de rodillas en el suelo,
alzó sus ojos al cielo
sollozando dolorida.

622
Me hinqué también a su lado
a dar gracias a mi Santo;
en su dolor y quebranto
ella, a la madre de Dios,
le pide en su triste llanto
que nos ampare a los dos.

623
Se alzó con pausa de leona
cuando acabó de implorar,
y, sin dejar de llorar,
envolvió en uno trapitos
los pedazos de su hijito,
que yo le ayudé a juntar.

 

La vuelta de
Martín Fierro

VIII

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