III. Sirviendo en la frontera
49 tuve en mi pago en un tiempo hijos, hacienda y
mujer, pero empecé a padecer, me echaron a la frontera, ¡y qué
iba a hallar al volver! Tan sólo hallé la tapera.
50 Sosegao vivía en mi rancho como el pájaro en su
nido, allí mis hijos queridos iban creciendo a mi lao… sólo queda
al desgraciao lamentar el bien perdido.
51 Mi gala en las pulperías era, en habiendo más
gente, ponerme medio caliente, pues cuando puntiao me
encuentro me salen coplas de adentro como agua de la
virtiente.
52 Cantando estaba una vez en una gran diversión, y
aprovecho la ocasión como quiso el juez de paz… se presentó, y ahi
nomás hizo arriada en montón.
53 Juyeron los más matreros y lograron escapar: yo no
quise disparar, soy manso y no había porqué, muy tranquilo me
quedé y ansí me dejé agarrar
54 allí un gringo con un órgano y una mona que
bailaba, haciéndonos rair estaba, cuanto le tocó el arreo, ¡tan
grande el gringo y tan feo, lo viera cómo lloraba!.
55 Hasta un inglés zanjiador que decía en la última
guerra que él era de incalaperra y que no quería
servir, también tuvo que juir a guarecerse en la sierra.
56 Ni los mirones salvaron de esa arriada de mi
flor, fue acoyarao el cantor con el gringo de la mona, a uno
solo, por favor, logró salvar la patrona.
57 Formaron un contingente con los que del baile
arriaron, con otros nos mesturaron, que habían agarrao
también, las cosas que aquí se ven ni los diablos las
pensaron.
58 A mí el juez me tomó entre ojos en la ultima
votación: me le había hecho el remolón y no me arrimé ese día, y
él dijo que yo servía a los de la esposición.
59 Y ansí sufrí ese castigo tal vez por culpas
ajenas, que sean malas o sean güenas las listas, siempre me
escondo: yo soy un gaucho redondo y esas cosas no me
enllenan.
60 Al mandarnos nos hicieron más promesas que a un
altar, el juez nos jue a proclamar y nos dijo muchas
veces: muchachos, a los seis meses los van a ir a relevar.
61 Yo llevé un moro de número ¡sobresaliente el
matucho! Con él gané en ayacucho más plata que agua
bendita: siempre el gaucho necesita un pingo pa fiarle un
pucho.
62 Y cargué sin dar mas güeltas con las prendas que
tenía: jergas, ponchos, todo cuanto había en casa, tuito lo
alcé: a mi china la dejé medio desnuda ese día.
63 No me falta una guasca, esa ocasión eché el
resto, bozal, maniador, cabresto, lazo, bolas y manea… ¡el que
hoy tan pobre me vea tal vez no creerá todo esto!.
64 Ansí en mi moro, escarciando, enderecé a la
frontera. ¡Aparcero si usté viera lo que se llama cantón!… Ni
envidia tengo al ratón en aquella ratonera.
65 De los pobres que allí había a ninguno lo
largaron, los más viejos rezongaron, pero a uno que se quejó en
seguida lo estaquiaron, y la cosa se acabó.
66 En la lista de la tarde el jefe nos cantó el
punto diciendo: quinientos juntos llevará el que se resierte; lo
haremos pitar del juerte, mas bien dese por dijunto.
67 A naides le dieron armas, pues toditas las que
había el coronel las tenía, sigún dijo esa ocasión, pa
repartirlas el día en que hubiera una invasión.
68 Al principio nos dejaron de haraganes criando
sebo, pero después… no me atrevo a decir lo que pasaba… ¡barajo!…
Si nos trataban como se trata a malevos.
69 Porque todo era jugarle por los lomos con la
espada, y aunque usté no hiciera nada, lo mesmito que en
palermo, le daban cada cepiada que lo dejaban enfermo.
70 ¡Y qué indios, ni qué servicio; si allí no había ni
cuartel! Nos mandaba el coronel a trabajar en sus chacras, y
dejábamos las vacas que las llevara el infiel.
71 Yo primero sembré trigo y después hice un
corral, corté adobe pa un tapial, hice un quincho, corté
paja... ¡la pucha que se trabaja sin que le larguen un
rial!. |
72 Y es lo pior de aquel enriedo que si uno anda hinchando
el lomo se le apean como un plomo... ¡quién aguanta aquel
infierno! si eso es servir al gobierno, a mí no me gusta el cómo.
73 Más de un año nos tuvieron en esos trabajos duros; y
los indios, le asiguro dentraban cuando querían: como no los
perseguían, siempre andaban sin apuro.
74 A veces decía al volver del campo la descubierta que
estuviéramos alerta, que andaba adentro la indiada, porque había una
rastrillada o estaba una yegua muerta.
75 Recién entonces salía la orden de hacer la
riunión, y caíbamos al cantón en pelos y hasta enancaos, sin
armas, cuatro pelaos que íbamos a hacer jabón.
76 Ahi empezaba el afán -se entiende, de puro vicio- de
enseñarle el ejercicio a tanto gaucho recluta, con un estrutor...
¡qué... Bruta! que nunca sabía su oficio.
77 Daban entonces las armas pa defender los
cantones, que eran lanzas y latones con ataduras de tiento... las
de juego no las cuento porque no había municiones. |
88 Nos volvíamos al cantón a las dos o tres
jornadas, sembrando las caballadas; y pa que alguno la
venda, rejuntábamos la hacienda que habían dejao rezagada.
89 Una vez entre otras muchas, tanto salir al
botón, nos pegaron un malón los indios y una lanciada, que la
gente acobardada quedó dende esa ocasión.
90 Habían estao escondidos aguaitando atrás de un
cerro... ¡lo viera a su amigo Fierro aflojar como un
blandito! salieron como maíz frito en cuanto sonó un
cencerro.
91 Al punto nos dispusimos aunque ellos eran
bastantes; la formamos al instante nuestra gente, que era poca, y
golpiándose en la boca hicieron fila adelante.
92 Se vinieron en tropel haciendo temblar la tierra. no
soy manco pa la guerra pero tuve mi jabón, pues iba en un
redomón que había boleao en la sierra.
93 ¡Qué vocerío! ¡qué barullo! ¡qué apurar esa
carrera! la indiada todita entera dando alaridos cargó, ¡jue
pucha!... Y ya nos sacó como yeguada matrera. |
78 Y un sargento chamuscao me contó que las tenían pero
que ellos la vendían para cazar avestruces; y así andaban noche y
día dele bala a los ñanduces.
79 Y cuando se iban los indios con lo que habían
manotiao, salíamos muy apuraos a perseguirlos de atrás; si no se
llevaban más es porque no habían hallao.
80 Allí sí, se ven desgracias y lágrimas y
afliciones; naides le pida perdones al indio: pues donde
dentra, roba y mata cuanto encuentra y quema las
poblaciones.
81 No salvan de su juror ni los pobres
angelitos; viejos, mozos y chiquitos los mata del mesmo modo: que
el indio lo arregla todo con la lanza y con gritos.
82 Tiemblan las carnes al verlo volando al viento la
cerda, la rienda en la mano izquierda y la lanza en la
derecha; ande enderieza abre brecha pues no hay lanzazo que
pierda.
83 Hace trotiadas tremendas desde el fondo del
desierto; ansí llega medio muerto de hambre, de sé y de
fatiga; pero el indio es una hormiga que día y noche está despierto.
84 Sabe manejar las bolas como naides las
maneja; cuanto el contrario se aleja, manda una bola perdida, y
si lo alcanza, sin vida es siguro que lo deja.
85 Y el indio es como tortuga de duro para espichar; si
lo llega a destripar ni siquiera se le encoge; luego sus tripas
recoge, y se agacha a disparar.
86 Hacían el robo a su gusto y después se iban de
arriba; se llevaban las cautivas, y nos contaban que a veces les
descarnaban los pieses, a las pobrecitas, vivas.
87 ¡Ah! ¡si partía el corazón ver tantos males,
canejo! los perseguíamos de lejos sin poder ni galopiar; ¡y qué
habíamos de alcanzar en unos vichocos viejos! |
94 ¡Qué fletes traiban los bárbaros! ¡como una luz de
ligeros! hicieron el entrevero y en aquella mezcolanza, este
quiero, éste no quiero, nos escogían con la lanza.
95 Al que le daban un chuzazo, dificultoso es que
sane. en fin, para no echar panes, salimos por esas lomas, lo
mesmo que las palomas al juir de los gavilanes.
96 ¡Es de almirar la destreza con que la lanza
manejan! de perseguir nunca dejan, y nos traiban apretaos. ¡si
queríamos, de apuraos, salirnos por las orejas!
97 Y pa mejor de la fiesta en esa aflición tan
suma, vino un indio echando espuma, y con la lanza en la
mano, gritando: acabáu cristiano, metau el lanza hasta el
pluma.
98 Tendido en el costillar, cimbrando por sobre el
brazo una lanza como un lazo, me atropelló dando gritos: si me
descuido... El maldito me levanta de un lanzazo.
99 Si me atribulo o me encojo, siguro que no me
escapo: siempre he sido medio guapo, pero en aquella ocasión me
hacía buya el corazón como la garganta al sapo.
100 Dios le perdone al salvaje las ganas que me
tenía... desaté las tres marías y lo engatusé a
cabriolas... ¡pucha...! Si no traigo bolas me achura el indio ese
día.
101 Era el hijo de un cacique, sigún yo lo averigüé; la
verdá del caso jue que me tuvo apuradazo, hasta que por fin de un
bolazo del caballo lo bajé.
102 Ahi no más me tiré al suelo y lo pisé en las
paletas; empezó a hacer morisquetas y a mezquinar la
garganta... pero yo hice la obra santa de hacerlo estirar la
jeta.
103 Allí quedó de mojón y en su caballo salté; de la
indiada disparé, pues si me alcanza me mata, y al fin me les
escapé, con el hilo de una pata.
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