XXVI

 

953
Cuando me llegó mi turno
dije entre mí: "Ya me toca",
y aunque mi falta era poca
no sé por que me asustaba;
les asiguro que estaba
con el Jesús en ia boca.

954
Me dijo que yo era un vago,
un jugador, un perdido;
que dende que fí al partido
andaba de picaflor;
que había de ser un bandido
como mi antesucesor.

955
Puede que uno tenga un vicio
y que de él no se reforme,
mas naides esta conforme
con recebir ese trato:
yo conocí que era el ñato
quien le había dao los informes.

956
Me dentro curiosidá,
al ver que de esa manera
tan siguro me dijera
que jué mi padre un bandido;
luego, lo habrá conocido,
y yo inoraba quien era.

957
Me empeñé en aviriguarlo;
promesas hice a Jesús;
tuve por fin una luz
y supe con alegría
que era el autor de mis días
el guapo sargento Cruz.

958
Yo conocía bien su historia
y la tenía muy presente:
sabía que Cruz, bravamente,
yendo con una partida,
había jugado la vida
por defender a un valiente.

959
Y hoy ruego a mi Dios piadoso
que lo mantenga en su gloria;
se ha de conservar su historia
en el corazón del hijo;
el al morir me bendijo
yo bendigo su memoria.

960
Yo juré tener enmienda
y lo conseguí de veras;
puedo decir ande quiera
que, si faltas he tenido,
de todas me he corregido
dende que supe quién era.

961
El que sabe ser güen hijo
a los suyos se parece;
y aquel que a su lado crece
y a su padre no hace honor,
como castigo merece
de la desdicha el rigor.

962
Con un empeño costante
mis faltas supe enmendar;
todo conseguí olvidar,
pero, por desgracia mía,
el nombre de Picardía
no me lo pude quitar.

963
Aquel que tiene güen nombre
muchos dijustos se ahorra,
y entre tanta mazamorra
no olviden esta alvertencia:
aprendí por esperencia
que el mal nombre no se borra.

 

La vuelta de
Martín Fierro

 

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