296 Hagámosle cara fiera a los males, compañero, porque
el zorro más matrero suele cair como un chorlito; viene por un
corderito y en la estaca deja el cuero.
297 Hoy tenemos que sufrir males que no tienen
nombre, pero esto a nadies lo asombre porque ansina es el
pastel, y tiene que dar el hombre mas güeltas que un
carretel.
298 Yo nunca me he de entregar a los brazos de la
muerte; arrastro mi triste suerte paso a paso y como pueda, que
donde el débil se queda se suele escapar el juerte.
299 Y ricuerde cada cual lo que cada cual sufrió, que
lo que es, amigo, yo, hago ansí la cuenta mía: ya lo pasado
pasó; mañana será otro día.
300 Yo también tuve una pilcha que me enllenó el
corazón, y si en aquella ocasión alguien me hubiera
buscao, siguro que me había hallao más prendido que un botón.
301 En la güeya del querer no hay animal que se
pierda– las mujeres no son lerdas, y todo gaucho es dotor si pa
cantarle al amor tiene que templar las cuerdas.
302 ¡Quién es de una alma tan dura que no quiera una
mujer! Lo alivia en su padecer: si no sale calavera es la mejor
compañera que el hombre puede tener.
303 Si es güena, no lo abandona cuando lo ve
desgraciao, lo asiste con su cuidao, y con afán cariñoso, y usté
tal vez ni un rebozo ni una pollera le ha dao.
304 ¡Grandemente lo pasaba con aquella prenda
mía, viviendo con alegría como la mosca en la miel! ¡Amigo, qué
tiempo aquel! ¡La pucha, que la quería!
305 Era la águila que a un árbol dende las nubes
bajó; era más linda que el alba cuando va rayando el sol; era la
flor deliciosa que entre el trebolar creció. |
306 Pero, amigo, el comendante que mandaba la
milicia, como que no desperdicia se fue refalando a casa; yo le
conocí en la traza que el hombre traiba malicia.
307 Él me daba voz de amigo, pero no le tenía fe; era
el jefe, y ya se ve, no podía competir yo; en mi rancho se
pegó lo mesmo que un saguaipé.
308 A poco andar, conocí que ya me había desbancao, y
él siempre muy entonao, aunque sin darme ni un cobre, me tenía de
lao a lao como encomienda de pobre.
309 A cada rato, de chasque me hacía dir a gran
distancia; ya me mandaba a una estancia, ya al pueblo, ya a la
frontera; pero él en la comendancia no ponía los pies
siquiera.
310 Es triste a no poder más el hombre en su
padecer, si no tiene una mujer que lo ampare y lo consuele: mas
pa que otro se la pele lo mejor es no tener.
311 No me gusta que otro gallo le cacaree a mi
gallina; yo andaba ya con la espina, hasta que en una ocasión lo
pille junto al jogón abrazándome a la china.
312 Tenía el viejito una cara de ternero mal lamido, y
al verle tan atrevido le dije: ¡que le aproveche!– Que había sido pa
el amor como gaucho pa la leche.
313 Peló la espalda y se vino como a quererme
ensartar, pero yo sin tutubiar le volví al punto a
decir: ¡cuidado!, No te vas a per–tigo; poné cuarta pa
salir. |
314 Un puntazo me largó, pero el cuerpo le saqué, y en
cuanto se lo quité, para no matar un viejo, con cuidado, medio de
lejos un palazo le asenté.
315 Y como nunca al que manda le falta algún
adulón, uno que en esa ocasión se encontraba allí presente, vino
apretando los dientes como perrito mamón.
316 Me hizo un tiro de revuélver que el hombre creyó
siguro; era confiado y le juro que cerquita se arrimaba, pero,
siempre en un apuro se desentumen mis tabas.
317 Él me siguió menudiando mas sin poderme acertar, y
yo, dele culebriar, hasta que al fin le dentré y ahi no más lo
despaché sin dejarlo resollar.
318 Dentré a campiar en seguida al viejito enamorao– el
pobre se había ganao en un noque de lejía. ¡Quién sabe cómo
estaría del susto que había llevao!
319 ¡Es zonzo el cristiano macho cuando el amor lo
domina! Él la miraba a la indina, y una cosa tan jedionda sentí
yo, que ni en la fonda he visto tal jedentina
320 Y le dije: pa su agüela han de ser esas
perdices. Yo me tapé las narices, y me salí esternudando, y el
viejo quedó olfatiando como chico con lumbrices.
321 Cuando la mula recula, señal que quiere
cociar, ansí se suele portar aunque ella lo disimula; recula como
la mula la mujer, para olvidar.
322 Alcé mis ponchos y mis prendas y me largué a
padecer por culpa de una mujer que quiso engañar a dos; al rancho
le dije adiós, para nunca más volver.
323 Las mujeres, dende entonces, conocí a todas en
una; ya no he de probar fortuna con carta tan conocida: mujer y
perra parida, ¡no se me acerca ninguna!. |