IX. Matreriando. La lucha con la partida
242 matreriando lo pasaba ya a las casas no
venía; solía arrimarme de día, mas, lo mesmos que el
carancho, siempre estaba sobre el rancho espiando a la
polecía.
243 Viva el gaucho que ande mal, como zorro
perseguido, hasta que al menor descuido se lo atarasquen los
perros, pues nunca le falta un yerro al hombre más
alvertido.
244 Y en esa hora de la tarde en que tuito se
adormece, que el mundo dentrar parece a vivir en pura calma, con
las tristezas del alma al pajonal enderiece.
245 Bala el tierno corderito al lao de la blanca
oveja, y a la vaca que se aleja llama el ternero amarrao; pero el
gaucho desgraciao no tiene a quien dar su oveja.
246 Ansí es que al venir la noche iba a buscar mi
guarida, pues ande el tigre se anida también el hombre lo pasa, y
no quería que en las casas me rodiara la partida.
247 Pues aun cuando vengan ellos cumpliendo con su
deberes, yo tengo otros pareceres, y en esa conduta vivo: que no
debe un gaucho altivo peliar entre las mujeres.
248 Y al campo me iba solito, más matrero que el
venao, como perro abandonao a buscar una tapera, o en alguna
vizcachera pasar la noche tirao.
249 Sin punto ni rumbo fijo en aquella inmensidá, entre
tanta escuridá anda el gaucho como duende; allí jamás lo
sorpriende dormido, la autoridá.
250 Su esperanza es el coraje, su guardia es la
precaución, su pingo es la salvación, y pasa uno en su
desvelo, sin más amparo que el cielo ni otro amigo que el
facón.
251 Ansí me hallaba una noche contemplando las
estrellas, que le parecen más bellas cuanto uno es más
desgraciao, y que Dios las haiga criao para consolarse en
ellas.
252 Les tiene el hombre cariño y siempre con alegría ve
salir las tres marías; que si llueve, cuanto escampa, las estrellas
son la guía que el gaucho tiene en la pampa.
253 Aquí no valen dotores, sólo vale la
esperiencia; aquí verían su inocencia ésos que todo lo
saben, porque esto tiene otra llave y el gaucho tiene su
cencia. |
259 Al punto me santigüé y eché de giñebra un taco; lo
mesmito que el mataco me arroyé con el porrón; si han de darme pa
tabaco, dije, ésta es güena ocasión.
260 Me refalé las espuelas, para no peliar con
grillos; me arremangué el calzoncillo, y me ajusté bien la
faja, y en una mata de paja probé el filo del cuchillo.
261 Para tenerlo a la mano el flete en el pasto até, la
cincha le acomodé, y, en un trance como aquél, haciendo espaldas en
él quietito los aguardé.
262 Cuando cerca los sentí, y que ahi no más se
pararon, los pelos se me erizaron y, aunque nada vían mis
ojos, no se han de morir de antojo, les dije, cuando
llegaron.
263 Yo quise hacerles saber que allí se hallaba un
varón; les conocí la intención y solamente por eso es que les
gané el tirón, sin aguardar voz de preso.
264 Vos sos un gaucho matrero, dijo uno, haciéndose el
güeno. Vos mataste un moreno y otro en una pulpería, y aquí está
la polecía que viene a ajustar tus cuentas; te va alzar por las
cuarenta si te resistís hoy día.
265 No me vengan, contesté, con relación de
dijuntos; ésos son otros asuntos; vean si me pueden llevar, que
yo no me he de entregar, aunque vengan todos juntos.
266 Pero no aguardaron más y se apiaron en montón; como
a perro cimarrón me rodiaron entre tantos; ya me encomendé a los
santos, y eché mano a mi facón.
267 Y ya vide el fogonazo de un tiro de garabina, mas
quiso la suerte indina de aquel maula, que me errase, y ahi no más
lo levantase lo mesmo que una sardina.
268 A otro que estaba apurao acomodando una bola, le
hice una dentrada sola y le hice sentir el Fierro, y ya salió como
el perro cuando le pisan la cola.
269 Era tanta la aflición y la angurria que venían, que
tuitos se me venían, donde yo los esperaba; uno al otro se
estorbaba y con las ganas no vían.
270 Dos de ellos que traiban sables más garifos y
resueltos, en las hilachas envueltos enfrente se me pararon, y a
un tiempo me atropellaron lo mesmo que perros sueltos. |
276 El más engolosinao se me apió con un hachazo; se lo
quité con el brazo; de no, me mata los piojos; y antes de que diera
un paso le eché tierra en los dos ojos.
277 Y mientras se sacudía refregándose la vista, yo me
le fui como lista y ahi no más me le afirmé, diciéndole: Dios te
asista, y de un revés lo voltié.
278 Pero en ese punto mesmo sentí que por las
costillas un sable me hacía cosquillas y la sangre me heló; dende
ese momento yo me salí de mis casillas.
279 Di para atrás unos pasos hasta que pude hacer
pie; por delante me lo eché de punta y tajos a un criollo; metió
la pata en un hoyo, y yo al hoyo lo mandé.
280 Tal vez en el corazón le tocó un santo bendito a un
gaucho, que pegó el grito y dijo: ¡Cruz no consiente que se cometa
el delito de matar a un valiente!
281 Y ahi no más se me aparió, dentrándole a la
partida; yo les hice otra embestida pues entre dos era robo; y el
Cruz era como lobo que defiende su guarida.
282 Uno despachó al infierno de dos que lo
atropellaron; los demás remoliniaron, pues íbamos a la fija, y a
poco andar dispararon lo mesmo que sabandija.
283 Ahí quedaron largo a largo los que estiaron la
jeta; otro iba como maleta, y Cruz de atrás les decía: que venga
otra polecía a llevarlos en carreta.
284 Yo junté las osamentas, me hinqué y les recé un
bendito, hice una cruz de un palito y pedí a mi Dios clemente me
perdonara el delito de haber muerto tanta gente.
285 Dejamos amotonaos a los pobres que murieron; no sé
si los recogieron, porque nos fuimos a un rancho, o si tal vez los
caranchos ahi no más se los comieron.
286 Lo agarramos mano a mano entre los dos al
porrón: en semejante ocasión un trago a cualquiera encanta; y
Cruz no era remolón ni pijotiaba garganta.
287 Calentamos los gargueros y nos largamos muy
tiesos, siguiendo siempre los besos al pichel, y por mas
señas, íbamos como cigüeñas estirando los pescuezos.
288 Yo me voy, le dije, amigo, donde la suerte me
lleve, y si es que alguno se atreve, a ponerse en mi camino, yo
seguiré mi destino, que el hombre hace lo que debe.
289 Soy un gaucho desgraciao, no tengo donde
ampararme, ni un palo donde rascarme, ni un árbol que me
cubije: pero ni aun esto me aflige porque yo sé manejarme.
290 Antes de cair al servicio, tenia familia y
hacienda; cuando volví, ni la prenda me la habían dejao ya. Dios
sabe en lo que vendrá a parar esta contienda. |
254 Es triste en medio del campo pasarse noches
enteras contemplando en sus carreras las estrellas que Dios
cría, sin tener más compañía que su delito y las fieras.
255 Me encontraba como digo, en aquella soledá, entre
tanta escuridá, echando al viento mis quejas, cuando el grito del
chajá me hizo parar las orejas.
256 Como lumbriz me pegué al suelo para
escuchar; pronto sentí retumbar las pisadas de los fletes, y que
eran muchos jinetes conocí sin vacilar.
257 Cuando el hombre está en peligro no debe tener
confianza; ansí tendido de panza puse toda mi atención y ya
escuché sin tardanza como el ruido de un latón.
258 Se venían tan calladitos que yo me puse en
cuidao; tal vez me hubieran bombiao y ya me venían a buscar; mas
no quise disparar, que eso es de gaucho morao. |
271 Me fui reculando en falso y el poncho adelante
eché, y en cuanto le puso el pie uno medio chapetón, de pronto le
di un tirón y de espaldas lo largué
272 al verse sin compañero el otro se sofrenó; entonces
le dentré yo, sin dejarlo resollar, pero ya empezó a aflojar y a
la pu–n–ta disparó.
273 Uno que en una tacuara había atao una tijera, se
vino como si juera palenque de atar terneros, pero en dos tiros
certeros salió aullando campo ajuera.
274 Por suerte en aquel momento venía coloriando el
alba y yo dije: si me salva la virgen en este apuro, en adelante
le juro ser más güeno que una malva.
275 Pegué un brinco y entre todos sin miedo me
entreveré; hecho ovillo me quedé y ya me cargó una yunta, y por
el suelo la punta de mi facón les jugué.
|