El golpe de estado

El alzamiento militar qué se gestaba desde antes de la formación de la logia Grupo de oficiales unidos (G.O.U.), se produjo el 4 de junio de 1943, con carácter estrictamente castrense y fue, aparentemente, la respuesta a la fórmula auspiciada por el presidente Castillo de Robustiano Patrón Costas para la presidencia y Manuel M. de Iriondo para la vicepresidencia.

El 3 de junio, en horas de la tarde, el ministro de guerra, Pedro Pablo Ramírez, hizo saber al presidente Castillo la inquietud en las filas castrenses por la insistencia en imponer desde el gobierno la candidatura presidencial de Patrón Costas, y le pidió que modificase esa decisión. La entrevista no dio un saldo positivo y quedó abierta la vía de la subversión.

Uno de los actores de las jornadas del 4 de junio, el coronel Leopoldo Ornstein, relató así los hechos:

El 4 de junio al aclarar partieron de Campo de mayo las fuerzas sublevadas. Las de Liniers se incorporaron en la avenida General Paz. Según noticias obtenidas se suponía que la primera división del ejército resistiría en la capital. La marina de guerra apoyaría el movimiento. En cuanto a la Escuela de guerra naval y a la Escuela de mecánica de la armada, prometieron mantenerse neutrales; ambas situadas en la avenida del Libertador en las proximidades de la avenida General Paz.

Una densa neblina cubría toda esa zona, alcanzando hasta Belgrano y Palermo. Á las 10 horas la columna revolucionaria marchando por la avenida General Paz entraba en la avenida del Libertador y pasaba frente a las escuelas de la armada mencionadas. En el pórtico de la escuela de mecánica presenciaban el paso de las tropas su director, capitán de navío Fidel I. Anadón con varios oficiales. Inesperadamente se produjo un incidente entre dicho marino y el coronel Eduardo Avalos, provocado por este último, lo que motivó una actitud desorbitada del primero, que hizo cerrar rápidamente las puertas y ordenó a la tropa que tenía apostada en las ventanas del edificio que abrieran fuego.
La columna revolucionaria, que seguía marchando sin molestar a los marinos (por el contrario, se intercalaban saludos con las manos) fue tomada de improviso por ese fuego tan fuera de lugar, que derivó de la simple discusión entablada entre Anadón y Avalos, sin que tuvieran arte ni parte los jefes de la revolución ni los integrantes de la columna. Varios oficiales y conscriptos de la columna revolucionaria cayeron muertos, mientras otros caían abatidos por las graves heridas de los proyectiles recibidos.

Los revolucionarios, creyendo que habían caído en una trampa, reaccionaron de inmediato. La batería de artillería de la Escuela de infantería, que se hallaba próxima, fue emplazada y abrió el fuego sobre los edificios de la Escuela de mecánica, causando graves destrozos y produciendo bajas apreciables entre muertos y heridos en las filas marineras. La infantería que iba a la cabeza de la columna también abrió su fuego.
Muy a tiempo fue izada la bandera blanca por orden de Anadón, porque ya se aproximaban otras piezas de artillería, cuyo total alcanzaba a unos 40 cañones. La neblina en ese lugar se había disipado bastante, pero a distancia todavía no permitía divisar bien los efectivos militares, que alcanzaban a 7.000 hombres. Un microómnibus que pasó entre los dos bandos fue tomado de lleno por los proyectiles; su conductor y los once pasajeros que iban en el vehículo murieron instantáneamente, acribillados por las balas.

"Una vez terminado este lamentable suceso, los revolucionarios siguieron su marcha. La primera división de ejército no opuso resistencia. Sus regimientos permanecieron en sus cuarteles. Tampoco tomó parte la policía; sólo se preocupó de mantener el orden entre la población civil. A media tarde, la Casa Rosada cayó en poder de los jefes de la revolución. Castillo había huido."

En el curso de los acontecimientos se difundió la siguiente proclama al pueblo de la República, redactada por Juan Domingo Perón y Miguel A. Montes, miembros del G.O.U., que no habían intervenido en la acción de las tropas de Campo de mayo y Liniers:

"Las fuerzas armadas de la Nación, fieles y celosas guardianas. del honor tradicional de la patria, como asimismo del bienestar, los derechos y libertades del pueblo argentino, han venido observando silenciosa pero muy atentamente las actividades y el desempeño de las autoridades superiores de la Nación.
Ha sido ingrata y dolorosa la comprobación. Se han defraudado las esperanzas de los argentinos, adoptando como sistema la venalidad, el fraude, el peculado y la corrupción.
Se ha llevado al pueblo al escepticismo y a la postración moral, desvinculándole de la cosa pública, explotada en beneficio de siniestros personajes movidos por la más vil de las pasiones.
Dichas fuerzas, conscientes de la responsabilidad que asumen ante la historia y ante su pueblo —cuyo clamor ha llegado hasta los cuarteles— deciden cumplir con el deber de esta hora, que les impone salir en defensa de los sagrados intereses de la patria.
La defensa de tales intereses impondrá la abnegación de muchos, porque no hay gloria sin sacrificio.
Propugnamos la honradez administrativa, la unión de todos los argentinos, el castigo de los culpables y la restitución al Estado de todos los bienes mal habidos.
Sostenemos nuestras instituciones y nuestras leyes, persuadidos de que no son ellas, sino los hombres quienes han delinquido en su aplicación.
Anhelamos firmemente la unidad del pueblo argentino, porque el ejército de la patria, que es el pueblo mismo, luchará por la solución de sus problemas y la restitución de derechos y garantí as conculcadas.
Lucharemos por mantener una real e integral soberanía de la Nación; por cumplir firmemente el mandato imperativo de su tradición histórica; por hacer efectiva una absoluta, verdadera y leal unión y colaboración americana y el cumplimiento de los pactos y compromisos internacionales.
Declaramos que cada uno de los militares, llevado por las circunstancias a la función pública, se compromete bajo su honor:

  • A trabajar honrada e incansablemente en la defensa del honor, del bienestar, de la libertad, de los derechos y de los intereses de los argentinos.
  • A renunciar a todo pago o emolumento que no sea el que por su jerarquía y grado le corresponde en el ejército.
  • A ser inflexibles en el desempeño de la función pública, asegurando la equidad y la justicia de los procedimientos.
  • A reprimir de la manera más enérgica, entregando a la justicia no sólo al que cometa un acto doloso en perjuicio del Estado, sino también a todo el que, directa o indirectamente, se preste a ello.
  • A aceptar la carga pública con desinterés y obrar en ella solo inspirados en el bien y la prosperidad de la patria."


Las tres columnas, con unos 10.000 hombres, que avanzaron sobre la capital con los mandos regulares, constituían una fuerza efectiva. Para algunos de los oficiales jóvenes era la primera aventura político-militar; detrás del general Rawson marchaba en un vehículo de caballería el teniente primero Juan Carlos Onganía; para otros era la segunda marcha contra el gobierno nacional. No tuvieron oposición, ni en el general Juan Carlos Bassi, comandante de la primera división con asiento en Palermo, ni en el jefe de policía de la capital, general Domingo Martínez.


Sin defensa alguna, el presidente Castillo se refugió en el rastreador "Drurnond"; pero como las naves de la escuadra de ríos no se movieran para escoltarlo en señal de lealtad, entró en el puerto de La Plata y renunció a la presidencia, al tener noticias de que las guarniciones del interior se habían adherido al movimiento revolucionario.

Martín Aberg Cobo relata los últimos momentos de la actuación del presidente Castillo. Varios ministros en la Casa Rosada le aconsejaban que permaneciera en su puesto; otros opinaron que al escapar al cerco revolucionario se hallaría en mejores condiciones para luchar o parlamentar; el ministro de marina se inclinó a esta decisión, advirtiendo que la escuadra de marina, navegaba a toda máquina hacia el puerto de Buenos Aires y que sostenía al gobierno. Castillo se decidió por dejar la Casa Rosada, en la que quedó únicamente el secretario de la presidencia y una empleada telefonista y embarcó con sus ministros en el "Drumond", con ánimo de replicar al alzamiento; habría dicho al salir de su despacho: "si quieren balas, las tendrán".

Escoltaban al "Drumond" otras naves de la escuadra de ríos y tomó rumbo hacia el norte, hasta la altura de la avenida General Paz, con el propósito de apoyar con los cañones de los buques la resistencia que iba a oponer la Escuela de mecánica de la armada a la columna revolucionaria. Pero el presidente fue desobedecido y los barcos que le acompañaban se dispersaron en mitad del estuario, dejando solo al "Drumond", que al fin entró en el puerto de La Plata, desde donde capituló y renunció al verse sin apoyo.

El general Arturo Rawson, comandante de las tropas en rebelión, llegó a las 14,30 a la Casa de gobierno, donde ya lo esperaban los generales Pedro Pablo Ramírez, Edelmiro J. Farrell y el almirante Sabá H. Sueyro.
La destitución de un gobierno impopular había costado solamente el desgraciado incidente en la Escuela de mecánica de la armada.
En reunión reservada de los hombres del G.O.U., se designó secretario de la presidencia al coronel Enrique P. González, jefe de policía al coronel Emilio Ramírez; comandante de la primera división de ejército al general Farrell; jefe del 2 de infantería al teniente coronel Eyzaguirre; jefe del 3 de infantería al teniente coronel Ducó. Puestos clave para cualquier eventualidad de una resistencia.

Presidente en el rastreador Drummond

Durante la revolución del 4 de junio el señor presidente de la Nación Ramón S. Castillo , Robustiano Patron Costa y varios de sus ministros, se embarcan en el Rastreador A.R.A. "Drummond" a cargo del Teniente de Navio D. Ricardo Hermelo, esta unidad, que pasa así a ser sede del Gobierno Constitucional, una vez derrocado éste, entra el 5 de junio en el puerto de La Plata, donde se hace efectiva !a renuncia de las autoridades Constitucionales. 

Presidencia de Rawson

El triunfador, Arturo Rawson, formó su gabinete de gobierno con los siguientes nombres: Presidente de la República, Arturo Rawson; vicepresidente, contralmirante Sabá H. Sueyro; ministro del interior, vicealmirante Segundo R. Storni; ministro de relaciones exteriores y culto, general Domingo Martínez; ministro de hacienda, José María Rosa; ministro de justicia e instrucción pública, Horacio Calderón; de guerra, Pedro Pablo Ramírez; de marina, contralmirante Benito Sueyro; de agricultura, general Diego I. Mason; de obras públicas, general Juan Pistarini.

El gabinete debía jurar a medio día del 5 de junio pero fue objetada por jefes y oficiales del G.O.U., reunidos en la Casa de gobierno, la integración del gabinete de gobierno por Domingo Martínez y José María Rosa, acusados de simpatizar con la causa del Eje, y por Horacio Calderón, simpatizante de la causa de los aliados. El coronel Elbio C. Anaya fue designado por los hombres del G.O.U. para que transmitiese a Rawson el acuerdo tomado en la reunión mencionada. Rawson rehusó modificar el gabinete y presentó su dimisión en estos términos:

"Habiendo cumplido el propósito de deponer al gobierno y ante la imposibilidad de llegar a un acuerdo en la constitución del gabinete, pongo en manos del señor general de división Pedro Pablo Ramírez la renuncia indeclinable del cargo de presidente del gobierno provisional, para el cual debía prestar juramento"

El general Rawson, jefe del movimiento militar

El general Rawson, jefe del movimiento militar, es saludado por el general Ramón Molina y Elbio Anaya durante su marcha hacia la Casa de gobierno, 4 de junio de 1943. (Archivo General de la Nación.)

Cambio de bando

Rawson de inmediato se retiró de la Casa de gobierno y se dirigió a su domicilio.

Los jefes y oficiales del G.O.U. que provocaron la renuncia de Rawson no habían participado en la revolución, con excepción del coronel Elbio C. Anaya, que asistió a la reunión de éstos sin haber sido autorizado por los jefes de Campo de mayo y con desconocimiento de ellos. La revolución pasó de manos de los jefes de Campo de mayo, democráticos, a los jefes de filiación antidemocrática.
Pedro Pablo Ramírez lo reemplazó entonces como presidente del gobierno provisional de facto.
El diario La Vanguardia, que ignoraba lo que iba a ocurrir el 4 de junio, publicó ese día un editorial en el que se lee: 

"El presidente Castillo debe estar informado del concepto que merecen importantes sectores de su administración. Tenemos la convicción de que no le falta la palabra de amigos que le hayan advertido de lo que se dice en la calle. ¿Es que ya el presidente no puede dominar todos los hilos del gobierno? ¿O es que el presidente para salvar su política de continuidad tiene necesidad de dejar hacer a algunos inescrupulosos a quienes el país señala con el dedo? Ahora como en el 90 la nota característica es la inmoralidad en la administración pública. Mala política, mala administración. Fraude en política es fraude en el gobierno. El fraude es la expresión totalitaria de la vida oficial". . .

El editorial del día siguiente, el 5 de junio comenzaba así: 

"Ayer cayó indefendido el gobierno indefendible. El ministro de la guerra del señor Castillo barrió con el gobierno que vivía al margen de la Constitución. Desde ayer la fuerza reemplaza en el poder al fraude integral"...

Ramierez - Rawson