Probablemente más decidido a gobernar de lo que a Lanusse le hacía gracia, Levingston anunció algunas medidas importantes, como una reforma a la Constitución para incorporar el balotaje para la elección presidencial, la unificación de los mandatos en cuatro años y la posibilidad de la reelección presidencial.
Levingston a poco tiempo de asumir el poder, demostró su decisión de “profundizar la revolución” y retardar el retorno a la democracia. Lo ratificó en setiembre, cuando confirmó que los partidos políticos seguirían proscriptos y admitió que, a su modo de ver, la “revolución” duraría cuatro o cinco años más.
La dirigencia política estaba a la expectativa de las acciones de Levingston en relación a la normalización institucional. Se entrevistó con Frondizi, José María Guido y Farrell. Illia, el presidente depuesto por la “revolución argentina”, y Onganía rechazaron la invitación del presidente de facto, y tampoco envió invitación a Madrid para el líder del peronismo.
En tanto, la guerrilla seguía activa. Apenas días antes de que Levingston asumiera, Montoneros había hecho su aparición en la vida política con el secuestro y ejecución del general Pedro Eugenio Aramburu.
El gobierno de facto pulseaba con dos fantasmas de amarga vigencia actual: la inflación y el precio del dólar. Moyano Llerena actualizó el valor del dólar a cuatro pesos, pero igual ese reajuste ya estaba superado por el alza del costo de vida.
Aldo Ferrer tomó el timón en Economía e intentó un plan nacionalista. El 9 de noviembre dispuso una reducción en las importaciones, para impulsar el mercado interno y mejorar la balanza comercial. Buscaba saldos exportables, aplicó una veda de consumo carne vacuna y estimuló el de sustitutos. Trató de mejorar el salario de los trabajadores e impulsó políticas de compra del Estado en el mercado interno, a través de la Ley de “Compre nacional”, emitida el 28 de diciembre.
Consecuente con su filosofía nacionalista, el ministro procuró aumentar la exploración y detección de reservas petroleras y la explotación de las ya existentes. La política de expansión de las exportaciones fracasó ante la decisión del Mercado Común Europeo de restringir la compra de carne argentina.
En materia política, a medida que avanzaba el año, Levingston no lograba hacer pie. Ignoraba a los partidos y a Onganía y se resintió su relación con Lanusse cuando discutieron sobre el previsible festejo peronista del “Día de la lealtad”. Aunque él no lo admitiera, pareciera que tampoco quería que Perón en persona participara en eventuales elecciones.
El radical Ricardo Balbín es el símbolo del antiperonismo. Sin embargo, negoció con el delegado de Perón, Jorge Paladino, para firmar un reclamo conjunto de que se vuelva a la normalización institucional. Fue “La hora del pueblo”, firmada el 11 de noviembre de 1970.