La desconfianza hacia Urquiza

Si la vieja división tajante e inconciliable de federales y unitarios, bandera de guerra y de exterminio, se había alejado hasta el punto de no ser ya motivo de separación, hubo algunos antagonismos y prevenciones tradicionales que se hicieron presentes en forma vigorosa. 

Buenos Aires desconfia de Urquiza

Buenos Aires desconfiaba del provinciano Urquiza y alentaba sospechas sobre su sinceridad. Las provincias, por su parte, temían la absorción por la capital y recordaba la oposición que había hecho tantos años a la organización nacional, interesada en el usufructo exclusivo de la renta aduanera y del comercio fluvial. 

Alberdi sintetizó así el conflicto que había de surgir entre Buenos Aires y las provincias: "Rosas representaba el interés local de Buenos Aires sobre las provincias en materia de comercio, de finanzas, de navegación . . . , esto era lo esencial, las crueldades eran lo accesorio". 

Mariano Fragueiro, por su parte, en su obra Cuestiones argentinas, atenúa la conducta de Buenos Aires por su aporte esencial a las guerras de la independencia y contra el Imperio del Brasil y por su responsabilidad en el mantenimiento del crédito exterior y el servicio y amortización de las deudas.

Aunque con ideas y aspiraciones nacionales, en los hechos Valentín Alsina fue portavoz del porteñismo y así ocupó el puesto que Rosas había dejado vacante; muchos otros hombres eminentes se sumaron a esa corriente, Mitre y Vélez Sarsfield, por ejemplo. Había sido Alsina adicto a la concepción rivadaviana, había seguido manteniendo sus principios y era un hombre austero, orador y publicista de talento, apasionado y hombre de ley al mismo tiempo; pero no quiso ver las provincias en un plano de solidaridad nacional e igualitaria y por eso su prestigio y su autoridad no pasaron de los límites provinciales. 

Diario El Nacional

El 1º de mayo de 1852 aparece en Buenos Aires el diario "El Nacional", fundado por Dalmacio Vélez Sarsfield, en el que colaboraron Sarmiento, Mitre, Vicente F. López y Avellaneda, entre otros. Duró más de 41 años y ocupó un lugar sobresaliente en la historia del periodismo argentino. En él se publicaron las "Bases", de Alberdi. 

Sus consejos y sus iniciativas privaron en el gobierno en el primer tiempo de la repatriación y si hubiese sido posible una compenetración entre él y Urquiza, la historia de los diez años subsiguientes habría tomado otro rumbo. Pero poco a poco fue la cabeza dirigente del porteñismo y el acuerdo con Urquiza se hizo difícil o imposible.

Las provincias disponían también de adalides y portavoces de calidad. Juan Pujol, liberal, de visión moderna; Santiago Derqui, flemático, hombre de talento jurídico; Vicente Fidel López, Salvador María del Carril, Francisco Pico, Juan María Gutiérrez, de la Peña, Manuel Leiva, Elías Bedoya, Molina, Ocampo y otros valores intelectuales reivindicaban la personalidad de las provincias y colaboraban con Urquiza.

Para desvanecer recelos en razón de sus antecedentes, Urquiza llamó a su lado y a su consejo a hombres notables, sin preocuparse del partido a que hubiesen pertenecido; si no acertó a llamar a otros y los dejó situarse entre los opositores, abriendo una distancia que las pasiones iban a ensanchar, no fue por motivo de discrepancia política, sino más bien por meras simpatías o antipatías personales.

Libertad de prensa

Se habían dado pasos importantes para entrar en una vía constructiva nueva; fue asegurado el derecho de reunión, de prensa y de tribuna; se garantizó el ejercicio del sufragio; la vida política interna comenzó a desarrollarse sobre la base de la discusión pública acerca de las cuestiones y de los hombres. Renacía así una tradición que había sido cortada radicalmente por la tiranía.

Pocos días después de la batalla de Caseros, se ve a Bartolomé Mitre redactando el diario Los Debates; a Vélez Sarsfield al frente de El Nacional, fundado por Martín Piñero, sobrino suyo; a Diego de Alvear y Delfín Huergo en El Progreso, órgano oficialista. Eran los tres diarios más caracterizados de la opinión, los más responsables y coherentes con su tesis respectiva. Pero también hubo una profusión de publicaciones circunstanciales: La Avispa, El Torito, Nueva Época, Padre Castañeta, órganos de la guerrilla menuda, pasional, a veces desenfrenada.   De ese modo, la organización del país quedó bajo la inspiración de la opinión pública, que Urquiza quiso respetar. 

Lo que faltaba eran hombres con ideas y actitudes nuevas para sacar provecho inmediato del sacudimiento político y social producido y capaces de mantener contacto espiritual entre las dos corrientes delineadas, la de los porteños y la de los provincianos, algo similar a lo expuesto por Echeverría en su Dogma socialista.