La zona del norte comenzó a ser habitada hacia el año 7000 a C. Los distintos grupos étnicos que habitaron la región andina (sin contar los Andes patagónicos) fueron los quechuas, aimaras, calchaquies , diaguitas y huarpes; en cuanto a los calchaquíes son descendientes de una de las parcialidades de los diaguitas o paziocas.
Estos pueblos fueron dominados entre circa 1480 a 1533 por el imperio inca de los invasores Incas aliados con los aimaras procedentes del Perú y de la cuenca del lago Titicaca en el sur de Perú y el oeste de Bolivia. La palabra «diaguita» fue un mote dado por los aimaras ya que en el idioma aimara thiakita significa ‘alejado’, ‘foráneo’. Si bien la duración del Incario o imperio Incaico fue relativamente breve dejó notorios influjos (principalmente en la toponimia) ya que aun luego de la conquista española a partir de 1535 el quechua era la lengua vehicular de gran parte de la región andina. Como los otros habitantes de la región andina, tenían conocimientos muy avanzados de la agricultura, la construcción de terrazas y el riego artificial. También criaban animales como la llama que les servían para comerciar con otros grupos indígenas.
Las poblaciones originarias en la Argentina han disminuido mucho con relación a la población en general. Esto se debe a diferentes causas interrelacionadas, como las enfermedades, el mestizaje, las campañas de exterminio (siglos XVIII y XIX), la brusca interrupción de sus culturas y la inmigración considerable de Europa. En las provincias de Jujuy, Salta y Tucumán se conservan las costumbres indígenas en celebraciones, bailes y comidas, con una población significativa., que incluye a los collas, un grupo étnico en el cual se han fundido gran parte de los atacamas, omaguacas, calchaquies y chichas y que ha recibido un fuerte influjo quechua. En cuanto a los aimaras y quechuas que actualmente hay en esa zona en su inmensa mayoría son inmigrantes recientes (a partir de las últimas décadas del siglo XX) procedentes de distintas zonas de Bolivia: los aimara proceden de la cuenca del lago Titicaca en el oeste de Bolivia y el sur de Perú mientras que los incas proceden del Altiplano peruano aunque su núcleo de origen sea la región andina central de Perú.
Oleo Las canasteras Huarpes del pintor Barcelonés Fidel Roig Matóns (1887-1977)que arribo a Mendoza en 1908 y se dedico a la pintura de las tradiciones de los aborígenes huarpes
En la zona de Neuquén y el sur mendocino vivían aborígenes que se diferenciaban de los araucanos que invadieron la región a mediados del siglo xvii. Eran los pehuenches antiguos y los puelches algarroberos y puelches de Cuyo. Pehuenche es una voz araucana que significa «gente de los pinares».
Estos montañeses pehuenches eran cazadores de guanacos y recolectores de semillas y frutas silvestres, de algarroba, molle, piñones de araucaria. Con éstos hacían una especie de pan y una bebida parecida a la chicha; los piñones reunidos en una época del año se conservaban en silos subterráneos para el consumo en todo tiempo. Cuando llegó el caballo, se aficionaron a su carne. Para los puelches, el alimento principal era la algarroba; por eso se les llamó algarroberos. La fruta del molle era recolectada y consumida tanto por pehuenches, como por puelches.
Las pinturas rupestres en la Patagonia han sido frecuentemente estudiadas. Menghin se refirió a culturas protopehuelches del 2000 al 3000 a.C., y a otras de hasta once mil años de antigüedad Por su parte, Asbojorn Pedersen estudió en varias ocasiones las pinturas rupestres de la región del Parque Nacional Nahuel Huapi y sus posibles proyecciones prehistóricas; halló llamas montadas y con carga, indicio de vinculación con el Altiplano. Pero lo más notable y sugestivo fue el hallazgo de jinetes a caballo; éste habría podido ser el caballo americano fósil (Equus rectidens), conclusión a que se refirió también Bird en 1938. En excavaciones patagónicas se hallaron huesos del caballo americano fósil y objetos de piedra correspondientes a la industria humana primitiva.
Las armas de los pehuenches eran el arco y la flecha, las boleadoras de dos bolas y, al comenzar la araucanización, usaron también la lanza de varios metros de largo; las flechas llevaban una punta triangular, sin pedúnculo. Trabajaban el cuero para confeccionar prendas de vestir y cubiertas para los toldos y recipientes; usaban unos odres de piel de guanaco para el transporte de agua. Los que vivían cerca de los lagos habrían fabricado balsas, probablemente de juncos o de totora. Los trabajos de plumas eran una de las ocupaciones principales de los hombres, pero en lo que más se distinguieron los pehuenches fue en el arte de la cestería, que aprendieron de los huarpes, sus vecinos.
A la derecha, indio calchaquí cubierto con una túnica y con un adorno en la cabeza hechos con plumas de ñandú.
Los Pehuenches son especialmente recolectores de piñones más que agricultores. Con aquellos frutos fabricaban una especie de harina que se podía almacenar por varios meses. Además recolectaban otros frutos y con algunos de ellos elaboraban una bebida parecida a la chicha. Todos los víveres eran almacenados en silos construidos debajo de la tierra, siendo utilizados durante las épocas de escasez.
Esta antigua raza indígena, ya extinguida, ocupaba la parte norte de Mendoza, el sur de San Juan y una extensión importante en el noroeste de San Luis. Esta última proyección ha sido puesta en litigio por Antonin Serrano, quien argumenta que la arqueología de esa región no parece mostrar vinculaciones culturales huarpes. Su territorio habría estado delimitado por el río Jáchal-Zanjón al norte, el río Diamante al sur, el valle de Conlara al este, y la cordillera andina al oeste. Según los cronistas y testigos, eran físicamente de alta talla, de complexión fuerte, delgados y enjutos. Los hallazgos arqueológicos confirman las descripciones de los cronistas.
Cuando llegaron los conquistadores, los huarpes cuyanos se encontraban en un proceso de transculturación de origen andino; ya hacían vida sedentaria, cultivaban el suelo, vestían cami-seta andina y conocían la cerámica rayada, grabada y en bajo relieve, así como la cerámica policromada. Uno de los cultivos más importantes era el de maíz, probablemente también el de quínoa. Además, entraban en su alimentación productos agrestes de la zona, en especial la algarroba, que entonces abundaba. Con este vegetal preparaban el patay y la chicha o aloja. Cazaban patos y venados. Practicaban también la pesca en las lagunas; en la de Guanacache, hoy casi desecada, pescaban en balsas de antigua factura, formadas con la reunión de varios haces de tallos de juncos o totora, fuertemente ligados; el conjunto tenía una forma alargada, con rebordes, y era impulsado por una larga pértiga; todavía se hallaban muestras de esas balsas hasta hace pocos años.
Como otros pueblos precolombinos del actual territorio argentino, en el siglo XVI los "comechingones" se hallaban organizados en jefaturas y (debido a la acumulación económica y de poder) en señoríos: hacia el 1100 d.C el ámbito "comechingón" se encontraba habitado por comunidades productoras de moderados excedentes alimentarios, estas comunidades se asentaron en las zonas más fértiles y menos frías, es decir, principalmente en el fondo de los valles. Los cultivos solían ubicarse en tales sitios mientras que la cría de llamas implicaba una pastoricia hacia regiones más elevadas. Pese a la constitución de un completo modo de producción agrícola, los "comechingones" mantuvieron siempre paralela y complementariamente un modo de producción cazador-recolector.
Los indios tonocotés ocupaban la región de los ríos Dulce y el Salado, donde fue fundada la ciudad de Santiago del Estero. Pedro Sotelo de Narváez, en su Relación de 1583, dice que la mayoría de los indios asentados en la zona hablaba tonocoté. Estos indios eran de ascendencia brasílida, y practicaban la agricultura; pero influyeron sobre ellos las culturas andinas. Solían fijar su asentamiento allí donde las condiciones del terreno les permitían desarrollar su modo peculiar de vida. En la región que habitaron los hermanos Duncan y Emilio Wagner descubrieron un nutrido material arqueológico, compuesto sobre todo de cerámica policroma; estos hallazgos les llevaron a calificarlos como fruto de una civilización chacosantiagueña.
Al respecto escribió Canals Frau:
«Desgraciadamente, los mencionados arqueólogos que por la época se iniciaban en el estudio de estas cosas, llevados sin duda por sólo su enorme entusiasmo, exageraron y sublimaron en tal forma el sentido de estos hallazgos, que parecía como si la cerámica de Santiago del Estero estuviese exenta de todo condicionismo de tiempo y lugar...».
Hablaron los hermanos Wagner de un «imperio teocrático de las llanuras», con asiento en el lugar, y buscaron correlaciones más bien con los lugares clásicos del Viejo Mundo que con las demás regiones del propio continente, lo cual llevó a muchas confusiones. Los especialistas argentinos examinaron la situación planteada y concluyeron que la civilización chacosantiagueña era propia de su tiempo y de su ambiente. En el fondo, no era más que una cultura amazónica andinizada, o bien una cultura andina amazonizada. Esa cultura persistió hasta la llegada de los españoles.
Aparte de los tonocotés en el Chaco, hubo otro grupo aborigen del mismo tipo étnico y la misma lengua, los mataraes, que ocupaban numerosos poblados situados sobre las márgenes del río Bermejo medio, no lejos del lugar donde se instaló, en 1585, la ciudad de Concepción. Dos de esos poblados se conocen por haber sido de indios que se entregaron en encomienda a vecinos de aquella ciudad y que, posteriormente, fueron llevados a la jurisdicción de Santiago del Estero. Se trata de los mataraes y de los guacaraes, que vivían a una distancia de unas siete leguas al oeste de Concepción.
Por el aspecto físico no se habrían diferenciado mayormente de los pueblos del noroeste y de las regiones colindantes, pues de otro modo habrían sido señaladas características externas, tales como la talla alta y la flacura. La arqueología moderna permitió examinar una serie de cráneos y esqueletos hallados por los hermanos Wagner, en la región del Salado.
Los olongastas eran un núcleo étnico que habitaba los llanos riojanos y las zonas contiguas de San Juan, San Luis y Córdoba. Se supone que fueron un grupo huárpido. Utilizaban el arco y la flecha con punta lítica, la boleadora y las hachas de piedra. Eran sedentarios y vivían en poblados. Cuando llegaron los españoles en 1591, fueron repartidos en poblados vecinos, en Córdoba y La Rioja. En 1632 se rebelaron junto con otros indios y mataron a un misionero. En 1782 ya se habían extinguido.
La cerámica diaguita cambios que trajo el contacto con los incas, esto permitio un gran desarrollo en la confeccion de diferentes tipos de recipientes y en el manejo de los metales.
Estos pueblos habitaban en la región serrana de Córdoba, extendiéndose por el sur de Santiago del Estero y parte de San Luis. Las informaciones que se tienen sobre ellos son sumamente escasas, ya que desaparecieron tempranamente, sin que nadie se preocupase de estudiarlos, ni de recopilar materiales de sus lenguas.
Se trata de dos pueblos que, aunque a menudo son presentados juntos por los investigadores, evidentemente diferían entre sí. Hablaban lenguas distintas, de las que no quedan sino unas pocas palabras sueltas. Los comechingones, que habitaban las sierras cordobesas, hablaban dos lenguas: los de la región septentrional, la lengua henia, y los del sur, la camiare. El nombre de comechingones, con que se les conoce, no es el que ellos se daban, sino el que les daban los sanavirones, y al parecer se refiere al hecho de que vivían con frecuencia en cuevas. De los sanavirones se sabe aún mucho menos.
Respecto de esta región, los conquistadores españoles hablan con frecuencia de indígenas barbudos, merced a lo cual Canals Frau los coloca en su tipo racial australoide de los huárpidos. Otros autores los consideran ándidos o pámpidos.
La barba que cubría su rostro los distinguía de los demás indios. Habitaban el oeste de las sierras de Córdoba; allí construían sus viviendas, cavando la tierra hasta que quedaban sólo dos paredes, que armaban con madera y cubrían con paja. Cazaban guanacos, ciervos y liebres; recolectaban frutos de algarrobo y chañar, y cultivaban el maíz y la quinua. Mediante estas tareas conseguían su sustento; los pequeños criaderos de llamas que habían domesticado les daban la lana para tejer el delantal, la camiseta y las mantas con que se vestían.
Del nivel cultural de estos indígenas ofrecen excelentes testimonios las pinturas rupestres de la sierra de Comechingones, las de la zona de Cerro Colorado y las de las Sierras del Norte. Se han estudiado unos treinta mil dibujos en doscientas cuevas o abrigos. Cuando llegaron los españoles, en 1573, comenzó la extinción de estos indígenas, que se diluyeron en la masa amestizada de la antigua gobernación del Tucumán.
La geografía del noroeste influyó para diferenciar a los pueblos indígenas que allí habitaban del resto de los grupos que habitaban el territorio argentino. Las cadenas montañosas, con altos picos y valles que dificultaban las comunicaciones, contribuyeron a la formación de culturas muy distintas de la de las llanuras. Entre las numerosas tribus de la zona sobresalían los diaguitas y los calchaquíes, que habitaban en los valles de Salta, Catamarca y La Rioja. Conocían las técnicas agrícolas y cultivaban el maíz en terrazas o andenes de la montaña. Se proveían de lana de llama, guanaco y vicuña, realizando tejidos de variados dibujos. Fabricaban vasijas, jarros y platos, pues eran excelentes ceramistas y decoraban hábilmente estos objetos. Traba-jaban el oro, la plata y el cobre. Los incas extendieron sus dominios por estas regiones a mediados del siglo xv, es decir, cien años antes de la llegada de los españoles. Dominaron a los diaguitas y los valles calchaquíes e incorporaron la región al Tahuantinsuyo.
Esta influencia incaica se extendió hasta la zona de Cuyo, donde los huarpes adoptaron las técnicas agrícolas y los sistemas de riego incaicos.
Los diaguitas y los calchaquíes o cacanas, que habitaron el noroeste argentino, fueron, sin duda, los de cultura más elevada en el país. Defendieron tenazmente su identidad frente a los conquistadores españoles, quienes sólo pudieron someterlos mediante la guerra o el traslado en masa de sus poblaciones. Esta capacidad para enfrentarse al español, así como las numerosas fortificaciones halladas en la región, los revelan como pueblos muy bien preparados para la guerra. Siempre combatieron a pie, ya que los diaguitas, como los restantes grupos andinos, no incorporaron el caballo; la llama fue su permanente medio de transporte. El maíz era su alimento preferido, aunque también cultivaban zapallos, porotos y quinua.
Sembrar en una región de suelo montañoso, a menudo árido y casi sin lluvias, no es tarea fácil, y en verdad no lo fue para los indígenas andinos. Sin embargo, lo consiguieron con su tenacidad e ingenio: es justamente su habilidad para desarrollarse como agricultores uno de los elementos que nos permite comprobar el grado de adelanto que habían alcanzado. No tenían tierra llana; hicieron entonces andenes en las laderas de las soberano Túpac Yupanqui. Este inca guerrero anexó a su imperio todo el altiplano boliviano y luego Chile, hasta el Bío-Bío. De paso para esa campaña sometió al noroeste casi sin esfuerzos ni contratiempos especiales, hasta el sur de Mendoza. La influencia que dejaron los incas en esas zonas está documentada en un auto que expidió el obispo de Santiago de Chile, fray Diego de Humanzoro, al visitar Mendoza, en 1666. En el mismo el obispo anatematiza a los indios cuyanos, los huarpes, por ciertas ceremonias y ritos que practicaban, y especialmente por la ejecución de «sus danzas y otros taquies prohibidos». La palabra taquies significa, en lengua incaica, «cantos bailados» y los huarpes los asimilaron durante los años de dominio incaico, entre 1460 y 1520. De estos taquies derivaron el takirare, el yaraví, el triste y la tonada cuyana. Los indios que practicaban esas danzas y cantos prohibidos por los frailes, eran azotados por los conquistadores, quienes les cortaban el cabello y los exponían en la picota.
montañas, y, como casi no llovía, construyeron canales y acequias para el riego, tan eficaces que aún hoy se utilizan. Los calchaquíes, como todos los indios de América, no conocieron el arado; por ello sembraban haciendo pequeños hoyos.
Casas cuadradas, de piedra, sin puerta y con techos de paja o sin él, fueron las viviendas típicas de los pueblos andinos.
También los omaguacas disputaron sin cuartel el dominio de su tierra a los españoles. Éstos, sin embargo, se esforzaron mucho en conseguirla porque la zona de mayor concentración de estos indios, la Quebrada de Humahuaca, constituía el camino obligado hacia el rico imperio incaico, ya bajo el poder de España.
Como sus vecinos, los omaguacas hicieron de las laderas de los cerros sus campos de cultivo; allí sembraban la papa y el maíz, y los regaban también por medio de canales. La carne de guanaco y avestruz completaba su comida.
Eran sedentarios, conocedores de la cerámica, de rudimentos de la metalurgia y de las artesanías del tejido y la cestería.
Esta zona del noroeste argentino fue conquistada entre los años 1460 y 1493 por el soberano Túpac Yupanqui. Este inca guerrero anexó a su imperio todo el altiplano boliviano y luego Chile, hasta el Bío-Bío. De paso para esa campaña sometió al noroeste casi sin esfuerzos ni contratiempos especiales, hasta el sur de Mendoza. La influencia que dejaron los incas en esas zonas está documentada en un auto que expidió el obispo de Santiago de Chile, fray Diego de Humanzoro, al visitar Mendoza, en 1666. En el mismo el obispo anatematiza a los indios cuyanos, los huarpes, por ciertas ceremonias y ritos que practicaban, y especialmente por la ejecución de «sus danzas y otros taquies prohibidos». La palabra taquies significa, en lengua incaica, «cantos bailados» y los huarpes los asimilaron durante los años de dominio incaico, entre 1460 y 1520. De estos taquies derivaron el takirare, el yaraví, el triste y la tonada cuyana. Los indios que practicaban esas danzas y cantos prohibidos por los frailes, eran azotados por los conquistadores, quienes les cortaban el cabello y los exponían en la picota.