Indígenas de la llanura

Las culturas pampeanas y patagónicas, no pudieron sedentarizarse ni especializarse en la agricultura ni la consecuente agroalfarería: la ecología de los territorios que habitaban y el índice demográfico de los pueblos pámpidos hacía que su economía más sustentable fuera la basada en un sistema «primitivo» y por estos motivos se organizaron sobre la que había sido durante milenios una exitosa base de sistemas de caza y recolección. Aproximadamente a partir de mediados del siglo XVII, merced a la captura y domesticación de los caballos importados por los españoles, devinieron en hábiles jinetes que, literalmente, cazaban ganado cimarrón ya que la alta movilidad y dispersión que la ecología (con grandes temporadas de sequía-) le había impuesto tradicionalmente a estas etnias les hacía a las mismas antieconómica e incluso impráctica de la ganadería. 

Los puelches

El grupo que habitó la zona comprendida entre el sur de la provincia de La Pampa, el extremo sur de la provincia de Buenos Aires y Río Negro fue llamado por los araucanos, pue/ches, que significa «pueblos del este». Se habla así, de puelche-guénaken, para designar al grupo de pobladores primitivos. El padre Faulkner conoció a estos indios mientras se hallaba en las misiones del sur de Buenos Aires, entre 1 740 y 1750, y en 1830 Alcide D'Orbigny los encontró en Carmen de Patagones. Faulkner los subdividió en dos grupos: a uno lo llamó chechehet, hibridismo por het, una voz pampa que significa «gente» y se extendía desde lo que es hoy Bahía Blanca, hasta la desembocadura del río Negro. Al otro grupo lo llamó levuche, voz mapuche que significa «gente de río». Había otros grupos nómadas que llegaban hasta las sierras de Tandil y de la Ventana, por lo cual se les llamó serranos. Los chechehet tenían como vecinos a los querandíes, en el norte, y en el sur a los guénaken. Desde el punto de vista racial y linguístico, los chechehet estaban más cerca de los guénaken que de los pampas primitivos. En la expedición exploradora que realizó Juan de Garay en 1582, después de la fundación de Buenos Aires, se encontró con estos indios cerca de Mar del Plata. Su piel presentaba un color moreno-oliva; eran corpulentos, anchos de espalda, con miembros vigorosos, rostro ancho y serio, boca saliente y labios gruesos. Tenían los ojos pequeños, horizontales, pelos largos y lacios, pómulos salientes, cráneos dolicocéfalos, rasgos todos del tipo racial patagónico. Su alimento principal se lo proporcionaban los guanacos y ñandúes; a los que a partir del siglo XVIII se sumaron los caballos.


Campamento de los puelches

El principal alimento era el guanaco, el ciervo de las pampas y el ñandú, que cazaban utilizando arcos, flechas y boleadoras. También recolectaban raíces y semillas y preparaban bebidas alcohólicas. Vivían en toldos hechos de pieles y su vestido era el quillango, confeccionado con piel de guanaco. Calzaban mocasines de cuero y solían pintarse el rostro según la ocasión.

Vida social

Las armas de los puelches eran el arco y la flecha, las bolas y el lazo. Llevaban las flechas en el carcaj. Eran muy diestros con la honda y cuando comenzaron a utilizar el caballo emplearon también la lanza larga. Su indumentaria consistía en un manto más o menos cuadrangular, compuesto de varias pieles cosidas con tendones, el quillango. Usaron primero las pieles de guanaco; luego las de felinos, zorros, etcétera, y después las de equinos. En la parte opuesta al pelo, los mantos ostentaban pinturas geométricas. Debajo del manto los hombres llevaban un cubresexo y las mujeres un pequeño delantal de piel. Ambos se pintaban el cuerpo con varios colores y se sujetaban el pelo con una vincha. Carecían de vivienda fija. No se tienen noticia de que los antiguos puelche-guénaken practicasen la cestería o alfarería; pero más tarde tuvieron una cerámica con decoración incisa; tampoco conocieron el tejido; tenían cuchillos y raspadores de piedra. La familia era monógama, pero los caciques podían tener varias esposas; en el siglo XVIII el cacique Bravo o Cangapol hacía ostentación de siete mujeres. El matrimonio se efectuaba por compra de la mujer a cambio de mantas, caballos, etcétera. Por encima de la familia estaba la parcialidad, agrupación de aproximadamente cien personas, de las cuales se conocían cinco, o más, cada una de las cuales llevaba el nombre de un animal como distintivo, resto de un antiguo totemismo. Al frente de cada parcialidad había un cacique, pero su autoridad era muy limitada. Eran elegidos para ese cargo individuos valientes y aptos para la oratoria en los parlamentos.

Creencias y lenguaje

Los puelches creían en una alta divinidad que llamaban Tukutzual, pero no se sabe que fuese objeto de un culto particular. También creían en el genio del mal: Arraken, causante de las desgracias, las enfermedades y la muerte. Su representante era Elel, y ambos intervenían en momentos importantes de la vida: nacimiento, entrada en la pubertad, casamiento, etcétera. Cuando alguien moría se le envolvía en su manto y era enterrado con sus armas y ornamentos al lado; se practicaba luego el sacrificio de sus animales y su toldo era reducido a cenizas.

Su lenguaje es distinto del tehuelche meridional, pero tiene muchas características comunes, sobre todo en lo gutural; en diversos vocabularios adoptaron la lengua puelcheguénaken. Se ignora la época en que se produjo la diferenciación de los patagónicos primitivos en los patagones del norte y los patagones del sur. En el período en que esto sucedió, los puelche-guénaken realizaron aquellos implementos de piedras decorados con incisiones, que fueron llamados placas grabadas por los arqueólogos que los descubrieron, y cuyo significado es aún desconocido. Los araucanos chilenos influyeron más tarde en la arqueología de la región. Repre-sentativas de esa influencia son unas hachas de tipo neolítico con largo mango de madera, y jarras de barro cocido con una sola asa.

Con la introducción del caballo se alteraron las costumbres primitivas; los puelches se dedicaron al saqueo de la población blanca y los araucanos acabaron por absorber o extinguir a los puelche-guénaken.

Dibujo de araucanos de Giulio Ferrario publicado en Milán en 1827

Dibujo de mapuches de Giulio Ferrario publicado en Milán en 1827.

Los pampas y querandíes

Los pampas primitivos existieron mucho tiempo antes de la llegada de los españoles, dispersos en la región pampeana; el hábitat sirvió para su denominación. A principios del siglo XVIII, comenzó su extinción, cuando fueron reemplazados por conglomerados de araucanos procedentes de Chile, a los que también se les llamó pampas. La suplantación fue gradual y más o menos lenta, hasta la extinción. Hacia finales del siglo XVIII el cambio era un hecho consumado y en la pampa no quedaban más que araucanos. Los blancos que visitaron sus tierras, aproximadamente desde 1668, encontraron cada vez más indios extraños a la zona, a los que se les calificó de nucas o indios alzados. Gracias al testimonio de jesuitas que estuvieron en la zona, como el padre Faulkner, se obtuvo un conocimiento relativo de los antiguos pampas, aunque a mediados del siglo xviii estaba en pleno desarrollo el proceso de suplantación de los moradores primitivos por los llegados del otro lado de la cordillera.

Lehmann-Nitsche fue el primero que advirtió la presencia en la pampa de una lengua que no era araucana, ni tampoco la de otras tribus vecinas y la llamó het, pero seguramente era la lengua de los antiguos pampas.

Los indios querandíes, a quienes conocieron los primeros descubridores y colonizadores, habitaban en la zona que tenía por centro el territorio de la actual ciudad de Buenos Aires, llegando por el norte al río Carcarañá, por el este al mar y al Río de Plata, por el sur hasta más allá del Salado bonaerense, y por el oeste hacia el pie de la Sierra Grande, en Córdoba. Por consiguiente, los querandíes formaban el sector oriental de los pampas primitivos. Fueron subdivididos en dos grandes grupos: los taluhet, que ocupaban la pampa húmeda; y los diuihet, en la parte occidental y meridional, que habitaban la pampa seca.

Modo de vida

Los pampas eran de talla alta, cabeza alargada, y presentaban cierta semejanza con los patagones, aunque eran de estatura algo menor. El esqueleto hallado en Fontezuelas se cree que sería anterior aun a los pampas históricos; lo mismo se ha dicho de los cráneos fósiles de Arrecifes. Se servían del arco y la flecha, cazaban venados a pie y los rendían por cansancio. Eran nómadas; su vivienda consistía en un simple paravientos, con cueros de venados pintados y adobados; después usaaron los cueros de bovinos y equinos.

Seguramente el toldo pampeano fue un perfeccionamiento ulterior. Su alimento era la carne; recolectaban productos silvestres de origen vegetal o animal y, como todos los pueblos patagónicos, se vestían con una pampanilla y un pellón, el quillasgo que les servía de capa. Trabajaban la piedra y poseían grandes morteros líticos; utilizaban las boleadoras de dos bolas y también las de una. En el área que ocupaban los querandíes se ha encontrado una cerámica con decoración simple, grabada y geométrica, que posiblemente era propia de ellos.

Al adoptar el caballo abandonaron la que había sido, en un principio, su actividad de alfareros, aumentó el nomadismo y entonces practicaron, con intensidad, el arte de la cestería. Conservaban la tradición de un dios llamado Soychu, con el cual se reunían al morir. Creían en un espíritu del mal: Gua/ichu, creencia común a otros pueblos australes. Sus hechiceros practicaban los ritos; al hechicero se le llamaba machi. Como en otros pueblos meridionales, las novias se compraban, y el divorcio era frecuente, al menos en el sector occidental. Es probable que la lengua de los querandíes fuera la de casi todas las parcialidades pampas, aunque hubiese diversos dialectos de ella. 

Sebastián Caboto, cuando se estableció en la desembocadura del Carcarañá, se encontró con los pampas a los que bautizó con el nombre de querandes, palabra que significa «gente de grasa», tal vez por la costumbre de comer carne y grasas de animales. Fueron éstos los indios con los cuales Mendoza estableció contacto y los que le brindaron alimentos en las primeras semanas; pero también fueron ellos los que incendiaron con sus flechas la recién fundada Buenos Aires. Como no era un pueblo sedentario, sino siempre nómada, Buenos Aires careció de mano de obra para el trabajo, hasta la introducción de los negros africanos. Algunos pequeños grupos pampas fueron absorbidos sobre la margen derecha del río Salado de Buenos Aires, no lejos de la desembocadura, al ser incorporados por los jesuitas, en 1 740, a la reducción de Concepción de los Pampas, aunque en 1873 esa reducción quedó vacía. Al sur de Córdoba hubo algunas reducciones, como la de San Esteban de Bolón, San Antonio, sobre el río Tercero; Yucat, que todavía persiste como población, Las Peñas, etcétera. En 1794 se mencionaba la existencia de pampas reducidos en esa zona, pero en general se diluyeron con los araucanos.

Los araucanos

Encarnizados defensores de su tierra frente a los conquistadores, los valientes araucanos se extendían a lo largo del territorio chileno. Su peligrosidad aumentó al adoptar el caballo, que obtuvieron primero cambiándolo por mantas y tejidos a los pampas, y luego, atravesando la cordillera para conseguirlo. Así ocuparon las llanuras argentinas e impusieron su lengua y costumbres a pampas y patagones. Esto ocurrió durante el siglo XVIII, siendo los araucanos los últimos indios que se establecieron en la Argentina.

Al hacerlo, abandonaron la vida sedentaria y el papel de agricultores, que llevaban en Chile, y basaron la búsqueda de alimento y vestido en el caballo. Aprovecharon la gran movilidad que éste les brindaba para dedicarse a la caza y al saqueo, arrastrando a los pampas en sus malones.

Su vivienda era el toldo pampeano, que a veces dividían con cueros de caballo o vaca y donde, con frecuencia, se reunían alrededor de un fogón. Se cubrían con dos mantas: una de ellas, el chamal, la envolvían en la cintura y la sujetaban con una faja; la segunda era un poncho que se ponían especialmente las mujeres. Ambas mantas se colocaban de distinta manera: la primera cubría todo el cuerpo, desde los hombros, donde la prendían con alfileres, ciñéndola además en la cintura; la segunda caía desde los hombros a la manera de una capa. Los hombres usaban chiripá, que les envolvía las piernas.

Vida tribal

Los araucanos se agrupaban en tribus numerosas, a menudo rivales, cuyo poder se fue consolidando a medida que absorbían a pampas y patagones. Aunque nunca llegaron a formar verdaderos estados, tuvieron una cohesión y una organización política que sólo se puede comparar con la de los andinos del noroeste. Estaban gobernados por estirpes, dirigidas por un cacique (toque). El gran cacique (gulmen), elegido por una asamblea de guerreros, ejercía su poder sobre un territorio más extenso.

En la historia nacional argentina tuvieron gran importancia estas tribus, y muchos escritores y viajeros han dejado interesantes testimonios sobre ellas. La tribu de los pehuelches, que ocupaba la zona cordillerana y la comprendida entre los ríos Diamante por el norte y Limay por el sur, fue una de las más importantes. Los aucas eran araucanos que vivían en la zona de las sierras de la Ventana y Tandil. Al este del Salado estaban los ranqueles. Al este y al sur de los ranqueles se hallaba el grupo de las Salinas Grandes, cuyos jefes Calfucurá y Namuncurá organizaron terribles malones contra estancias y pueblos de la provincia de Buenos Aires. Otros grupos, como mapuches y tehuelches, eran ramas del tronco araucano original.

Creencias

Reconocían un ser supremo creador, aunque no protector: Chachao (padre de la gente; no tenía representación personal y vivía en el cielo lejos de los hombres y sus conflictos. En cambio cerca de ellos, pero perdido en la noche y la naturaleza hostil, estaba el espíritu del mal, Gualicho, al que debían ofrendar alimentos y tornarlo propicio con ceremonias mágicas.

Los araucanos temían a los muertos y los enterraban lejos de la toldería, con sus armas y alimentos. Si se trataba de un cacique, un gulmen o un toqui, se hacían sacrificios de animales. Más tarde se inmolaba su caballo de guerra para que pudiera escapar de Gualicho e irse al cielo con Chachao.