Durante los primeros días de febrero de 1982, la CGT anunció la convocatoria a una “concentración popular a realizarse en lugar y fecha que oportunamente se determinarán” (como verá, el suspenso de las fechas tampoco es nuevo). Recién a mediados de marzo se confirmó que la protesta sería el 30 de ese mes. Consistiría en una “movilización pacífica” hacia Plaza de Mayo, donde se entregaría un petitorio al gobierno. A su vez, en cada provincia se definirían los itinerarios de la manifestación.
Además de la vigencia del estado de sitio y las amenazas que a diario se hacía desde organismos oficiales, la movilización se topó con un nuevo obstáculo: la escalada belicista que se inició a partir del “incidente de las islas Georgias del Sur”, el 19 de marzo. A partir de ese día, el calentamiento de la confrontación diplomática con Gran Bretaña se convirtió en un nuevo eje de presión para que la CGT depusiera la movilización.
No obstante, a pesar de la coerción represiva y la apelación nacionalista, la convocatoria a la protesta no se depuso.
En marzo de 1982 había tres razones fundamentales para convocar a la protesta. La primera estaba vinculada con la ola de quiebras que desde principios de 1981 venía sacudiendo a diversas ramas industriales: metalúrgicas, textiles, automotrices, etc. Los efectos más nocivos del programa de Martínez de Hoz se habían empezado a manifestar con fuerza recién a partir de 1980. En los periódicos se publicaba, casi a diario, noticias de cierres y suspensiones en fábricas de todo el país. En febrero de 1981 se hablaba de “record de quebrantos”.
Esta situación iba de la mano de un proceso de creciente malestar entre las filas obreras. Los conflictos se extendían en todas las ciudades. Y en muchos casos se produjeron extensas tomas de fábrica en defensa de los puestos de trabajo. El SMATA, dirigido por José Rodríguez – sindicado como cómplice en la represión de los delegados combativos de la Mercedes Benz, Peugeot y Ford al comienzo de la dictadura-, declaró dos paros nacionales de mecánicos durante 1981.
La tercera razón era la cada vez más extensa impopularidad del gobierno de facto. Después de la declaración del segundo paro nacional a la dictadura, en julio de 1981, se conformó la “Multipartidaria”, que agrupaba a los principales partidos burgueses. En su documento fundacional hablaban, por primera vez, del “inicio de la transición hacia la democracia”. Eso sí, bajo el “lema del Episcopado Argentino: la reconciliación nacional”.
Por su parte, la otra rama del sindicalismo, la CNT-“20”, que controlaba importantes sindicatos como ferroviarios, metalúrgicos, la carne, etc., consideraba que todavía había espacio para el “diálogo”. Y como en ocasiones anteriores, desautorizaron cualquier medida. Como podrá apreciar, estimada lectora y lector, la tibieza y colaboracionismo del “triunvirato” tienen una larga tradición en el movimiento obrero argentino.
La acción de la policía se concentró en reprimir a los grupos de manifestantes para que no se pudieran formar las columnas. Desde el mediodía, empezaron a hostigar a los que intentaban reunirse: a palazos, con la caballería, con balas de goma o los carros hidrantes. Una verdadera cacería que se sostuvo hasta las primeras horas de la noche. Durante la jornada fueron detenidos, sólo en la ciudad de Buenos Aires, unos 3.000 manifestantes. Como no alcanzaban los patrulleros para tamaña cosecha, la policía procedió a incautar colectivos de línea para subir a los detenidos.
Puesto que la dictadura se había caracterizado por la represión clandestina, y prácticamente no había habido grandes movilizaciones durante el período, la represión desatada el 30 de marzo causó honda impresión en diversos sectores. Incluso en la prensa escrita se notó una abierta simpatía y solidaridad con los manifestantes. Varias de las fotos icónicas sobre la dictadura fueron sacadas ese día. En una de las más características, se ve a un joven contra la pared, de rodillas en el suelo, apuntado por un militar con un arma de grueso calibre. Sobre el muro y parte del cuerpo del muchacho, se proyecta la sombra del milico. En segundo plano, se ve a otros dos jóvenes en el suelo, también sometidos por militares. Una composición perfecta.
En varias crónicas del día se reflejaba la brutalidad represiva. Por ejemplo, la Agencia Noticias Argentinas (NA) decía: “…La acción policial fue observada directamente desde las oficinas de ‘Noticias Argentinas’… Desde allí se pudo apreciar cuando efectivos que descendieron de un carro de asalto, tomaron por la fuerza a dos manifestantes a quienes golpearon en espaldas y riñones mientras los conducían a los patrulleros. En la acción de represión participaron incluso policías de civil, ‘que se mezclaron entre los manifestantes’ (…) Cuando los periodistas de NA observaban por los ventanales el incidente, un policía que ocupaba uno de los patrulleros sacó una escopeta lanzagranadas y apuntó hacia ellos en un claro gesto de intimidación hacia los periodistas… Mientras la policía actuaba con energía, los manifestantes coreaban consignas tales como ‘Queremos trabajar’, ‘CGT, CGT’, ‘Se va acabar la dictadura militar’”.
El 30 de marzo de 1982 fue el corolario de la resistencia del Movimiento Obrero a la dictadura. Esa jornada fue generada entre otros por la “Comisión de los 25 Gremios Peronistas” (luego CGT Brasil) creada el 1 de marzo de 1977 por el compañero Saúl Ubaldini (Cervecero), Roberto García (Taxista), Fernando Donaire (Papeleros), Demetrio Lorenzo (Alimentación), Osvaldo Borda (Caucho), Ricardo Pérez (Camioneros), el “Negro” Serpa (Obras Sanitarias), José Rodríguez (SMATA), y muchos luchadores más.
La feroz Guardia de Infantería y sus “cabeza de tortuga”, la montada, los hidrantes, los gases, las balas de goma y de las otras fueron una constante cada vez que el movimiento obrero organizado ganaba la calle. Y aquel 30 de marzo de 1982 no fue la excepción. ¿Las consignas? “PAZ, PAN y TRABAJO”, y “LUCHE Y SE VAN”.