La caida de Rosas

Rosas durante todo su periodo había ido juntando muchos enemigos, tenia problemas con Brasil y Paraguay , también los había tenido con Francia y Gran Bretaña , al mismo tiempo Urquiza fue incrementando su poder militar y económico hasta que vino la rotura del régimen rosista con el pronunciamiento de 1851 que terminaría con la batalla de Caseros y el fin del Rosismo  

Misiones diplomáticas en Buenos Aires

Para resolver el largo entredicho con Rosas, Francia y Gran Bretaña enviaron, después del combate de Obligado, ministros plenipotenciarios cuyas misiones se prolongaron varios años. Francia envió a Alejandro Colonna, conde Walewski, hijo del emperador Napoleón y de María Walewska. Desembarcó de la nave de guerra Cassini el 9 de mayo de 1847 en Buenos Aires acompañado por su bella esposa, la condesa Bentivoglio, una aristócrata florentina. Rosas le preparó alojamiento en la casa de la calle Piedad, número 117, dispuesta especialmente por el gobierno con muebles, espejos y colgaduras de damasco carmesí. La condesa llegó encinta y el 12 de mayo dio a luz una niña, María Isabel, que murió el 2 de julio.

Gran Bretaña envió a John Hobart Caradac, barón de Howden , edecán de Wellington en Waterloo y herido en la batalla de Navarino en 1827; arribo a bordo del vapor de guerra Raleigh el 10 de mayo y se alojó en el Hotel de Provence. 

El enviado francés no sabía español y necesitaba la traducción de su secretario Brossard para hablar con Rosas, en cambio Lord Howden hablaba español y andaba bien a caballo, cosas que agradaron a Rosas. El 25 de mayo ambos diplomáticos revistaron cuatro mil soldados y treinta cañones que desfilaron ante ellos en la fecha patria. Las negociaciones no prosperaron ante la negativa de Rosas en varios puntos, en especial sobre la soberanía del Paraná. 

Lord Howden viajó a Montevideo el 4 de julio; Walewski lo hizo el 7 del mismo mes y allí se entrevistaron con Oribe en el campo sitiador para negociar la paz, pues el sitio duraba ya cinco años y todos querían terminar la guerra. Lograron un armisticio de seis meses, que fue rechazado por el gobierno sitiado. Lord Howden levantó el bloqueo en nombre de Gran Bretaña el 15 de julio de 1847. 

Ante el cambio del gobierno ingles gran Bretaña en marzo de 1848 llegaron nuevos enviados: Robert Gore (1795-1854), por Gran Bretaña, y Juan Bautista Luis, barón de Gros, hijo del celebre pintor Juan Antonio Gros, el autor de Los apestados de Jaffa y otros temas napoleónicos. Estos diplomáticos entraron en conversaciones con Oribe procurando llegar a un arreglo directo con él, pero la intervención de Rosas paralizó las negociaciones. 

Juan Manuel de Rosas

Retrato del gobernador de la provincia de Buenos Aires Juan Manuel de Rosas en 1850 en momentos en que se hallaba en negociaciones con los gobiernos de Francia y Gran Bretaña por el tema del bloqueo anglo-frances

Mientras tanto la revolución de 1848 había derribado en Francia al rey Luis Felipe y toda Europa estaba convulsionada. Se impuso en París y en Londres la necesidad de concluir, de una vez, el enojoso asunto del Río de la Plata. 

Un nuevo enviado británico, Henry Southern, llegó a Buenos Aires en octubre de 1848 y reconoció los derechos argentinos a sus ríos interiores y admitió la devolución de la isla de Martín García; Rosas levantaría el sitio de Montevideo previo desarme y evacuación de las tropas extranjeras de esa plaza. La convención conocida como Arana-Southern se firmó el 24 de noviembre de 1849 y la Sala de Representantes la ratificó el 24 de enero de 1850. El 24 de febrero fue evacuada la isla de Martín García y fueron devueltos los barcos argentinos apresados.

Las relaciones con Gran Bretaña quedaron plenamente restablecidas; Palmerston y Rosas intercambiaron saludos amistosos. Se dispararon cañonazos festejando el hecho desde la flota británica y desde el Fuerte de Buenos Aires. 

Una multitud vivó en las calles a Rosas y a la reina Victoria. Lo mismo hizo el contraalmirante Lépredour en nombre de Francia el 31 de agosto de 1850. El 30 de septiembre se hizo otro tanto con Oribe. Esta larga y enojosa incidencia diplomática dio a Rosas un gran predicamento en toda América; varios gobiernos se solidarizaron con él por la constancia y valentía con que defendió la soberanía nacional, en momentos en que Europa necesitaba mercados coloniales.

Al aceptar Gran Bretaña las exigencias argentinas sobre la estratégica isla de Martín García y sobre los ríos interiores, Rosas levantó el largo sitio que sus tropas habían mantenido sobre la ciudad de Montevideo. 

A la izquierda, un soldado perteneciente a la caballería rosista y, abajo, una quinta situada en la ribera del río en las proximidades de El Retiro. Al aceptar Gran Bretaña las exigencias argentinas sobre la estratégica isla de Martín García y sobre los ríos interiores, Rosas levantó el largo sitio que sus tropas habían mantenido sobre la ciudad de Montevideo. A la izquierda, un soldado perteneciente a la caballería rosista y, abajo, una quinta situada en la ribera del río en las proximidades de El Retiro.

Plaza de la Victoria

Aspecto de la Plaza de la victoria (actual plaza de mayo) en la Buenos Aires de la epoca de Rosas en una litografía de Carlos Pellegrini

La salud de Rosas

El general José de San Martín, quien había escrito el 21 de septiembre de 1839, desde Grand Bourg, «que no aprobaba la persecución general contra los hombres más honrados de nuestro país y el asesinato del doctor Maza me convence de que el gobierno de Buenos Aires no se apoya sino en la violencia», indignado por la intervención extranjera en el Río de la Plata, ofreció a Rosas el glorioso sable corvo que usara en sus campañas. 

Agregaba el Libertador en otra carta que «no puedo concebir que haya americanos que se unan al extranjero por indigno espíritu de partido, para humillar a su patria y reducirla a una condición peor que la que sufríamos». Este famoso sable fue entregado por Manuelita Rosas al Museo Histórico Nacional.

Pero Rosas estaba fatigado y su salud muy afectada, pues había sido operado, al parecer entre los años 1848 y 1851, de un cálculo en la próstata por el doctor Teodoro Alvarez. En julio de 1844 Rosas había sufrido una operación similar a cargo del doctor Lepper, médico de la marina británica que atendió muchos años al dictador y a su familia. 

Su sistema de trabajo —lo hacía durante toda la noche, comía a las tres de la madrugada y a las  siete de la mañana, cuando se acostaba hasta las tres de la tarde— era demoledor. El ministro británico Southern escribía a Palmerston el 18 de octubre de 1848: «Rosas sufre del mal de la piedra y tiene ataques de gastritis y a los 56 años su salud está quebrantada. Anoche me dijo el doctor Lepper que tuvo un severo ataque de gota, pues la humedad de la zona de Palermo le es perjudicial. Después de trabajar toda la noche come a las siete o nueve de la mañana, se retira a descansar hasta las tres o cuatro de la tarde. La otra comida se realiza entre las doce y las tres de la madrugada. Realiza con el doctor Lepper largas conversaciones caminando por la azotea de su casa».

La situación en el Río de la Plata había cambiado; muchos unitarios emigrados regresaron a Buenos Aires con sus familias sin ser molestados por Rosas. El 10 de mayo de 1851 se pronunció Urquiza contra Rosas en Entre Ríos y firmó una alianza con Montevideo y Brasil. Pasó con sus tropas a la Banda Oriental y provocó el levantamiento del sitio de Montevideo, el 8 de octubre de 1851.

Lord Palmeron

El ministro británico Southern escribía a Palmerston el 18 de octubre de 1848: «Rosas sufre del mal de la piedra y tiene ataques de gastritis y a los 56 años su salud está quebrantada. Anoche me dijo el doctor Lepper que tuvo un severo ataque de gota, pues la humedad de la zona de Palermo le es perjudicial. Después de trabajar toda la noche come a las siete o nueve de la mañana, se retira a descansar hasta las tres o cuatro de la tarde. La otra comida se realiza entre las doce y las tres de la madrugada. Realiza con el doctor Lepper largas conversaciones caminando por la azotea de su casa»

El pronunciamiento de Urquiza

Todos los años, Rosas enviaba un mensaje a la Sala de Representantes para ser leído el primero de año, como era habitual. En enero de 1849 se leyó este mensaje que concluía en tercera persona: 

«El general Rosas os reitera encarecidamente sus anteriores súplicas para que lo eximáis del mando supremo. Es una inmensa responsabilidad que no puede más sobrellevar.., su salud misma, notoriamente destruida, le exige retirarse a la vida particular y tranquila». 

A los 56 años de edad, cargado de espaldas, nervioso y obeso, Rosas estaba agotado. Una comisión de la Legislatura lo entrevistó el 8 de septiembre de 1849 para hacerlo desistir de su propósito de renunciar al cargo que ejercía, pero él insistió y afirmó que deseaba abandonar su mandato en abril de 1850, cuando concluyera el quinquenio para el que había sido reelecto en 1845.  El 7 de marzo de 1850 la Legislatura de Buenos Aires, tras aprobar el uso que Rosas hizo de la suma del poder público durante el lustro que concluía, lo reeligió para  el período 1850-1855.

Las demás provincias sumaron su aprobación al pedido de reelección y algunas de ellas confiaron a la Sala porteña plenos poderes, sin limitación alguna, para designar a Rosas jefe supremo de la Confederación, investido de la suma de poderes nacionales. Solamente Entre Ríos y Corrientes se abstuvieron de enviar diputados, y terminaron por aceptar la renuncia de Rosas.
El 5 de enero de 1851 el diario La Regeneración de Concepción del Uruguay publicó un artículo de Carlos de Terrada, donde se aseguraba: 

«Este año de 1851 se llamará en esta parte de América, La Organización. Obra de una admirable combinación de ciencia, patriotismo y firmeza. Habrá paz general y gloria en la República, con la República. El gran principio del sistema federal, consagrado por la victoria, quedará consagrado en una asamblea de delegados de los pueblos...». 

urquiza y la proclama

El pronunciamiento de Urquiza era la culminación de un período de tensión que venía desde años atrás. El poder fuerte y ya casi vitalicio de Rosas, excluyente de todo intento de organización nacional, el cierre de los ríos al comercio con el exterior y la aduana de Buenos Aires que lo absorbía todo, habían colmado la paciencia de muchos federales. La aduana porteña percibía impuesto sobre los productos importados y exportados de todo el país, en beneficio exclusivo de la provincia de Buenos Aires.

El artículo causo indignación y alarma en el gobierno de Rosas. Desde Buenos Aires le solicitaron a Urquiza que exigiera al periodista una total rectificación de esas ideas sobre «organización»«asamblea de pueblos» o «elección de un mandatario», sostenidas en el diario citado, y Urquiza contestó recalcando la necesidad de la organización «sobradamente postergada, por desgracia».

El 5 de abril el general Urquiza despachó una circular a las provincias anunciando: 

«Ha llegado el momento de poner coto a las temerarias aspiraciones del gobernador de Buenos Aires, quien, no satisfecho con las inmensas dificultades que ha creado a la República por su caprichosa política, pretende ahora prolongar indefinidamente su dictadura odiosa, reproduciendo las farisaicas renuncias, a fin de que los gobiernos confederados, por interés o interés mal entendido, encabecen el suspirado pronunciamiento que lo coloque de hecho y sin responsabilidad alguna en la silla de la presidencia argentina'...».

Finalmente, el 1 de mayo de 1851, Urquiza firmó en el cuartel general de San José el decreto conocido históricamente como el Pronunciamiento, integrado por cuatro considerandos y dos artículos. En los primeros se citaba la enfermedad de Rosas y sus reiteradas renuncias al ejercicio de las relaciones exteriores, y exponía la necesidad de acceder a su pedido, estimando que sin él la Confederación bien podía llevar adelante su destino, En horas de la tarde de ese mismo día, ante las tropas formadas en la plaza Mayor de Concepción del Uruguay y la presencia del general Urquiza, el doctor Juan Francisco Seguí dio lectura al bando del pronunciamiento contra Rosas. Se afirmaba en este bando que era voluntad del pueblo de Entre Ríos reasumir el ejercicio de las facultades de su soberanía territorial, delegadas en la persona del gobernador de Buenos Aires, para el cultivo de las relaciones exteriores y dirección de los negocios de paz y guerra, para entenderse directamente con el resto del mundo, «hasta tanto que, congregada la Asamblea Nacional de las demás provincias hermanas, sea definitivamente constituida la República».

Urquiza envió un mensajero a Rosas con el texto del bando encabezado con la frase: «Viva la Confederación Argentina. Mueran los enemigos de la organización nacional». Había eliminado la frase oficializada por Rosas de «Mueran los salvajes unitarios». Rosas aceptó continuar en el gobierno, el 15 de septiembre de 1851, para reprimir el levantamiento de Urquiza y en el mensaje que envió a la Legislatura colocó la frase: «Muera el loco, traidor, salvaje unitario Urquiza».

Soldado de Urquiza

Al iniciar la campaña, Urquiza pasó una circular a todos los departamentos provinciales para concentrar a todos los varones hábiles el 15 de diciembre de 1851 en la Punta del Diamante, provistos de vestuario militar gorra, camiseta colorada y chiripá del mismo color y tres caballos en buen estado; además debían llevar lanza, cuchillo y las armas de fuego que tuviesen, los habitantes de la campaña formaban los escuadrones de caballería y los trabajadores de las ciudades la infantería.

El final del régimen

El pronunciamiento de Urquiza era la culminación de un período de tensión que venía desde años atrás. El poder fuerte y ya casi vitalicio de Rosas, excluyente de todo intento de organización nacional, el cierre de los ríos al comercio con el exterior y la aduana de Buenos Aires que lo absorbía todo, habían colmado la paciencia de muchos federales. La aduana porteña percibía impuesto sobre los productos importados y exportados de todo el país, en beneficio exclusivo de la provincia de Buenos Aires. Las otras provincias recibían, a veces, como subvenciones, lo que les correspondía legítimamente como participación.

También las repúblicas vecinas, en mayor o menor grado estaban interesadas en la caída de Rosas. Paraguay y Uruguay porque veían amenazada su independencia; Chile y Bolivia, por cuestiones de límites; Brasil, por la posibilidad de un apoyo rosista a los republicanos y separatistas del sur del país. Desde 1845, Urquiza venía siendo objeto de requerimiento por parte del Brasil y de los opositores de Rosas en Montevideo, que el caudillo entrerriano escuchaba sin comprometerse. Desde ese año, en que los 92 barcos mercantes pasaron por la Vuelta de Obligado después del combate de ese nombre, Urquiza comerciaba con el exterior. La plaza de Montevideo era aprovisionada en parte por los saladeros entrerrianos de Urquiza, contribuyendo a su enriquecimiento. Urquiza era el primer comerciante, productor y transportador de su provincia, y el dueño de casi todo el comercio que pasaba por el territorio entrerriano. En el año 1848 encargó al arquitecto italiano Pedro Fosatti la construcción del palacio de San José, importando mármoles y otros objetos de Italia para adornarlos. Esta residencia consta de 38 salas y la galería exterior, de sobria elegancia, formada por arcadas y columnas toscanas, remata en sus extremos con dos altas y macizas torres. En 1850 se instaló en la residencia un sistema completo de agua corriente, siendo el primero en el país que contó con ese adelanto. Este palacio costó una fortuna en su época, pero Urquiza era entonces uno de los hombres más ricos del país.

Brasil entró en tratos con los enviados de Urquiza, Benito Chaim y Antonio Cuyas y Sampere, en enero de 1851. Rosas, enterado de estas entrevistas, ordenó el 15 de abril de ese año el cierre de comunicaciones con Entre Ríos. El 29 de mayo de 1851, los representantes de Urquiza y delegados uruguayos y brasileños firmaron una convención, que establecía la expulsión del ejército sitiador de Oribe del Uruguay y, si Rosas declaraba la guerra, la alianza se volvería contra el dictador de Buenos Aires. Brasil destacaría su flota de 19 naves acorazadas armadas con 203 cañones al Río de la Plata para apoyar las acciones militares. El 18 de julio del mismo año, Rosas declaró la guerra a Brasil.

Domingo Faustino Sarmiento

Domingo Faustino Sarmiento, partidario de las fuerzas unitarias volvio de su exilio en Chile en el vapor brasilero Alfonso y presencio el combate de Tonelero , se incorporo al ejercito grande en la posición de bolatinero (cronista de guerra)  y participo de la Batalla de Caseros el 3 de febrero de 1852

El ejército de Urquiza

El ejército entrerriano a las órdenes de Urquiza, no era un ejército profesional permanente estaba integrado por la población masculina de la provincia, desde los 16 años hasta los ancianos, esto explica cómo una provincia con cuarenta mil habitantes podía movilizar casi diez mil hombres para la guerra. 

Al iniciar la campaña, Urquiza pasó una circular a todos los departamentos provinciales para concentrar a todos los varones hábiles el 15 de diciembre de 1851 en la Punta del Diamante, provistos de vestuario militar gorra, camiseta colorada y chiripá del mismo color y tres caballos en buen estado; además debían llevar lanza, cuchillo y las armas de fuego que tuviesen, los habitantes de la campaña formaban los escuadrones de caballería y los trabajadores de las ciudades la infantería.

Todo el mundo abandonó sus hogares y sus trabajos al llamado del gobernador, pues la falta de cumplimiento era condenada con la pena de muerte. El gobierno provincial fijaba el precio de las caballadas así como de las reses para el servicio del ejército. Urquiza, con 7.500 hombres a su mando, más el ejército de los generales Garzón y Virasoro, cruzó el río Uruguay el 18 de julio de 1851 y ocupó la villa de Paysandú. Manuel Oribe disponía de ocho mil soldados y 25 cañones en el sitio de Montevideo, e Ignacio Oribe de cuatro mil hombres al norte del río Negro y una vanguardia de 1.500 hombres sobre el río Uruguay. Otros grupos de milicias estaban desplegados en la frontera norte para hacer la guerra de recursos contra los brasileños. El 24 de agosto de 1851, Rosas ordenó que el coronel Pedro Ramos reemplazara a Manuel Oribe al frente de las divisiones argentinas en el Uruguay. La vanguardia de Oribe, al mando del coronel Servando Gómez se unió a Urquiza con trescientos hombres y abundante caballada. Las fuerzas de Ignacio Oribe se dispersaron ante el avance de Urquiza y Manuel Oribe se rindió el 8 de octubre al verse rodeado por tierra y por mar. Éste, dispondría libremente de su persona y se retiró a su finca del Miguelete, donde falleció en 1857. La campaña había durado ochenta días, se levantó el sitio de Montevideo que había durado nueve años y las tropas sitiadoras se incorporaron a las fuerzas de Urquiza.

Batalla de Tonelero

La batalla del Paso del Tonelero tuvo lugar el 17 de diciembre de 1851, cuando el general Lucio Norberto Mansilla atacó a siete barcos brasileños que remontaban el río Paraná, en el Paso del Tonelero, frente al paraje llamado El Tonelero, Partido de Ramallo, provincia de Buenos Aires.

Impresiones de Sarmiento

Domingo Faustino Sarmiento, viejo enemigo de Rosas, que había llegado a Montevideo desde Chile el primero de noviembre, describe la alegría reinante en la plaza al levantarse el sitio:

«Había parada militar. Los viejos tercios italianos, franceses, vascos, estaban allí, diezmados por nueve años de combates, satisfechos de triunfo tan costoso. Los cuatro batallones de negros orientales formaban a la cabeza del desfile, uniformados con lujo, con el uniforme francés, que habían recibido poco antes... El general Urquiza tiene siempre a su lado a un enorme perro, a quien ha dado el nombre del almirante inglés Purvis y que muerde a todo el mundo que se acerca a la tienda de su amo... Urquiza se ocupó de hacer sentir a los emigrados argentinos la necesidad de ponerse la cinta colorada de los federales, pues decía que era necesario reconciliarse con las masas y que él quería demostrar a Rosas que era federal...».

Es notable la descripción que hace Sarmiento de los soldados de Rosas, que habían sitiado a Montevideo durante nueve años sin gozar de licencia ninguna:

 «Pasados los primeros días de mi llegada a Montevideo me puse en contacto con el ejército rosista, que aún acampaba en la base del Cerro. Pocas veces he experimentado impresiones más profundas que las que me causó la vista e inspección de aquellos terribles tercios de Rosas. De cuántos actos de barbarie inaudita habrían sido ejecutores estos soldados que veía tendidos de medio lado, vestidos de rojo, chiripá, gorro y envueltos en sus largos ponchos de paño. Fisonomías graves como árabes con sus caras llenas de cicatrices y de arrugas, con los cabellos y las barbas encanecidos. La mayor parte habían salido de Buenos Aires en 1837 y desde entonces ninguno, soldados, clases, ni oficiales, habían obtenido ascenso. Un batallón salido de Buenos Aires con doscientas plazas conservaba aún treinta y tres soldados y ocho oficiales. Los restos de un batallón de infantería, habiendo perdido a todos sus oficiales, estaba hacía años al mando de un negro sargento que comandaba el cuerpo y Urquiza lo hizo mayor. Estos soldados y oficiales carecieron durante nueve años del abrigo de un techo, nunca tuvieron un ascenso y nunca murmuraron. Comieron sólo carne asada sin pan. No había hospitales ni médicos. El brazo o la pierna herida por un balazo se gangrenaba y el soldado moría. Poquísimos son los inválidos que se han salvado entre estos soldados. Sin embargo de todas estas privaciones tenían estos hombres una veneración sin límites por Rosas, que disimulaban apenas. Pocos sabían leer y escribir. En la división que se puso bajo el mando de Aquino, de 414 soldados, cabos y sargentos, solamente siete sabían leer y escribir mal».

mapa

Sobre la margen derecha de una vuelta del río Paraná, conocida como el Paso del Tonelero, en Ramallo, una batería al mando del general Lucio Norberto Mansilla esperó a la escuadra en las alturas de la barranca Acevedo. En ese punto el río tiene un canal que pasa a tiro de fusil de las barrancas.
Mansilla contaba con unas dieciséis piezas de artillería y unos 2000 hombres; las tropas de infantería se distribuyeron en pelotones y algunas se parapetaron tras prominencias y zanjones.Al presentarse la escuadra brasileña, se inició un duelo de artillería entre éstas y las tropas de Mansilla; durante cincuenta y cinco minutos se intercambiaron alrededor de 500 balas por lado, más fuego de fusilería.
Tres futuros generales argentinos, Bartolomé Mitre, Domingo Faustino Sarmiento y Wenceslao Paunero se encontraban con la flota brasileña en el buque insignia, el vapor Dom Afonso.

El Ejército Grande

El 31 de octubre, el general Urquiza embarcó en la nave brasileña Alfonso para ocuparse de la segunda etapa de la campaña: el derrocamiento de Rosas. 

El 21 de noviembre se firmó en Montevideo un nuevo tratado de alianza, complemento del anterior, para proseguir la guerra contra Rosas. 

Las tropas brasileñas, en número de casi veinte mil hombres, habían penetrado en territorio oriental y marcharon sobre Montevideo y Colonia para apoyar las operaciones del ejército aliado. 

La escuadra brasileña transportó a cuatro mil de estos soldados a Diamante, para incorporarse al Ejército Grande. La escuadra brasileña, al mando del almirante Grenfell, compuesta por los vapores Alfonso, Pedro II, Recife y Dom Pedro, las corbetas Dom Francisco y UniJo y el bergantín Caliope, sostuvo el combate del Tonelero (17 diciembre 1851). 

Un momento de tan gigantesca operación militar, que, iniciada el 23 de diciembre de 1851, precisó la participación de numerosos botes y barcos de todo tipo, así como dos semanas de intenso trajín.

Batalla del Tonelero

La batalla del Paso del Tonelero tuvo lugar el 17 de diciembre de 1851, cuando el general Lucio Norberto Mansilla atacó a siete barcos brasileños que remontaban el río Paraná, en el Paso del Tonelero, frente al paraje llamado El Tonelero, Partido de Ramallo, provincia de Buenos Aires.

Se trataba de una división del Brasil que iba a reunirse con el ejército que preparaba el general Justo José de Urquiza para derrocar a Juan Manuel de Rosas.

Fue la primera batalla naval de las naciones participantes en las que se utilizaron buques de guerra a vapor.

Mansilla ataco a la flota con 16 cañones en las barrancas de Acevedo, en el Paraná. Sarmiento, que viajaba en la nave insignia brasileña Alfonso, junto con Mitre y otros exiliados argentinos para unirse al ejército libertador de Urquiza, describe el combate:

«Nos pusimos todos de parada y el almirante nos dispensó el honor de permanecer sobre la cubierta, pues toda la tropa y los oficiales descendieron a la bodega. A poco andar divisamos la masa roja de la infantería de Mansilla parapetada en prominencias o zanjones en pelotones. Se cruzaron ochocientos disparos de cañón en una hora de combate que tardó la escuadra en pasar las barrancas del Tonelero. Tuvimos tres muertos, dos heridos y cinco balas metidas en el casco. Unas balas rojas incendiaron unos sacos de fariña y arpillera que estaban en cubierta...».

Soldado perteneciente a la caballeria de Rosas 

El paso frente a Rosario no fue hostilizado y la costa estaba llena de gente atraída por el espectáculo de la escuadra.
El batallón de la milicia de Rosario permaneció inmóvil ante el paso de los barcos. Mucha gente respondió a los vivas de las tripulaciones a la Confederación Argentina y a la Libertad.
Un batallón de infantería integrado por 170 alemanes, que combatió en Caseros, pidió permanecer en cubierta en el paso frente a Rosario.
Urquiza reunió 28.000 soldados con 45 cañones en el Diamante, pueblo cercano a Punta Gorda. Esta gran masa de soldados y material, con 55.000 caballos, inició el cruce del Paraná en una gran operación militar el 23 de diciembre de 1851. Cinco vapores de guerra brasileños, uno oriental, varios barcos mercantes y tres balsas construidas para transportar caballos participaron en esta gigantesca operación. Numerosas canoas, botes y balleneras de todas dimensiones, confundidas entre los intrépidos nadadores que a centenares cruzaban el río, daban a la escena un aspecto variado y pintoresco. Regimientos enteros de caballería cruzaron el río a nado. La gritería era enorme en aquellos parajes desolados. El cruce del Paraná concluyó el 6 de enero de 1852 con el paso de las últimas unidades, que fueron la División Oriental y la Artillería argentina. La operación había durado trece días, en total.

Soldados Federales

El día 3 de febrero de 1852 , sólo el cuerpo de infantería del ejercito de Rosas. parapetado en el edificio de Caseros presento resistencia al avance de Urquiza , en la pintura se ve infantes Rosistas descansando antes del ataque final.

La marcha sobre Buenos Aires

El 8 de enero de 1852, el ejército aliado acampaba en la costa de El Espinillo en Santa Fé y Rosario ya habían sido ocupadas.  Las fuerzas eran: 8.500 (Entre Ríos), 5.500 (Corrientes), 4.500 (Buenos Aires), 800 (Santa Fe), 3.000 (Brasil), 1.700 (Uruguay).
Urquiza tenía a sus órdenes a jefes como de la talla de Lamadrid, Juan Pablo López, Medina, Ávalos, Urdinarrain, Galarza, Miguel Galán, Manuel Márquez de Sousa, que mandaba la División Brasileña, y César Díaz, jefe de los orientales. No había Estado Mayor General, cuerpo de ingenieros, maestranza o fraguas de campaña, excepto una de los brasileños. Tampoco había hospital de campaña ni cuerpo de sanidad militar.
Los brasileños y los orientales tenían algunos medios para socorrer a los heridos y un cuerpo médico con botiquines y cirujanos.

Sarmiento fue objeto de sorna porque marchó a campaña con un impermeable que había traído de Estados Unidos. Dice Sarmiento:

«Yo era el único oficial argentino que ostentaba en campaña un equipo europeo: silla, espuelas, espada, levita abotonada, quepis francés, paletó en lugar de poncho, todo yo era una protesta contra el espíritu gauchesco, lo que al principio dio lugar a algunas bromas. Para la lluvia disponía de una capa blanca de goma elástica y para acabar con estos detalles de mi propaganda culta, elegante y europea, en aquellos ejércitos de apariencias salvajes, debo añadir que tenía botas de goma para la lluvia, una tienda fuerte y bien construida, catre de hierro y provisiones de boca para cargarlo todo en un caballo». 

Sarmiento había sido encargado por Urquiza de redactar el Boletín del Ejército Grande y por encargo del general compró una imprenta en Montevideo que pesaba 60 quintales, «por precios cómodos, gracias a mi conocimiento práctico del negocio». Sarmiento dice que «aunque la prensa de hierro colado era enormemente pesada, yo la tomé, seguro de obviar todas las dificultades». El impresor era el alsaciano José Alejandro Bernheim  tipógrafo y periodista que estaba en Montevideo desde 1850. También marchó con la imprenta volante del. ejército el pintor y litógrafo italiano Carlos Penuti , quien dibujó las cuatro escenas de la batalla de Caseros.

Martiniano Chilavert

La heróica y leal acción del coronel de artillería Martiniano Chilavert postergo pero no pudo detener la derrota de Caseros  del ejercito de Rosas. Una vez concluida la batalla fue ejecutado al dia siguiente por orden de Urquiza
Al finalizar la batalla, aun con ocasión de escapar, Chilavert permaneció fumando tranquilo al pie del cañón hasta que lo llevaron frente a Urquiza. Discutieron. Urquiza le recriminó su defección de la causa antirrosista. Chilavert le replicó que el único traidor era él que se había aliado a los brasileños para atacar a su patria. Urquiza ordenó fusilarlo por la espalda (castigo reservado a los traidores), pero cuando lo llevaron al sitio de fusilamiento, Chilavert, tras derribar a quienes lo arrastraban, exigió ser baleado de frente y a cara descubierta. Se defendió a golpes, pero fue ultimado a bayonetazos y golpes de culata. Su cadáver permaneció insepulto varios días.

La proclama de Urquiza

El 19 de diciembre de 1851, el general Urquiza había lanzado una proclama al ejército:

«¡Soldados!, bien pronto pisaréis las orillas occidentales del Paraná, proclamando la libertad y la soberanía de los pueblos argentinos. La campaña que vamos a emprender es santa y gloriosa, porque en ella vamos a decidir la suerte de una gran nación, que veinte años ha gemido bajo el pesado yugo de la tiranía del dictador de los argentinos, y a completar la grande obra de la regeneración social de la República del Plata, para que dé principio la nueva era de civilización, de paz y libertad, y se ciegue para siempre el abismo donde el tirano quería sepultar las glorias, el valor y hasta el renombre de los argentinos. ¡Soldados!, marcharemos con paso vencedor, porque el poder del tirano es incapaz de oponerse a vuestro denuedo; porque ese poder no está fundado en el amor de sus compatriotas, sino en el terror que ha difundido y en la sangre que ha derramado para conservar su odiosa tiranía, sacrificando por él su honor, su fama, el recuerdo de sus glorias, la libertad de la Patria y el porvenir de sus familias. La alianza americana con el Brasil y la República Oriental nos hacen más fuertes para combatir el ambicioso gobernador de Buenos Ares, y porque sus gobiernos no tienen más interés que la caída del tirano argentino, nos brindan con todos los elementos de guerra de que disponen.
¡Camaradas!, al emprender la gloriosa campaña contra el malvado Juan Manuel de Rosas os pido obediencia a vuestros jefes, respeto a la propiedad, sufrimiento en las fatigas, valor en los peligros, generosidad en la victoria y humanidad para los vencidos».

Dice el coronel César Díaz, jefe de la División Oriental, en sus Memorias, que el Ejército Grande marchaba dos veces al día: de las tres y media a las diez u once de la mañana, y de las cuatro de la tarde hasta el anochecer; pero cuando no se podía hacer esa división, por falta de agua, se hacía una sola jornada, que empezaba al amanecer y terminaba a las dos de la tarde. No había paradas de descanso y los tramos fijados se cumplían sin interrupción. La infantería sufría mucho con estas largas marchas y muchos hombres rezagados se arrastraban como podían y llegaban al campamento dos o tres horas después de estar acampado el ejército. La división brasileña perdió así muchos soldados, especialmente los batallones formados por alemanes. Dice Díaz que los soldados uruguayos cumplieron esas largas marchas con agilidad y buen orden «a pesar de estar cargados con la mochila y el capote que no llevaban los soldados argentinos».

Una sequía espantosa, que asolaba el país desde hacía dos años, hacía más dramática la marcha: los campos estaban resecos y los bosques de cardos ardían de continuo en voraces incendios, completando el cuadro de tristeza y desolación. El ejército marchaba entre columnas de fuego y nubes de polvo; para evitar los montones de cenizas ardiendo tenía que serpentear en su marcha, ya a la derecha ya a la izquierda. La tropa no llevaba tiendas de campaña y suplía esa necesidad con ramas de árboles. Cuando ocasionalmente caía alguna lluvia, los pobres soldados quedaban a la intemperie, envueltos en sus ponchos y capotes, esforzándose en vano en mantener a cubierto sus fusiles y municiones. Todo quedaba mojado y era indispensable destinar algunas horas para secar el vestuario, repasar las armas, renovar las municiones.

En la noche del 10 al 11 de enero de 1852, tuvo lugar en El Espinillo la sublevación del regimiento de caballería al mando del coronel Aquino. Esta tropa estaba formada por elementos rosistas que sitiaron a Montevideo durante nueve años. Habían permanecido fieles a Rosas y cuando acamparon en el lugar mencionado, alejados del resto del ejército, mataron a lanzazos al mismo Aquino y a otros jefes unitarios y en número de cuatrocientos se unieron a las fuerzas de Rosas en Santos Lugares. El hecho fue descubierto por Bartolomé Mitre, teniente coronel, que había decidido visitar a su amigo, el coronel Aquino. Eran las nueve de la noche cuando llegó al campamento y notó un silencio extraño en el mismo. Al llegar a la tienda blanca del coronel vio el cuerpo de ese militar junto con otros oficiales tendidos en el campo. El mayor Terrada se salvó del degüello pues su asistente lo arrastró hacia unos pajonales y lo escondió allí. Todos los integrantes de la división Aquino, capturados en Caseros, fueron fusilados por orden de Urquiza y colgados de los árboles en Palermo, después de la victoria.

Al finalizar la batalla, aun con ocasión de escapar, Chilavert permaneció fumando tranquilo al pie del cañón hasta que lo llevaron frente a Urquiza. Discutieron. Urquiza le recriminó su defección de la causa antirrosista. Chilavert le replicó que el único traidor era él que se había aliado a los brasileños para atacar a su patria. Urquiza ordenó fusilarlo por la espalda (castigo reservado a los traidores), pero cuando lo llevaron al sitio de fusilamiento, Chilavert, tras derribar a quienes lo arrastraban, exigió ser baleado de frente y a cara descubierta. Se defendió a golpes, pero fue ultimado a bayonetazos y golpes de culata. Su cadáver permaneció insepulto varios días.

La llegada a Caseros

El ejército pasó el Arroyo del Medio y penetró en territorio de Buenos Aires el 19 de enero de 1852; los cuerpos argentinos desplegaron sus banderas, dieron vivas a la libertad, se ejecutó el Himno Nacional y las bandas tocaron dianas y marchas. Muchos soldados y oficiales besaron la tierra exclamando: «¡Ésta es nuestra patria, al fin volvemos a verla para no dejarla jamás!». El día 14 de enero pasaron por San Nicolás, pueblo que se había declarado contra Rosas. El 20 de enero, el ejército entró en el pueblo de Pergamino, y dice César Díaz que la población se encerró en sus casas y pocas personas

se asomaron a las ventanas para ver pasar a la enorme masa de soldados y material. Afirma Díaz que «pocas personas se asomaban a las puertas de las Casas para vernos y si algunas lo verificaban, no era sino dando a sus fisonomías cierto aire de desdeñosa indiferencia o despreciativa compasión. Sólo se veían ancianos, mujeres y niños y todos estaban convencidos que nuestra pérdida era inevitable. Durante las cuatro o cinco horas que permanecimos en este lugar ningún hombre o mujer se acercó a nuestros vivaques. Recibían a los oficiales o soldados que iban al pueblo a proveerse de lo que nece-sitaban con profundo disimulo, sin dirigirles ninguna pregunta. Se veía claramente que el terror que Rosas había impuesto había echado allí raíces profundas».

El 29 de enero, el ejército llegó a la Guardia de Luján y, lo mismo que en Pergamino, sólo había viejos, mujeres y niños y algunos italianos y vascos. Esta gente manifestaba sus du-das sobre el triunfo del Ejército Grande sobre Rosas; creían que el dictador era invencible.

Las tropas de Rosas se retiraban continuamente ante el avance de Urquiza. El coronel Hilario Lagos, con seis mil hombres, fue atacado el 31 de enero en los campos de Álvarez por las divisiones de López y Galarza, que con dos mil hombres dispersaron al cuerpo rosista. Quedaron en el campo doscientos muertos, se capturaron trescientos prisioneros, dos estandartes, muchas armas, varios carruajes y más de cuatro mil caballos. Las fuerzas victoriosas tuvieron 26 muertos. Después de este encuentro, la vanguardia del Ejército Grande pasó a la margen oeste del río de las Conchas, donde esperó la llegada del grueso de la fuerza. El 2 de febrero todo el ejército pasó el río y divisó al enemigo en Caseros.

Indecisiones de Rosas

Durante el mes de enero se había concentrado, en el campamento de Santos Lugares, las fuerzas de Rosas. El 26 de enero de 1852, las tropas fueron revistadas en Palermo.

El cirujano estadounidense Jonathan M. Foltz, embarcado en la fragata Jamestown, que estaba anclada frente a Buenos Aires, describió esa revista en forma vivaz: «La artillería era buena, la caballería, tolerable, la infantería, mísera». Todo el ejército desfiló frente a la residencia de Palermo, donde Manuelita le brindó su adiós poco antes del anochecer, sin que su padre hiciera lo propio. Vestía un traje rojo con bordados en oro y «asumía una actitud teatral», dice el cirujano estadounidense. 

Al día siguiente, 27 de enero, Rosas delegó el gobierno en los doctores Felipe Arana e Insiarte y se dirigió con su escolta a Santos Lugares. La defensa de la capital quedó a cargo de su cuñado, el general Mansilla. Rosas no tenía ningún plan ofensivo, todo lo cifraba en resistir a la embestida del adversario en Caseros, alrededor de las casas y el palomar allí existentes. 

Rosas había acumulado en Santos Lugares 23.000 hombres, 56 cañones y 4 coheteras, además de 60.000 caballos. 

Se había cavado un foso que rodeaba la casa de Caseros y se improvisaron trincheras con carretas. Detrás de un cerco de tunas se parapetó a la artillería. El general Pacheco, jefe de la vanguardia, no comprendía la inactividad de Rosas y el 30 de enero tuvo una entrevista con él en la panadería de Rodríguez, entre Merlo y Morón. Allí Rosas se mantuvo en su idea de esperar al enemigo en Caseros. Pacheco estaba en desacuerdo con la estrategia, por lo que abandonó el mando de su tropa y se retiró a la quinta de Pinedo, cerca de Buenos Aires.

La batalla de Caseros

El día 2 de febrero de 1852, el Ejército Grande atravesó el río de las Conchas por el puente de Márquez y sus cercanías. En la tarde pasó el descanso próximo al arroyo Morón; la exploración había comprobado la presencia de numerosas tropas enemigas en las alturas de Caseros.

En la noche del mismo día se reunieron con Rosas el general Pinedo y los coroneles Chilavert, Díaz, Lagos, Bustos, Hernández, Cortina y Maza. El coronel Chilavert aconsejó a Rosas no librar batalla en la posición de Caseros, pero dado lo avanzado de la noche no se podía llevar a cabo un audaz plan propuesto por este coronel.

Rosas, en compañía de los jefes mencionados, se dirigió a Caseros a las diez de la noche para disponer sobre el terreno la colocación de los cuerpos para la batalla. Seguido de sus edecanes y ayudantes, llegó a la casa de Caseros y subió al mirador del edificio, desde donde podía fijar la posición del campamento enemigo por el fuego de algunos vivaques que brillaban en la semioscuridad de la noche. A ambos márgenes del arroyo Morón, 47.000 combatientes descansaban tranquilamente. Mientras, en una de las habitaciones de la casa, el general Pinedo, junto con Chilavert, Díaz y otros jefes con sus ayudantes, ultimaba los detalles, croquis y órdenes para la batalla. Rosas no durmió esa noche y se mostraba muy contento. Pocas horas antes del amanecer, los combatientes aliados se hallaban prestos para iniciar la marcha contra las posiciones enemigas.

Los primeros preparativos

El ejército de Urquiza se aprestó para el ataque y, con las primeras luces del alba, se dio lectura a la vibrante proclama del general:

 «¡Soldados!, hoy hace 40 días que en el Diamante cruzamos las corrientes del río Paraná y ya estáis cerca de la ciudad de Buenos Aires y al frente de vuestros enemigos, donde combatiréis por la libertad y por la gloria. ¡Soldados!, si el tirano y sus esclavos os esperan, enseñad al mundo que sois invencibles, y si la victoria por un momento es ingrata con alguno de vosotros, buscad a vuestro general en el campo de batalla, porque el campo de batalla es el punto de reunión de  los soldados del ejército aliado, donde debemos todos vencer o morir. Éste es el deber que os impone en nombre de la Patria vuestro general y amigo Justo José de Urquiza».

El general Urquiza destacó a los regimientos de Caballería correntinos a las órdenes del coronel Virasoro, para distraer la atención del adversario sobre el opuesto flanco derecho, mientras simultáneamente el Ejército Grande cruzaba a la margen opuesta del arroyo Morón. Desde el mirador de Caseros, Rosas observaba a simple vista el pasaje de las columnas enemigas.
Cruzado el arroyo por los primeros escalones de la caballería, Urquiza hizo lo propio seguido de su Estado Mayor.
La margen opuesta es cenagosa y dificultaba el avance, la caballería podía eludir el obstáculo por sus nacientes o utilizando algunos vados reconocidos, pero la infantería y la artillería tenían que cruzar el arroyo por el único puente que había, a la vanguardia del ala derecha de la línea, lo cual obligó a un cambio hacia el sur y a su formación en columna. A tan corta distancia de las tropas rosistas, la maniobra era arriesgada, pero Urquiza no vaciló, seguro como estaba de la inactividad del enemigo.

Las tropas de ambos ejércitos vestían uniforme de gala para entrar en acción. El Ejército Libertador había distribuido sus 24.000 hombres y sus 50 piezas de artillería en el siguiente orden: en el ala izquierda y frente al edificio de Caseros, la División Oriental; en el centro, la División Brasileña reforzada con la brigada argentina de Rivero y la masa de la artillería con 28 piezas, al mando de Pirán, teniendo a sus órdenes a Mitre y a Bernabé Castro; en la derecha, cinco batallones mandados por Galán y las divisiones de caballería de Medina, Galarza, Avalos y Aráoz de Lamadrid, a disposición del Comandante en Jefe. A la retaguardia del ala izquierda, la reserva formada por la División de Caballería de López y Urdinarrain.

Por su parte Rosas disponía de 23.000 hombres, 56 piezas de artillería y cuatro coheteras; su derecha se apoyaba en el edificio de Caseros, el cual era defendido por el batallón del teniente Alcaldes y sostenido por el fuego de diez piezas de artillería. Al norte del edificio se había formado martillo con un grupo de carretas, un foso y dos batallones, teniendo además dos regimientos de Caballería como reserva de esa ala.
El espacio entre las casas y el palomar estaba guarnecido por dos batallones, con algunas piezas. En el centro de la posición había treinta piezas de artillería, a las órdenes de Chilavert, y hacia la izquierda tres batallones de la brigada de Díaz.
En el ala izquierda, tres divisiones de Caballería a las órdenes del coronel Lagos, teniendo dos mil lanceros formados en batalla y fuertes columnas de ataque. Las divisiones de Caballería de Sousa y Bustos constituían la reserva.
Alrededor de las nueve y después de haber comunicado a sus jefes sus intenciones y ór-denes, el general Urquiza, montando su caballo moro y cubierto con un p'oncho blanco para mostrarse desde lejos en la pelea, se colocó a la cabeza de su Estado Mayor seguido por su perro Purvis. Al llegar frente a la infantería de Galán proclamó a sus soldados: 

«¡Soldados del Ejército Grande, detrás de aquella línea se halla la constitución de la República y la libertad de la Patria!». 

Pasando luego a la División Brasileña y reiterándo las órdenes al brigadier Manuel Márquez de Sousa, agitó el sombrero y vitoreó a la Confederación, a Brasil y al emperador; llegando al ala izquierda arengó a la División Oriental: 

«¡Orientales, vosotros sois una de las más fuertes columnas del Ejército Aliado y una de las fundadas esperanzas de la causa de la Libertad! ¡Yo os anticipo mis felicitaciones por vuestra conducta en este día, que no dudo corresponderá a vuestra esclarecida fama!».

Rosas descendió de su observatorio, montó a caballo y recorrió sus líneas; al llegar al centro de la posición ordenó a Chilavert: «Coronel, sea usted el primero que rompa fuegos contra los imperiales que tiene a su frente». En seguida se sostuvo un vivo fuego con las baterías aliadas del centro. El humo de los disparos ocultaba las masas de infantería desplegadas para el ataque.

Desarrollo de los enfrentamientos

Alrededor de las diez, Urquiza apreció la conveniencia de lanzar la masa de su caballería contra el ala izquierda enemiga. La División Medina, a su orden, formada en escalones y sostenida a retaguardia por las divisiones de Galarza y Ávalos, avanzó de frente resueltamente contra los lanceros del coronel Lagos, mientras la División Lamadrid, escalonándose más a la derecha, buscaba el envolvimiento profundo de la misma ala. A pesar de que la División Medina, al iniciar su movimiento, encontró una cañada cenagosa que le impuso una detención momentánea seguida de un cambio de formación y que todavía algunos de sus escuadrones fueron rechazados por pérdidas, el final de la carga fue el más completo y favorable. Deshecha esa fuerza, aparecieron al flanco las divisiones rosistas Sosa y Busto, enviadas por Rosas, a escape, para restablecer el combate, pero las divisiones Galarza y Ávalos les salieron al encuentro y las arremetieron vigorosamente, desbandándose la caballería rosista casi sin combatir. Con este hecho la caballería aliada quedaba lista para maniobrar sobre el flanco y la retaguardia rosista.

La División Oriental, a las órdenes del coronel César Díaz, se puso en movimiento hacia el edificio de Caseros. Los rosistas de las fortificaciones de las carretas se dieron a la Fuga en cuanto el Batallón Voltígeros, de esa División, inició su ataque. Sólo los infantes, parapetados en el edificio, ofrecieron resistencia, la que fue quebrada. Santa Coloma intentó acometer a los infantes de la División Oriental, pero los lanceros de Urdinarrain dieron una carga que los envolvió al instante.

Mientras tanto, la División Brasileña tomaba por asalto los reductos formados por la casa, el torreón y el palomar, cayendo en su poder la artillería que los guarnecía y tres baterías emplazadas más a la izquierda. Al mismo tiempo la argentina Brigada Rivero había chocado contra los batallones de las divisiones Costa y Hernández, arrollándolas y penetrando a la bayoneta dentro de su posición.

Apoyada por el fuego de los cañones de la batería de Chilavert, la brigada del coronel Díaz pretendía prolongar una resistencia ya inútil. En ese instante, el campo de batalla era un infierno y daba épica grandeza al drama que culminaba allí: la caída de un dictador que había regido los destinos de la Confederación durante veinte años. Las últimas agrupaciones rosistas de tropas se rindieron incondicionalmente a las catorce horas.