Declarada la Independencia, el Congreso se ocupó en resolver la forma de gobierno que debería regir los destinos de las Provincias Unidas. De acuerdo con el punto Cuarto del Plan de Trabajos, era necesario consultar la opinión de los pueblos del Interior al respecto, pero la Asamblea no tuvo en cuenta esta disposición.
Los congresales constituyentes trabajaron con asiduidad. El 6 de julio fue recibido Manuel Belgrano para informar sobre el estado europeo y las ideas allí dominantes y sobre el concepto que se había formado en aquellos países respecto de la revolución en las Provincias Unidas y las esperanzas que podían existir acerca de su protección.
Belgrano expuso que el desorden y la anarquía de la revolución habían causado mal efecto en Europa y había que tener por cierto que no se lograría ninguna protección o auxilio allí; había una tendencia monarquizante general y a consecuencia de ella aconsejó al Congreso que, siendo una monarquía atemperada lo más aceptable para estas provincias, se fuese a una dinastía incásica como forma de gobierno. Sus palabras emotivas causaron impresión en los constituyentes.
El 12 de julio el diputado Acevedo propuso que se deliberase sobre la forma de gobierno que convenía adoptar.
Por su parte adhirió a la idea de la monarquía atemperada con los Incas o sus legítimos sucesores a la cabeza; para asiento del gobierno propuso la ciudad de Cuzco. Su exposición produjo aclamaciones entusiastas y esperanzas sobre lo que esa idea significaría para el levantamiento del Perú contra los tiranos; ese solo anuncio haría que Pezuela se esfumase.
El 15 de julio el diputado sanjuanino fray Justo Santa María de Oro sostuvo que, antes de examinar la forma de gobierno, se debía consultar a los pueblos y que si se prescindía de ese requisito, se le permitiese retirarse del Congreso. Al cabildo de San Juan escribió:
"Por lo que toca a la de mi representación, nada más incompatible con su felicidad que el sistema de una monarquía constitucional, cuyo establecimiento se manifestó muy valorizado en los debates a favor de la casa de los incas que sería llamada al trono. Así es que, oponiéndome a esta idea desde el principio, creo según la opinión y la voluntad de mi pueblo"...
Sin embargo, el padre Oro, después obispo de Cuyo, el 4 de setiembre de 1816, cuando se aprobaron las instrucciones reservadas y reservadísimas que llevaron los representantes del Congreso, Miguel Irigoyen y Juan Florencio Terrada, ante Lecor y el gobierno de Río de Janeiro, da su voto en favor de las mismas, no fue ésa la única vez que expresó simpatía y adhesión al monarquismo, como puede comprobarse en las versiones secretas del 27 de octubre y el 17 de diciembre. Parecida actitud mantuvo Tomás Manuel Anchorena.
El diputado Serrano, días después, se inclinó en favor de una monarquía atemperada; pero su opinión había sido antes favorable a un sistema de gobierno federal.
El 5 de agosto se continuó el debate sobre la forma de gobierno; los partidarios de la monarquía incásica habían olvidado que todavía no se había resuelto si el país había de regirse según la república o. según la monarquía. En el curso de la discusión, Anchorena habló de diversidad del territorio, de llanuras y montañas, de los hábitos y costumbres distintos de los moradores y concluyó diciendo que, en vista de las dificultades que ofrecen las diferencias, el único medio capaz de conciliarlas era, en su opinión, el de la federación de las provincias.
Se manifiestan en el Congreso, pues, varias tendencias: monarquistas las más, republicanas las menos; entre los partidarios del sistema monárquico los había partidarios de una dinastía incaica y los que se pronunciaban en favor de la candidatura de un príncipe europeo; los republicanos se dividían a su vez en unitarios y en federales.