Homenaje al embajador alemán

Oficiales superiores del ejército ofrecieron un banquete al embajador alemán, Edmund Freiherr von Thermann, en el Jockey Club de Buenos Aires. Ocupó von Thermann la cabecera de la mesa, con Carlos Saavedra Lamas, ministro de relaciones exteriores, a su derecha y a su izquierda el general Basilio B. Pertiné, ministro de guerra; a la derecha de Saavedra Lamas se hallaban el general Camilo C. Idoate, Guillermo Mohr v otros jefes; junto a Perlinger tenían asiento los generales Juan E. Vacarezza y Rodolfo Martínez Pita

Homenaje al embajador von Thermann

. Rodolfo Martínez Pita ofreció la demostración a los postres y brindó por el país amigo y por el hombre que regía sus destinos, Adolfo Hitler. Expresó en un pasaje de su discurso:

 "Los oficiales superiores aquí presentes, jóvenes oficiales de otros tiempos, no han olvidado ni pueden olvidar todo el bagaje cultural y técnico que recibieron del glorioso ejército imperial; como tampoco olvidará, a su vez, y de ello estoy seguro, la nueva pléyade de oficiales argentinos que se inicia en el trato directo y de relación profesional con e' vuestro. El arraigo de tales recuerdos y la intensidad de los afectos que los acompañan, son eslabones firmes y perdurables en la amistad, porque surgen de la recíproca comunidad de ideales, nacida al calor de una sana hermandad, cultivada al amparo de una franca camaradería entre los dos ejércitos".

Von Thermann agradeció el homenaje y habló de su pasado en las luchas de la primera guerra mundial como oficial de los Húsares de la muerte.

Entre los altos jefes presentes en el banquete al embajador alemán se hallaban, aparte de los nombrados, los generales Ramón Molina, Benedicto Ruzo, Nicolás C. Accame, Francisco Guido Lavalle, Francisco Reynolds, Juan Pistarini, Adolfo Arana, Juan R. Jones, Enrique Jáuregui, Rodrigo Amorortu y Hans von Kretzchmer; los coroneles José Varona, Ernesto Sánchez Reinafé, Jorge B. Crespo, Raúl Mones Ruiz, Guillermo Moura, Ramón R. Espíndola, Armando Verdaguer, Carlos A. Gómez, Jerónimo J. Goenaga, Pedro J. Rocco, Antonio Esteve-rena, Juan Bautista Molina, Martín Gras, Rodolfo Már-quez, Abel Miranda, Alberto de Oliveira Cézar, Pedro P. Ramírez, Benjamín Menéndez, Juan M. Monferini, Horacio Crespo, Teodolindo S. Linares, José M. Sarobe, Bartolomé Descalzo, Jorge Giovanelli, Abraham Schweizer, Manuel M. Calderón, Daniel M. de Escalada, Adolfo S.Espíndola, Juan N. Tonazzi, Rómulo E. Butty, Alberto J. Castro, Angel M. Zuloaga, Carlos von der Becke, Diego I. Mason, Justo Salazar Collado, Rafael J. Macías, Domingo Martínez, Manuel Castrillón, Rodolfo M. Lebrere, Juan C. Bassi, Juan L. Cernadas, Horacio García Tuñón, Carmelo C. Miguel, Jorge J. Manni, Pedro Sahores, Víctor Majó, Julio Sosa, Julio Argentino Sarmiento, Carlos Matta, Eugenio Galli, José Giovanoni y Gunther Niedenfouhr.

Edmundo von Thermann

El Barón doctor Edmundo von Thermann, ministro plenipotenciario de Alemania, en su despacho de la legación porteña en mayo de 1935. Von Thermann (1883-1951) se desempeñó en el servicio diplomático en 1913. Entre 1925 y 1932 fue cónsul general en Dantzig. En 1933, adhirió al NSDAP y SS, es decir, al Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán (en alemán, Nationalsozialistische Deutsche Arbeiter Partei), conocido coloquialmente como Partido Nazi. En 1933, fue designado embajador de Alemania en Buenos Aires


Un antinazi en la embajada

A mediados de la década del '30 con el nazismo en pleno apogeo y el estallido de la Guerra Civil Española en julio del '36, el combate ideológico en el pais se volvió cada vez más polarizado y violento.

En diciembre de 1933, la representación alemana en la Argentina fue confiada al barón Edmund von Thermann, quien activamente se ocupó de propagar la cosmovisión del Tercer Reich entre las asociaciones alemanas y el empresariado.

Había adherido de inmediato al partido nazi siendo miembro de las siniestras y temibles SS, una vez llegado al país, desarrolló y desplegó con intensidad una activa campaña de propaganda.

En el año 1935 desempeñaba tareas como consejero en la por entonces aun legación alemana, el diplomático Erich Heberlein Stenzel, quien desde 1920 había ejercido funciones de secretario en la embajada alemana en España, contrayendo nupcias española de alta sociedad, llamada Margot Calleja Enright.

Tras unos felices años en Madrid, el diplomático fue destinado a Atenas y Buenos Aires, donde el matrimonio permaneció hasta el estallido de la guerra civil española.

Lo curioso es que mientras von Thermann intensificaba y pretendía imponer por doquier la admiración por el Tercer Reich como faro de Europa, y acaso, del mundo entero. Heberlein comenzaba a sentir, en contrario, una aversión cada vez más fuerte hacia lo que significaba el nazismo.

Mientras el único hijo del matrimonio, Oscar, combatía en el frente oriental, los Heberlein fueron llamados a Berlín., la llegada a la capital alemana les situó ante la cara más horrenda del nazismo y su próxima derrota en la guerra. 

Heberlein solicitó con insistencia la concesión de unas vacaciones alegando la necesidad solucionar asuntos privados y no cejó hasta conseguirlas en el mes de agosto. Junto a su esposa se retiró a Toledo, donde ella era propietaria de la Dehesa de La Legua. Pasado un tiempo, comunicó a sus jefes que se encontraba muy enfermo y le era imposible regresar a Berlín, resistiéndose a todos los requerimientos.

Sin embargo, en la noche del 17 de junio de 1944 fueron secuestrados por la Gestapo, bajo el amparo del régimen franquista, siendo trasladados al el campo de concentración de Buchenwald. Su reclusión se perpetuó también en Sachsenhausen y Dachau. De este campo, donde se encontraban prisioneros destacados personajes civiles y militares alemanes y de otros países, como el canciller austriaco Kurt Schuschinigg o ex primer ministro francés Léon Blum, fueron evacuados al Tirol por la SS ante el avance de las tropas aliadas. Los Heberlein fueron liberados por fuerzas americanas en los primeros días de mayo de 1945 en la localidad de Niederdof.

Heberlein y esposa

Mientras von Thermann intensificaba y pretendía imponer por doquier la admiración por el Tercer Reich como faro de Europa, y acaso, del mundo entero. Heberlein comenzaba a sentir, en contrario, una aversión cada vez más fuerte hacia lo que significaba el nazismo.