El Boom latinoamericano fue un movimiento literario que surgió entre los años 1960 y 1970, cuando el trabajo de un grupo de novelistas latinoamericanos relativamente joven fue ampliamente distribuido en todo el mundo, preferencialmente en Europa. El boom está más relacionado con los autores Gabriel García Márquez de Colombia, Julio Cortázar de Argentina, Carlos Fuentes de México y Mario Vargas Llosa del Perú. Es un movimiento considerado "de vanguardia" por ser estos escritores quienes desafiaron las convenciones establecidas de la literatura hispánica.
Dentro del campo de la literatura latinoamericana, la década del sesenta configura el marco de una intensa renovación narrativa que, desde el punto de vista editorial y de público, da origen al denominado boom de la literatura latinoamericana. En la Argentina, este proceso tiene como centro de divulgación al Instituto Di Tella, centro de experimentación estético y científico, que promueve la investigación en ciencias sociales y la modernización artística y audiovisual (teatro, happenings, cine, literatura, plástica), y a la revista Primera Plana (1962) que, dirigida por Jacobo Timmerman, acerca la nueva literatura a sectores mayores de público. A lo largo de la década, se produce un proceso de modernización de las prácticas y las estéticas literarias por la crisis y transformación de las poéticas realistas y la incorporación de técnicas narrativas diferentes, que implican rupturas de orden lineal de la historia, multiplicidad de puntos de vista en el relato, e incorporación de discursos provenientes del psicoanálisis, la sociología, la historieta y el periodismo. La aparición de Rayuela, de Julio Cortázar , en 1963, funciona como una verdadera "divisoria de aguas", dado que es un punto de viraje no sólo en el interior de su propia literatura sino centralmente en la historia de la narrativa argentina. Cortázar ya había publicado Bestiario (1951), Final del juego (1956), Las armas secretas (1959), Los premios (1960) e Historia de cronopios y de famas (1962), más ligados a la estética del grupo Sur. Rayuela, además de su éxito inmediato en la crítica literaria y entre el público, incorpora grandes modificaciones en la construcción poética y en la construcción del relato: la desconfianza sobre la función cognoscitiva del lenguaje, la explicitación del texto como artificio, la tensión entre lo fragmentario y la forma larga, la introducción del surrealismo y la patafísica como técnicas narrativas, el metadiscurso, la autorreferencialidad, la proliferación de citas, la intertextualidad exasperada. Estas técnicas narrativas alcanzan nuevas formulaciones en sus textos posteriores, en los cuales se combinan varios géneros discursivos (novela, cuento, ensayo): Todos los fuegos el fuego (1966), La vuelta al día en ochenta mundos (1967), 62 Modelo para armar (1968), Ultimo round (1969), Libro de Manuel (1973), Octaedro (1974), Alguien anda por ahí (1977), Un tal Lucas (1979), Queremos tanto a Glenda (1980), Deshoras (1983).
En el boom del sesenta se inscribe también la obra literaria de Manuel Puig (1932-1990) que, con La traición de Rita Hayworth (1968), inaugura dentro de la narrativa argentina la compleja interrelación entre literatura y medios masivos de comunicación como el cine, el folletín, las intrigas policiales, los boleros y los tangos. En sus novelas —Boquitas pintadas (1969), The Buenos Aires affair (1973), El beso de la mujer araña (1976), Pubis angelical (1979), Maldición eterna a quien lea estas páginas (1980), Sangre de amor no correspondido (1982), Cae la noche tropical (1988)—, Puig experimenta con procedimientos provenientes de la serie literaria y materiales de la cultura popular y los medios masivos, junto con un uso desviado de los géneros y el montaje de diversas matrices y géneros discursivos (psicoanálisis, política, informes judiciales, cartas, diarios íntimos). Asimismo, Puig trabaja con la decodificación de distintos registros lingüísticos a través de la parodia, la pluralidad y la confrontación de discursos, el enfrentamiento de ideologías, para desenmascarar con una mirada crítica los mecanismos de la pequeña burguesía pueblerina.
Un grupo importantes de escritores que incorporan en sus textos la renovación formal de los años sesenta proviene del interior del país y promueve una literatura alejada de todo regionalismo o pintoresquismo: Antonio Di Benedetto, Daniel Moyano (1930), Héctor Tizón (1929) y Juan José Hernández (1940) se encuadran dentro de un sistema narrativo que si bien responde a cánones de filiación realista, registran desvíos y nuevas formulaciones. Mientras que la producción de Di Benedetto (Mundo animal, 1953; Zama, 1956; El cariño de los tontos, 1961; El silenciero, 1964; Los suicidas, 1969) sostiene una perspectiva urbana sobre una temática y un ambiente regional, la literatura de Moyano (Artista de variedades, 1960; La lombriz, 1964; Una luz muy lejana, 1966; El fuego interrumpido, 1967; El oscuro, 1968; El trino del diablo, 1974) y Hernández (Negada permanencia, 1952; Claridad vencida, 1957; El inocente, 1965; La ciudad de los sueños, 1971) desarticula la relación interior-Buenos Aires a través del fenómeno de migración interna masiva a la capital. En la narrativa de Tizón (Fuego en Casabindo, 1969; El cantar del profeta y el bandido, 1972; Sota de bastos, caballo de espadas, 1975) lo urbano queda excluido como escenario y en sus relatos se concentra la temática regional abordada desde una experimentación formal que reelabora los mitos y las costumbres regionales. Di Benedetto y Tizón comparten una intensa preocupación formal y estilística, y una cuidadosa reflexión sobre el lenguaje, mientras que en la literatura de Moyano se retoman algunos procedimientos típicos del realismo mágico latinoamericano.
Alejada del boom y ubicada en un espacio marginal a Buenos Aires, se inscribe la literatura de Juan José Saer (1937), uno de los mayores escritores de la actual literatura argentina. Su literatura se mantiene al margen del boom de la narrativa latinoamericana dado que en su poética no ingresan ni lo real maravilloso de García Márquez, ni la postulación neo-realista de Vargas Llosa. Saer discute con sus postulados centrales al considerar que los escritores latinoamericanos deben escribir como escritores y no como lo que los europeos buscan en la escritores latinoamericanos (vitalismo, espontaneidad, irracionalismo, estrecha vinculación con la naturaleza), dado que "su especificidad proviene, no del accidente geográfico de su nacimiento, sino de su trabajo de escritor". En su primer libro, En la zona (1960), se comienza a perfilar uno de los rasgos centrales de su poética: el rechazo por toda forma de regionalismo, que encuentra su resolución en la construcción de un espacio ficcional —la zona— que, partiendo de un referente real (la ciudad de Santa Fe, su costa y las islas) se convierte en espacio imaginario y paisaje estético. La zona es una célula narrativa básica que se expande en un sistema de personajes, el encuentro de amigos, una inflexión de la lengua. La obra de Saer —Responso (1964), Palo y huesos (1965), La vuelta completa (1966), Unidad de lugar (1967), Cicatrices (1969), El limonero real (1974), La mayor (1976), Nadie Nada Nunca (1980), El entenado (1983), Glosa (1986), La ocasión (1988), Lo imborrable (1993), La pesquisa (1995), Las nubes (1997)— está recorrida por un proyecto unitario que se traduce en la persistencia de un espacio geográfico, un mismo sistema de personajes, la tematización recurrente de un núcleo problemático fijo, y la permanente búsqueda de un discurso que se haga cargo de la complejidad de la representación, que se traduce en el uso de una descripción obsesiva (que acerca su literatura al nouveau roman) como procedimiento constructivo predominante.
En la década de 1960 aparecerá el Centro Editor de América Latina, esta editorial fue creada en 1966 y se convertirá en el centro intelectual de muchos de los principales escritores y críticos literarios de Argentina, abarcando a la generación de intelectuales provenientes de 1950 hasta 1980. Jaime Rest, Beatriz Sarlo, Nicolás Rosa, David Viñas, entre muchos otros, desfilarán por el Centro Editorial dirigiendo colecciones o bien contribuyendo como escritores de fascículos. Esta editorial será clave en la difusión de la literatura argentina con su colección Capítulo. Historia de la literatura argentina, una edición fascicular semanal que entregará un fascículo crítico junto con un libro de literatura argentina. De esta forma, los críticos literarios argentinos más destacados darán sus primeros pasos como prologistas y anotadores de obras literarias argentinas destacadas. El Centro Editor de América Latina no sólo permitió el desarrollo intelectual de muchas generaciones jóvenes que se iniciaban en la carrera académica, sino que además fue clave para difundir la literatura argentina a los lugares más recónditos del país, alternando entre clásicos como el Martín Fierro de José Hernández y obras un poco menos tradicionales como La musa y el gato escaldado de Nicolás Olivari.