La institución presidencial salió fortalecida luego de esta lucha por desestabilizarla, aunque el presidente Luis Sáenz Peña se convirtió definitivamente en prisionero del mitrismo y el roquismo.
Por otra parte, los episodios revolucionarios dieron al radicalismo mártires y símbolos que posibilitaron su triunfo en las elecciones de diputados nacionales en la provincia de Buenos Aires, en febrero de 1894.
Este se repitió un mes más tarde cuando estuvo en juego la gobernación del primer Estado argentino; sin embargo, esta última victoria le fue escamoteada al radicalismo por la alianza de mitristas y roquistas en el colegio electoral, que eligió a Guillermo Udaondo.
También triunfaron los radicales en la Capital Federal, en los comicios que debían cubrir la vacante senatorial de Alem, procesado por rebelión, y como la Cámara alta demorara el tratamiento de su diploma, el líder radical renunció y fue reemplazado por Bernardo de lrigoyen.
Los triunfos en las urnas, sin embargo, no podían ocultar la necesidad de que la UCR encontrara un cauce adecuado para su política.
Pasado el ramalazo revolucionario, o quizás a causa de él, aparecía un generalizado anhelo de paz y orden. Ya no había crisis ni malestar, como en el '90.
El arreglo de la deuda externa había renovado la confianza de los inversionistas extranjeros en el futuro del país.
Las grandes cosechas generaban saldos comerciales favorables y se reanudaba, cada vez más copiosa, la corriente inmigratoria.
La construcción de ferrocarriles continuaba, y la activación de diversas obras públicas, entre ellas la dársena norte del puerto de Buenos Aires y los puertos de Rosario y Santa Fe, creaba nuevas fuentes de trabajo y estimulaba la circulación de dinero y de bienes.
La estabilidad del régimen era tan grande que ni siquiera lo conmovió la renuncia del ministro del Interior, Quintana, en septiembre de 1894, a causa de la interpelación de Bernardo de Irigoyen, ni la dimisión del propio presidente en enero de 1895, reemplazado por el vicepresidente Uriburu, un hombre del círculo íntimo de Roca.
Alem estaba muy deprimido por la muerte de su amigo Arsitóbulo del Valle y por las division de la UCR luego de la derrota de 1893.
En la fría y lluviosa mañana del 1 de julio de 1896 se reunió en su casa con amigos a los que había convocado de carácter urgente para hablar de temas políticos. En un momento dado interrumpió el diálogo para ingresar a buscar algo a su dormitorio, para salir al poco rato vestido con su sombrero y su tradicional poncho de vicuña en el cuello.
Prometió volver en pocos minutos, y se subió a su carruaje rumbo hacia el club El Progreso. Durante el trayecto, el defensor de los desposeídos, se disparó un tiro en la sien que el cochero confundió con la detonación de cohetes que se quemaban celebrando la fiesta de San Juan y San Pedro.
En su cuerpo se encontró una nota que decía “Perdónenme el mal rato, pero he querido que mi cadáver caiga en manos amigas y no en manos extrañas, en la calle o en cualquiera otra parte”
En 1890, Juárez se había equivocado al mantener una política exclusivista que lo aisló de sus posibles apoyos políticos; ahora, en cambio, el régimen se sostenía mediante una delicada distribución de posiciones entre el mitrismo y el roquismo.
Aunque Alem agitara el fantasma de la revolución, nadie creía en ella y nadie la deseaba ahora, además, ¿qué podía ofrecer el radicalismo como alternativa a este sistema, que había logrado superar las secuelas de la crisis y retomaba los niveles de prosperidad de diez años atrás?
Alem, ese bello personaje que encarna todos los conflictos de la fe en la utopía, no lograba concretar nuevos objetivos para su partido y un sordo tironeo se estaba desarrollando en el radicalismo.
Por un lado estaban los fieles a Alem, los seguidores de su pureza e integridad, que desconfiaban de cualquier otro que pudiera surgir y revestían de infalibilidad toda opinión del tribuno. Por otro, aquellos a quienes irritaban los errores políticos de Alem, su escaso sentido organizativo, la inestabilidad de su carácter, el callejón sin salida en que se encontraba la UCR.
Además, Alem tenía deudas que no podía cancelar, y que Pellegrini sacó a la luz cruelmente en una batalla epistolar que casi culmina en un duelo. Como contrapartida de esto, la figura de Yrigoyen crecía, y la situación conducía a una paralización de la fuerza que tres años antes había estado a punto de alzarse con el país entero.
Aristóbulo del Valle a causa de su frágil estado de salud, afectado por la diabetes y la insuficiencia cardíaca, Aristóbulo del Valle falleció en su oficina de un derrame celebral en la Facultad de Derecho el 29 de enero de 1896, a los 50 años, esto deprimiom mucho a Alema que pocos meses después de su muerte, Leandro Alem se suicidó.
Los enfrentamientos internos tenían una larga historia. Al dividirse la Unión Cívica, Alem no había visto con agrado que su sobrino fuera designado presidente del comité de la provincia de Buenos Aires.
Se habrían producido entonces agravados a lo largo del invierno los primeros roces políticos, de 1893. Alem casi no participó en la revolución que dirigió Yrigoyen en Buenos Aires, cuya organización —ya se dijo— fue asombrosa por su vastedad y sincroización. Los diarios de la épica elogiaron el orden y la mesuura de los radicales bonaerenses, la democrática reunión de la convención partidaria en Temperley, la terminante negativa de Yrigoyen a recoger un fruto personal del movimiento y la caballeresca actitud de ordenar a los revolucionarios que controlaban la estación de Haedo que dejaran pasar el tren que conducía a Pellegrini a Buenos Aires.
Hay que reconocer la justicia de los méritos atribuidos a Yrigoyen en estas circunstancias, ya que más de 5.000 ciudadanos armados avanzaron sobre La Plata con las banderas radicales sin que se produjera un solo desmán. Además, el difícil desarme de estas milicias ocurrió disciplinadamente, sin que el altercado entre el coronel Martín Yrigoyen y el jefe de las fuerzas nacionales, que pudo ser grave, alcanzara a empañar la serena tristeza de la ceremonia.
Alem se sentía traicionado por su sobrino Hipólito Yrigoyen al negarse a realiazar otra revolución en 1893, esa accion de Yrigoyen fue un golpe muy grande para Alem, pero las condicones habian cambiado ahora el ministro del interior era Manuel Quintana y don hipolito sabia que Quintana usaría cualquier medio para ahogar la revolución. Y aquí es donde comienza a mermar la relación entre ambos dirigentes.
Por entonces también se dijo que Yrigoyen se había negado a apoyar el segundo movimiento revolucionario de Santa Fe, que consideraba fracasado de antemano. Los periódicos de la época dan cuenta de la extrema desorganización de las huestes de Candioti y De la Torre, privadas en la oportunidad de la ayuda de los temibles rifleros suizos de las colonias.
La comparación entre la pulcritud del movimiento coordinado por Yrigoyen y el desorden riesgoso de la revolución santafesina de septiembre sin duda salta a la vista.
A fines de septiembre Yrigoyen fue detenido y conducido a un pontón en condiciones de insoportable incomodidad, mientras su tío padecía similares molestias en la cárcel de Rosario.
Luego vino el exilio en Montevideo —donde estuvo hasta fines de 1893—, y la meditación forzada debe de haberle servido para pensar que la jefatura de Alem era incompatible con el éxito de su partido, que debía modernizarse indefectiblemente.
Estos antecedentes explican en parte que los resultados de las elecciones de marzo de 1896 hayan sido adversos para los radicales en la Capital Federal.
Más atención que los radicales en aparente extinción provocó la lista presentada por una nueva agrupación, el Partido Socialista, fundado poco antes por el doctor Juan B. Justo, que actuara como médico en la Revolución del Parque.
Tres meses antes había fallecido repentinamente Aristóbulo del Valle, en quien muchos radicales veían al candidato que podía reunir a todas las fuerzas populares en la renovación presidencial de 1898. De este modo el radicalismo perdía una alternativa, y Alem perdía no sólo a un amigo muy querido sino al compañero con quien había compartido su iniciación política al lado de Alsina.
Finalmente, la tragedia política y personal de Alem estalló dramáticamente el 10 de julio de 1896.
En las cartas que el tribuno radical escribe antes de suicidarse alude a su "lucha amarga y desesperada", al fin de su misión: "Para vivir inútil, estéril y deprimido, es preferible morir".
Estas confesiones de fracaso se olvidan. El pueblo llora la muerte de un hombre desinteresado, sin dobleces, servidor de su ideal, y lo que se recuerda de su mensaje póstumo es aquello que mejor expresa su espíritu combativo: "¡Sí, que se rompa pero que no se doble!" y "¡Adelante los que quedan!".