Una advertencia desoída

Desde su cargo en el ministerio de guerra y como hombre de confianza del general Edelmiro J. Farrell, se cuidó Perón de fortalecer la organización del G.O.U., sobre todo con la oficialidad joven, haciendo ver que todo había de pasar por sus propios canales; pero simultáneamente utilizaba el engranaje logista para poner de relieve su propio interés personal y su ambición. 


No tardó en suscitar desconfianza entre los jefes que habían colaborado en la deposición de Castillo, una reunion en el domicilio del director de la escuela de caballería, coronel Leopoldo Ornstein, se reunieron muchos de los jefes de regimientos, incluyendo el coronel Avalos, entonces comandante de la guarnición de Campo de mayo, en reemplazo de Elbio C. Anaya, ministro de justicia e instrucción pública; el teniente coronel Francisco Gómez, director de la Escuela de suboficiales, en reemplazo de Emilio Ramírez, nombrado jefe de policía, miembro del G.O.U.; se trataba de examinar la actuación del coronel Perón, que no había actuado en ninguna de las columnas que avanzaron hacia la Casa de gobierno y cuya obra les hacía sospechar ocultos propósitos. Se resolvió hablar con el presidente Pedro Pablo Ramírez sobre la necesidad de librarse de Farrell y de Perón.

Al día siguiente fueron a cumplimentar la misión encomendada el teniente coronel Fernando P. Terrera y los coroneles Avalos y Mascaró; visitaron primero a Anaya, que les disuadió de llegar con su petición al presidente, porque era necesario mantener la apariencia de estabilidad en el gobierno; prometió hablar él mismo con el ministro de guerra Farrell. Anaya comunicó a su colega que los jefes que habían obrado el 4 de junio deseaban que se desprendiese de Perón, pero no le dijo que también pedían su propio alejamiento. Se hizo inmediatamente una investigación y en término de horas los comandantes de Campo de mayo fueron relevados de sus puestos; Mascaró fue enviado a la guarnición de Jujuy, Ornstein a Comodoro Rivadavia y Nogués a Neuquén.

Perón se consagró entonces a buscar apoyos y logró ganar para su causa al coronel Avalos, que en virtud de su edad y jerarquía fue uno de los principales logistas desde mediados de julio. En la propia Casa Rosada sumó a sus planes a Enrique P. González, que fue en lo sucesivo un agente eficaz al servicio de sus designios; en la Casa Rosada y junto al presidente funcionaron desde agosto hombres de confianza del G.O.U., alejando al coronel Armando Raggio y a los tenientes coroneles Carlos Vélez y Francisco Fullano como agregados militares en Roma, Madrid y Lima, cuyos puestos fueron cubiertos por el teniente coronel Aristóbulo Mittelbach y el mayor Heraclio Ferrazano.

Finalmente Ramírez se decidió a proceder contra Farrell y Perón y ordenó que el general Santos V. Rossi, comandante de la primera división de infantería, al volver de maniobras en Campo de mayo se dirigiese al Ministerio de guerra a la mañana siguiente, arrestase a Farrell y a Perón y ocupase el cargo de ministro de guerra Pero después de haber dado esa orden a Rossi, se arrepintió y envió al coronel Augusto Rodríguez a Campo de mayo para desistir del movimiento. Rossi acudió por la mañana al despacho presidencial y fue relevado de su comando. Cada día se hacía más difícil una acción dirigida a mermar el ascenso del coronel Perón, a quien los logistas tenían al corriente de todo lo que podía tener algún interés.

No se caracterizaba el presidente Ramírez por la firmeza de su carácter ni por la claridad en sus ideas y en el seno de su gobierno se debatían los que miraban a un restablecimiento de la normalidad constitucional y los que se oponían a ella, coexistiendo un Armando Verdaguer, interventor de la provincia de Buenos Aires, y un Basilio Pertiné, intendente de la capital federal; los que propiciaban elecciones honestas y los que sostenían la prolongación de un régimen dictatorial,