Una numerosa concurrencia se agolpó en la Sala de representantes para presenciar la sesión del 21 de junio, la juventud porteña estaba propensa al tumulto y a su frente se encontraban estudiantes exaltados que intervenían por primera vez en la disputa política.
Presidía la Sala el general Manuel Guillermo Pinto, guerrero de la defensa de Buenos Aires y de la independencia, prudente, frío, austero, que merecía la confianza de todos, aunque no ocultaba sus preferencias políticas.
En representación del poder ejecutivo habían acudido Juan Manuel Gutiérrez, el poeta y escritor de la proscripción, amigo de Echeverría y uno de los exponentes de la Asociación de Mayo, poco inclinado a las ideas de la política cotidiana; el doctor José Benjamín Gorostiaga, abogado santiagueño; el ministro de instrucción pública, Vicente Fidel López, hijo del gobernador, menudo, nervioso, periodista en Montevideo y en Chile, colaborador de Sarmiento en materia de enseñanza en Chile, escritor vibrante, que ya entonces preparaba materiales para la vasta historia argentina que habría de escribir.
Del lado de los ministros se situó Francisco Pico, jurista, combatiente de Montevideo, sereno y honesto en la defensa de sus convicciones.
En los bancos de la oposición aparecían hombres acreditados por su lucha contra la tiranía o por su saber: Vélez Sarsfield, universitario cordobés, jurista, economista, parlamentario y polemista agudo; Bartolomé Mitre, coronel de artillería, periodista en Montevideo, en Bolivia, en Perú y en Chile, expositor lógico y vibrante de las ideas y sentimientos liberales; Irineo Portela, médico y combatiente en Montevideo sitiado; Juan Madariaga, militar, pero más notable por la trayectoria de su militancia política que por su capacidad estratégica; Luis J. Domínguez, historiador, financista, poeta, sin nervio para la batalla; Pirán, general en Caseros, jefe dc estado mayor; Montes de Oca, médico y profesor universitario afamado; Esteves Sagui, polemista vivaz y agresivo.
Francisco Pico participó en las negociaciones con el general Justo José de Urquiza de los días posteriores a la Batalla de Caseros, fue elegido diputado a la Sala de Representantes de la Provincia de Buenos Aires en 1852, de la cual fue vicepresidente siendo el autor de un proyecto de ley para agradecer a Urquiza por haber librado a Buenos Aires de la tiranía, y también del de delegación de relaciones exteriores en el mismo Urquiza, acompañó al gobernador Vicente López y Planes a la firma del Acuerdo de San Nicolás. Fue ministro de hacienda de la intervención federal de Urquiza en Buenos Aires, ese mismo año.
En la misma línea se hallaban Mariano Escalada, Pastor Obligado, Norberto de la Riestra, Carreras, Marcelo Gamboa, Ortiz Vélez, de la Peña, Delgado y otros personajes representativos.
El gobierno se hallaba pues en desventaja para el gran debate parlamentario. La batalla ladtlía perdida de antemano.
Cuando el presidente Pinto abrió la sesión para considerar el acuerdo de San Nicolás, pidió la palabra el coronel Mitre, en un ambiente caldeado y atento, exaltado por los localismos. No analizó punto por punto el acuerdo, ni en su forma ni en su faz legal.
"Me atrevo a ser el primero que alce la voz en esta discusión, no porque no crea tener mucho que decir para ilustrar el juicio de mis honorables colegas, sino porque nada necesito oír para formar mi conciencia y dar mi voto cuando llegue el caso de hacerlo. Mi voto será por la no admisión del tratado que va a discutirse"...
Se refirió al documento en conjunto. El centro del ataque de Mitre fue la idea del despotismo, el exceso de autoridad concedida, irresponsable, arbitraria, absurda. No atacó a Urquiza; no cree que el vencedor abuse de las facultades que le otorga el acuerdo, porque si lo hiciera sería un tirano, y no puede serlo el que triunfó en nombre y en interés de la libertad. Su posición de hostilidad irreductible al acuerdo era de principios y no de personas ni de tiempo. Su discurso fue una prolongada arenga y sacudió a los asistentes, que aplaudieron. La barra sc puso desde las primeras palabras a su lado.
Ireneo Portela volvio al país de su exilio en Brasil luego del derrocamiento de Rosas, en 1852, al volver retomo su trabajo de médico y fue elegido diputado, ese año, será uno de los diputados, que junto a Bartolomé Mitre y Dalmacio Vélez Sársfield, a los que Urquiza obligaría a exiliarse. Portela había pasado a ser una importante y popular figura de la política de Buenos Aires.
Habló luego Juan María Gutiérrez, pero sin dotes oratorias, sin la fogosidad arrolladora que fue la tónica de la intervención de Mitre; sus observaciones no tuvieron efecto y sus frases eran deslucidas. Se solidarizó con la actitud del gobernador y con su obra; dejó de lado todo el espíritu de partido y pidió que en aquellos momentos todos tuviesen el corazón en la cabeza. Expresó que los congresos anteriores no habían dejado ninguna ley que sirviese como norma para el caso en debate; en esta emergencia el general Urquiza daba la única forma que podía ofrecerse a la república; había constituido un poder fuerte para concentrar los elementos esparcidos y fundar la organización del país.
No le fue difícil a Mitre replicar a Gutiérrez, del cual reconoce las rectas intenciones y su patriotismo.
Esteves Sagui se mostró vehemente en su crítica al acuerdo y se mantuvo en la argumentación de Mitre. "Yo soy amigo del general Urquiza —dijo--, pero viéndole presidiendo la República por la constitución y la ley. Debe tenerse coraje bastante para decirle esta verdad. No son sus amigos, ciertamente, los que otra cosa le aconsejan. El general Urquiza fue grande desde que inició su cruzada contra la tiranía; y por eso se reunieron en torno suyo todos los restos de los hombres que habían combatido constantemente, aunque sin resultado, por derribarla. El general Urquiza será grande y noble, y aumentará el afecto de todos, si después del 3 de febrero preside la República según las leyes y el buen derecho. Pero los gobiernos que le han querido anticipar, han querido más bien todo lo contrario. No dudo de sus sanas intenciones; pero después de la experiencia y lecciones recibidas yo hallo bastante razón para no aceptar ya garantías de personas, sino la garantía de la ley".
Hizo uso de la palabra el diputado Francisco Pico y analizó punto por punto el acuerdo, con palabras precisas, con elevación, pero fríamente, sin efectismos oratorios. Coincidía con el diputado Mitre en que correspondía a la situación actual fortificar la moral pública; aludió a la exacerbación del espíritu colectivo, a las falsas críticas, a las sospechas hirientes.
"He encontrado en el general Urquiza —dijo— al hombre patriota, he visto en él desinterés, buena fe y amor a los pueblos".
Reconoció Pico los principios fundamentales del tratado del litoral de 1831, que contiene dos principios: la independencia de las provincias en su régimen interno y el compromiso de las demás signatarias de contribuir a la organización nacional. La provincia de Buenos Aires nada tenía que temer; se regía por su legislatura y por el gobierno propio. El general Urquiza no podía intervenir en su régimen interno. No se violaba el pacto del litoral al no restablecer la comisión representativa prevista en él. Esa comisión representativa desempeñaba funciones de carácter nacional mientras durase la guerra civil, y como ésta había terminado, convenía transmitir sus poderes al general Urquiza, que ya atendía las relaciones exteriores.
La disposición más combatida fue la que fijaba dos diputados por cada provincia y no la representación en proporción con la cifra de la población. En San Nicolás triunfó aquel principio porque en los congresos anteriores la representación proporcional ocasionó algunos resentimientos.
En los Estados Unidos se optó en circunstancias análogas por la misma solución. La Argentina tenía 800.000 habitantes y si fuese a elegirse un diputado por cada 15.000, Buenos Aires rompería el equilibrio nacional.
La prohibición de reformar por las provincias la Constitución después de sancionada, la fundó en el precedente del año 1826, cuando, después de sancionada la Constitución, fue rechazada por las provincias. Defendió los poderes concedidos a Urquiza, la percepción de las rentas, la facultad de administrar las aduanas y de reglamentar la navegación de los ríos, de mandar el ejército y cuidar las fronteras. El acuerdo se proponía dos objetos: organizar la nación y garantizar el desarrollo del Congreso constituyente.
Volvió Mitre a hacer uso de la palabra y comenzó rindiendo homenaje a Juan María Gutiérrez y a Francisco Pico, cuya honradez y patriotismo exaltó. En la réplica abundó en excesos retóricos, pero reafirmó su oposición en general y en particular al acuerdo. Dijo que se atribuían todas las desgracias del país a la anarquía, a los excesos populares: ¿Y por qué no se dice la verdad? ¿Por qué no se dice que todas nuestras desgracias provienen de los excesos de los malos gobiernos, de los excesos de la tiranía, de los excesos de los caudillos sanguinarios, que han oprimido y ensangrentado la república?". Continuó diciendo que la república nada tenía que temer de la libertad, sino de los poderes discrecionales, capaces de ahogarla.
Reiteró que sus argumentos contrarios al acuerdo se mantenían: con él se violaba el pacto federal, las provincias eran despojadas de su libertad; se usurpaban facultades propias de las legislaturas; no se limitaban los poderes de los diputados, pero se autorizaba a los gobernadores el retiro de los mismos; se definían sus condiciones morales, pero se recomendaba a los gobernadores que usasen su influencia legítima para la elección; los diputados representaban a las provincias y no al pueblo de la nación; el director provisional disponía a su arbitrio de las rentas fiscales; la facultad de intervenir en !a política local de las provincias equivalía a formar una liga de gobiernos y ése no era el mejor sistema para guardar el orden. Concluyó así: "Protesto que yo no quiero la guerra ni las sublevaciones a mano armada, las califico de un crimen, hoy que tenemos la libertad de la prensa, la libertad electoral, la libertad peticional y la libertad de la tribuna para hacer valer nuestros derechos sin apelar a las armas".
Terminó la sesión con breves intervenciones de Esteves Sagui y de Irineo Portela. Al salir los diputados, una masa de público acompañó a Mitre hasta la imprenta de Los Debates.