Manuel Abad e Illana, nacido en Valladolid en 1716, egresado de la universidad de Salamanca, fue electo obispo de Córdoba del Tucumán en 1764; en 1770 fue designado obispo de Arequipa, en el Perú. Mostró un celo especial en sus visitas a las reducciones indígenas y en la censura a las costumbres y vicios coloniales.
Aprobó la expulsión de los jesuitas, porque, según él, habían llegado al estado de incorregibles.
Sus cartas al rey, citadas por Lizondo Borda, contienen cuadros vívidos de la situación, críticas crudas a la degradación de las costumbres en ciudades y campañas. Decía de los indios:
"Las encomiendas y las mitas bien gobernadas, si no hubieran multiplicado los indios, los hubieran conservado en el estado en que los halló la conquista; pero hase convertido en daño lo que a los principios pareció remedio. Esta provincia tenía muchos millares de indios, y a excepción de algunos curatos de Santiago del Estero y de los tres curatos que hay subiendo de Jujuy al arzobispado de Charcas y entrando en la Puna o cordillera de los Andes, en las demás partes apenas hoy se contarán algunos centenares"...
Cuando ya apenas quedaban indios a quienes explotar en las encomiendas, se cuidaron los españoles de hacerse de las tierras mejores de los que aún sobrevivían.
Abad e Illana se refiere en los siguientes términos a los nuevos encomenderos:
"Ya, señor, no hay aquellos conquistadores a quienes en pago de sus buenos servicios le daban estos feudos. Hoy se suele dar una encomienda a un español que acaso no ha servido sino de pulpero. Muy raro nieto se conoce de aquellos que ayudaron a conquistar este reino: casi todos son recién venidos de España, y así hay mucha menos razón, y en algunos ninguna, para encomendarles indios".
Y pone el dedo en la llaga cuando recuerda que "el trabajar con las manos es descrédito para los señores españoles".
Cuando se creó en 1776 el virreinato, la población indígena era más o menos equivalente en número a la española en el ámbito de la gobernación del Tucumán; en cambio la sobrepasa la cifra de negros, zambos, mulatos y mestizos; los negros y los mulatos son los que sirven personalmente a los españoles, especialmente en San Miguel de Tucumán y en Córdoba. En 1778 había en el Tucumán más o menos 126.000 habitantes, entre hombres, mujeres y niños.
De ellos 34.500 eran españoles, con 454 religiosos; 35.324 eran indios; los negros, zambos y mulatos libres ascendían a 44.301; los esclavos eran 11.410.
Esas cifras revelaban, por un lado, la gran extinción de indígenas en la zona más poblada del país, la del noroeste, y por otro el activo comercio que se había hecho con los negreros a cambio de productos de la tierra, cueros, sobre todo.
La mayor concentración de españoles era la de Córdoba, con 18.240 servidos por 11.545 negros, zambos, mulatos libres.
Manuel Abad e Illana