Pedro Bohórquez e Inca Hualpa, fue un aventurero español que tras probar fortuna infructuosamente en diversos oficios en el Perú, logró alrededor de 1656 hacerse coronar como Inca de los calchaquíes, engañando tanto a estos como a los gobernantes y clérigos españoles. Su historia casi legendaria tiene mucho que ver con la picaresca, con final trágico.
Pedro Bohorquez era un aventurero y mistificador nacido en el Arahal, Andalucía, hacia 1602. Llegó al Perú en 1620 y tuvo una vida desordenada y de holganza muchos años. Huyendo de la amenaza que pesaba sobre él por sus fechorías, se refugió entre los indios de los Andes, a quienes persuadió para que le acompañasen al Paytiti, nacimiento del Marañón, donde había grandes riquezas. Su convivencia con los indios y su capacidad de fantaseo le dieron prestigio entre los aborígenes y también entre las autoridades españolas: el virrey marqués de la Mancera, en Lima, o el gobernador del Tucumán, Alonso Mercado y Villacorta.
En 1656 apareció en el Valle Calchaquí, fugitivo de Chile, diciéndose descendiente de los incas peruanos. Los indios le rindieron pleitesía, y llegó a engañar a los jesuitas y al gobernador Mercado y Villacorta con la promesa de encontrar grandes tesoros ocultos. Terminó por hacerse dueño de los valles y por articular el segundo gran alzamiento de los calchaquíes en 1657. Los españoles se defendieron y atacaron y cuando la situación de los aborígenes se volvió crítica,
Pedro Bohorquez
Bohórquez escribió al presidente de la Real Audiencia de Charcas solicitando un indulto, que fue concedido por una junta de guerra, por lo que se entregó a las autoridades de Salta. Cuando era llevado a Lima se conoció que promovía un nuevo intento de agitar otra vez a los calchaquíes, por lo que fue muerto por garrote en secreto en Lima el 3 de enero de 1667. Su cuerpo, ya sin vida, fue ahorcado y luego su cabeza exhibida en una pica. Mientras que muchos de los calchaquíes fueron desarraigados y divididos, sometidos a formas de trabajo forzado, para evitar ulteriores alzamientos.
Pero los indios continuaron la resistencia sin el falso descendiente de los incas; Mercado y Villacorta entró en los valles, combatió con energía a los quilmes, a los hualfines y a otros; en 1659 la rebelión fue dominada. Hizo trasladar varios poblados indígenas y sus moradores fueron remitidos a Salta, Jujuy, Esteco y Tucumán; de un millar de cautivos, hombres, mujeres y chusma, repartió 800 entre los 370 soldados que le habían secundado en la lucha; los demás los repartió en concepto de limosna a los conventos de ocho ciudades, a algún hospital, a viudas, etc. Los indios ofrecieron una resistencia desesperada en sus pucaraes; pero el armamento y la táctica de los españoles, que habían hecho de la guerra un oficio, acabaron por imponerse.
Los abusos, desmanes y exacciones de los encomenderos no cesaron, sino que aumentaron por efecto de la victoria de 1659; por eso la lucha y la hostilidad de los indios contra los blancos fue también incesante.
Hallándose nuevamente Mercado y Villacorta al frente de la gobernación del Tucumán, se produjo un nuevo levantamiento indígena en 1665. El gobernador equipó una expedición de 540 soldados bien pertrechados y experimentados, y entró en los valles y procedió con energía como para un escarmiento ejemplar; tomó 500 cautivos y recogió unos 1.200 indios de guerra, en total unas 5.000 almas. Repartió 140 familias entre los vecinos de Esteco, 350 entre los de La Rioja y Catamarca, para el servicio de las viñas y los algodonales, 270 entre los de Córdoba y también hizo llegar a Buenos Aires a los Quilmes bravíos para el trabajo en las fortificaciones.
El obispo Maldonado había escrito ya en 1635: "Es pintado y sombra todo cuanto han padecido los indios en las Indias, con lo que en un día padecen actualmente en esta provincia los pocos que hay de paz; no tienen amparo ni administración de justicia, ni poblaciones; tienen los derramados sin doctrina, dándoles terribles tareas en los hilados y tejidos de lienzos".
Maltratados además como personas, les quedaba la rebelión como única salida contra los vejámenes de la opresión.