No hubo paz desde 1731 hasta 1764, cuando el gobernador Joaquín de Espinosa y Dávalos, nacido en Lima, logró una relativa pacificación. Espinosa y Dávalos gobernó el Tucumán desde 1757 hasta 1764 y nuevamente en carácter interino en 1771, después de lo cual pasó a desempeñar la gobernación de Valdivia, en Chile.
Los indios habían aprendido ya a hacer uso del caballo, lo que facilitaba su movilidad y los hacía temibles en el ataque sorpresivo y en las fugas.
En 1742, siendo gobernador Juan de Sautiso y Moscoso, después de una lucha sangrienta de varios años, celebró una especie de tratado de paz con los tobas. Las estancias fronterizas de San Miguel de Tucumán, Salta, Jujuy, Santiago del Estero y Córdoba sufrían los efectos de los malones indígenas que daban muerte a los españoles que caían en sus manos; en el valle de Salta mataron a casi 300 personas, llevando cautivas a otras y cargando además con un buen botín.
Los mocovíes atacaron a San Miguel de Tucumán en 1739, saquearon casas, degollaron españoles, llevaron cautivos. Las campañas de castigo de los gobernadores no tenían más que resultados efímeros, mientras permanecían sobre el terreno mismo de la subversión y la protesta. Por eso los pobladores alejados del Chaco comenzaron a resistirse al envío de hombres y elementos para esas expediciones.