Gabinete de gobierno.

Triunfante Alvear en las elecciones el 7 de agosto de 1922 se anunció la formación del gabinete de gobierno del nuevo presidente de la República.
Según Juan V. Orona, luego del triunfo Alvear recibió la visita de los tenientes coroneles Quiroga, Pilotto y García, de la logia General San Martín, que le formularon los siguientes pedidos:

1º Que después de asumir el mando, fuera su primera visita para el Circulo militar, en desagravio por la desconsideración de que había sido objeto al no contestársele las dos notas enviadas al ministerio de guerra denunciando la abierta intervención de militares en política.
2° Que no nombrara ministro de la guerra al general Dellepiane.
3º Que no fuera en ningún concepto a delegar el mando en el vicepresidente Elpidio González.

Ninguna réplica se ha producido a la verdad de esas afirmaciones y en cambio Alvear cumplió con lo establecido en esos tres puntos de los logistas, que apoyaban al entonces coronel Justo.
Para el ministerio del interior fue elegido un hombre de derecho, José Nicolás Matienzo; para relaciones exteriores, un hombre de ciencia, naturalista, Angel Gallardo; para agricultura, Tomás Le Bretón; para obras públicas Eufrasio Loza; para guerra Agustín P. Justo; para marina Manuel Domecq García; para justicia e instrucción pública, Celestino I. Marcó; para hacienda, Rafael Herrera Vegas. De ellos, sólo uno, Eufrasio Loza, pertenecía a los íntimos de Yrigoyen; dos, el ministro de guerra y el de marina, eran extraños al partido; los demás, eran viejos radicales, pero se habían distanciado desde hacía años del personalismo yrigoyenista.

Celestino I. Marcó se había manifestado, como diputado nacional, interesado en los problemas de la enseñanza; había presentado en 1917 un proyecto para la creación de un consejo superior de la enseñanza, en el que estarían representados los consejos de la enseñanza primaria, secundaria y universitaria. Agustín P. Justo, que disfrutaba de prestigio en el ejército, fue designado, por sugerencia de Tomás Le Bretón, cuando militares franceses objetaron a Alvear su candidato, Uriburu, que se había manifestado germanófilo.

El gabinete produjo estupefacción y desconcierto en las filas radicales; se censuró el nombramiento de Marcó, disidente entrerriano, y llamó la atención la presencia en el gobierno de dos técnicos, uno militar y otro marino, los dos extraños al partido. En cambio produjo satisfacción en otros ambientes; el diario La Nación saludó al nuevo gobierno, que significaba la superación de losconnubios con las multitudes inferiores que caracterizaron épocas de triste recordación en nuestra historia

Pero fue de todos modos un gabinete de transición, pues al acentuarse las divergencias entre los antipersonalistas y los yrigoyenistas, el gabinete fue reajustado para acomodarlo a las nuevas circunstancias. José Nicolás Matienzo abandonó su cargo el 23 de noviembre, a los 13 meses, hostil a la práctica dc las intervenciones del poder ejecutivo en las provincias, salvo en los casos previstos por la Constitución.

Gabriel del Mazo juzgó así la situación creada: Poco a poco el presidente Alvear concentró alrededor de él la esperanza de quienes siempre se opusieron a Yrigoyen en el seno de la Unión cívica radical; de los reaccionarios de los partidos conservadores, a quienes al fin parecía abrírseles una perspectiva de retorno, y de los reaccionarios de toda índole resentidos por la creciente significación social del radicalismo. Las disidencias entre `yrigoyenistas' y oficialistas fueron condensándose; el cisma de los radicales fue surgiendo públicamente con caracteres cada vez más precisos, y fueron tomando la correspondiente posición, los grupos o individualidades, cuya disconformidad con la orientación popular, es decir político-social, de Yrigoyen, había tenido manifestaciones desde mucho atrás. El presidente, incluso, llegó a caer en la trampa de la vieja propaganda antiyrigoyenista y antirradical, con su intrépida teoría de que los ministros deben ser 'autónomos' y el presidente no debe cometer el 'personalismo' de inmiscuirse en las decisiones que corresponden a los secretarios de Estado. Así, delegó en gran medida su responsabilidad constitucional directa, y prosperó la anarquía de los particularismos, que constituyeron intereses alrededor de cada ministerio, situación propicia a las transgresiones impunes y hasta a los atentados y conspiraciones. A la vez, en cl seno del gobierno, todos excitaban el amor propio del gobernante, diciendo todos los días, como lo hizo por escrito el ministro del interior: 'se trata de saber quien gobierna aquí, si el presidente o el ex presidente'. . .