Facundo Quiroga, refugiado en Buenos Aires y mimado por Rosas, no había perdido la esperanza de recuperar su ascendiente en las provincias cuyanas, en La Rioja y en Catamarca; su nombre equivalía a un cuerpo de ejército tanto por el terror que infundía como por la adhesión con que contaba; persuadió a Rosas de las perspectivas que ofrecía su entrada en la lucha programada y recibió el mando de 350 hombres que irían aumentando con los triunfos que esperaba obtener y los prisioneros que hiciese, más la reunión de los partidarios que habrían de acudir.
El pequeño núcleo emprendió la marcha el 5 de marzo en dirección a San Luis; llegó a Río Cuarto, fortificada y defendida por 600 hombres de las tres armas. Para intimidar con su número a los atacantes, la guarnición formó en batalla fuera de la ciudad, pero como Quiroga, sin tener para nada en cuenta su inferioridad numérica, se disponía a atacar, el coronel Echevarría hizo que sus tropas fuesen a parapetarse en las obras de defensa.
El mayor Prudencio Torres, oficial de la guarnición, federal, se pasó a Quiroga y le informó acerca de la escasez de municiones de los defensores y de la calidad de las defensas; Quiroga entonces se contentó con observar la plaza desde sus alrededores.
En la noche del 6 al 7 de marzo, Echevarría y Pringles hicieron una salida para romper la línea enemiga de observación y arrebatarle las caballadas; pero la vigilancia de los sitiadores frustró esta parte del plan, que habría significado un desastre para Quiroga; y lo peor fue que la caballería de Echevarría y Pringles no pudo volver a entrar en la plaza, y los sitiados quedaron decapitados de sus mandos superiores. A la mañana siguiente el caudillo riojano ordenó el asalto, seguro de que los defensores habían agotado sus municiones o andaban muy escasos de ellas. Logró abrir una brecha en las fortificaciones y penetró como una tromba en la villa, obligando a la guarnición a capitular; tomó así 413 prisioneros, dos piezas de artillería, armamento y mucho ganado de consumo.
A Echevarría y a Pringles no les quedó otro remedio que tomar el camino de San Luis con la caballería que habían utilizado en la salida del día anterior.
Esta victoria de Quiroga pesó en el destino ulterior de la campaña de Paz; la pérdida de Río Cuarto y de su guarnición le cortaba sus comunicaciones con las provincias de San Luis y Mendoza.
Pringles fue alcanzado por Quiroga y derrotado en San José del Morro. Pocos días más tarde, el 19 de marzo de 1831 nuevamente fue derrotado en las márgenes del río Quinto. Fue alcanzado por un oficial federal que no lo reconoció y le intimó rendición. Pringles contestó que solo se rendiría ante Quiroga, por lo que el oficial le descerrajó un tiro en el pecho. Moribundo, fue llevado a presencia de Quiroga, pero murió en camino. Quiroga cubrió su cuerpo con su propio poncho, y la amonestación al oficial que lo había matado resultó un elogio póstumo de su enemigo
Asegurada la posesión de Río Cuarto, continuó Quiroga su marcha hacia San Luis. Pringles fue alcanzado el 19 de marzo sobre el río Quinto, rodeado por fuerzas muy superiores y ultimado con la mayoría de sus hombres. Dos días después entró Quiroga en San Luis, de donde había huido el gobernador Luis Videla con unos pocos hombres tomando el camino de Mendoza para reunirse con Videla Castillo.
Aunque la empresa era temeraria, resolvió el caudillo riojano marchar sobre Mendoza, a pesar de que iba a tropezar con contingentes superiores en número; el 28 de marzo se encontró en Las Catitas o Rodeo de Chacó con Videla Castillo, que mandaba más de 2.000 hombres de las tres armas. El choque inicial, al frente del cual estuvieron Prudencio Torres y Ruiz Huidobro, fue favorable a Quiroga, cuya caballería no tardó en producir la dispersión y la fuga de la enemiga; pero la infantería, que mandaba el coronel Lorenzo Barcala, y la artillería, resistieron, rechazaron todas las cargas y se retiraron en orden, guareciéndose en los montes de las riberas del río Tunuyán. Estas fuerzas fueron perseguidas por Quiroga, que se adelantó hacia Mendoza; y el vencedor, que calculaba ese efecto psicológico de su sola presencia, entró en la ciudad sin hallar resistencia. Hubo ensañamiento con los vencidos, ejecuciones y venganzas, siguiendo la práctica de aquella época.
Hallándose en Mendoza fue informado de la muerte en la cordillera, mientras regresaba de Chile para reunírsele, de José Benito Villafañe, por una partida al mando del sargento mayor Bernardo Navarro. Era Villafañe uno de sus hombres de confianza y esa muerte le produjo honda impresión; en un rapto de ira ordenó el fusilamiento en el cuartel de la Cañada, sin ninguna forma de juicio, de 26 prisioneros tomados en Rodeo de Chacón.
Quiroga convocó a elecciones para sustituir a Videla Castillo que había desaparecido; resultó electo Manuel Lemos, que tuvo por secretario a José Santos Ortiz. Una modalidad del caudillo la ofrece una carta al ministro de gobierno de Mendoza, que le había invitado a asistir a una misa de gracia para celebrar el triunfo de Rodeo del Chacón:
"El infrascripto contemplando el luto que eternamente debe grabar sobre los corazones argentinos por la cruel guerra que devora a sus hijos, no puede permitir que se den gracias al Ser Supremo por la destrucción de nuestros hermanos. Si su excelencia el señor gobernador dispusiese reemplazar esta función de iglesia por unas honras generales por todas las víctimas sacrificadas de una y otra parte en el Rodeo de Chacón, entonces no tendrá embarazo en que aquellos oficiales que no están de servicio concurran a acompañar a S. E. el señor gobernador."
Al conocerse en San Juan los triunfos del caudillo riojano, sus partidarios se adueñaron del poder y las autoridades adictas a Paz huyeron. En La Rioja el general Tomás Brizuela, al alejarse Aráoz de Lamadrid, organizó un levantamiento y se hizo cargo del gobierno, hasta que Quiroga resolviese sobre los destinos de la provincia. Aráoz de Lamadrid había delegado el mando en Domingo García y había partido para Córdoba con poco más de 200 hombres.
La Liga del interior se desmoronaba y las victorias de Paz en la Tablada y Oncativo estaban a punto de volverse totalmente estériles. No quedaba otro remedio que una victoria sobre las fuerzas de Santa Fe para intentar el restablecimiento del equilibrio.