Una nota colectiva firmada el 12 de abril de 1830 por Rosas, Ferré y López, no mereció respuesta inmediata por parte de Paz; tan sólo el 14 de mayo respondió el gobernador sustituto, José Julián Martínez, pero a fines de ese mes no había llegado aún a poder de los destinatarios.
Los gobernadores del litoral resolvieron en Arrecifes, el 31 de mayo, enviar a Córdoba un ultimatum en el que se lee que, en vista del silencio de Paz, "se consideraban obligados a hacer la presente requisición con el fin de recabarle conteste si se resuelve a satisfacer los recelos que desean deponer, dándoles las garantías que han pedido sobre las fuerzas de su ejército dentro y fuera de los límites del territorio de Córdoba, de modo que los pueblos queden libres de la influencia de las armas y de cualquiera otra fuerza extraña que pueda cortarles la libertad con que deben concurrir a tratar los intereses generales y a deliberar sobre los mismos particulares. Tal es la vehemencia con que los infrascriptos buscan una paz sólida y estable, tal es el interés que toman por la libertad e independencia de los pueblos, que por su parte protestan corresponder al gobierno de Córdoba con las garantías necesarias que se les exigiesen por igual motivo. El Exmo. señor gobernador de la provincia de Córdoba, por lo mismo, se servirá contestar esta nota a los tres días de recibida, siempre que antes no lo hubiese hecho en términos claros, decisivos e inequívocos. Pasados estos, los infrascriptos reputarán recusadas las pretensiones de paz, amistad, libertad e independencia que expresan".
Córdoba no podía hacerse ilusiones; trató por consiguiente de acelerar la consolidación de las provincias del interior por la Liga formalizada el 31 de agosto, mientras procuraba poner de manifiesto la conducta inamistosa de Buenos Aires, que se había incautado de un armamento que salió de aquella ciudad, ayudó a los rebeldes y dio testimonios abundantes de hostilidad.
Oficial unitario de las fuerzas del general Paz
Las relaciones no quedaron rotas, hubo de una parte y de otra constantes ofrecimientos de negociación, ofrecimientos de dudosa sinceridad para garantía mutua entre las provincias del interior y las del litoral.
Las representaciones de los gobiernos del interior, el 14 de setiembre, se dirigieron colectivamente a cada uno de los gobiernos de las provincias del litoral con el fin de "pacificar la República y restablecer las buenas relaciones entre todos los pueblos que la componen", aludiendo a las órdenes terminantes de sus respectivos gobiernos "de abrir comunicaciones francas y amistosas con los Exmos. gobiernos de las provincias litorales". Se estimaba que se podía llegar por intermedio de agentes diplomáticos al arreglo de cualesquiera que fuesen las diferencias entre las provincias y al establecimiento de una base firme para la pacificación y organización de la República y en ese caso los firmantes de la nota "estaban prontos a entrar en negociaciones con los que ese gobierno quiera nombrar para el efecto, y proponen la ciudad de Córdoba por punto de reunión".
El gobierno de Buenos Aires, a cargo del general Juan Ramón Balcarce, por haber salido Rosas a organizar en Pavón el ejército de la provincia para las futuras operaciones, se dirigió el 5 de octubre al de Córdoba, protestando de sus sentimientos pacíficos y de concordia, pero sin dejar de hacer algunas consideraciones:
"Buenos Aires es invitada a la paz cuando con nadie está en guerra, cuando no la provoca, cuando tiene abiertas las puertas de su comercio a todos los pueblos y cuando está en francas relaciones y buena correspondencia con todos los gobiernos; Buenos Aires es invitada a la paz cuando hace los mayores esfuerzos para que no estalle la guerra, cuando por recelos muy fundados ha pedido garantías de su seguridad, y cuando, sin obtenerlas, contrae toda su atención a conservar el orden y la tranquilidad interior de sus habitantes, a reparar los desastres que causó el motín del 19 de diciembre de 1828 y a preservarse de que tan espantoso atentado se repita en su territorio y cause inevitablemente la muerte de la Patria. ¿Podría, pues, sin extrañeza oír semejante invitación? ¿Cuál es el pueblo de la República a quien domina o amenaza con la fuerza? ¿Cuál es el territorio que ha dejado de respetar? ¿Cuáles las autoridades pacíficamente reconocidas que ha derrocado?"
Advertía también que al crear las provincias del interior un supremo poder militar, las expresiones pacíficas de sus representantes perdían su valor persuasivo.