Si se recapitulan los sucesos de Mayo se advierte la presencia activa de dos fuerzas contrapuestas: la de los que no querían la continuidad de Hidalgo de Cisneros en el mando y la de los que lo sostenían. Estos últimos, contrariamente a lo ocurrido con la deposición del virrey Sobremonte, se habían concentrado en el Cabildo.
De la oposición de esos dos movimientos de opinión surgieron los sucesos definitivos del 25 de Mayo.
Entre los adversarios de la continuidad del virrey en el mando, es decir, entre la tendencia revolucionaria, no había absoluta unidad de miras. Un núcleo concebía probablemente la revolución para la independencia y la separación de España con un régimen autónomo de gobierno; otros se contentaban con reformas en el gobierno, en la estructura económica y en la legislación. Entre los partidarios de la revolución para la independencia estaban los que la habían gestionado a través de un protector inglés y luego por medio de la coronación de la infanta Carlota Joaquina, y estaban también los que habían querido resistir el reconocimiento del virrey Hidalgo de Cisneros y apoyar en cambio a Liniers. Había, pues, patriotas anglicanizados, afrancesados, lusitanizados, como había en España afrancesados sin dejar por ello de ser buenos patriotas españoles, progresistas y liberales.
En cuanto al sistema de gobierno en vista, si para unos era la república federal, como la instaurada en América del Norte, para muchos otros era todavía la monarquía, y la monarquía fernandina; pero el asunto quedaba en segundo plano; en el primero estaba la autonomía, la separación de España, actitud que tenía su explicación en el odio creciente y el distanciamiento entre criollos y peninsulares, entre padres e hijos; la mayoría de los pró-ceres de Mayo constituían la primera generación americana de padres españoles o, como en el caso de Belgrano, italianos.
En materia religiosa no hubo ningún problema ni ninguna discusión; todos los partidos coincidían en la religión católica.
El hecho de que la rebelión haya sido de criollos contra los padres peninsulares, y que la posición antimonárquica no se haya destacado en sus comienzos, hizo interpretar las luchas de la independencia por algunos autores como una guerra civil entre liberales y conservadores. La verdad es que no pocos españoles de sentimientos liberales, Salvador Alberdi en Tucumán, Álvarez de Arenales en el Alto Perú y tantos otros en Buenos Aires y en las provincias, vieron con gran simpatía la autonomía de las colonias; aunque por otro lado se dio también el caso de criollos que se distinguieron por su adhesión a las autoridades españolas y a sus aspiraciones, como el altoperuano J. M. Goyeneche.
¿Se podría hablar de una cierta frialdad o de un alejamiento popular en los orígenes del proceso revolucionario? La fórmula jurídica adoptada por el desconocimiento de algunas de las autoridades del virreinato, pero invocando el nombre del muy amado rey Fernando VII, podría explicar ese hecho. Las colonias reclamaban el derecho a constituir juntas de gobierno, pero hasta que Fernando VII volviera al trono.
¿Se hizo esa invocación a Fernando VII por cálculo premeditado, para ganar tiempo, o porque los rebeldes de mayo todavía no veían coliclaridad el ideal de la independencia? Es muy posible que en algunos no gravitase todavía la idea de la independencia, de la separación; tampoco en la rebelión norteamericana contra los ingleses hubo al comienzo separatismo; pero en algunos de los gestores del movimiento, la separación era una idea concreta desde hacía varios arios, sobre todo desde las invasiones inglesas.
¿Se debió la actitud al hecho cierto de que las provincias no habían sido preparadas y podrían oponerse a la aventura revolucionaria de Buenos Aires en el caso de una ruptura franca y desde el primer momento con la monarquía española?
Algo se había trabajado para propagar la idea de la independencia en el interior: José Moldes y Tomás Allende en Córdoba, Francisco Borges en Santiago del Estero, Nicolás Laguna en Tucumán, Francisco de Gurruchaga en Salta y algunos más; sin embargo, las provincias no estaban a tono con los sucesos de Buenos Aires y predominaban en ellas la influencia de los hombres y las instituciones coloniales, cuya fuerza organizada respondía todavía a las autoridades constituidas.
Cuando el Cabildo de Buenos Aires informa a los del interior el 26 de mayo de los sucesos ocurridos, apenas se refiere al 2 5 y sus decisiones trascendentales. Quizá a causa de ese divorcio o aislamiento del interior con respecto a la capital, se consideró oportuno no hacer manifestación pública en favor de la independencia.
Naturalmente, eso no puede inducir al pensamiento de que no había también en las provincias inquietud, simpatías por las causas nuevas y comprensión para la repercusión que podría tener la caída de España en el futuro de las colonias americanas.
Los hechos de la revolución penetraron, poco a poco, en todos los sectores de la población, en la capital y en el interior; se advierte a través de las listas crecientes de los donativos para las expediciones libertadoras, al comienzo de parte de los jefes revolucionarios, luego de las clases medias y también de los pobres. Lo hizo resaltar Mariano Moreno en la Gazeta del 12 de julio: "Las clases medianas, las más pobres de la sociedad son los primeros que se apresuran a porfiar, a consagrar a la patria una parte de su escasa fortuna: empezaron tos ricos las erogaciones propias de su caudal y de su celo; pero aunque un comerciante rico excite la admiración por la gruesa cantidad del donativo, no podrá disputar ya al pobre el mérito recomendable de la prontitud de sus ofertas".
Hubo un vasto plan revolucionario y la invocación al rey Fernando no fue bastante para apaciguar a los realistas, como en el caso de Mendoza y Córdoba; si el interior fue designando poco a poco sus diputados al congreso de Buenos Aires, lo hizo casi siempre al amparo o bajo la" influencia del ejército libertador, que paralizaba la reacción de los adversarios.
Moreno comenzó en noviembre a hablar con mayor claridad y eso bastó para suscitar una formidable reacción conservadora, lo cual muestra que ni en el propio campo de la revolución se podía proceder con excesiva celeridad.
Además se pensaba en una protección amistosa de Inglaterra y se la buscaba, y en aquellos momentos ésta se hallaba vinculada con España en la guerra contra Napoleón; una declaración prematura de la independencia podía haber malogrado su amparo, como h;zo saber lord Strangford a Moreno cuando éste pasó por Río de Janeiro en su viaje a Europa.
Sobre los primeros tiempos de la revolución, escribió Cornelio Saavedra en sus Memorias:
"En el mismo Buenos Aires no faltaron muchos hijos suyos que miraron con tedio nuestra empresa; unos la creian inverificable por el poder de los españoles; otros la graduaban de locura y delirio de cabezas desorbitadas; otros, en fin, y eran los mas piadosos, nos miraban con compasión no dudando que en breves días seríamos v ictimas del poder y furor español, en castigo de nuestra rebelión e infidelidad contra el legitimo soberano, dueño y señor de América".
Fn la Gazeta del 23 de setiembre, Moreno responde a un bando del virrey Abascal:
"El gran escollo que no podia vencer la resignación de nuestros émulos, es que los hijos del país entren al gobierno superior de estas provincias, sorprendidos de una novedad tan extraña, o sea trastornada la naturaleza misma; y empeñándose en sostener nuestro abatimiento antiguo como Un deber de nuestra condición, provocar la guerra, y el exterminio contra algunos hombres que han querido aspirar al mando contra las leyes naturales que los condenaban a una perpetua obediencia. He aquí el principio que arrancó al virrey Abascal la exclamación contra nosotros, graduándonos hombres destinados por la naturaleza para vegetar en la obscuridad y abatimiento".
Pero si la revolución de Mayo fue obra de una minoría y si la masa popular la respaldó con su simpatía, en buena parte pasiva al comienzo, la verdad es que fue un hecho de trascendencia que debía culminar en el desarrollo que ha tenido; para alcanzar ese desarrollo fue factor favorable la absorción de todas las fuerzas peninsulares en la guerra contra los ejércitos napoleónicos. Cuando se pensó formalmente luego en la reconquista de las colonias, y se prepararon expediciones poderosas como la de 1820, que Riego sublevó en Cabezas de San Juan, era ya tarde y habrían significado inmensas pérdidas de vidas por ambas partes, como en Venezuela y Colombia con la expedición de Morillo, pero a la larga España habría sido vencida, porque cada día que pasaba era mayor la adhesión a la vida independiente, en criollos y españoles.