El 27 de mayo del mismo año, es decir, dos días después de la Revolución de Mayo, la Primera Junta había enviado una circular a los cabildos del interior para que enviaran sus representantes a Buenos Aires, con el fin de sumarse al nuevo gobierno. En diciembre de ese año, casi todos los delegados habían llegado y solicitaron su incorporación, para realizar eso se realizó la reunión del 18 de diciembre.
Para resolver sobre la situación creada se reunió el 18 de diciembre la Junta con la asistencia de nueve diputados de las provincias. En nombre de éstos habló el deán Funes y reclamó la incorporación a la Junta argumentando que la capital no tenía títulos legítimos por sí sola para elegir gobernantes a que debían obedecer las demás ciudades; porque la circular del 27 de mayo ofrecía expresamente a los diputados una parte activa en el gobierno apenas llegasen a Buenos Aires: porque allí se decía que se incorporarían como miembros de la Junta.
Moreno había querido llevar la revolución al desenlace natural y lógico mientras que parte de sus compañeros en el gobierno no querían seguir sus pasos ni avenirse a premura.
El deán Funes escribió a su hermano Ambrosio el 16 de diciembre, antes de la reunión memorable: "Los de la Junta, menos Saavedra, parece que se oponían a incorporación de los diputados, pero creo que se les hará de hacer la forzosa, porque el pueblo, la mayor parte de las tropas y el Cabildo así lo quieren", esto indica que los diputados de las provincias habían aprovechado su permanencia en la capital para agitar el ambiente en si favor.
Los vocales de la Junta impugnaron la tesis del deán Funes con la siguiente argumentación:
Los diputados habían sido convocados para la celebración de un congreso general y hasta la apertura del mismo no podían comenzar a ejercer su función específica; su carácter era inconciliable con el de miembros de un gobierno provisorio y el fin de éste debía ser el comienzo del ejercicio de las funciones de los diputados; la cláusula mencionada de la circular del 27 de mayo fue un rasgo de inexperiencia que el tiempo demostró impracticable; los diputados habían tomado hasta allí una parte activa en el gobierno al tratar los asuntos concernientes a sus provincias.
El reconocimiento de la Junta, hecho en cada pueblo, subsanaba la falta de concurso de éstos en su instalación. Los poderes de que venían investidos los diputados no les auto-rizaban a gobernar provisionalmente el virreinato, sino a formar el congreso nacional y a establecer en él un gobierno sólido y permanente. Solamente San Juan y San Luis, que nombraron sus diputados al recibir la primera circular de la Junta, modificada después, enviaban sus diputados para incorporarse a la Junta. En cuanto a la agitación y el descontento públicos de que se hablaba, los vocales no los consideraban opinión preponderante en el pueblo, sino manifestación de algunos díscolos que podían ser fácilmente contenidos.
La tesis del diputado de Córdoba fue rechazada, pero al poner a votación la reclamación de los diputados reunidos con la Junta, los nueve presentes votaron por la incorporación; Juan Larrea unió su voto a ellos; Saavedra, Alberti, Matheu, Azcuénaga consideraron que la incorporación no era conforme a derecho o era contra derecho y origen de muchos males, pero fueron admitidos en homenaje a la unidad política. Paso y Moreno se pronunciaron contra la incorporación.
Para Moreno lo que importaba era ir al congreso general para dictar allí la constitución del Estado nuevo. El descontento de algunos sectores por las medidas revolucionarias de Moreno podía ser fácilmente contenido con medios enérgicos; y Moreno los había aplicado contra enemigos o patriotas exaltados, como en el caso del atentado contra el fiscal Caspe.
Al conocerse el resultado de la votación, el secretario de la Junta presentó su dimisión; había sido vencido en una pequeña confabulación mientras él tenía la vista fija en los grandes objetivos de la revolución de Mayo, había nacido La Junta Grande.