La Junta no tardó en hallarse divida en su orientación entre las definiciones revolucionarias de Moreno y la moderación conservadora de Saavedra.
El primero comprobaba desde su observatorio la fuerza que poseía la tradición colonial y luchaba febrilmente por romper los vínculos con el pasado en apoyo de una revolución que estaba en peligro ante las defensas militares de los realistas y ante la persistencia de numerosos realistas funcionarios del virreinato en puestos importantes de mando y de influencia.
El 3 de diciembre se promulgó un decreto estableciendo que no debe proveerse empleo civil, militar o eclesiástico más que en personas nacidas en estas provincias, con excepción de los funcionarios europeos existentes, que continuarían en los mismos, pero debían quedar "persuadidos que su buena conducta, amor al país y adhesión al gobierno serán un garante de su conservación y ascenso".
Respondía ese decreto a los desengaños sufridos por Moreno por la ingratitud hacia el país de hombres que habían hecho fortuna en él.
Proclamó el derecho de los hijos del país en contraste con el de los extraños que lo habían gobernado hasta entonces. De ese modo puso la proa de la revolución contra los amos de la víspera, un modo ya poco encubierto de arrojar la máscara de la fidelidad a Fernando VII.
Si la juventud pudo estar con Moreno en sus audaces avances revolucionarios, los españoles peninsulares ofrecieron una fuerte resistencia a sus proyectos, viendo en él con razón el adversario de todos sus planes, el que hizo expulsar al virrey, a los oidores de la Audiencia y ejecutar a los conspiradores de Córdoba y del Alto Perú. Era en verdad el hombre que llevaba la dirección de la revolución, su cabeza visible. Pero también muchos hijos del país se asustaron de la energía de Moreno y de su evidente tendencia a romper, los vínculos con el derecho de España al gobierno de América y querían que la revolución continuase enmascarada.
La oposición al morenismo se concretó en verdaderas conspiraciones contra su influencia y su poder dentro de la Junta.
Las propias reformas militares suscitaron el encono de los viejos jefes cuando se acordó que los cadetes debían reclutarse entre los alumnos de la academia de matemáticas. Poco a poco se fue formalizando una oposición organizada contra el secretario de la Junta,
cuya superioridad intelectual era incontrastable. Muchos criollos pretendían que la revolución siguiese su ruta bajo la máscara de la lealtad al rey, y los españoles, comerciantes, funcionarios, vecinos vieron cerrárseles las puertas de los empleos públicos por el decreto del 3 de diciembre.
En sólo siete meses, su nombre quedó unido a una larga lista de realizaciones revolucionarias: estableció una oficina de censos y planificó la formación de una Biblioteca Pública Nacional; reabrió los puertos de Maldonado (Uruguay), Ensenada y Carmen de Patagones; mediante varios decretos, liberó de las antiguas restricciones el comercio y las explotaciones mineras. Intentó regular el ejercicio del patronato sobre la Iglesia, estableció las ordenanzas militares para los oficiales y cadetes, creó nuevas compañías de voluntarios y organizó la policía municipal.
Fundó y dirigió la Gazeta de Buenos Ayres, el periódico oficial, desde el cual difundió sus ideas. Casi todas las semanas publicaba largas y detalladas notas de gobierno, que reunidas llenan cientos de páginas. Publicó un decreto de libertad de prensa según el cual se podía publicar por la prensa cualquier cosa que no ofendiera la moral pública, ni atacara a la Revolución ni al gobierno.