Los estudiantes, justamente los que debían a Yrigoyen la Reforma universitaria, se volcaron en el movimiento de oposición, lanzando proclamas contra la dictadura yrigoyenista, actuando como oradores en los mítines políticos en nombre del Centro de estudiantes de medicina y del Centro de estudiantes de derecho.
En la facultad de derecho el propio decano Alfredo L. Palacios, dictó una resolución con este contenido:
"Asumir como propio el imperativo, enunciado en forma indeclinable por la conciencia juvenil, de exigir la renuncia al presidente de la Nación, señor Hipólito Yrigoyen, y la inmediata restauración de los procedimientos democráticos, dentro de las normas constitucionales".
Como presidente del Círculo militar, el general Enrique Mosconi, el 8 de julio de 1920 sostenía esta doctrina: "Mientras la armada y el ejército se mantengan en el marco que la Constitución les indica en el juego libre de nuestras instituciones; mientras, firmemente ceñidas a la profesión militar, no intervengan ni se alarmen por las luchas cívicas de nuestra política interna, porque ellas evidencian, a través de las agitaciones democráticas y de las fiebres periódicas de los gobiernos republicanos, mayor aptitud en el pueblo para ejercitar sus derechos ciudadanos y mayor capacidad para la función pública; mientras los hombres de armas de mar y de tierra así entiendan su función y su deber, la nación tendrá en segura custodia sus tradiciones, y serena y tranquila podrá seguir expandiendo sus fuerzas creadoras en el trabajo y en el progreso".
Pero ya por entonces era evidente que las fuerzas armadas no querían resignarse a mantenerse encuadradas en su función especifica y que, alentadas por los partidos políticos derrotados en las consultas electorales, pugnaban por decir su palabra y por poner en el platillo de la balanza de las decisiones la fuerza de que disponían en reemplazo de la fuerza que daba al pueblo su derecho a elegir sus gobernantes.
Ya el 9 de diciembre de 1928, el vespertino Ultima hora denunció una logia militar encabezada por el general Justo, con 188 afiliados, que prepararía un golpe de Estado para implantar la dictadura militar y exhortó al gobierno a tomar las medidas pertinentes para reprimirla; como el coronel Luis J. García había actuado en la Logia General San Martín, disuelta en 1926, fue relevado del cargo de director del Colegio militar, nombrando en su lugar al coronel Francisco Reynolds, revolucionario de 1905. Fueron trasladados otros presuntamente comprometidos, y muchos pasaron a reta o. Desde entonces el coronel García se valió de la prensa, especialmente de La Nación, para presentar la situación interna del ejército y para crear un clima de resistencia contra el gobierno y contra su ministro de la guerra.
Orden ministerial en cuya virtud le fueron entregados la teniente Speroni los armamentos que el entrego a su vez por orden verbal del ministro de guerra a Scarlatto y Canzanello.
La Liga patriótica argentina, que había adoptado una organización paramilitar en 1919, reforzó sus brigadas de choque a partir de la ascensión de Yrigoyen al poder en 1928 y, junto con otros núcleos de inspiración nacionalista, seducidos por el fascismo y la antidemocracia, contribuyó a sembrar la intranquilidad y no era raro que los actos públicos terminasen con un saldo de muertos y heridos. El embajador de los Estados Unidos consideraba a esta entidad capaz de encabezar un movimiento contra el gobierno.
Los socialistas tradicionales quedaron al margen de la conspiración y junto con ellos los demócratas progresistas que seguían a Lisandro de la Torre, aunque todos hostigaban desde el parlamento y desde la tribuna popular a la política yrigoyenista. Nicolás Repetto habló en la Cámara de diputados el 28 de agosto para exhortar a la cordura y a la calma; la consigna debía ser: "¡Votos, sí; armas, no!"
Las elecciones gubernativas en San Juan y Mendoza fueron convocadas para el 7 de septiembre, el radicalismo continuaba así su estrategia de predominio en las situaciones provinciales. Pero para todos era evidente que la posición no era estable, que cualquier día se producirían acontecimientos. La oposición había logrado crear un ambiente psicológico que preparaba para toda eventualidad y para toda sorpresa, un clima que no predecía un avenimiento y una pausa en la beligerancia. Unicamente Yrigoyen y su estrecho círculo seguían impertérritos; el presidente se mostraba incrédulo e inaccesible a los rumores que circulaban y que pudieron haberle llegado. ¡Un golpe de mano, una revolución contra él, que había pasado la vida conspirando?
Manuel Carlés era el presidente de la Liga Patriótica la cual fue menguando su protagonismo en los años veinte. Otros nacionalistas admiradores del fascismo italiano y el nacionalsocialismo alemán, se juntaron en la Liga Republicana. Esos y otros grupos de acción tomaron contacto con el general José Félix Uriburu. Así fue que el 6 de septiembre de 1930, mientras las tropas salían de Campo de Mayo para consumar el golpe de Estado contra Yrigoyen, los grupos de civiles armados salían en autos con carabinas y revólveres para ser protagonistas del derrocamiento de Yrigoyen.
Sin embargo la conspiración era un hecho cierto y la algarabía de los opositores políticos solamente ocultaba lo que se venía preparando en los cuarteles desde las postrimerías de la presidencia de Alvear.
Se dio a conocer posteriormente un intento subversivo de los bomberos a fines de 1929. Un oficial de ese cuerpo, Orrego, había planeado un levantamiento que, en su imaginación, sería apoyado por el escuadrón de seguridad, algunos policías y obreros del puerto. Se proponía apresar al presidente, al vice y a sus ministros y hacerles renunciar. Conocido el plan por Daniel Videla Dorna, Justo Pallarés Acebal y Juan E. Carulla, lo pusieron en conocimiento del general Uriburu, que tuvo una entrevista con los revolucionarios y les hizo comprender la inconsistencia de su proyecto y su seguro fracaso, tras lo cual el fantástico levantamiento de los bomberos quedó en la nada.
Dos jefes militares habrían estado entonces en condiciones de provocar un levantamiento armado, por el prestigio de que gozaban, uno como ex ministro de guerra, otro como inspector general del ejército, Agustín P. Justo y José Félix Uriburu. Correspondió la iniciativa a este último, que comunicó sus propósitos a Carlos Ibarguren: "Mi plan es hacer una revolución verdadera que cambie muchos aspectos de nuestro régimen institucional, modifique la Constitución y evite se repita el imperio de la demagogia que hoy nos desquicia. No haré un motín en beneficio de los políticos para cambiar hombres en el gobierno, sino un levantamiento trascendental y constructivo con prescindencia de los partidos".
El movimiento militar que derrocó a Yrigoyen no fue obra de la Logia general San Martín, constituida y presidida por el coronel Luis J. García, en 1921, y disuelta en asamblea de sus adherentes a comienzos de 1926; ni Justo ni Uriburu pertenecieron a ella, aunque hayan sabido de su existencia y la hayan amparado en su desarrollo; pero fue el espíritu de cuerpo fomentado por su actuación el que revivió durante la segunda presidencia de Yrigoyen; muchos de los miembros de aquella Logia fueron activos en la conspiración de 1928-30.
En una reunión con militares sostuvo Uriburu que el movimiento que se preparaba no sólo se dirigía contra los hombres que hoy usufructúan las funciones .directivas, sino también contra el régimen de gobierno y las leyes electorales que permitían llegar a tal estado de cosas y mantener el gobierno en condiciones tan anormales —según un relato de Perón en 1931. Dijo que era necesario en primer término, una modificación de la Constitución nacional, a fin de que gobiernos como el de entonces no volvieran a presentarse, que quería que los resultados de la revolución fuesen trascendentes. En esa reunión a que se refiere el capitán Perón estaban el mayor Sosa Molina, el capitán Franklin Lucero, el doctor Alberto Uriburu, el mayor Solari.
Como jefe de la revolución en su etapa preparatoria, secundado por miembros del estado mayor revolucionario, teniente coronel Alvaro Alsogaray, Emilio Kinkelín y Juan Bautista Molina, firmó el siguiente compromiso de honor:
"En la ciudad de Buenos Aires, a los trece días del mes de agosto de 1930, los abajo firmados, todos miembros del ejército, profundamente convencidos de que la situación porque atraviesa el país impone el deber patriótico de concluir con el gobierno del. señor Yrigoyen, han resuelto prestar ante su conciencia el solemne juramento de derrocarlo por medio de las armas. Las instituciones del Estado han llegado a tal extremo de corrupción, que en breve plazo el país se hallará sumido en la miseria y en bancarrota. El parlamento ya no existe; una mayoría regimentada y obediente a las órdenes que se le imparten desde la casa de gobierno, ha arrollado los derechos de las minorías, a las cuales obliga al silencio, apoyada en el número, en insolente inconciencia de preponderancia. El pueblo mismo contempla ya con indiferencia la descomposición social que se está operando gradualmente al impulso de un sistema con el cual hay que concluir, cueste lo que cueste. La ignorancia y el delito han reemplazado a la eficiencia y el respeto por la ley, al respeto por la tradición y por todos los valores éticos que recibiéramos como cara herencia de nuestros mayores. Como argentinos que amamos a nuestro país, juramos salvarlo del derrumbe definitivo o morir en el intento."
Los jóvenes que habían levantado la bandera del nacionalismo, como si Yrigoyen no hubiese sido nacionalista., proyectaron un banquete en nombre del períodico La Nueva República, al que se comprometió Uriburu a asistir. Hablaron en él Rodolfo Irazusta, Francisco Uriburu y Ernesto Padilla. Se pidió entonces a Uriburu que dijese algo a su vez para alentar la reunión. Juan E. Carulla relató el suceso: "Tocóle, entonces, el turno al general Uriburu, cuyas palabras esperábamos todos ansiosamente, sin excluir los gárrulos bohemios centroamericanos, que a juzgar por el entusiasmo de que daban muestras, a la segunda copa de vino se habían vuelto más uriburistas que nosotros (habían sido invitados para cubrir las mesas del banquete). Habló lacónicamente, como era su costumbre. ¿Qué dijo? Muchas veces, en mis meditaciones acerca de los prolegómenos de la revolución de septiembre he procurado reconstruir su discurso, pero ello no me ha sido posible. Aunque parezca extraño, ni siquiera La Nueva República lo reprodujo".
El aporte de esa juventud a cualquier lado que se inclinase no era como para inquietar a ningún gobierno que hubiese tomado en serio sus imprecaciones y sus algazaras.
El 25 de agosto se constituyó la Legión de Mayo, invitando a defender un pasado heroico; a imitación de los fascios de Mussolini quisieron ofrecer al jefe de la conspiración un núcleo de combate para la emergencia que se anunciaba segura y próxima. Firmaban la invitación para salvar a la patria en peligro, Alberto Viñas, Cipriano Pons Lezica, Daniel Videla Dorna, Rafael Campos, José A. Gairaldes, C. González Moreno, Agustín Rodríguez Jurado, E. Gallegos Serna, Eduardo Gowland, Adolfo Lanar, Carlos Reyes, Adolfo Reyes, Hugo Bunge Guerrico, Hugo Cullen, Julio A. Navarro, Carlos E. Correa Luna, Héctor Bustamante, Eduardo Ramos Oromí, Julio M. Landívar, Luis González Guerrico, Wenceslao Paunero (h), Gregorio T. Torres, Raúl Monsegur, Gregorio Centurión, José M. Milberg, Rodolfo Fernández Guerrico, Alfredo Gonzalez Garaño, Ricardo Holmberg, Juan E. Carulla y otros.
Al recordar su actuación en la preparación y realización de la revolución del 6 de septiembre, en páginas escritas en enero de 1931, el capitán Juan Domingo Perón escribió: "Nunca en mi vida veré una cosa más desorganizada, peor dirigida ni un caos tan espantoso como el que había producido en su propia gente, el comando revolucionario en los últimos días del mes de agosto de 1930. Parecía que más bien que de simplificar las cosas se trataba por todos los medios de confundirlas. La desconfianza había llegado hasta el último oficial y ya se notaban los síntomas del descontento hasta de los mismos que habían sido comprometidos para semejante dirección"...
No hubiera sido difícil a un gobierno desbaratar el movimiento subversivo, y cuando lo intentó el general Luis J. Dellepiane, ministro de la guerra, no fue escuchado y se le trató desconsideradamente, y el 3 de septiembre presentó su dimisión. J. Benjamín Abalos recordó arios después el tema:
"La renuncia del general Dellepiane se provocó irritando la susceptibilidad del abnegado ministro que vigilaba activamente a los motineros. Sus medidas de precaución eran criticadas por el ministro del interior, que las consideraba infundadas y debidas al exaltado espíritu alarmista del general. Este infundio llegó repetidas veces a oidos del doctor Yrigoyen, sin duda por intermedio de gente interesada en la renuncia del ministro. Tenté de disuadir al presidente de este erróneo concepto, pero no obstante aceptó la renuncia del general Dellepiane, profundamente afectado y molesto por las dudas acerca de sus actitudes, reemplazándolo momentáneamente por el ministro González. Mucho lamenté semejante acontecimiento, por sus consecuencias posibles para el gobierno, ya que el general Dellepiane era el alma viril de la fuerza defensiva de éste y un fantasma temible para los conspiradores, por su lealtad, bravura y decisión. Fue celebrado como un gran éxito por los contrarios, y significó la pérdida del más valioso puntal para la estabilidad del gobierno y del presidente".
En la carta que acompañaba a la renuncia decía Dellepiane:
"Llamado a colaborar con V. E. en un gobierno que todo hacía presumir pudiera desenvolverse sin mayores tropiezos que los inherentes a las propias tareas, pensé yo, que nunca he aspirado a poseer dinero ni a recibir honores, que pudiera ser un auxiliar eficaz, puesto que desde muy joven he luchado por el bien de la patria, defendiendo con mi modesto saber la integridad de sus fronteras y también oponiéndome en el terreno de los hechos al desorden y a la injusticia.
"No habían pasado muchos días de mi designación cuando hice llegar a V. E. mi manera de entender las cuestiones relacionadas con la disciplina y V. E., como más adelante en dos ocasiones posteriores de incomprensiones recíprocas más fundamentales, al par que hacía justicia a mis propósitos, me indicaba su manera de interpretarlos, lo que, como soldado, acaté, no sin pensar que el ejército no se puede dirigir de otra forma que con rectitud y con justicia.
"He acompañado, a pesar de mi voluntad y contrariando mi conciencia a V. E., en la refrendación de decretos concediendo dádivas generosas, pensando que esto pudiera liquidar definitivamente una situación sobre la cual el país no debía reincidir, porque mi espíritu se hallaba preparado a adherirse a estas sensibilidades de V. E., que se había dignado llegar hasta mi lecho de enfermo, esperando mi curación y manifestándome que nos hallágamos solidarizados dentro de la difícil y complicada tarea que a V. E. implicaba resolver.
"No soy político y me repugnan las intrigas que he visto a mi alrededor, obra fundamental de incapaces y ambiciosos; pero soy observador.
"He visto y veo alrededor de V. E. pocos leales y muchos intereses. Habría que nombrar un tribunal que analizara la 'vida y los recursos de alguno de los hombres que hacen oposición a V. E. y de otros que, gozando de su confianza, hacen que V. E., de cuyos ideales y propósitos tan de • continuo expresados yo tengo la mejor opinión, sea presentado al juicio de sus conciudadanos en la forma despectiva, que es marca que nada detendrá, si V. E. no recapacita un instante y analiza la parte de verdad, que para mí es mucha, que puede hallarse en la airada protesta que está en todos ¡os labios y palpita en muchos corazones.
"Este largo y dificultoso camino, sin otro descanso que la lucha continua por el bien pub!ico, ha culminado hace tiempo con la diferente manera de encarar el difícil problema.
"Al final he deseado, perfectamente enterado, lo mismo que en la llamada semana trágica en que espontáneamente y por mi propia decisión contribuí a salvar el gobierno de V. E., proceder a salvar otra vez al país y al ejército del caos que lo amenaza.
"Sólo lamento no haber podido realizar obra constructiva. No me ha sido posible perfeccionar las leyes orgánicas del ejército, ni dotarlo de fábricas, indispensables, ni modificar los procedimientos administrativos, ni mantener el espíritu de disciplina tal como lo he practicado y entiendo, ni investigar las responsabilidades en materia de armamentos que reclamaba la opinión pública y los elementos de juicio que he tenido en mis manos.
"Todo esto, en mi sentir leal, determina mi actitud de patriota y de soldado, de que doy una vez más testimonio a V. E., a quien reitero mi mayor respeto y alta consideración."
El propio Dellepiane explicó un tiempo después:
"Debo hacer una declaración rotunda. Convencido —hay innumerables testigos de la siguiente afirmación- de que el desgobierno llevaba fatalmente a la conjunción de los complotados del ejército con las fuerzas civiles para derrocarlo, busqué desesperadamente la reacción que juzgaba más favorable para el país que la mejor de las revoluciones... Llegaron los últimos días de agosto. Para reprimir el inminente estallido militar exigí la reacción del gobierno y libertad absoluta para obrar. Sucumbí entre las intrigas de algunos hombres que rodeaban al presidente depuesto. El gobierno hizo caso omiso de mis advertencias, y nuevos factores se incorporaron a la conspiración militar, creando en el país el estado revolucionario. No me hubiera resultado difícil evitar la conspiración militar, como lo demostré deteniendo a algunos de sus jefes circunstanciales, que el señor Yrigoyen ordenó fuesen puestos en libertad; pero ya contra el pueblo y la juventud universitaria era otra cosa. No se podía derramar sangre argentina para defender a un gobierno sordo y ciego ante la demanda del país. . . Presenté mi renuncia, abrigando la esperanza de favorecer con ella la visión que el gobierno debía tener de los acontecimientos, y en los días que le siguieron, el gobierno, que vivía sobre un volcán, se dedicó a rever mis actos y a precipitar la revolución con los suyos".
Los socialistas, que combatían y condenaban al gobierno de Yrigoyen y que no ignoraban las características de la conspiración para derrocarlo, publicaron en su diario La Vanguardia el 6 de septiembre un editorial en el que se lee:
"El país se encuentra ahora entre la espada y la pared: por un lado un gobierno arbitrario, jactancioso y notoriamente inepto, y por el otro, bandas de aventureros temibles que acechan la oportunidad para enseñorearse del poder y hacer retroceder el país hasta las épocas anteriores a la reforma del presidente Sáenz Peña... Y esta situación se agrava más aún con la conducta del gobierno inepto, que parece haberse propuesto los planes reaccionarios. .. Consideramos de urgencia que las grandes organizaciones gremiales, los centros democráticos, socialistas y liberales, los ciudadanos que aman la libertad y el buen nombre del país, se preparen a asumir, en el momento preciso, la actitud necesaria para contrarrestar los planes liberticidas del gobierno o la aventura criminal con que sueñan de tiempo atrás los reaccionarios argentinos".
Ni ese llamado ni otros, más alarmantes aún, de otros sectores, hallaron eco en las esferas de tradición democrática ni en las filas obreras organizadas. La conspiración pudo producirse en medio de un silencio absoluto del pueblo de Buenos Aires.