No se recuerda en la historia política del país una orquestación tan vasta y agresiva de sectores de opinión contra un hombre y un partido como la que funcionó desde los más opuestos y variados núcleos económicos, intelectuales y sociales contra Yrigoyen y el radicalismo en 1928-1930.
El lenguaje empleado recuerda en parte al de la agria disputa de los órganos de prensa de los unitarios y federales desde la época rivadaviana hasta la batalla de Caseros. Sólo que en 1928-30 no hubo persecuciones ni degüellos para suprimir la prédica desenfrenada y virulenta, ni proscriptos que prosiguieran la lucha más allá de las fronteras. La oposición fue posible en todos los tonos y con todas las exageraciones desde la prensa y el Congreso, convertidos en tribunas de agitación y de subversión.
El radicalismo tenía un órgano oficial, La Epoca, pero no supo penetrar en el pueblo como el diario Critica, fundado y orientado por Natalio Botana, que difundía 300.000 ejemplares y cultivaba el sensacionalismo y los grandes titulares.
Este vespertino había auspiciado espectacularmente la campaña radical de la primera y la segunda presidencia, pero a poco de iniciar la segunda, utilizó los mismos procedimientos para injuriar y desprestigiar a Yrigoyen y a sus adeptos. Pero tampoco la posición de los demás órganos tradicionales de prensa marcó una tónica de ponderación y de equilibrio, pues también vio en el anciano presidente la causa de todos los males, también de los que se hubiesen producido con cualquier otro gobierno en aquella crisis y en aquel desconcierto, fruto de tantos previos errores. Poco antes de septiembre de 1930 publicó Leopoldo Lugones su libro La Grande Argentina, en el que atacaba al Estado liberal en crisis y la economía agropecuaria dominante sosteniendo que "el secreto de la prosperidad nacional no está en el comercio exterior, sino en el mercado interno", y que "el fomento de la industria nacional equivale a un verdadero movimiento libertador, digno por cierto del sacrificio que cuesta", y lanzaba la alarma respecto a la inmigración sin control y sin discriminación.
En el parlamento se distinguieron por su fogosidad en a oposición los socialistas independientes, rama del viejo Partido, con portavoces como Antonio Di Tomaso, Federico Pinedo y Héctor González Iramain. Tampoco quedan atrás los socialistas del viejo partido, que coincidían le hecho con las diatribas de los antipersonalistas y de los conservadores.
Los opositores tenían mayoría en el Senado y desde allí pudieron arrojar sobre el peludo, sobre el mestizo, sobre el pardejón Yrigoyen insolencias de todos los calibres. Cualquier pretexto era bueno para denunciar al dictador, al tirano. El lenguaje de La Fronda, que dirigía Francisco Uriburu, ofrece testimonios abundantes de una agresividad sin freno.
Sectores con menos arrastre popular, pero no menos insistentes en su pasión política, fueron los que iniciaron por entonces la corriente nacionalista, seducidos por la dictadura de Primo de Rivera en España y por la doctrina fascista de Benito Mussolini en Italia; también influían en ciertos ambientes intelectuales los dirigentes de L'Action Francaise, Charles Maurras y Daudet, que pretendían la resurrección monárquica en Francia.
Leopoldo Lugones había anunciado la hora de la espada como solución a todos los problemas, después de su excursión ideológica en diversos campos. En 1926 se publica el periódico La voz nacional, que dirigía Roberto Laferrére, y el mismo año aparece La Nueva República con la redacción de Julio y Roberto Irazusta, César E. Pico, Ernesto Palacio, Juan E. Carulla y otros, para sostener el pensamiento nacionalista, de hostilidad contra el dominio económico extranjero, inglés sobre todo, etc.
De ese ambiente surgió en 1929 la Liga republicana, a la que se sumó en la acción callejera la Legión de Mayo, que inspiraba el general Uriburu y dirigían Rafael Campos y José Güiraldes.
Años después, Ernesto Palacio había de reconocer que ese movimiento, "no obstante el aparato doctrinario, influido por el momento histórico, coincidía estrictamente en sus finalidades con el radicalismo tradicional y obedecía a idénticos móviles.
"En substancia venía a suplir con su acción la defección del partido histórico... La desgracia fue la necesidad táctica de la alianza aparente con los partidos de la oposición que querían precisamente todo lo contrario y triunfaron al fin, haciendo que la revolución, que debió ser nacional, se convirtiera en una revolución contra el radicalismo y no contra lo que éste tenía accidentalmente de malo —que empeoró— sino contra lo que tenía de mejor y auténticamente consubstanciado con la patria misma."