El lunes 14 de mayo llegó al puerto de Buenos Aires la goleta de guerra británica HMS Mistletoe, procedente de Gibraltar, con periódicos del mes de enero que anunciaban la disolución de la Junta Suprema Central al ser tomada la ciudad de Sevilla por los franceses, que ya dominaban casi toda la Península, señalando que algunos diputados se habían refugiado en la isla de León, en Cádiz.
La Junta era uno de los últimos bastiones del poder de la corona española, y había caído ante el imperio napoleónico, que ya había alejado con anterioridad al rey Fernando VII mediante las Abdicaciones de Bayona.
Durante los tres días siguientes comenzaron a circular los primeros rumores se caracterizaron por una agitación sorda. La fermentación crecía por momentos, y enterados de que la autoridad del Virrey había caducado, la gente se preguntaba: ¿que harían? ¿Qué nueva forma de autoridad tendrían?.
El Virrey, enterado de los acontecimientos, estaba en una incómoda posición y apeló al único arbitrio que le quedaba: anticiparse en parte a los deseos del pueblo, para prevenir por este medio la revolución, y retardarla si era posible. En consecuencia, publicó todas las noticias venidas de España. Los patriotas querían ser felices, pero siguiendo otros consejos que los del Virrey.
El 18 de mayo
El mismo día 18, Manuel Belgrano y Cornelio Saavedra se presentaron al Alcalde de primer voto, Juan José Lezica para pedirle la convocación a un Cabildo abierto. Mientras tanto, Castelli hacía lo propio con el doctor Julián Leiva, que era al mismo tiempo el Síndico Procurador y el oráculo del Cabildo.
El 20 de mayo
El día 20 al mediodía se presentó el alcalde Lezica en el despacho del Virrey y le informó que el pueblo estaba en convulsión, propalando la voz de que el gobierno de España había caducado, y que "estaba resuelto a reunirse por sí solo para tratar sobre la incertidumbre de la suerte de las Américas, si el Ayuntamiento no lo verificaba". Profundamente alarmado el Virrey quiso, antes de decidirse, conocer la opinión de los jefes militares, con el intento de oponerse a toda deliberación popular si encontraba apoyo en ellos.
A este fin los convocó a la Fortaleza para las siete de la noche del mismo día 20 con asistencia de la Audiencia. Abierta la conferencia les manifestó, "que la situación era peligrosa y las pretensiones de las facciones que se llamaban pueblo, intempestivas y desarregladas; que en virtud de las protestas y juramentos que le habían hecho de defender su autoridad y sostener el orden público, contaba con ellos para contener a los inquietos que pedían Cabildo abierto, acabando por exhortarles a poner en ejercicio su fidelidad en servicio del Rey y de la Patria."
Entonces se levantó el comandante de Patricios don Cornelio Saavedra, y hablando en nombre de todos los demás jefes nativos declaró: "No cuente V.E. para eso, ni conmigo ni con los Patricios: el gobierno que dio autoridad a V. E. para mandarnos ya no existe: se trata de asegurar nuestra suerte y la de América y por eso el pueblo quiere reasumir sus derechos y conservarse por sí mismo."
La conferencia terminó sin que el Virrey manifestase su decisión de tomar una resolución inmediata. Para poner fin a estas incertidumbres y fijar las vacilaciones de Cisneros, resolvieron asumir una actitud decidida que comprometiese a todos en la acción. Para pedir la convocatoria a un Cabildo abierto, el doctor Juan José Castelli y el comandante Martín Rodríguez fueron nombrados para desempeñar esta delicada comisión. Juan José Castelli, Martín Rodríguez y Terrada se dirigieron en el acto a la Fortaleza, entraron en el salón de recibo del Virrey, que estaba jugando a los naipes con el brigadier Quintana, el oidor Caspe y su edecán Guaicolea.
Castelli tomó la palabra y dijo que venían en nombre del pueblo y del ejército que estaba en armas, a requerirle que habiendo cesado de derecho en el mando del virreinato, competía al pueblo reunido en Congreso deliberar sobre su suerte. Después de conversar algunos minutos con Caspe, el Virrey dijo a los emisarios en tono resignado: "Señores, cuanto siento los males que van a venir sobre este pueblo de resultas de este paso; pero puesto que el pueblo no me quiere y el ejército me abandona, hagan ustedes lo que quieran". Los emisarios salieron a dar cuenta del resultado de su misión. Todos los patriotas, al saber que el Virrey cedía por fin, empezaron a abrazarse arrojando sus sombreros al aire.
El 21 de mayo
El 21 de Mayo un gran tumulto se agolpó a la plaza pidiendo a gritos: ¡Cabildo abierto! ¡Cabildo abierto! En el mismo día, el Cabildo hizo la convocatoria del Cabildo abierto por medio de esquelas, invitando al efecto 450 vecinos notables. El 22 se llevó adelante el congreso anunciado, bajo la presidencia del Cabildo.
22 de mayo
Tres partidos se encontraron frente a frente en la asamblea popular del 22 de mayo:
En un largo escaño y cerca de la puerta de entrada, se veían sentados al doctor Castelli y a Paso, los dos tribunos del pueblo: su actitud parecía indicar el desaliento o la paralización de sus facultades. Más lejos, puesto de pie, apoyado en el respaldo del escaño, al doctor Mariano Moreno en cuyo semblante no se traslucía ninguna agitación. Belgrano y el joven teniente de infantería don Nicolás de Vedia, ocupaban el extremo del escaño. Belgrano era el encargado de hacer la señal con un pañuelo blanco en el caso; de que se tratase de violentar la asamblea. Una porción de patriotas armados, estaban pendientes del movimiento de su brazo y prontos a trasmitir la señal a los que ocupaban la plaza, las calles y las escaleras de la casa consistorial. Se dispuso que la votación fuera pública y que cada uno escribiese su voto y que el escribano de Cabildo lo publicara en alta voz. El primer voto que se estampó después del Obispo, fue el del general español don Pascual Ruiz Huidobro, cuyo voto fue "que debía cesar el Virrey y reasumir su autoridad el Cabildo como representante del Pueblo, mientras en el ínterin se formaba un gobierno provisorio dependiente del Soberano". Este voto, calurosamente aplaudido por los patriotas, fue saludado con aclamaciones por los que llenaban la plaza pública al pie de las galerías del Cabildo. La votación continuó hasta altas horas de la noche.
25 de mayo de 1810
El día pasaba, la noche se acercaba y el bando de la deposición del Virrey no se publicaba. Mientras tanto, el Cabildo continuaba su sesión secreta a puerta cerrada. El pueblo reunido en la plaza y en la calle, empezó a entrar en sospechas y a agitarse por esta inexplicable demora. Para prevenir un estallido popular, Belgrano y Saavedra se constituyeron en diputados del pueblo, y penetrando en la sala capitular en que tenía lugar la sesión, se apersonaron al Cabildo haciéndole presente que el pueblo estaba agitado por su tardanza en reasumir el mando supremo y anunciar públicamente la destitución del Virrey. Los cabildantes contestaron que la demora provenía de que habían acordado que a un mismo tiempo se publicase el bando de la cesación del Virrey y el de la creación de la nueva Junta de gobierno que debía sucederle. El lenguaje moderado y firme de estos patriotas se impuso al Cabildo, y lograron que en el acto se publicase el bando que declaraba caduca la autoridad del Virrey.
El sol se ponía en el horizonte, al mismo tiempo que una compañía de Patricios mandada por don Eustaquio Díaz Vélez, anunciaba a son de cajas (tambores) y voz de pregonero que el Virrey de las Provincias del Río de la Plata había caducado, y que el Cabildo reasumía el mando supremo del Virreinato, por la voluntad del pueblo. Reunido el Cabildo el día 24, procedió a nombrar una Junta de cuatro vocales, de la que debía tener la presidencia el Virrey, conservando el mando superior de las armas. Para satisfacer las exigencias de los nativos, se incluyeron entre los vocales a don Cornelio Saavedra y don Juan José Castelli; y con otras medidas que se dictaron simultáneamente, pensó haber dominado completamente la crisis. Apenas se supo la resolución del Cabildo, un sordo rumor de descontento empezó a circular por las plazas y las calles. El día estaba opaco, lluvioso y frío, y sin embargo una gran concurrencia llenaba la plaza. Chiclana, con rostro airado y talante amenazador, recorría los apiñados grupos de ciudadanos reunidos en la vereda ancha. Encontrando a su paso a Berutti, E. Martínez, French, Melián y otros que hablaban con exaltación, se dirigió a ellos y les dijo en altas voces: "¿Por qué hemos de dejar que quede el Virrey? ¿Por qué?" Aquellas palabras predispusieron a la multitud a hacer una manifestación de su fuerza. Sin embargo su actitud fue por el momento pacífica, y poco a poco se dispersó para volver con nuevos bríos al terreno de la lucha, que era la plaza pública.
D. Cornelio Saavedra, asociado de Castelli, se presentó en la misma noche al Virrey, intimándole que era forzoso dejase el mando, si no delegaba al menos el de las armas, porque el pueblo así lo quería. Cisneros extendió en el acto su renuncia "que firmaron con él sus nuevos colegas, diciendo que consideraban que este era el único medio de calmar la agitación y efervescencia que se había renovado entre las gentes". Nadie durmió aquella noche en Buenos Aires, esperando con impaciencia las luces del nuevo día. Amaneció por fin el 25 de Mayo de 1810. El cielo estaba opaco y lluvioso como en el día anterior. El punto de reunión era una posada situada sobre la misma vereda, donde los ciudadanos se guarecían de la lluvia. French y Berutti dirigían las operaciones de esta reunión, en cuyos movimientos se notaba cierta organización que manifestaba estaban bien preparados para la lucha. El Cabildo se reunió temprano para tomar en consideración la renuncia del Virrey y la representación del pueblo. Al mismo tiempo que en las galerías altas de la casa capitular se celebraba la sesión del Cabildo, una escena más animada tenía lugar en la plaza. French imaginó la adopción de un distintivo para los patriotas. Entró en una de las tiendas de la Recova y tomó varias piezas de cintas blancas y celestes colores popularizados por los Patricios en sus uniformes desde las invasiones inglesas, y que había adoptado el pueblo como divisa de partido en los días anteriores. Apostando enseguida piquetes en las avenidas de la plaza, los armó de tijeras y de cintas blancas y celestes, con orden de no dejar penetrar sino a los patriotas, y de hacerles poner el distintivo. Beruti fue el primero que enarboló en su sombrero los colores patrios que muy luego iban a recorrer triunfantes toda la América del Sur. Instantáneamente se vio toda la reunión popular con cintas celestes y blancas pendientes del pecho o del sombrero. El pueblo, vestido con los colores del cielo, se dirigió en masa a los corredores de la casa capitular, acaudillado siempre por French y por Berutti. Estos dos tribunos, presidiendo una diputación, se apersonaron en la sala de sesiones y exigieron con firmeza que se cumpliese la voluntad del pueblo deponiendo al Virrey del mando, increpando al Cabildo por haberse excedido de sus facultades, y acabando por anunciar que el tiempo era precioso y que la paciencia se agotaba.
Berutti, entonces, tomó una pluma y escribió varios nombres en un papel. Era la lista de la futura Junta revolucionaria, que fue aceptada por aclamación popular, nombrándose una nueva diputación para que la impusiese al Cabildo. La nueva Junta compuesta por Saavedra, Castelli, Belgrano, Azcuénaga, Alberti, Matheu, Larrea, Paso, Moreno, decretándose en el acto una expedición militar para las provincias del interior, para que fuese portadora de las órdenes de la nueva autoridad. Esta misma petición fue presentada por escrito.
Abdicación de Fernando VII en Bayona
Fernando VII asumió el trono de España luego de la abdicación de su padre Carlos IV pero Fernando VII solo duraria entre marzo y mayo de 1808 siendo derrocado por Napoleón Bonaparte. El emperador francés, poco después, cedió tales derechos a su hermano José Bonaparte, quien reinó con el nombre de José I
Juan José Lezica
Juan José Lezica el 1 de enero de 1810 fue electo alcalde de primer voto del Cabildo porteño, el 19 de mayo, al día siguiente de publicarse el bando del virrey Cisneros anoticiando al pueblo de la toma de toda la península ibérica por Napoleón, los patriotas le encargaron al doctor Juan José Castelli que se presentase ante el síndico del Cabildo, Julián de Leiva, y a Belgrano y a Saavedra los enviaron ante el alcalde Lezica, para exigir la dimisión del Virrey y la formación de un Gobierno según la voluntad popular. De no accederse a esto, advirtieron los patriotas, ellos formarían el Gobierno por la fuerza con los consiguientes riesgos conforme informaron Cisneros y los jueces de la Audiencia al poco tiempo, el 20 Lezica le transmitió a Cisneros esta exigencia y le añadió, con el síndico, que juzgaba conveniente que, para evitar una catástrofe social, se permitiese celebrar un Congreso General o Cabildo Abierto para tranquilizar a los inquietos en razón de su cargo capitular, Lezica presidió el trascendental Cabildo Abierto.
Se enviaron 450 invitaciones y solo acudieron 251, a la jornada histórica concurrieron oficiales de las milicias, eclesiásticos, funcionarios de gobierno, abogados, médicos, alcaldes de barrios, comerciantes, etc., es decir, los vecinos más prominentes o acomodados de Buenos Aires. El Cabildo del 22 de mayo tuvo las características de la época, no existía la democracia popular sino un régimen monárquico, y como de costumbre, se había invitado a lo que se llamaba la “parte principal y más sana del vecindario”, aunque lo cierto es que aquella mañana también la población, en nutrida y alborozada reunión se congregó en la plaza, frente al Cabildo, para avalar a los patriotas que allí estaban.
Cabildo abierto del 22 de mayo de 1810”, obra del chileno Pedro Subercaseaux (1908) por encargo de Adolfo Carranza para los festejos del Centenario de la Revolución de Mayo. Conservado en el Museo Histórico Nacional.