La situación internacional, las pasiones caldeadas en torno a la causa de los aliados, a la neutralidad, a la germanofilia de algunos sectores, agitaron a grandes masas.
Se temió que el vicepresidente Castillo en ejercicio de la presidencia de la República pudiese alterar las líneas de conducta esbozadas por Ortiz y hubo propósitos de impedir que asumiera el mando. Circularon muchas versiones, algunas de las cuales eran más bien expresión de deseos que verdaderas conspiraciones. Una de las tentativas más graves fue la siguiente, a la que hemos aludido anteriormente.
El ministro de guerra, general Márquez, comunicó al ministro del interior, doctor Taboada, que un núcleo de jefes del ejército con mando efectivo tenía el propósito de impedir que Castillo fuera presidente y que, en caso de renuncia o fallecimiento del doctor Ortiz, se hiciera cargo del gobierno el ministro del interior o un jefe militar a fin de convocar a elecciones en corto plazo para la elección de los nuevos mandatarios. En ese movimiento participaba el entonces mayor Pedro Eugenio Aramburu con diputados radicales como Emir Mercader, Rodríguez Araya y otros. El ministro Taboada anticipó al general Márquez su opinión personal contraria a todo intento de salir de los carriles constitucionales, agregando que el presidente Ortiz debía ser puesto inmediatamente en connzim:ento de los propósitos anunciados. Márquez estuvo conforme con enterar a Ortiz de lo que se quería realizar. Ortiz pidió al ministro Taboada que convocase a todos los ministros de su gabinete para una reunión que se celebraría a las cinco de la tarde en su domicilio de la calle Suipacha. La reunión se realizó a la hora indicada en torno al lecho de enfermo del presidente. El ministro del interior expuso inmediatamente la situación que le había comunicado el general Márquez sobre la alteración del orden constitucional, exposición que ratificó el ministro de guerra. El presidente Ortiz hizo entonces uso de la palabra y la elocuencia y la energía de sus conceptos, absolutamente contrarios a toda. tentativa de alterar el orden constitucional, fueron tan acertados y concluyentes que todos los presentes, incluido el ministro de guerra, se adhirieron a su pensamiento, y así terminó ese conato de rebelión.
También se dijo que hubo conciliábulos para formar un triunvirato, con Alvear, Mario Bravo y el ministro Márquez; éste se haría cargo del gobierno y convocaría a elecciones, para lo cual, naturalmente, se requería la intervención de las fuerzas armadas. Alvear se opuso e hizo desistir de todo intento para salir de la legalidad.
Franklin Lucero relató igualmente una tentativa de subversión en abril de 1941, en la que habrían estado comprometidos Juan Bautista Molina y Roberto Dalton, para derrocar al vicepresidente en ejercicio de la presidencia, con objetivos distintos a los anteriores. La verdad es que en las filas castrenses, la tensión era viva entre los simpatizantes del sector democrático y los que admiraban la política totalitaria del nazismo.
El embajador alemán von Thermann informaba a su gobierno en telegrama del 20 de julio de 1940:
"Como en todas partes en América del Sur, la actitud del ejército es decisiva en las crisis domésticas. Actualmente, la mayoría del ejército está aún detrás de nuestros amigos Castillo y Molina. Las dificultades pueden surgir posiblemente si el ministro de guerra no quiere retirarse voluntariamente y busca en cambio apoyo en el ejército en tanto que éste le es sumiso, en la armada y en la oposición radical. De la armada, sin embargo, se puede creer que, manteniendo su actitud previsional, tratará de permanecer al margen de los conflictos internos".
Para von Thermann, la alianza de Castillo y el nacionalismo extremista era un hecho y el golpe de Estado estaba en camino.
El presidente Ortiz había dicho en su mensaje al Congreso, el 14 de mayo de 1940, que la Argentina no reconocía las conquistas por la fuerza y que no alteraría sus relaciones diplomáticas con los países ocupados. "Somos neutrales, decía, pero la neutralidad argentina no es, ni puede significar, la indiferencia absoluta y la insensibilidad".
Al delegar el mando en el vicepresidente Castillo, se agravó la situación interna y los oficiales leales a la orientación democrática se agitaron contra el creciente influjo de la propaganda alemana intensificada por el embajador von Thermann. En la primera división de infantería, con asiento cerca de la capital federal, los tenientes coroneles Ambrosio Vago y Rafael Lascalea, concibieron la necesidad de la eliminación de Castillo la asunción del mando por una junta militar que convocaría a elecciones honestas en el plazo de seis meses.
El ministro de guerra Márquez, el 20 de agosto de 1941, aplicó uno arresto disciplinario de 60 días al general Abmón Molina por haberle injuriado, y también lo había castigado por sus escritos de crítica a las autoridades militares. El movimiento de Vago y Lascalea no pudo llevarse a cabo por la resistencia del comandante de la división, general Abel Miranda, a levantarse sin el apoyo de otras unidades, y tanto Ortiz como Alvear, con quienes habló del plan, lo disuadieron de todo intento de proceder al margen de la Constitución.
También habría habido un propósito de alzamiento de la gendarmería, bajo la inspiración de su comandante, el general Manuel Calderón, estrechamente vinculado con el general Márquez; el movimiento debía estallar en la noche del 23 de agosto, pero repentinamente el doctor Castillo reemplazó a Calderón en el comando de la gendarmería, nombrando en su lugar al coronel Carlos Kelso, el jefe de la Casa militar.
El parlamento continuaba en su declive, había perdido el prestigio y el ascendiente que había tenido, y se manifestaban en él las combinaciones y coincidencias más raras.
Desde sus trincheras de lucha, los jóvenes nacionalistas describían a su modo la crisis y querían apuntar a remedios antiliberales. Marcelo Sánchez Sorondo, desde su periódico Nueva política, escribía en septiembre de 1940:
"Ya sabemos que en el ejército hay facciones. El sentimiento de la responsabilidad, raíz de las virtudes militares, está, pues, resentido. Somos una democracia cien veces corruptible, corrompida a fondo. La legalidad es hoy la línea recta, la menor distancia que lleva hacia la guerra civil. La legalidad es a corto plazo la República española con sus civiles de ateneo y sus militares de traición"...