Las pasiones apenas aquietadas por la gravitación personal y la energía de Pellegrini, resurgieron poderosas y arrolladoras con el nuevo presidente. Los ministros se sucedieron caleidoscópicamente.
Sin embargo, el presidente formó su primer gabinete con representantes de los diversos sectores de opinión: Manuel Quintana, en el ministerio del interior; Tomás S. de Anchorena, en relaciones exteriores; Juan José Romero, en hacienda; Calixto de la Torre, en justicia e instrucción pública; Benjamín Victorica, en guerra y marina. Se trataba de personalidades con grandes méritos y de larga actuación; Quintana se distinguía en la primera línea de la vida pública desde hacía treinta años, en el Congreso y en la diplomacia; Romero y Victorica habían sido ministros durante la presidencia de Roca y el segundo también durante la de Urquiza; Calixto de la Torre era un magistrado y profesor de juicio sereno; Anchorena representaba la alta sociedad tradicional.
El primitivo gabinete sufrió numerosas alteraciones; en diciembre de 1892 se apartó de 'él Manuel Quintana siendo reemplazado interinamente por Anchorena hasta febrero de 1893, fecha en que se designó titular a Wenceslao Escalante. En marzo de 1893 renunció Calixto de la Torre y el puesto vacante fue cubierto por Amancio Alcorta.
En mayo renunció Anchorena al ministerio de relaciones exteriores y en junio lo hicieron Romero en hacienda y Victorica en guerra y marina. Para llenar esas vacantes fueron designados Miguel Cané, Marco Avellaneda y Joaquín Viejobueno, respectivamente, en relaciones exteriores, hacienda y guerra y marina. Antes de finalizar el mes de junio renunciaron los ministros Escalante, Alcorta y Viejobueno y el gabinete fue reorganizado así: Miguel Gané, en interior; Eduardo Costa, en relaciones exteriores; Francisco L. García, en justicia e instrucción pública; Marco Avellaneda, en hacienda; Eudoro Balsa, en guerra y marina. Este gabinete tuvo una actuación muy breve. Diez días después de su formación, presentó la renuncia en pleno para facilitar un gabinete de acuerdo con las exigencias de la opinión reinante, a fin de intentar la pacificación de los espíritus.