La fuerza y el arraigo de tres siglos de dominación no fueron superados sino a costa de inmensos sacrificios y de mucha sangre; la forzosa acción militar consumió durante varios años las mejores fuerzas y todos los recursos del país. No fue tarea fácil la defensa de la revolución contra enemigos que la asediaban con poderosos elementos profesionales de la guerra, buenos armamentos, dominio de los mares y de los ríos.
Los hombres de Mayo tuvieron que improvisarlo todo: cuerpos militares, mandos, armamento y equipos. Toda una generación hubo de ser sacrificada en la ardua empresa y la nave tuvo que sortear escollos peligrosos, recurrir al camouflage, ganar tiempo por todos los medios.
Las complicaciones internas solían ser tan graves como la amenaza del enemigo, sin embargo, se afrontó todo, la indisciplina del interior, la fiebre de los unos por avanzar, el temor de los otros a ir demasiado lejos, la defensa y la ofensiva durante años angustiosos, pero fecundos.
Cañón de los usados en la batalla de Tucumán en 1812
La infantería fue en la revolución y en la lucha por la independencia el arma principal y con ella se hizo todo en los primeros tiempos. Desde la reorganización dispuesta por Hidalgo de Cisneros en setiembre de 1809, los siete batallones de milicias de infantería que existían en Buenos Aires fueron transformados en regimientos de 116 plazas; las primeras tropas de infantería fueron los regimientos 1 a 5, el de granaderos de Fernando VII y el de pardos y morenos; había además el regimiento de infantería de Buenos Aires o fijo y se encomendó a Domingo French la organización de otro cuerpo con el nombre de América, al que se incorporaron luego el fijo, disuelto en noviembre de 1810, y lo que existía del número 5; se le dio entonces el nombre de regimiento número 5 sin perder la otra denominación.
En noviembre de 1811 se refundieron por razones políticas (luego del motín de las trenzas) los regimientos de Patricios 1, 2, 3 y 4 con los números 1 y 2 para formar el N° 1 de patricios al mando de Manuel Belgrano y el N' 2 al mando de Ortiz de Ocampo, desapareciendo los números 3 y 4.
Fusil de chispa modelo 1777 Brown Bess, de calibre .75, estampado en la llave como "tower", (por su marca de certificación expedida en la Torre de Londres) usado por nuestro Ejercito desde 1810 a 1865. En el mismo periodo presta servicio la tercerola modelo 1802, calibre .75, llave "tower" de fabricación inglesa, abajo hay un detalle de la platina y se podrá observar la palabra TOWER grabada en la platina del fusil, el significado real es el siguiente. Todas las armas de esa época se probaban en la famosa torre de londres que, ademas de haber sido residencia real, cárcel, también se utilizaba como armería y banco de pruebas y de ahí ese punzonado que significaba a modo de seguridad para el soldado, que esa arma, había sido probada y aprobada en banco de pruebas.
Desde diciembre de 1811 los regimientos constaron de diez compañías con 1.209 hombres; la compañía número diez era la de los cazadores; además los regimientos 1 y 2 tenían una compañía de artillería volante cada uno. La rebelión llamada de las trenzas en el regimiento número 1, el 7 de diciembre, dio origen a la disolución de cuatro compañías, incluyendo la de artillería volante, y al cambio de su nombre y uniforme; en adelante todos los regimientos serían Patricios.
Ante los rumores de un ataque a Buenos Aires por los realistas de Montevideo se creó en junio de 1813 el batallón número 7 de infantería o de libertos, organizado e instruido de acuerdo con una nueva táctica del arma introducida por Alvear.
A principios de 1812 creó Belgrano en el ejército del norte el batallón de cazadores de Perú, dotándolo de armas de fuego y de caballería; después recibió el auxilio del regimiento número 1 y el batallón de cazadores de Buenos Aires, cuyos jefes fueron Dorrego y Javier Igarzábal, organizados en base a seis compañías cada uno, la primera de granaderos.
Antes de la revolución existía el real cuerpo de artillería a cuatro compañías y un batallón a siete compañías; el 3 de agosto se formó el regimiento de artillería a las órdenes del teniente coronel Bernabé San Martín; el 19 de enero de 1812 se reorganizó el cuerpo sobre la base de 12 compañías y se le dio el nombre de regimiento de artillería de la patria. El reclutamiento y la formación y preparación de su oficialidad fueron objeto de especial atención y sus jefes prestaron grandes servicios en campaña o al frente de fábricas y fundiciones. Compañías o escuadrones de artillería con sus cañones y obuses volantes fueron adscriptos a los distintos ejércitos, a las baterías fijas y a los buques de guerra.
La organización de la caballería como arma de guerra tuvo un proceso más lento; los blandengues, milicias de la frontera, creadas en 1760, se transformaron en regimiento de caballería; los dragones de la patria se crearon en 1810. Pero la organización de la caballería comienza propiamente cuando Rivadavia encomienda a San Martín la primera unidad de caballería que merece ese nombre, lo que habría de ser el regimiento de granaderos a caballo; se ordenó la formación del primer escuadrón el 17 de marzo, el del segundo el 11 de setiembre y el del tercero el 15 de diciembre de 1811; el cuarto tan sólo en diciembre de 1812.
En el ejército del Norte, además de los dragones de la patria, se organizó el cuerpo de dragones ligeros del Perú, sobre la base de los dragones, húsares y blandengues que salieron en la primera expedición; más tarde se formaron los dragones del Perú.
Siguiendo el plan de los granaderos a caballo se formó por Belgrano el regimiento de caballería de línea del Perú en marzo de 1813.
Para la defensa de Buenos Aires y la guerra de sitio en la Banda Oriental se organizaron dos unidades de zapadores; a propuesta de San Martín se dispuso que Holmberg organizase una compañía de 120 plazas, que fue disuelta tres meses después, pasando sus efectivos al regimiento de granaderos de infantería. Pero Rondeau comunicó el 25 de diciembre de 1813 la formación de una compañía de zapadores para las operaciones del sitio de Montevideo.
El primer Triunvirato encaró seriamente la organización del ejército sobre bases firmes; dio vida a diversas unidades y aumentó su capacidad táctica; los granaderos a caballo fueron el comienzo de una nueva orientación militar, una escuela técnica y un vivero de mandos capaces.
El segundo Triunvirato continuó la labor emprendida; pero contó ya con oficiales de excelente formación en las tres armas.
En diciembre de 1813 las tropas de línea sumaban 8.000 hombres y las milicias unos 6.500, a pesar de haber quedado nuevamente maltrecho el ejército del Norte en Vilcapujio y Ayohuma, desastres que significaron la pérdida de 4.000 hombres y su armamento.
La revolución se encontró con escasas fuerzas veteranas y con cuadros de oficiales poco numerosos y sin mayor experiencia en la guerra, pero peor aún fue el estado de los armamentos, que procedían hasta allí sobre todo de la península. Hubo que improvisarlo todo en materia de fabricación de armas y equipos, en un vasto territorio con casi ningún pasado siderúrgico.
La situación se agravó con el bloqueo de la escuadra realista, situación ya de por sí precaria por la falta de recursos financieros para adquirir armas en el exterior. Las armas disponibles eran de calidad mediocre y quedaban pronto inutilizadas; y se tuvieron pérdidas considerables en algunos combates con el enemigo. Por todo ello es más meritorio el esfuerzo de aquellos que pusieron sus conocimientos al servicio de la lucha por la independencia improvisando fábricas, talleres, elaboración de pólvora, etc.
En mayo de 1810 el único establecimiento dedicado a la preparación y reparación de armas era la armería real, instalada en el Fuerte, y el parque de artillería, detrás del cuartel de Retiro, que comprendía la maestranza, los almacenes de materiales y los depósitos de pólvora. En la maestranza se preparaban y construían carruajes y bases fijas para los cañones de batalla y de plaza; la herrería producía lanzas, sables y espadas. Anexo al parque de artillería había un laboratorio que tenía a su cargo los fuegos de artificio y que bajo la dirección de Francisco Velázquez y de su hijo Dionisio se dedicó a la fabricación de municiones, cartuchos de bala y para fogueo. Equipos diversos para las tropas se producían en mayor o menor escala también en Córdoba y Tucumán.
Las requisas de armas en poder de los particulares dieron algunos aportes iniciales; los primeros contingentes de granaderos a caballo fueron armados con sables y pistolas recogidos de ese modo.
También se adquirían a los capitanes de los buques que llegaban al puerto materiales y elementos bélicos, armas usadas e incluso inutilizadas que se procuraba reparar; para las compras en el extranjero, entre otros inconvenientes, como el bloqueo, estaba el de la escasez de dinero.
En mayo de 1812 llegó a la Ensenada una partida de 1.000 fusiles y 365.000 piedras de chispa que había adquirido en los Estados Unidos el emisario Juan Pedro Aguirre; eso permitió auxiliar a Belgrano, que reclamaba apremiantemente ayuda. A cambio de barras de plata equivalentes a la suma de 20.000 pesos se recibió a fines de diciembre del mismo ario una partida de 6.000 sables de caballería; en setiembre de 1813 llegaron 400 fusiles. Aunque siempre en gran desproporción con las necesidades, se fueron adquiriendo armamentos también mediante donativos, suscripciones e impuestos forzosos; pero todo resultaba insuficiente. La caída de Montevideo proporcionó bastante material de guerra de todas clases, que llegó en momento muy oportuno.
La fabricación de armas fue una proeza de ingenio y de voluntad; Juan Francisco de Tarragona fue encargado a fines de 1810 de la organización de una fábrica de fusiles en Buenos Aires, a cuyo frente permaneció hasta que fue reemplazado por Domingo Matheu, a quien secundaron Eduardo Holmberg y Salvador Cornet; los pocos armeros que había en la capital fueron acrecentados por el personal formado en la misma fábrica y por especialistas ingleses contratados que llegaron al Plata en enero de 1813; en este año trabajaban en la fábrica de armas 67 personas que fabricaban fusiles, tercerolas, carabinas, pistolas, bayonetas y baquetas.
El teniente coronel Ángel Monasterio fue encargado en mayo de 1812 de la organización y dirección de una fundición de piezas de artillería; se habilitó para ello la iglesia destechada de la Residencia, en las actuales calles de Defensa y Humberto I. La primera pieza fue destinada al sitio de Montevideo, un mortero cónico de 12 pulgadas bautizado con el nombre de "Tupac-Amaru".
Un total de 32 piezas de diverso tipo y calibre salieron de esa fundición, a razón aproximadamente de una por mes, desde mayo de 1812 hasta agosto de 1814.
En el ejército del Norte y a las órdenes de Belgrano Holmberg dirigió y vigiló los trabajos de la maestranza de artillería, construcción de granadas para cationes y de zorras especiales para transportarlas; en julio se fundieron dos morteros de a ocho pulgadas, dos obuses de seis y cuatro culebrinas de a dos.
En Tucumán funcionó una maestranza de artillería para recomponer fusiles y fabricar armas blancas y muchos objetos necesarios para el ejército. Ya en noviembre de 1810 había decidido la primera Junta instalar en Tucumán una fábrica de fusiles y nombró a Clemente Zabaleta para que se hiciese cargo de la misma. Después del desastre de Huaqui, el Triunvirato creyó conveniente que la fábrica se trasladase a Córdoba, pero Belgrano se opuso y la maestranza continuó trabajando allí para el arreglo del armamento, aunque no contó con personal competente y su rendimiento fue reducido.
También se decidió instalar en Córdoba una fábrica de pólvora en noviembre de 1810, siendo su primer director José Arroyo, a quien sustituyó a comienzos de 1812 el cirujano del ejército del Norte, Diego Paroissien.
La fabricación se hacía a mano, hasta que José Antonio Álvarez de Condarco ideó un molino que permitió elevar el rendimiento de doscientas a 300-400 libras diarias. Se fabricaba pólvora en La Rioja, pero era de calidad inferior.