El Éxodo Jujeño fue la retirada estratégica hacia Tucumán que, cumpliendo parcialmente la orden de evacuación hasta Córdoba impartida por el Primer Triunvirato de las Provincias Unidas del Río de la Plata,. El exodo comenzo el 23 de agosto de 1812 con el Ejército del Norte, comandado por el general Manuel Belgrano, y la población de San Salvador de Jujuy que abandonó completamente la ciudad y sus campos como respuesta táctica ante el avance del Ejército Realista proveniente desde el Alto Perú de tal manera de encontrar un escenario de tierra arrasada, la retaguardia de la movilización fue protegida por el mayor general Eustoquio Díaz Vélez, resistiendo el acoso enemigo.El rigor de la medida debió respaldarse con la amenaza de fusilar a quienes no cumplieran la orden.
Las fuerzas de Goyeneche, en operaciones para la reconquista del Alto Perú marchan sobre Cochabamba por los valles de Mizque y Cliza, mientras otras columnas concurrían al ataque por otros puntos, siendo la principal de ellas la del coronel Lombera, con más de 1200 hombres que salieron de Oruro. Por el lado de la Paz, del Valle Grande y de Santa Cruz de la Sierra avanzaban otras fuerzas similares.
La heroica provincia no flaqueó por esto; pero si tenía hombres y entusiasmo faltaban armamento y sobre todo dirección. Los dos caudillos de la revolución Arce y Antezana, comandante general el uno y prefecto el otro, estaban divididos por los celos del mando. En vez de concentrar sus fuerzas para salir al encuentro de Goyeneche, que conducía la columna más importante, resolvieron dividirse por mitad toda la fuerza y el armamento disponible. Este último consistía en cuarenta cañones, de estaño casi todos, y 400 arcabuces de estaño igualmente, que se habían fundido en Cochabamba para suplir la falta de fusiles. El resto, hasta cerca de seis mil hombres de a pie y de a caballo, estaba armado con macanas o garrotes. Arce fue con la mitad de esta fuerza al encuentro de Goyeneche, y Antezana esperó la división de Lombera. El primero se situó ventajosamente sobre los altos Pocona, que interceptaban el camino que traía el general realista, el cual había hecho preceder su marcha con intimaciones pacíficas. Cochabamba no quiso escuchar más condición que la evacuación de su territorio.
El 24 de mayo a las siete de la mañana fue atacado el ejército cochabambino situado en los altos de Pocona que después de un corto fuego se retiró en derrota. Esto tenía lugar al mismo tiempo que Lombera se acercaba a la ciudad de Cochabamba por los altos de Arque, después de haber sorprendido en su tránsito algunas guarniciones e incendiado varios pueblos.
Las autoridades cochabambinas enviaron una nueva diputación a Goyeneche proponiendo el sometimiento a discreción e implorando la clemencia del vencedor, a lo que Goyeneche pareció acceder. El pueblo se reunió en la plaza pública en número como de mil hombres, y allí interrogado por las autoridades si estaba dispuesto a defenderse hasta el último trance, contestaron algunas voces que sí. Entonces las mujeres que se hallaban presentes, dijeron a gritos que si no había en Cochabamba hombres para morir por la patria y defender la Junta de Buenos Aires, ellas solas saldrían a recibir el enemigo. Vuelto el coraje de los hombres con esta heroica resolución, juraron morir todos antes que rendirse, y hombres y mujeres se prepararon de nuevo a la resistencia, tomaron posesión del Cerro de San Sebastián, inmediato a la ciudad, donde aglomeraron todas sus fuerzas y el último resto de sus cañones de estaño. Las mujeres cochabambinas ocupaban los puestos de combate al lado de sus maridos, de sus hijos y de sus hermanos, alentándolos con la palabra y con el ejemplo, y cuando llegó el momento, pelearon y supieron morir por su causa.
Cochabamba sucumbió peleando. Forzada la posición de San Sebastián el día 27, después de dos horas de combate, las tropas realistas entraron a sangre y fuego por las calles de la ciudad, la que fue entregada al saqueo por el espacio de tres horas. Los pobladores emigraron en masa a los desiertos. Arce, entre tanto, ocupó la espalda del enemigo, marchó sobre Chuquisaca con parte de los despojos escapados de la catástrofe, y rechazado en aquel punto, se dirigió por el camino del despoblado buscando la incorporación de Belgrano, quien recibió la infausta noticia a fines de julio.
El General José Manuel de Goyeneche estaba a cargo de las tropas realistas en e el Alto Perú, pero no avanzo al sur en persecución de Belgrano y el Ejercito del Norte , envió a Pío Tristán en esa misión
La situación era muy crítica; pero el ánimo del General no decayó y eEstaba resuelto a avanzar y dirigiéndose al gobierno manifestó que: "Si es cierta, la pérdida total de Cochabamba, debemos esperar que el enemigo vuelva sus pasos contra nosotros, y será muy doloroso, muy contrario a nuestra opinión y muy perjudicial al espíritu público, si tenemos que dar pasos retrógrados, de que es indispensable la pérdida de intereses y perjuicios consiguientes a estos pueblos, que renovarán sus odios, si es que están amortiguados, o los aumentarán; ...pues clamarán como lo hacen los del interior (los del Perú), que los porteños sólo han venido a exponerlos a la destrucción, dejándolos sin auxilios en manos de los enemigos, borrón que no debe caer en la inmortal Buenos Aires"
A mediados de julio, tomó conocimiento que el enemigo había reforzado su vanguardia en Suipacha, que sus avanzadas batían el campo hasta la Quiaca, lo que indicaba una próxima invasión, y en consecuencia se preparó para actuar con sus fuerzas reconcentradas.
Recibió de manos de Gurruchaga cuatrocientos fusiles de Buenos Aires, y con este conveniente auxilio se dispuso a emprender una retirada al frente del enemigo, precedida de un terrible bando en que ordenaba a los hacendados, comerciantes y labradores, que retirasen sus ganados, sus géneros y sus cosechas, para que nada quedase al enemigo, declarando traidores a la patria a los que no cumpliesen sus órdenes, además de perderlo todo; y por último, imponiendo pena de muerte a los que se encontrasen fuera de las guardias, y aun a los que inspirasen desaliento, cualquiera que fuera su carácter o condición. El General era hombre de palabra, por eso todos obedecieron, comprendiendo que la cuestión era de vida o muerte.
Reclamaron el Cabildo y el Consulado. Al primero contestó: "No busco plata con mis providencias, sino el bien de la patria, el de ustedes mismos, el del pueblo que represento, su seguridad que me está confiada, y el decoro del Gobierno. Ayúdenme, tomen conmigo un empeño tan digno por la libertad de la causa sagrada de la patria, eleven los espíritus, que sin que sea una fanfarronada, el tirano morderá el polvo con todos sus satélites". Al Consulado le decía: "La Providencia de que ustedes reclaman se ha de llevar a ejecución venciendo los imposibles mismos". La conmoción que produjo en las poblaciones esta amenaza fulminante, las obligó a decidirse por unos o por otros, y a sacudir la apatía.
Se pasó al enemigo el teniente coronel D. Venancio Benavides. Este traidor avisó al enemigo la poca fuerza que disponía Belgrano, así como el mal estado en que se encontraba bajo todos respectos. El enemigo aceleró sus marchas, contando obtener una victoria fácil, descontando que pudiese oponérsele una resistencia seria.
En el Éxodo la población de Jujuy y también de Salta y Tarija abandonaron sus hogares y arrasaron con todo lo que dejaban atrás a fin que las fuerzas realistas no pudiesen aprovechar ninguno de sus bienes y dejándolos sin víveres para sus tropas. La retirada, ordenada por el Primer Triunvirato, se debía a la imposibilidad de resistir al ejército de Pío Tristán, que avanzaba desde el Alto Perú después de haber recibido refuerzos en Suipacha que elevaban su dotación a 4.000 hombres. La intención del directorio era retroceder hasta Córdoba, donde se le unirían fuerzas procedentes de la región rioplatense.
Corría el mes de mayo de 1812 y lleno de ardor patriótico, habló así el general Belgrano a las tropas y al pueblo reunidos en la plaza:
"Soldados, hijos dignos de la Patria, camaradas míos: dos años ha que por primera vez resonó en estas regiones el eco de la libertad, y él continúa propagándose hasta por las cavernas más recónditas de los Andes: pues que no es obra de los hombres, sino del Dios omnipotente, que permitió a los americanos que se nos presentase la ocasión de entrar al goce de nuestros derechos; el 25 de mayo será para siempre memorable en los anales de nuestra historia y vosotros tendréis un motivo más de recordarlo, cuando veis en él por primera vez la bandera nacional en mis manos, que ya os distingue de las demás naciones del globo, a pesar de los esfuerzos que han hecho los enemigos de la sagrada causa que defendemos para echarnos cadenas y hacerlas más pesadas que las que cargábamos.
"Pero esta gloria debemos sostenerla de un modo digno con la unión, la constancia y el exacto cumplimiento de nuestras obligaciones hacia Dios, hacia nuestros hermanos y hacia nosotros mismos, a fin de que la Patria se goce en abrigar en su seno hijos tan beneméritos y pueda presentarla a la posteridad como modelos que haya de tener a la vista para conservarla libre de enemigos, y en el lleno de su felicidad. Mi corazón rebosa de alegría al observar en vuestros semblantes que estáis adornados de tan generosos y nobles sentimientos y que yo no soy más que un jefe a quien vosotros impulsáis con vuestros hechos, con vuestro ardor, con vuestro patriotismo. Sí, os seguiré imitando en vuestras acciones y con todo el entusiasmo de que sólo son capaces los hombres libres para sacar a sus hermanos de la opresión.
"Ea, pues, soldados de la Patria, no olvidéis jamás que vuestra obra es de Dios; que él nos ha concedido esta bandera, que nos manda que la sostengamos, y que no hay una sola cosa que no nos empeñe a mantenerla con el honor y el decoro que le corresponde. Nuestros padres, nuestros hermanos, nuestros hijos, nuestros conciudadanos, todos, todos fijan en nosotros la vista y deciden que a vosotros es a quienes corresponderá todo su reconocimiento si continuáis en el camino de la gloria que os habéis abierto. Jurad conmigo ejecutarlo así, y en prueba de ello repetid: ¡Viva la Patria!".
Tres meses más tarde se produjo otro hecho terriblemente grandioso. Corría el mes de julio y las fuerzas de los realistas, poderosas y bien equipadas, amenazaban destruir totalmente lo poco que se había ganado a fuerza de sacrificio y de coraje. Del norte venían avasallándolo todo a su paso.
La orden de Belgrano fue terminante y precisa: no debería quedar nada que fuese de provecho para el adversario: ni casa ni alimentos ni un solo objeto de utilidad.
Todo fue quemado o transportado a lomo de mula, de caballo, de burro... hasta el último grano de la última cosecha.
El frío y la ventisca invernales acompañaron la caravana, reanimada sólo por aquellas palabras del general Belgrano, en su arenga del 25 de mayo frente a lo irremediable. En medio del viento blanco, la visión de aquella bandera que el "caudillo revolucionario", como lo llamó el general realista Goyeneche, conservaba bien guardada en una de sus maletas (lejos de destruirla, como había dicho al gobierno de Buenos Aires que haría), ponía su calor reconfortante para proseguir sin desmayos la emigración heroica.
El 23 de agosto de 1812, la revolución continuaba en el éxodo del pueblo jujeño. Esa provincia constituía el paso obligado al Alto Perú y a la plata de sus minas, y ahora, el ardor, la determinación de los patriotas y el miedo que inspiró la saña de los realistas en Cochabamba los hacía marchar.
El célebre bando de Belgrano, del 29 de julio, comenzaba diciendo: "Desde que puse el pie en vuestro suelo para hacerme cargo de vuestra defensa, en que se halla interesado el Excelentísimo Gobierno de las Provincias Unidas de la República del Río de la Plata, os he hablado con verdad. Siguiendo con ella os manifiesto que las armas de Abascal al mando de Goyeneche se acercan a Suipacha; y lo peor es que son llamados por los desnaturalizados que viven entre nosotros y que no pierden arbitrios para que nuestros sagrados derechos de libertad, propiedad y seguridad sean ultrajados y volváis a la esclavitud. Llegó, pues, la época en que manifestéis vuestro heroísmo y de que vengáis a reuniros al Ejército de mi mando, si como aseguráis queréis ser libres...".
En ese acto sintió Belgrano que se identificaba totalmente con el destino del pueblo que él sacrificaba. Por eso, lo hizo depositario y guardián de la "bandera nacional de nuestra libertad civil", puesto que, gracias a ese esfuerzo supremo, fue posible ganar la batalla de Tucumán, primero, y la de Salta, después. Una bandera, una escuela y dos escudos quedaron para siempre en Jujuy como el testimonio de agradecimiento de un general que, si quitaba méritos a las suyas, sabía reconocer las virtudes de los demás.