El combate de Pedriel

El 1 de agosto de 1806 a 20 km de la ciudad de Buenos Aires se produjo el Combate de Perdriel en donde  las tropas británicas vencieron y dispersaron a una pequeña división de voluntarios de milicias, inferior en número, armamento, organización y entrenamiento. Sin embargo, al ser incapaces de eliminar por completo las fuerzas reunidas en la campaña no pudieron evitar su reunión con el ejército que al mando de Santiago de Liniers reconquistaría la ciudad pocos días después (12 de agosto de 1806) poniendo fin a la primera invasión inglesa al Río de la Plata.

Combate de Perdriel

En Buenos Aires espías de uno y otro bando obtenían y transmitían información. Fue así como la noche del 31 de julio, cuando Beresford estaba disfrutando con sus oficiales de una función en el Teatro de la Comedia, recibió informes sobre la revuelta que se estaba gestando. Dispuso que parte de las fuerzas quedaran acuarteladas en estado de alerta y otras, al mando del coronel sir Denis Pack, jefe del regimiento 71, se aprestaran a marchar sobre la quinta de Perdriel. El 1 de agosto, la columna británica comandada por Beresford inició su marcha.

Al llegar a la quinta, parte de las fuerzas de la resistencia bajo el mando de Esquiaga y Anzóategui, comprobaron que no había demasiada organización, parte de los hombres habían recibido permiso para ausentarse y se encontraban en la ciudad. No había quinientos hombres sino unos escasos doscientos, incluidos los que venían con ellos.

Juan Martín de Pueyrredón y Antonio Olavarría, jefe de los blandengues, se encontraban cerca y acudieron en auxilio de Esquiaga y Anzoátegui. En un parte enviado al gobernador de Montevideo el 3 de agosto relató lo ocurrido en el encuentro con los ingleses:

“En efecto, el enemigo empezó a jugar su artillería, y enseguida la nuestra, y yo para mejor hacer valer nuestras ventajas tomé la tercia parte de mis tropas, y después de haber mandado al comandante D. Antonio de Olavarría que, en viéndome atacado por la retaguardia hiciese él la misma operación para oprimirlos por todas partes, salí a galope, y a poco rato los tuve enteramente cortados. En esta situación hice señal de avanzar, y a la cabeza de los míos me precité sobre el grueso del enemigo, y me hallé en medio de ellos con sólo 10 de mis compañeros que me siguieron: mi objeto era quitarles la artillería, y de facto con mis diez compañeros les quité un carro de municiones con sólo la pérdida de uno de mis amigos, y mi caballo que fue atravesado por una bala de cañón. Cuando yo me vi solo y a pie no tuve más recurso que mandar retirar el carro citado, y a pie salir huyendo en medio de todo el fuego que se dirigió hacia nosotros. Todos señor, huyeron, y nos tomó el enemigo la artillería y provisiones; pero yo salvé mi presa”.


Combate de Perdriel

Perdriel había sido elegido como campamento por su posición estratégica, cerca de Buenos Aires (20 km al oeste noroeste), pero también de Olivos (13 km) y de Las Conchas (15 km), que eran los lugares donde Liniers podía desembarcar.

Pueyrredón fue auxiliado por el alcalde de Pilar, Lorenzo López, quien lo le- vantó en su propio caballo. En un informe remitido a Liniers a fines de agosto por el grupo de catalanes, se evaluaba el encuentro de Perdriel como un triunfo, teniendo en cuenta que habían muerto veinte ingleses y habían herido a otros diez —entre oficiales y soldados—; mientras que por la resistencia se contaron tres bajas de voluntarios, cuatro heridos y cinco prisioneros.

Si  bien  Beresford  quedó  dueño  del  campo  de  batalla,  reconoció  que  el  encuentro  no  lo  había  favorecido;  pues  su  intención  era  atacar  en  campo  abierto para asestar un golpe más efectivo a las fuerzas sublevadas, debido a que en ese ámbito se enfrentaría con los blandengues, que si bien eran hábiles en el manejo de armas blancas y la lucha cuerpo a cuerpo, no tenían experiencia de enfrentar armas de fuego.

El combate de Perdriel resultó para la población de Buenos Aires la demostración de que no era imposible vencer al invasor y que ya no era conveniente disimular los sentimientos en su contra como hasta el momento. Así lo contó un testigo:  

“La dispersión de su ejército en Perdriel, el 2 de agosto, tuvo un efecto evidente en los sentimientos de todos los rangos durante los tres días siguientes. Fueron desusualmente civiles, pero después de saber que ninguna pérdida seria había resultado, cada uno asumió un grado de insolencia desdeñosa, exigiendo la vereda y otros ejemplos de pequeño insulto. Un día el teniente Sampson, del cuerpo de Santa Helena, mientras pasaba por una de estas pulperías, vio a algunos de esos sujetos precipitarse para arrancar el mosquete del centinela, lo que consiguieron, y él fue peligrosamente apuñealeado en el acto de ayudar al soldado. Se hacían amonestaciones sin resultado, pues en todas las denuncias al poder civil, unos pocos encogimientos de hombros y lindas promesas para librarse del importuno eran los únicos sustitutos del remedio eficaz”. 

Beresford regresó a Buenos Aires con la artillería capturada y los prisioneros, entre ellos, un desertor de su ejército, el soldado alemán Shennón, amarrado a la cureña de un cañón. Previo consejo de guerra y eucaristía brindada por el obispo de Buenos Aires, el desertor fue fusilado frente al regimiento 71. Esta acción pretendió ser ejemplificadora para disuadir a quienes pretendieran imitarlo.