Buenos Aires estaba preparada para la defensa con los cuerpos voluntarios formados después de la primera invasión y adiestrados, pero sobre todo estaba preparada por el magnífico espíritu combativo de toda la población civil.
El 2 de julio Gower, tras eludir hábilmente a sus contrarios, cruzó el curso de agua por el paso de Burgos y avanzó sobre los corrales de Miserere. Liniers, con parte de su fuerza, retrocedió y marchó sobre el invasor, siendo en los corrales de Miserere entró el ejército ingles en contacto con fuerzas patriotas de Santiago de Liniers, que había salido de la ciudad con el grueso de las milicias, quizá con la idea de evitar la lucha en la misma población lo indujo a buscar batalla en campo abierto, eso fue un error y pese al entusiasmo de sus tropas, el grado de instrucción alcanzado era deficiente frente a un ejército profesional como el inglés.
Su mayor ventaja residía, precisamente, en la posibilidad de luchar en la misma ciudad, casa por casa, en un tipo de guerra donde el ejército inglés no pudiera aplicar su técnica superior.
Las tropas de Liniers se habían parapetado en los cercos de las quintas, a donde acababan de llegar, sin haber tenido tiempo para instalarse en posiciones defensivas organizadas como para resistir un ataque frontal. La brigada Crawfurd atacó vigorosamente, desalojó a los defensores de aquellos lugares y les quitó su artillería.
Grupos dispersos de los corrales de Miserere se dirigieron entonces hacia la Chacarita de los Colegiales; el resto se pudo refugiar en la ciudad, a la cual se habían retirado también las fuerzas que custodiaban el puente de Barracas, entonces puente de Gálvez. Liniers se retiró con los grupos que fueron hasta la Chacarita.
El 2 de julio de 1807 se produjo el esperado ataque, y Liniers fue derrotado en el Combate de Miserere, en las afueras de la ciudad. Pero Whitelocke les dio tres días de descanso a sus tropas antes de atacar. Álzaga convenció al desalentado Liniers de preparar la defensa y aprovechó al máximo el tiempo: organizó la defensa casa por casa, iluminó con miles de lámparas la ciudad para seguir trabajando de noche, y se aseguró que en todas las azoteas se acumulara todo lo necesario para la defensa de Buenos Aires.
El brigadier Gower intimó el 3 de julio la rendición de la plaza y el cabildo contestó negativamente en términos enérgicos. El mismo día llegó Whitelocke con el grueso del ejército invasor a los corrales de Miserere, mientras la retaguardia había quedado en la Reducción hasta nueva orden. Liniers había vuelto a entrar en la ciudad y dio impulso a las defensas ya esbozadas por el cabildo, dispuesto a todos los sacrificios.
El 4 de julio hubo una segunda intimación para la rendición por parte de Whitelocke, intimación que también fue rechazada con valentía; fue preciso, pues, entablar la lucha por la ciudad y se dispuso el ataque en toda la línea para el 5 de julio; la retaguardia pasaría a esperar órdenes al puente de Gálvez o Barracas.
Carta emitida el 10 de julio de 1807 del general Whielocke desde el cuertel general cerca de Retiro
Martín de Alzaga alcalde de primer voto fue uno de los responsables de la creación de barricadas en la ciudad las cuales detuvieron el avanza de las tropas inglesas
Durante la noche se construyen cantones que servirán como piezas fundamentales de la resistencia urbana. Sobre el fondo del óleo se observa la iglesia de Santo Domingo.
Buenos Aires estaba preparada para la defensa con los cuerpos voluntarios formados después de la primera invasión y adiestrados, pero sobre todo estaba preparada por el magnífico espíritu combativo de toda la población civil.
Ataque a la Plaza de Toros de Buenos Aires por los ingleses al mando de Samuel Auchmuty
Whitelocke organizó el ataque de este modo: fraccionó sus fuerzas en tres grupos. El ala izquierda, bajo el mando de Auchmuty, avanzaría sobre la plaza de Toros, en la actual plaza San Martín; el centro avanzaría en ocho columnas paralelas por las calles comprendidas entre la plaza de Toros y la plaza Mayor; el ala derecha que mandaban Crawfurd y Pack, que había roto su palabra de no volver a tomar las armas contra Buenos Aires, dividida en dos columnas, avanzaría por las calles al sur de la plaza Mayor y próximas a ésta; más a la derecha, un regimiento ocuparía la Residencia.
Los defensores concentraron sus preparativos en la plaza Mayor, con cañones en las ocho entradas de la misma; cien metros antes fueron cavadas trincheras; la infantería ocupó las azoteas de las casas colindantes; los vecinos no alistados en los cuerpos de milicias y hasta las mujeres y los esclavos se dispusieron a resistir en las azoteas de sus casas con piedras, granadas de mano y toda suerte de proyectiles.
La plaza de Toros fue guarnecida con tropas de marinería, una compañía de patricios, otra de gallegos, otra de castas, un escuadrón de húsares y un núcleo de patriotas de la Unión. Tenía el mando de los contingentes el capitán Gutiérrez de la Concha. Las calles hacia el oeste eran recorridas por patrullas con la misión de impedir sorpresas desde los Corrales.
Cándido de Lasala, uno de los caidosen la defensa de Buenos Aires
Comenzaron las operaciones bélicas el 5 de julio por la mañana. Auchmuty avanzó hacia la plaza de Toros, donde los defensores se batieron bravamente, pero mediante un rodeo el jefe inglés se apoderó del Retiro y la plaza quedó entre dos fuegos; cuando ya habían perdido los defensores 263 de sus hombres, juzgaron insostenible la posición y acabaron por rendirse. Allí luchó bravamente Jacobo Adrián Varela.
El grupo central del ataque llegó hasta la ribera y enlazó con los ocupantes de la plaza de Toros; en cambio los regimientos de la brigada de Lumley hallaron resistencia muy tenaz; uno de ellos fue, diezmado y el otro tuvo que rendirse y quedó prisionero.
El ala derecha de Crawfurd y Pack llegó también al río, pero cuando quiso tomar rumbo hacia el Fuerte fue atacada desde todas las direcciones y acorralada; para rehacerse se guarneció en el convento de Santo Domingo y en las casas próximas, a fin de continuar desde allí la resistencia; el número de los defensores fue en aumento y los cañones del Fuerte contribuyeron con sus disparos certeros, y finalmente esas fuerzas acabaron por rendirse y quedar a merced de los vencedores. El regimiento 45° fue el único que se posesionó de la Residencia sin mayor esfuerzo, mediante un golpe de mano audaz del teniente coronel Cadogan; pero los invasores fueron diezmados y obligados a rendirse. Martín Rodríguez explicó que por los caños de la azotea corría la sangre a la calle.
En su informe al ministro de la guerra de Gran Bretaña, firmado en Buenos Aires el 10 de julio de 1807, Whitelocke explicó "la clase de fuego al cual estuvieron expuestas las tropas; fue en extremo violento. Metralla en las esquinas de todas las calles, fuego de fusil, granadas de mano, ladrillos y piedras desde los techos de todas las casas, cada dueño de éstas era una fortaleza, y tal vez no sería mucho decir que toda la población masculina de Buenos Aires estuvo empleada en su defensa"...
El general John Whitelocke, comandante de la segunda invasión inglesa de Buenos Aires en 1807, caricaturizado en una publicación londinense tras la derrota a manos de los patriotas que supuso el fin de su carrera militar
Las jornadas del 5 de julio habían dado a los invasores solamente las victorias de la ocupación de la plaza de Toros y de la Residencia, pero la llave máxima de la ciudad, que era la plaza Mayor, quedaba intacta en poder de los defensores.
Los invasores habían perdido unos 2.500 hombres entre muertos, heridos y prisioneros; los defensores también habían tenido pérdidas considerables, aunque menores: unos 800 prisioneros tomados en la plaza de Toros y en la Residencia, 302 muertos, 514 heridos y 105 extraviados.
Durante la noche se construyen cantones que servirán como piezas fundamentales de la resistencia urbana. Sobre el fondo del óleo se observa la iglesia de Santo Domingo.
Martín de Alzaga alcalde de primer voto fue uno de los responsables de la creación de barricadas en la ciudad las cuales detuvieron el avanza de las tropas inglesas
Al terminar la primera jornada de lucha, Liniers intimó a Whitelocke el reembarco con sus tropas, la evacuación de Montevideo y del Río de la Plata, prometiendo devolverle los prisioneros en su poder, inclusive los tomados a Beresford en la primera invasión.
Whitelocke, en la mañana del 6 de julio, rechazó la intimación y, en cambio, propuso un armisticio por 24 horas para recoger los heridos. El jefe de la defensa, Liniers, le hizo saber que en vista del rechazo de la intimación comenzaría quince minutos más tarde la lucha con todas las consecuencias. Terminado el breve plazo comenzó a tronar la artillería y Whitelocke, al comprobar el estado de ánimo de los defensores y su número, reflexionó y pidió la cesación del fuego, mientras el mayor general Gower se presentaba a Liniers para pedir las condiciones de la capitulación.
Mientras ocurría esto, Whitelocke escribió desde la plaza de Toros al contraalmirante Murray:
"He llegado a este punto hará como una hora para darme cuenta exacta de que fuera posible que las valientes tropas bajo mi mando pudieran hacer más de lo hecho; rara vez, y bajo ninguna circunstancia, fueron excedidos sus padecimientos en toda forma. De algo puede usted estar seguro, y ello es que Sud América nunca podrá pertenecer a los ingleses. Es increíble la hostilidad de todas las clases de sus habitantes. Tengo la esperanza de que usted vendrá sin perder un momento y envío al general Gower a entrevistarse con Liniers, como consecuencia de la carta recibida de él esta mañana. Crawfurd está prisionero"...
El 7 de julio, después de haber accedido al cese del fuego, se firmó el tratado que ponía fin a los horrores de la lucha; se convino que la plaza de Montevideo sería evacuada en el término de 60 días; las partes contratantes devolverían los prisioneros que retenían en su poder; las fuerzas británicas de Buenos Aires embarcarían para la Banda Oriental en un plazo de diez días y cada una de las partes entregaría como rehenes a tres oficiales de graduación como garantía del cumplimiento de lo convenido. El tratado se cumplió escrupulosamente en todas sus partes. Los prisioneros de las fuerzas de Beresford llegaron en su mayor parte antes de que fuese embarcado el grueso del ejército de Whitelocke para Gran Bretaña: todos los oficiales y 1.089 hombres de tropa. El resto, unos doscientos hombres, a causa de la distancia y de las deserciones, embarcó más tarde en naves dejadas con ese objeto por los ingleses. Los rehenes entregados por los defensores fueron Agustín de Pinedo, Cesar Balbiani y Francisco Quesada.
No hubo ningún contratiempo y ningún acto de hostilidad en el reembarco de los invasores. El grueso del ejército de Whitelocke embarcó en Montevideo el 9 de setiembre; eran 5.787 hombres; la plaza fue ocupada en seguida por tropas de Buenos Aires al mando del coronel